Entrada 5


−Corriste, ¿verdad? Por poco te quedas afuera. −Miguel habló desde la cama y sin desviar la vista del televisor. Ella lo miro con todo es desagrado que contrastaba con las maravillosas sensaciones vividas y se dirigió al baño. Se lavó la cara con agua fría, se aferró al lavabo temiendo perder el equilibrio y se miró en el espejo.

            −¡Qué tonta eres! ¿¡Cómo puedes pensar que sus palabras son sinceras!? ¡No puedes creer en él! Ya sabes cómo terminan estas cosas, ¿no?

            Esas eran palabras que Rosa, su madre, había sembrado en su mente en infinidad de ocasiones. Lloró en silencio ante la realidad y aunque la ropa olía a él, los labios le palpitaban y la sangre corría a toda velocidad por su cuerpo, se ordenó olvidarlo.

            Respirando profundo fue a la cocina, preparó la cena y dio gracias a Dios por haber desarrollado esa capacidad para ocultar emociones. Miguel al igual que su familia casi nunca se percataban de lo que se gestaba en su interior, sólo suponían que era algo rara por los habituales silencios donde se refugiaba, la poca expresión que exteriorizaba y la rápida capacidad de ampararse en su mundo imaginario.

Mientras jugueteaba con la carne del plato, se agobió buscando una explicación razonable para saber por qué su parte espiritual confiaba tanto en Martín, por qué lo recordaba durante el día y lo soñaba por las noches, pero fue en vano.

            −Martin, ¡otra vez en mi mente!

Una vez que terminaron de comer, Yess lavó los platos ignorando el sarcasmo de Miguel cuando bromeaba sobre el horario de llegada. Ella no se callaba por miedo, él nunca le había levantado la mano, pero cuando se lo proponía o cuando era provocado, Miguel le recordaba que no quería volver a la casa de su madre y se aprovechaba.

Llevaba unos días camuflando con maestría la alegría de su provisorio trabajo con el afán de que no lo utilizara como arma, pero él comenzaba a sospecharlo.

            −¡Por favor! –rogó secando la mesada con un viejo paño de cocina–. Que nada me impida organizar la fiesta.

            Era la primera vez que se encargaba de algo tan importante, que la sangre le hormigueaba día y noche por un encargo semejante y contrariamente a lo que opinaba Miguel, confiaba en que los resultados fueran espectaculares.   
            Como incentivo extra estaba Martin, ese enigmático hombre del casi no sabía nada y a la vez, la hacía sentir acompañada y estimulada.

            Por fin se fueron a la cama y sonrió con alivio cuando su compañero de cama comenzó a respirar profundo. Tenía suerte, esa noche el cansancio le obsequiaba una tregua, Miguel la había olvidado.

*******


−¡Qué día más largo! −pensaba Martín escuchando las explicaciones del nuevo proyecto en la sala de reuniones de las oficinas Alvear. Hubiera dado cualquier cosa por librarse de esa cita y refugiarse en el tablero, con lápiz, reglas y buena música, pero esta vez su socio no le dejó escapatoria.

            Jugueteó con el bolígrafo y su mente caprichosa lo llevó una vez más encuentro con Yesabel. Llevaba casi veinticuatro horas pensando en ella, en el beso, en su aroma. Desde el instante en que se le escurrió de los brazos, no hacia otra cosa que anhelarla ya que las ganas de repetirlo aumentaban conforme pasaban las horas, empeorando considerablemente su estado anímico.

            Es linda, no, preciosa, recordaba con una expresión distraída en el rostro. Contuvo una corta sonrisa al imaginarse la cara de su entorno si la presentara. Yesabel era todo lo contrario a sus habituales compañías y seguramente sorprendería. Tal vez es eso lo que me embruja, la diferencia, la frescura, la inocencia que posee. Haciendo oídos sordos a la interminable reunión, meditó que Yesabel, de una manera natural e involuntaria despertaba sensaciones en su interior difíciles de reprimir, cuando estaban cerca solo quería tocarla, abrazarla, retenerla y cuando la pensaba, era su bienestar lo que le preocupaba. Era como si necesitara de alguien que la protegiera, que la guiase, pero la pregunta era: ¿estaba capacitado para cuidarla? Llevaba años con un solo objetivo, escalar económicamente hasta lo más alto sin comprometerse con una falda.

            −¡Martin! ¿Estás de acuerdo con las medidas de los locales laterales? –Gonzalo se encontraba de pie, señalando unas líneas sin sentido para Martín en la pizarra digital.

            −Si Méndez, estoy de acuerdo. –Su amigo apretó los labios para no reírse, sabía que Martín estaba en modo ausente, que su mente estaba lejísimo de esa reunión y que le importaba un bledo el tema. Además el haberlo llamado por su apellido, le dejó claro lo cansado y molesto que estaba al revolverse en la silla en repetidas oportunidades. Nada le agradaba más que hacer enojar, ya que cuando despertaba a su ogro interior, se asemejaba más a los seres humanos y no a la máquina de trabajar que aparentaba.

            El parloteo siguió, entonces Martín se estiró en la silla y garabateó sus iniciales en una esquina del papel. Los pensamientos volvieron por inercia a ella, al sobre sucio y gris que los unió y terminó siendo su invitación. En seis años nadie había podido despertar semejante interés como para contar los días para ir a la ridícula fiesta de la primavera.

            −Hoy es miércoles recién −meditó frustrado–, qué largo se me va a hacer hasta el sábado.

            Miró la hora, eran pasadas las siete de la tarde cuando él empezó a lanzarle señales amenazantes a Gonzalo para que vaya terminando con el temita de los locales. El estómago le rugía, la espalda le dolía y nada le apetecía más que sentarse a trabajar en el tablero de su casa, volcando la cantidad de ideas que retenía para el barrio residencial que unos inversores en Montevideo le había pedido. Deseaba llegar a casa, encerrarse y trabajar en absoluta soledad. Sí, eso haré.
                                                                                      

*******


Yesabel estaba en el garaje de Violeta, los arreglos florales naturales los traerían  el mismo sábado, pero los artificiales ya habían llegado llenando de color los rincones. La mantelería y la vajilla la descargaban en ese momento y corroborando la lista mental de tareas, comprobó satisfecha que llevaba una organización casi militar. Estaba contenta, todo marchaba sobre ruedas y aunque Miguel no apostaba nada por sus capacidades, Yess descubrió que olvidándolo, su creatividad se potenciaba.  

            Miró distraída el verde del jardín, suspiró para calmar un poco el cosquilleo que rondaba por su pecho y sacó el móvil del bolsillo para ver la hora, eran casi las cinco de la tarde, y ninguna tarea pendiente. El sol brillaba sobre la casa de Violeta a pesar de que las espesas nubes cubrían el cielo encapotado. 
            Dejando escapar un regocijante suspiro, se encaminó hasta el salón y mientras Violeta hablaba por teléfono, se puso a revisar el cuaderno de apuntes.

            −Silvia, ella misma me lo contó, ¡no te rías! −Violeta estaba descalza, recostada sobre unos almohadones morados en el sillón, con el portátil en las rodillas y el teléfono en la oreja. −Te puedo asegurar que aunque el marido esté cerca, ellos se besan sin pudor.

Yesabel se puso a pensar en la lista de las canciones que se escucharían en los diversos momentos como en el recibimiento de los invitados, para empezar la hora del baile o en el corte de la torta. También recordó títulos de algunos temas lentos ya que eran imprescindibles para que las parejas intimidaran cerca de la madrugada. Miró por la ventana, jugueteó con el bolígrafo y mientras tarareaba viejas canciones, garabateó sus iniciales en la esquina de la hoja.

            −Mira, ayer por la tarde estábamos en la piscina y me contó que ante anoche sin ir más lejos, cenó en su casa y por cómo lo describió, estaba divino, con ese cuerpo que sabemos de sobra que tiene y con esos trajes que se compra fuera del país. Y bueno, resulta que mientras el marido estaba hablando de negocios, ellos dos no paraban de mirarse y de tontear por debajo de la mesa. Y estoy segura que no miente, todos sabemos lo que es el romano, un verdadero mujeriego. Que cuando de una mujer se trata, no le importa nada ni nadie.

            Yess lo intentó, pero la historia era más interesante que la lista de tareas. Violeta lo relataba con tanta intriga que no pudo resistir parar la oreja.

            −Si –continuó jugueteando con su pelo recogido−, yo creo que este año vendrá, no sé porque se me puso en la cabeza que nos honrará con su presencia. ¡Haré historia! –Una carcajada retumbó por el salón y Yess negó con la cabeza.

−En todas las clases sociales se habla de la vida de lo demás. Al final, somos todos iguales.

 −El sábado estuve jugando un poco al tenis y en el bar estaban, Esteban, Juan Ignacio y Diego, Diego Peralta ¿lo recuerdas? El cirujano plástico, ese, sí. La cuestión es que estaban tomando algo y escuché como describían a la secretaria del romano, aparentemente es una rubia voluptuosa, con mucha delantera y muy eficiente.

            Yess apretó los labios para reprimir la risa, la imagen de hombres de negocios hablando como viejas de barrio sentadas en una plaza, se le antojó ridícula y graciosa. Intentó leer algo del cuaderno, pero la musical carcajada de Violeta, volvió.
  
−¡No! –exclamó sorprendida–. Yo ni loca caigo en sus redes, solo una verdadera tonta le creería a un hombre que tiene una colección de historia adúlteras y clandestinas donde hay desde esposas de grandes empresarios hasta mujeres de la limpieza, yo ahí no entro ¡te lo aseguro! Es más, compadezco a la pobre ilusa que sueñe con enamorarlo.

            El celular de Yesabel sonó y sacándola del intrigante relato se levantó, eran las mesas y sillas para el gran evento. La empresa le comunicaba que para aprovechar el desplazamiento del camión a una zona cercana, se adelantaba la entrega. Una vez que cortó, se dio cuenta que el tiempo le jugaba una mala pasada. En unos veinte  minutos estarían descargando todo en un garaje cerrado, destinado a guardar las herramientas para el mantenimiento de las calles y jardines del country. Eso la dejaba con poco margen para llegar temprano a casa. Los ojos negros y amenazantes de Miguel se instalaron en su mente para barrer con la tranquilidad y crisparle los nervios.
      
            De pronto Violeta saltó del sillón, se calzó las sandalias y a toda velocidad y le informó  que llegaba tarde a la peluquería. Yesabel intentó hablarle del camión, pero ella con un ¡hasta mañana Yess! Se fue dejándola angustiada y agobiada. Se apresuró al jardín y alcanzó a decirle que las mesas y sillas estaban en camino y por toda respuesta, mientras maniobraba su Mazda 6, le recordó que anotara la hora en la que se retiraba que ya harían cuentas.

            −Si ese fuera mi único problema… −pensó con amargura viendo a la dueña de casa salir a toda prisa, saludándola por la ventanilla.
            Respiró profundo y mirando al cielo rogó para que Miguel no cumpliera la amenaza.

            −Por favor, ayúdame a llegar a tiempo, no quiero amargar este día con una discusión.
            Su vista se clavó en la densidad de las nubes cargadas de agua que acompañaban al atardecer.
            −Y otra cosa, que llueva todo lo que quiera ahora, pero que el sábado esté lindo y la fiesta sea inolvidable. ¿Puede ser?

            Pero sus temores se hicieron realidad. Llegó a su casa pasadas las ocho y media y por más que golpeó la puerta con insistencia, Miguel no la abrió.

            Se recostó unos momentos en la pared buscando alguna solución, se sentía sola y ridícula aporreando su propia puerta, pero para su sorpresa, la rabia fue reemplazada por un orgullo arrogante y decidido que le hizo enderezar la espalda. Esta vez no le iba a rogar, aunque tuviera que dormir en la calle, a Miguel no le suplicaría.

            Lorena, su única amiga seguro que le daría asilo, ya no se avergonzaría de tener que contarle su situación, ya no lo cubriría más. Algo en ella estaba cambiando, se sentía extrañamente fuerte y confiada en que la solución, de alguna manera se le presentaría por sí sola. 

            −¿A dónde vas? –se preguntó mientras unas ráfagas fuertes de viento anunciaban la llegada de un inesperado chubasco. Y la mente la llevó hasta la mirada tierna y protectora de su padre fallecido. ¿Qué hago? Por favor, papi ayúdame.

            Y otra vez dudó. ¿Y si volvía y le suplicaba a Miguel? Aunque sea solo para pasar la noche. Pero entonces lo sintió, algo llamado pálpito, sensación o impulso la calmó susurrándole que confiara en lo que la noche le tenía reservado.

            Sus pies la llevaron sin rumbo definido, cada vez que pensaba en la arrogancia de Miguel la bronca, indignación e impotencia la cegaban llevándola a recorrer las calles ignorando la oscuridad y los posibles peligros. Decidió olvidarlo y pensar en lo importante, el ahora. Para mayor sorpresa descubrió que, conforme se alejaba de su casa, una suave sensación de alivio la acompañaba. Creo que estoy haciendo lo correcto.  

            Se colocó la mochila en la parte delantera y la apretó contra su cuerpo por temor a ser robada, continuó caminando entre las sombras guiada por una misteriosa energía y despejando al miedo, apareció la imagen de su padre. Esta vez le contaba por enésima vez la historia de su nombre.

            −Yesabel, te lo elegí por Isabel, la reina de Inglaterra, la que reinó soltera. ¿Tienes idea de lo que era para una mujer de su época?

            Ella nunca se identificó con esa historia, en los últimos años no se permitió idear un cambio radical en el rumbo de su vida, pero ese día, por algo que no lograba discernir, sintió la tentación de reinar en su destino, y soltera.

            Como si hubiera salido de un trance, de golpe se encontró en la parada del autobús que la llevaba al country. ¿Violeta la recibiría? ¿Le permitiría pasar la noche ahí? Respiró profundo, levantó la barbilla y tomó la decisión. Regresaría a lo de Violeta y le diría alguna excusa, mentiría, pero por necesidad. Incapaz de hallar una historia convincente, tomó el autobús, se acomodó en el asiento y confió en que cuando llegara encontraría la manera perfecta de ocultar su humillante problema.
  
Para cuando el camino llegó a su fin ya no estaba tan segura del paso que iba a dar, pero ya no había vuelta atrás. Se levantó y pulsó el timbre para que el vehículo se detuviese. El viento frio y la fuerte lluvia desatada la despertaron de su confusión y sin poderlo reprimir, se asustó cuando el ruido del motor se perdió en el silencio de la noche. Miró para todos lados y viéndose sola y mojada, se angustió. Un sollozo se anudó en su garganta cuando vio con los ojos mojados, la oscuridad que la rodeaba. Con el enfoque puesto en el refugio que representaba por esa noche la casa de Violeta, caminó apresurada bajo la cortina de agua.

            −¡Esto no me lo haces Miguel! –juró cruzando a toda prisa y sin mirar, la inundada avenida que la separaba de la entrada del country−. ¡Nunca más!

*******


Martín estaba enojado y de muy mal humor. Por más señas que le hizo a Gonzalo, éste lo había ignorado extendiéndose hasta el cansancio, sacándolo de quicio con alevosía. Todos estaban mirando el reloj cuando él se levantó abruptamente y con poca diplomacia explicaba que ya estaba todo expuesto y con demasiada claridad. Los demás lo siguieron y pasadas las nueve y media de la noche, los únicos siete coches que se encontraban en el parquin subterráneo, salieron apresurados.

            No le gustaba conducir con lluvia, el tráfico era un caos y respirando profundo decidió evadir el estrés poniendo la radio y pensando en Yesabel. Entre las canciones del recuerdo pasaron una de sus favoritas, “No habrán más noches solitarias”  de Paul McCartney, sumergiéndolo entre sus pensamientos mientras se olvidaba de los bocinazos de la larga fila de coches que iban a paso de hombre por la avenida.

−¿Qué estarás haciendo? Seguro que acostada. ¿Dormida? ¿Leyendo? ¿Viendo la televisión? O quizá, con tu marido… ¡No!−Se dijo con énfasis–. Eso es algo en lo que no quiero pensar, no ayuda a relajarme. Mejor me concentro en el proyecto. Ahora cuando llegue a casa me siento en el tablero y retomo el trabajo atrasado. Gonzalo mañana me va a escuchar, él y sus explicaciones…

Una vez que se alejó de la cuidad, el tráfico se redujo, pero a causa de la fuerte lluvia, llevaba una marcha suave y prudente con su deportivo, pero así y todo le costó divisar el extenso portón negro de la entrada al country. Pisó suavemente el freno, puso el intermitente y cuando se disponía a girar el volante con determinación, algo se le cruzó en medio. Se asustó, utilizó toda su fuerza bruta para aplastar el pedal del freno y abrió grande los ojos. Las luces la enfocaron barriendo cualquier posible duda. Llevaba el pelo empapado, la ropa pegada al cuerpo y su mochila en la espalda. Él no daba crédito de lo que veía, pero el cuerpo reaccionó por mecánica. Su brazo derecho subió con precisión el freno de mano y abrió la puerta mientras ella, asustada y agitada se detenía frente al coche.

−¡Yesabel!   

*********


            Ambos estaban cegados, ella por las luces del coche le daban justo en los ojos y él, por el pánico que le recorrió la columna vertebral.

            El corazón de Yess martillaba en su garganta con una fuerza estrepitosa, el ruido del frenazo la había detenido al instante y sin entender qué pasaba, dejó que el miedo se apoderara de su coherencia. Por unos segundos no tuvo ni idea de dónde estaba, se desorientó, pero la voz fue inconfundible. Martín había gritado su nombre con autoridad, llamándole la atención por la imprudencia, pero aún no lo veía. Sobresaltada por la presión que ejercían unas manos fuertes sujetándole los brazos, giró la cara, agudizó la visión y fue cuando atravesando el resplandor de las luces, lo vio. El agua le caía en la cabeza, algunas gotas ya resbalaban por las mejillas y su mirada era una atroz mezcla de temor, incredulidad y alegría.

            Yess no se había dado cuenta qué tan angustiada estaba, del tamaño del nudo que aprisionaba su garganta y las incontenibles ganas de llorar que tenía, hasta que apoyó la cara en el pecho y aspiró el reconfortante perfume. Con el rostro hundido en la hilera de pequeños botones de la camisa, se desahogó, se refugió y dio rienda suelta a todas sus emociones.

            Martín por su parte seguía agitado, los músculos aún temblaban pensando en los que podría haber ocurrido. Con el aguacero que bañaba la calle, apenas había tenido tiempo de reaccionar y no atropellarla. Si bien cualquier accidente sería horrible, al pensar que la arrollada podría haber sido ella, se angustió como hacía muchos años que no le pasaba.

Se bajó sin advertir los tres coches que esperaban detrás, ni en su traje de Dolce Gabbana, ni en los últimos zapatos comprados en Milán. Simplemente y por reflejo, había saltado del auto sin pensar en nada ni en nadie. La primera reacción fue tomarla con fuerza de los brazos y sacudirla con rabia, el miedo todavía latía dominante cuando la agarró, pero al tenerla frente a frente la miró a los ojos, y leyendo una tristeza sin igual no pudo reprimir el impulso de abrazarla, contenerla y protegerla. Supuso que el frenazo era el responsable directo de la angustia y por eso la estrechó con todas sus fuerzas.  

            −Ya está, tranquila.

            Escuchando la tierna voz entre sus propios sollozos, apenas se percató del bocinazo que los separó. Sin mediar palabras Martín la condujo del codo hasta la puerta del copiloto para que se sentara, él hizo lo suyo detrás del volante y encendió el motor. Su andar era lento, las calles estaban casi inundadas y las luces se apagaban con el vibrar de los truenos. Yess no sabía qué decir, estaba empapada, con frio y enojada por la ridícula idea de volver al country. Ahora no sólo tenía que mentirle a Violeta, sino que a Martín también.

            −Nunca más Miguel. ¡Nunca más! –Se repitió agachando la mirada con vergüenza.  
            El silencio reinaba entre ellos cuando llegaron a la casa que estaba hundida en completa oscuridad. Con el control remoto abrió la puerta y con suavidad entró en el garaje. Se detuvo detrás de la todoterreno que ella ya conocía, apagó el contacto y el ruido de la lluvia mermó. Moviéndose con seguridad y dejando una estela de húmedo perfume, se desabrochó el cinturón y con una expresión indescifrable, bajó. Ella estaba anclada al asiento, no sabía qué hacer ni qué decir, solo quería…, ni ella sabía lo que quería.

            −Yesabel. –Su voz interrumpió la maraña de pensamientos. Se atrevió a girar la cabeza y lo encontró con un codo apoyado en la puerta abierta del auto. Con el pelo mojado y la mirada penetrante, extendió la mano invitándola a bajar. Titubeó y con dificultad respiró.

            −No sé si debo estar aquí −pensó perdiéndose en el gris azulado de sus ojos.
            −Conmigo estás a salvo –contestaron sus pupilas. Y entonces, ella cedió.
            Se encontraron frente a frente y mientras la miraba con una ternura indescriptible, le apartó algunos mechones de la cara.

            −¿A dónde ibas? –Di que venias a verme.
            −No lo sé −pensó Yesabel bajando la vista hacia su áspero mentón. Temía que los ojos la delataran.
            −¿A dónde? –insistió alguien acostumbrado a obtener respuestas.
            −A la casa de Violeta –dijo ella al fin−, es que…
            −¿Hay algún problema en la casa de ella?

            −No, el problema lo tengo yo −susurró con las mejillas encendidas.
Tenía que pensar algo rápido, algo convincente, pero sintiendo ese pulgar acariciándole la pera le resultaba imposible hacerlo con claridad. Por su parte Martín tenía la seguridad que algo grave le pasaba. Sus ojos hablaban de angustia, nerviosismo y urgencia.

−¿Por qué Yess, por qué?
Ella se quedó sin aliento, esperaba cualquier otra pregunta pero no un por qué.
            −¿Por qué, qué?
            −¿Por qué no venias aquí? ¿A por mí?

            Y al detenerse en la sinceridad de sus ojos Yesabel se derrumbó, toda la angustia guardada, la humillación y la vergüenza de verbalizar la verdad, estallaron en su ser. Ella cerró los ojos y abandonada en la confianza que él le inspiraba, se lanzó por el acantilado. Intentó encontrar palabras pero fue en vano, entonces desorientada y aturdida se puso de puntillas, lo abrazó con fuerza y en silencio se dejó llevar por la torrencial corriente.

            −No lo sé –susurró con la voz quebrada−. No lo sé. 
            Emocionada ante el ofrecimiento, su pecho comenzó a temblar y con un incontrolable sollozo lloró otra vez. Martín apenas asimiló la sorpresa que se llevó, cuando Yesabel se pegó a él, cuando lo apretó con los brazos hundiendo el rostro en el cuello de su camisa. El implacable guerrero otra vez se apoderó de sus actos y con un instinto protector la imitó abrazándola, conteniéndola y acunándola con sus fuertes brazos. Ella siguió llorando mientras que con paciencia, la esperó.

            Se apoyó en el coche con la cadera, llevándose a Yess con él y ejerciendo de descanso para que se recostase. Con la mano subía y bajaba por la espalda y sólo cuando dejó de temblar, le besó con ternura la sien.

            −Yesabel, vamos al salón, estás empapada, te va a hacer mal.
            −Martín –dijo ella levantando la cabeza, devolviéndole el beso en su garganta sin medir las consecuencias−, no sé qué hacer, no está bien que este aquí contigo.

            Después del estremecimiento que experimentó, Martin logró asimilar esas palabras. Sabía que llevaba razón, estaba mal que estuvieran ahí solos. La cara de asombro del guardia del country ante la escena que habían protagonizado en la calle, lo reafirmaba. Desde la ventana de la garita, no se perdió detalle del abrazo y la manera deliberada que la metió en el coche. Martín tenía claro que llevarla a su casa era lo más desconsiderado que podía hacer, quizá la perjudicaría en el trabajo, pero por alguna extraña razón en su compañía le era imposible actuar con prudencia.  

            −Pocas veces hago lo que está bien −le susurró al oído−. Vamos, quédate un poco conmigo y luego te llevo a donde quieras. −Al fin del mundo si es preciso–. ¿Qué dices?

            No se miraron, ella lo pensó unos segundos y con la nariz apretada contra su cuello sólo asintió. Con desgano la soltó y tomándola de la muñeca la condujo hasta el salón.

            Las luces se encendieron y las armas, los escudos y los tapices brillaron en todo su esplendor. Martín fue hasta el sillón, tocó varios botones de un control remoto y las persianas empezaron a bajar. Ella se rodeó con sus brazos tiritando de frio y entonces él encendió la calefacción.   

            −Yesabel, vamos arriba, busco algo para que te cambies y ponemos tu ropa en la secadora. Luego pensamos qué hacer, ¿sí?

            Por más que su voz sonó autoritaria y decidida, ella se lo pensó dos veces. Estaba aturdida por los acontecimientos de las últimas horas, no lograba coordinar los pensamientos y temía dar un paso en falso. Con mucha dulzura él ladeó la cabeza, buscó su mirada y tomándola de la mano, la llevó escaleras arriba.

            Emprendieron el ascenso y mientras que la mente de Yess bullía en una revolución de excusas, él con paso despreocupado la guiaba un escalón por delante. Sin poder evitarlo, lo observó por detrás y como se había quitado el saco del traje, se distrajo contando las arrugas marcadas en camisa negra. Eso la llevó a deducir en las largas horas que pasaría sentado.

            −¿En qué trabajará? −Se preguntó a la vez que sus ojos resbalaban desde el recio trasero hasta el brillo de los zapatos, pasando por el pantalón azul profundo que, aunque ella no entendía de marcas o sastres, se dio cuenta la exquisitez de la tela.

            −Eso no te debe de importar −dijo su voz interior enfadada–, no deberías estar aquí, tú tienes una casa y un marido que, aunque está enojado, merece tu respeto.
Los gemelos de los puños de Martín brillaron cuando se peinó hacia atrás con su mano libre, acallando a la molesta voz. 
            −De Miguel me encargaré mañana, hoy tengo que pensar dónde voy a dormir.
Y con esas palabras dio por zanjada la interna conversación.

            El dormitorio era majestuoso, si a Yess el de Violeta le pereció hermoso, éste la dejó sin habla. Los muebles eran de un gusto exquisito, mezclando lo antiguo como un sillón re tapizado en azul profundo de orejas del siglo pasado, con un juego de dormitorio de roble con imponente postes donde se ataban tules blancos. Las alfombras persas, suaves y tentadoras, eran ideales para sentarte frente a la gran chimenea de mármol y los pufs, de cuero negro abundaban en la estancia junto a los almohadones en diferente tipo de azules.

Martín caminó directo a una puerta que daba a su vasto vestidor. Era una habitación con un espejo desde el suelo hasta el techo en la pared opuesta a la entrada, mientras que a ambos lados, armarios con estantes, zapateros y percheros repartían un imponente vestuario. En el centro de la habitación había una vitrina iluminada donde se guardaban incontables relojes y gemelos.

            Yesabel sintiéndose una intrusa no entró, se quedó estática cerca de la puerta con los brazos cruzados y la vista en su reflejo del espejo. Martín buscó algo entre los estantes y cruzó con rapidez de un extremo a otro del vestidor. De pronto se acercó con prendas perfectamente dobladas y la acompañó hasta la parte opuesta de la habitación. Una vez que logró desembarazarse de su intensa mirada, con cautela entró al cuarto de baño más esplendido que se podía imaginar. Con la ropa oliendo jabón, a sol, a Martin, se quedó apoyando la espalda en la puerta. Dos grandes lavabos la esperaban con sus respectivos espejos, jaboneras y toallas de mano. Estaba decorado con un impecable negro y beige, pincelado con el verde de tres plantas naturales.   

            Yesabel no lograba relajarse y menos con ese entorno. Sus pensamientos intentaron descifrar algo sobre la vida de Martín ya que su proximidad la estimulaba y alarmaba por igual, pero le fue inútil.   

            −No pasa nada, parece buena persona. Confía en tu interior, ¿qué te dice? –Ella escuchó el susurro que le llegó de la parte más blanca, brillante y perceptiva de su ser y comprobó que la intuición se fiaba de ese casi desconocido.

            Un poco más aliviada, se quitó la ropa con dificultad ya que la llevaba pegada al cuerpo y se sintió algo sucia para ponerse la muda limpia y perfumada. Todo el trabajo del día, la tensión de las últimas horas y el nerviosismo, la habían hecho sudar.

Giró a su derecha y se encontró con un círculo grande y profundo que ejercía de bañera, con grifería dorada que no la tentó tanto como lo que halló a su izquierda, una mampara transparente que custodiaba a una columna de ducha con hidromasaje. La observó con ansias, con deseo y se preguntó cuánto hacia que no se duchaba así, y no con un balde y una jarra de a poco como en su precaria casa.

            −No desees la vida de otras personas −La regañó la voz de su madre malhumorándola otra vez. De pronto, acompañando a un relámpago que se coló por la ventana, dos golpes en la puerta la sobresaltaron. 
            −¿Yesabel…?
            −¿Sí? –contestó con el corazón apurado.
            −¿Por qué no te das una ducha caliente?
            −No, no sé −habló con torpeza. ¿Escucharás mis pensamientos?

            −Hazme caso –dijo como si intentara convencer a una niña–. Estás empapada, antes de ponerte la ropa seca dúchate que voy preparar algo para comer. Tendrás hambre, ¿no?
            Esa idea le dibujo una tonta sonrisa, ella en la ducha y él cocinándole abajo. Increíble.

            −Imagino que ese silencio es un sí, ¿verdad? –volvió a hablar del otro lado–. No te preocupes por el tiempo, baja cuando estés lista.
            Escuchó sus pasos alejándose y guiada por un impulso abrió unos centímetros la puerta.
            −¡Martín!

           −¿Sí? –preguntó disfrutando del placer que le produjo escuchar su nombre de pila.
            −Gracias.

            Se hizo un silencio cómplice, denso y cargado emoción. Martín apoyó el antebrazo en el marco de la puerta de la alcoba y en su boca se dibujó una devastadora media sonrisa. Ella lo miró embobada y se mordió el labio inferior para reprimir un delatador suspiro. Ambos tenían cosas por contarse pero de momento esas revelaciones tenían que esperar. De tácito acuerdo se miraron sonriendo, absortos en sus emociones hasta que volviendo cada uno a lo suyo, cerraron las respectivas puertas.
Ya habría tiempo para sincerarse.

            Martín bajó directo a la cocina, su estómago estaba cerrado pero imaginó que a Yesabel después del trabajo y el desconocido altercado, le vendría bien una cena ligera. Como esa mañana no le había dejado indicaciones a Ricardo, tuvo que improvisar el menú. Buscó en la nevera y se decidió por una picada, en cuanto terminara con la ducha pedirían comida fuera según sus gustos, mientras la ropa se secaba. Con destreza cortó salamí, jamón y queso, los acomodó en una fuente y los rodeó con aceitunas, frutos secos, mantequilla con hierbas, tostadas con pasas de uvas y trocitos de pan. Mientras buscaba las copas revivió el impulsivo abrazo del garaje, la sangre se le aceleró y el corazón se le apuró.   

            −¿Qué me pasa con esta mujer, por qué tiemblo como un adolescente cuando estamos juntos? A medida que la conozca más, ¿podré descifrar el misterio? 

            Dio un paso atrás y observó la isla que adornaba la cocina, los individuales estaban en perfecta simetría, las copas enfrentadas y la picada en el centro. Caminó hasta un rincón de la encimera y en un pequeño equipo de música se dispuso a buscar un CD.

            −Vamos a poner un poco de música, si tengo suerte, la fiera que se me  despierta cuando estoy con ella, se calma.
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Yess no comprendió cómo, pero de alguna manera logró terminar con la larga ducha. A pesar que sus sentidos se resistieron con terquedad ante el exquisito placer de los chorros calientes en los agarrotados músculos, comprendió que abajo la esperaba el dueño de casa. Disfrutó en primera persona de la alta cosmética que tenía a su disposición, comenzando con el jabón líquido y perfumado de vainilla, siguiendo por el champú importado de arcilla y terminando con una variedad de perfumes y cremas humectantes para diferentes pieles. Ella se preguntó si habrían sido elegidos por alguna mujer con muy buen gusto, y si alguna vez dispondría de caprichos semejantes en su vida, todos los días. Meneó la cabeza segura de que nunca los tendría, secó enérgicamente el pelo con una toalla y comenzó a vestirse.

Martín le había preparado una camiseta blanca y un pantalón gris de algodón. Como eran de él, le quedaron demasiado holgados y se lo arremangó en la cintura y en las piernas para poder caminar. Antes de ponerse la camiseta se la llevó a la nariz y respiró el perfume del jabón y el suavizante con la intención, de guardarse el embriagante aroma en su interior. Se la pasó por la mejilla riendo como una niña haciendo una travesura y recordando otra vez dónde se encontraba el dueño de la prenda, decidió poner fin a tan ridículo comportamiento vistiéndose de una vez por todas. Entre los utensilios para el afeitado encontró un peine y gracias a la delicada crema de suavizante, peinó sin dificultad su largo cabello hacia atrás, no sin antes alisar con esmero el escaso flequillo. Se miró por última vez al espejo, respiró profundo y prometió callar a la razón que tantas veces intervenía en sus emociones. Por primera vez se dejaría llevar por lo que sintiera y, pasara lo que pasara, decidió permanecer con la mente estática intentando percibir con claridad órdenes procedentes del corazón.  

            Se tocó las sonrojadas mejillas con el fallido intento de enfriarlas y sintiéndose a punto de caminar sobre arenas movedizas, bajó las escaleras con su ropa mojada entre las manos.
                                                                                             

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            Cuando sus ojos se posaron en él, el aire le faltó, el frenético palpitar del corazón se disparó y su garganta se secó. Se había cambiado la camisa arrugada por una remera ajustada celeste que, combinándola con la formalidad del pantalón del traje, le sentaba de maravilla. Martín sumergido en la canción de Pearl Jam llamada Black, una de sus favoritas, no la escuchó llegar a la cocina y continuó recogiendo con la ayuda de un paño, las migas de pan de la encimera de espaldas a la puerta. Sus anchos hombros permanecían erguidos y al mover los brazos se le dibujaban un relieve de lo más interesante nublándole un poco más la mente.

            −Apuesto a que con ese cuerpo y esa estatura todo te quedará bien…                           
Sus pensamientos se vieron expuestos, Martín se dio vuelta y la deslumbró con esa electrizante sonrisa. Se deshizo de inmediato del paño, apoyó las manos en la mesada a ambos lados de su cadera y ladeó la cabeza dejando al descubierto, el travieso brillo de los ojos. Yesabel pudo sentir sin dificultad alguna una fuerte mirada recorriéndole el cuerpo. Se mordió el labio inferior y cuando se percató del tiempo que Martín llevaba mirándole los pies con una juguetona sonrisa, se sintió obligada a explicárselo.

            −Me sentí niña de nuevo arremangando las piernas de tus pantalones.
            −Te quedan genial. Me encanta.
            Yess creyó que sería imposible pero las mejillas se le calentaron aún más, extendiendo el rubor hasta la raíz de sus cabellos. Ese encantador pudor lo divirtió pero, como todo un caballero, fue incapaz de hacer comentario alguno.

            –Cualquier cosa con tal de no incomodarte.
            −Ven, dame tu ropa que la pongo a secar.
  
            La cocina era inmensa pero por alguna razón, parecía no albergar oxigeno suficiente para los dos, produciéndole dificultad al respirar. Martín como buen conocedor de algunas reacciones femeninas, se compadeció de ella sacándole la muda de ropa mojada de las manos para llevarla al lavadero. Luego de asegurarse que la lava-secadora usara el programa más largo, volvió a la cocina, se enfrentó a ella y sin  rodeos rompió el silencio.

            −Yesabel, ¿qué pasó para que volvieras de noche y bajo la lluvia?

            No le molestó que le sonara más a una orden que a una pregunta, se había preparado para oírla, pero a la hora de contestarla no le resultó tan fácil como pensaba. Él apoyó la mano derecha en la isla e inclinándose un poco, la miró fijamente. Ella se recogió el pelo húmedo a su derecha con nerviosismo, buscó desesperada un punto de mira que la hiciera esquivar esos intensos ojos y en un segundo de cobardía, armó alguna mentira.

            Martín le concedió todo el tiempo del mundo, su vasta experiencia en el mundo de los negocios lo había dotado de una inagotable paciencia cuando algo le interesaba en realidad y ese, era uno de esos casos. Nada le apetecía más que saber de ella y en lo posible, todo. Así fue que soportó la eternidad que a Yess le llevó inventar algo convincente sobre su regreso. Mientras tanto se deleitó con esos maravillosos ojos miel que se posaban en cualquier cosa menos en él, impidiéndole así, saber con seguridad por dónde vagaban sus pensamientos. Martín contó hasta cincuenta, tomó aire, levantó el mentón y cuando ya no esperaba respuesta, ella lo sorprendió.

            −No me dejó entrar a mi casa.
            −¡Juraste no contarle la verdad! –Se llamó la atención al instante, pero ya estaba dicho.

            De algún extraño modo Martín lo había sospechado, era una descabellada posibilidad que le rondaba en la cabeza desde ayer y por eso casi no se asombró, pero lo que no se esperaba fue el ardor que le produjo la confirmación. Cuando las miradas se cruzaron un fogonazo de ira lo envolvió, le heló las pupilas y por tensión, apretó la mandíbula. La reacción de desconcierto que leyó en su rostro lo obligó a sofocar sus asesinos impulsos y, con un tono de voz infinitamente más calmado que lo que bullía en su interior, consiguió hablar. 

            −Entonces, llegaste a tu casa y te volviste.
            La imagen de ella por esas calles cerradas por la oscuridad y sin nadie que la protegiera, le hizo despertar aún más a su primario guerrero que, para ese entonces ya se encontraba espada en mano.

            Si bien Yesabel no logró leer con claridad sus emociones, percibió en el aire que algo se estaba gestando dentro de ese pecho vigoroso que subía y bajaba con rapidez. Fue en ese instante de desconcierto que decidió volver a su plan anterior y mentirle, adornando un poco lo ocurrido para tranquilizarlo.
  
            −Sí, fui, golpeé, no abrió y como comenzó a llover tuve que pensar qué hacer y a dónde ir.
            −Dios, es imposible dominar mi boca con esa mirada…
            −¿Y por qué no venías para aquí?

            La voz le salió casi suplicante, cuando en realidad sus manos se aferraban a la isla evitando que fuera a su casa para agarrar del cuello a ese… ese…
            −Joder, no encuentro ni un calificativo, estoy enojado como pocas veces.

            −Te digo la verdad −dijo Yess temblorosa separándolo de sus enfurecidos pensamientos–, no pensé en molestarte, yo, apenas te conozco y en mi cabeza todo giró rápido, muchas ideas…además, no es fácil contar esto. Yo…

            Y no pudo seguir hablando, las lágrimas rodaron en el mismo momento que él posesivamente la abrazaba y la apretaba contra su cuerpo. Martín no buscaba una pareja estable, su vida no estaba asentada como para vivir con una mujer, pero tampoco se encontraba preparado para toparse con Yesabel, atropellándolo como un tren a toda marcha, desestabilizándole la rutina, interfiriendo en sus matemáticos hábitos, pero ahí estaba, usando cada uno de sus músculos para retenerla.

            −Aléjala, vas a lastimarla.
Y entonces recopiló miles de imágenes de su vida donde no cabían compromisos femeninos pero, su cuerpo se tensó al descartar la loca idea de llevarla a casa de Violeta y desembarazarse del problema.

            −Esa posibilidad no está en mi naturaleza.

Con las emociones a flor de piel decidió contenerla acariciándole la parte alta de la espalda formando relajantes círculos mientras ella sollozaba. Después de unos cuantos minutos y a pesar de la negativa, ella se apartó un poco privándolo del delicioso calor que desprendía y lo miró. Él fue incapaz de soltarla y siguiendo las indicaciones de sus músculos, la sostuvo por la espalda, permitiéndolo solo unos escasos centímetros. Bajó el mentón, ladeó la cabeza y al encontrarse con su mirada cargada de lágrimas, tristeza y vergüenza, volvió a reprimir al guerrero protector que llevaba años y años dormido.  

            −¿Por qué? ¿Por qué Martín…?

            −¿Por qué te abrazo? –con la sensación de que la pregunta era para los dos, dejó de pensar para perderse en la intensa comunicación que fluía−. Creo que eres algo que necesito. Desde el primer momento que te tuve en mis brazos sentí la sensación de que serías algo importante para mí, pero no sé… −La hundió otra vez en su pecho y pasando la barbilla por el pelo húmedo y perfumado terminó−. Yo no llevo una vida normal Yess, es difícil para mí también contarte algunas cosas.

            −Martín −murmuró a la vez que un rayo, seguido por un trueno estrepitoso, dejaba la casa a oscuras.

Ella se sobresaltó, tembló y se pegó más a su cuerpo. Al escaso autocontrol de Martín se lo llevó la lluvia torrencial, pero inmensa fue la sorpresa cuando decidido a besarla por primera vez en medio de la oscuridad, ella se lanzó primero al precipicio y con una valentía envidiable. Yesabel, temeraria y tempestuosa, le tomó la cara con ambas manos, se maravilló con el tacto áspero y se dejó seducir con el olor a piel, a ropa, a él que entraba libremente en su ser para acumularse en el pecho. No lo veía con nitidez, pero lo sentía, todo él vibraba aunque a ella le costara creerlo. Martín, ese hombre grande, atractivo y que era casi un desconocido, sentía lo mismo que ella, de eso estaba segura. Sus pies se pusieron de puntillas, los dedos se hundieron en las mejillas y respirando con mucha dificultad, lo besó. Primero se avergonzó por su osadía, pero al instante que se percató del gruñido masculino que rebotaba en su boca, de la fuerza con que la estrechaba y al estado de embriaguez que la elevaba, cayó rendida al placer.

−Esto es lo que estaba deseando desde que te vi por primera vez Yess –pensó desesperado al abandonarse en un electrizante estremecimiento. Casi se sonríe al recordar que cuando subió a cambiarse la camisa, se había detenido detrás de la puerta del baño con su torso desnudo, reprimiendo las ganas de abrirla. Se había quedado como un jovencito apoyando la frente en la madera y disfrutando del suave tarareo que le llegaba del interior despertando adormiladas mariposas.
  
            Ella, en ese instante, también recordaba que al salir de la ducha había curioseado la magnífica cama de Martín, imaginándolo acostado, desnudo y abrazándola entre las sábanas. Lo cierto era qué, aun ignorando esos detalles, los dos experimentaban un sentimiento mutuo y territorial, imposible de refrenar.

            Sus bocas se hicieron una, con las manos se recorrieron sin piedad las espaldas, hasta que enterraron los dedos entre los cabellos. Los minutos transcurrían y las respiraciones de espesaban hasta tal punto que Yess tuvo que deslizar la cabeza hacia atrás, rindiéndose a un ahogado gemido. Martín, conocedor de los pervertidos impulsos que se despertaban cuando una mujer temblaba así entre sus brazos, aprovechó para ladear los labios, tomar aire y refrescar un instante su virilidad.

Él se estaba asfixiando, el interno ardor que le invadía de a poco los pulmones, le presentaba las primeras imágenes de Yesabel desnuda, apasionada y retorciéndose de placer en la cama. Era normal que al besar a una mujer comprometida su autodominio se empalagara con el sabor del fruto prohibido y en consecuencia, aparecieran imágenes de lo más eróticas, pero lo que experimentaba con ella era diferente a todo. Lo desconcertaba la intensidad con la que la deseaba, como anhelaba protegerla, mimarla, amarla, al punto de transformarlo en un inexperto y torpe quinceañero.

            Yesabel representaba para él, sin saber por qué, algo que nada tenía que ver con el sexo, con un encuentro carnal. No, él quería tenerla en cuerpo y alma, sentirla vibrar, gozar, tener la seguridad de que lo necesitaba, de que contaba con su presencia para todo.

Confuso, mordisqueó ese labio inferior que tanto le había tentado desde la primera vez y la recorrió con ojos soñolientos. Ella deseaba más, él lo sintió, lo olió en su adictivo aliento, se lo dijeron las manos dominantes presionando su nuca, el lastimero suspiro que liberó, pero él…  ¿podría hacer el amor? Después de tantas veces que se prometió nunca más, de luchar con determinación para no comprometerse, ni involucrarse acostumbrándose así al sexo sin amor, ¿sería capaz ponerse a prueba con ella, a ver qué sentía cuando la cubriera con su cuerpo, cuando le besara cada vertebra de la espalda, cuando…?

            −Martín –lo interrumpió−. No quiero volver a la realidad.

Era una incoherente súplica que él entendía como nadie en el mundo ya que compartían el mismo deseo. Martín no quería volver a ser el inexpresivo hombre en que se había convertido tomándose con demasiada frialdad las relaciones amorosas, el que pasaba de una mujer a otra sin inmutarse o en el empresario matemático que realizaba cálculos a la hora de acostarse con alguna clienta, o peor, con la esposa de algún cliente. Y en ese mismo instante, una pequeña risa burlona retumbó en su cabeza asegurándole que por más énfasis que pusiera, no lograría ser ni frío ni indiferente con ella. Yesabel derretiría al témpano en el que se escudaba a diario, sin darse cuenta siquiera.   

            La rodeó con fuerza, la estrechó y respirando profundamente aplacó esos deseos caprichosos y dictadores que amenazaban con hacerlo perder la cordura. Por más que se arrepintió al instante que lo decidió, con la última gota de autocontrol que le quedaba, le habló.

            −Yess, necesito hablarte. Hay cosas que quiero contarte.
            Ella dejó escapar un soplido de resignación, él había vuelto a la realidad frustrando sus avergonzados anhelos. Pestañeando, se enojó con ella misma. ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo podía actuar así?

            Su espalda se puso rígida, desvió la mirada por la íntima penumbra que los rodeaba y tomó conciencia de que estaba en brazos de un desconocido. Si bien le había dejado estar en su casa, la había abrazado y besado con mucha ternura, estaba segura que una barrera invisible los separaba. Se le cruzó por la mente otra mujer, tal vez tenía novia y estaba buscando la mejor manera de contárselo. Tragó saliva y deseó con todas sus fuerzas estar en cualquier lugar menos ahí.

            −Será mejor que me vaya. Te puedo devolver la ropa mañana a la mañana…
            Martín tensando los músculos por reflejo se negó a soltarla. Estaba seguro que lo que ella decía era todo lo contrario a lo que sentía, pero era lo más razonable también, era peligroso tenerla en casa, en soledad, con la lluvia como fondo y en penumbras. Sí, definitivamente era lo correcto. Ella debía irse de ahí y ahora mismo.

            −Ni se te ocurra –habló cerrando un momento los ojos. Imposible dejarla−. Sólo te pido que hablemos un poco, por favor.
            −Al diablo con lo correcto –murmuró su interno gladiador devorándole la boca con la mirada.

            Yesabel levantó el mentón, distinguió un peligroso brillo en sus pupilas pero se dejó guiar. Ambos firmaron un mudo acuerdo, se abandonaron al momento y dejando que los sentimientos fluyeran, se relajaron. Por alguna razón Yess tuvo la certeza de que su  corazón no estaba ocupado por nadie en especial y aflojó los hombros. Martín sonrió de una manera que derretiría la nieve de las cordilleras de los Andes y a ella se le encendió el alma. Sus labios coordinados se unieron en un beso corto, sincronizado y prometedor.

            −No te vayas, cena conmigo.
            Asintió, qué más podía hacer y, dedicándole una mirada asesina al recato que le exigía salir de ahí antes de que fuera demasiado tarde, se sentó en la alta butaca.
 
Martín después de buscar y encender algunas velas, se acomodó frente a ella devorando con renovado apetito, la picada. Con la ausencia de electricidad, la música había sido reemplazada por un tirante silencio que rondó a su antojo por la cocina. Para su fastidio, él volvió a sentirse torpe y por más que intentó, no encontró una manera sutil de preguntarle por lo ocurrido en su casa, entonces, decidió esperar a que ella diera el primer paso, pero la notó callada, incomoda y bastante nerviosa. 

            −Creo que tengo que darte las gracias. −Le dijo al fin rompiendo le hielo con simpatía. Algo inusual en él. Ella abrió grande sus ojos color miel que lo envenenaban, lo aturdían y preguntó.
            −¡¿Tú, a mí?!

            −Sí, yo a ti. Si no te hubieras cruzado en mi camino, estaría solo y sin luz.
La sonrisa que le regaló iluminó la cocina, la casa y el jardín. Era una mujer preciosa, el único defecto que Martín detectó es que ella lo desconocía. Su afán de negociador lo había dotado de un olfato especial para percibir cuando alguien se sentía pequeño, sin ningún brillo o poco valorado y este era uno de esos casos. Él mismo había pasado años atrás por algo similar.

            −Hablemos en serio. –Le pidió ella con tono sincero y cariñoso–. Te doy las gracias Martín por haberme traído, por lo de la ropa y por cuidarme.
            −Eso no te pasa a menudo, ¿no Yesabel?
            −No –articuló rotunda su boca. Los ojos de Martín volaron a su garganta observando como tragaba saliva con dificultad y un apenado rayo le atravesó el pecho. Yess no quería seguir hablando, en realidad no podía, pero él era implacable cuando algo le interesaba y no iba a bajar los brazos tan fácilmente.

            −¿No te cuida? –Yesabel tembló con ese tono, se derritió con su voz y se estremeció cuando percibió como las palabras cruzaban la isla acariciándole las mejillas. Cerró los ojos y se dejó llevar por esa rara demostración de afecto, interés y cercanía.

            −No.
            −¿Nunca?
            −Nunca.

            Con una máscara esculpida en granito se enderezó en el asiento, hinchó el pecho y contó hasta diez para relajar a sus instintos asesinos que esa noche estaban más rebeldes que nunca. Pasó sus dedos por el pelo desordenando aún más sus ondas y volvió a interrogarla con una estudiada imagen de sosiego. 

            −¿Qué pasó cuando llegaste?
  
            Ella levantó el rostro por el tono grave de voz y contuvo el aliento ante esa expresión indescifrable. En los escasos segundos que había bajado la vista, él parecía haber cambiado de personalidad. Martín en ese momento era alguien preparado para la lucha, frío, calculador e impredecible. Sin embargo cuando se adentró en sus ojos, las  pupilas le hablaron de compañerismo, preocupación y verdadero interés. Fue cuando de la manera más inexplicable, Yesabel se abrió como una flor ante los constantes rayos del sol con la certeza de que en él podía confiar, que la escucharía, que no la juzgaría por su condición social y que no esperaba otra cosa que sinceridad de su parte.

            A partir de ese instante ella habló como nunca mientras su protector, la escuchaba como hacía años que nadie lo hacía. Martín como si estuviera en medio de una importantísima negociación, logró mantener un prudente silencio y se felicitó por su capacidad de autodominio ya que no ansiaba otra cosa que abrazarla, cuidarla y mimarla.

            −¿Cómo era posible que con esa vida, irradiara esa energía especial, esa paz y tanto optimismo?  Ella gesticulaba y él no podía sacarle los ojos de encima. Por miedo a que su expresión lo delatara, apoyó un codo en la mesada y despreocupadamente descansó el mentón en un puño para que no advirtiera la tensión de la mandíbula. Cada vez que ella hablaba de su pareja, su lado más primitivo recogía armas y se las guardaba en el cinturón con el firme propósito de enfrentarlo y hacerle entender y por las malas, que cuidase mejor de esa hermosa mujer.

            La vida que llevaba, era la que nadie se merecía. Si bien no recibía maltrato físico, ni su madre ni su pareja habían descubierto el tesoro que escondía su personalidad, las capacidades y cualidades que poseía, ni la cantidad de afecto que almacenaba en su interior. Ella estaba sola estando acompañada. ¿Había algo más triste?

            −Entonces, ¿no te casaste? –Le preguntó tomando la copa de vino. La necesitaba.
            −No, no nos casamos, y creo que de no haber quedado embarazada, no sé si nos hubiéramos ido a vivir juntos.
            −¿Por qué, se habrían separado?
            −Por mi parte no. Yo estaba aferrada a él, lo era todo para mí…
            Martín se movió en el asiento, molesto con el cambio de tono al recordar el principio de la relación, pero se mantuvo imperturbable, protegiendo sus internos sentimientos con una maestría adquirida a lo largo de años.  

            −¿Porque lo amabas?
            El segundo que le llevó encontrar las palabras exactas, a él le pareció una eternidad. Sin darse cuenta contuvo el aliento y con los dedos aferrados a la esquina de la servilleta, esperó.
            −Yo…
            -Por favor, dime la verdad −fue su mudo ruego.

            −No tienes que contestarme −mintió sospechando que ella guardaría silencio.
            −No es que no te quiera contestar, es que en este último tiempo me lo pregunto a menudo y creo que él representaba una tabla en medio del mar −habló jugueteando con un trozo de queso pinchado en un palillo–. Creo que con las ganas que tenía de salir de mi casa, no percibí que él no me amaba, yo no le quitaba el aliento cuando lo besaba, él no temblaba cuando lo abrazaba y creí en una pareja que no existía. Creo que me fui con un espejismo.

            Intercambiaron una mirada intensa y llena de mensajes. Martín esperaba que le diera una señal, un pedido en silencio, un roce involuntario bastarían para dar riendas sueltas a sus ganas de consolarla y protegerla, y que sujetaba de una manera sublime. Por su parte Yess no se atrevía a definir lo que quería. Se creía más sola en este mundo que cualquier otro ser humano y en su mente nada le parecía más ridículo que sospechar que ese hombre que se sentaba en frente, sintiera algo de emoción por el relato. Su expresión seguía sin decirle nada, sin demostrar el mínimo sentimiento, pero cuando lo miraba a los ojos, su corazón sin control se abría y las palabras fluían sintiéndose agradablemente abrazada.

            −¿Y por qué sigues con él?

A Yesabel le temblaba la voz, cada vez que él le hablaba con ese tono grave y enronquecido experimentaba un extraño hormigueo en el centro del pecho, aumentando las pulsaciones y secándole la garganta. Tomó su copa, bebió un trago y al dejarla en la mesa dibujó círculos en la base con el dedo.

            –Por conveniencia, por un techo donde dormir, por acostumbramiento. −Eran algunas de las opciones que barajaba, cualquier cosa antes de decirle la verdad.
            −Porque creo que estoy sola.
¡Bien! –Se renegó al instante–. ¿Cualquier cosa menos la verdad?

            En medio del enojo, sus dedos temblaron rozando involuntariamente el dorso de los de Martín que seguían clavados en la esquina de la servilleta. Él se sobresaltó, una corriente eléctrica, caliente y conmovedora le recorrió el brazo hasta instalarse en las entrañas. Su corazón se derritió, se emocionó ante esa frase salida de esos labios teñidos de vino y dejó de respirar.

            Embriagadora fue la sensación que lo atrapó y de una manera inesperada para ambos, se levantó para rodear la isla con lentitud, mirándola sin siquiera pestañear. Yesabel respiraba con dificultad, él se acercaba con la peligrosa elegancia de un tigre y ella supo que si la abrazaba otra vez, si se volvían a besar, cerraría la puerta a todos sus prejuicios y se dejaría llevar al fin del mundo si se lo pidiera. Sus alarmas se dispararon pero con valentía, lo esperó. Martín se detuvo a centímetros de ella, la miró y se deleitó con el compás de sus latidos en el oído mientras la luz de la vela titilaba sobre los dos. Él luchaba internamente, por un lado estaba eufórico al sentir todas esas emociones otra vez, pero por otro, sabía que no era merecedor de una mujer así. Yesabel era lo prohibido. Por experiencia sabía que la inocencia, la belleza y el erotismo formaban un combo demasiado peligroso para su estilo de vida. Y ella los tenía todos.

            −No eres para mí  –gritó su mente ante la candente mirada.
            Yess lo atrajo con las pupilas, lo acarició a la distancia y en medio de un estático silencio le suplicó que la abrazara y que la hiciera perder la razón.
            −Dile que se vaya con su pareja ¡ahora mismo!
            −No vuelvas a decir eso. No estás sola.
El pecho de ambos se movían con rapidez, los dos temblaron ante la inflamable energía que generaron y como si se hubieran puesto de acuerdo, se rindieron a la vez.

            −Martín, yo…, no sé qué me pasa…
            −Yesabel. −¡Por Dios Martín! Tiene que salir ahora mismo de tu vida. Tú no estás preparado para estar con nadie–. Yo estaré cerca de ti −dijo olvidando al razonamiento mientras disfrutaba de la sensación de paz y bienestar que lo invadieron al soltar las riendas de las emociones.  

            La quedó mirándolo con la mente en blanco y disfrutó de las simpáticas arrugas que se le formaron en la frente demostrando desconcierto y sorpresa.

            −No puedes decir eso, si yo…, −estoy casada, era lo que iba a decir en el momento en que él estiró las manos y con determinación la abrazó. Sus corazones latieron al mismo ritmo y Yesabel quedó sin fuerzas sentada en la banqueta, mientras Martín parado en todo lo alto que era, la amoldaba a su figura. Sin decir palabra, dibujó una hilera invisible de besos, comenzó por la sien, se deslizó por la mejilla, la mandíbula y en la comisura de sus labios susurró:

            −Siempre, siempre. Pase lo que pase.

            Ella perdió el miedo y catando esa promesa abrasadora, levantó la cabeza invitándolo. El ambiente giró, el calor los envolvía y las paredes de la cocina se estrujaron comprimiéndolos en una baldosa del suelo. Martín, escuchando su agonizante voz interior que intentaba hacerlo entrar en razón, decidió que algo tenía que hacer con la amenaza que representaba esa mujer sino quería verse, perdido, acabado y rendido. La llama que esos ojos miel habían encendido, sino la detenía a tiempo, sería imposible de apagar incinerando años y años de esforzado trabajo en su personalidad. Lo tenía más claro que el agua.

            −Solo un beso y la llevo a la última habitación de huéspedes de la casa. Cuánto más lejos, mejor.
   
            Sus manos posesivas se instalaron en la espalda rígida y tensa de Yess que expresaba miedo y dibujando círculos imaginarios en su piel, logró que se aflojara y que comenzara a olvidar cualquier pensamiento preocupante. Los labios se unieron y el mundo desapareció.

            Con algo de recelo los brazos de ella se estrecharon en su nuca, los dedos se enredaron en las ondas castañas y abrió los muslos para recibir a un derrotado Martín. Fue en el instante que de su indiscreta garganta salió un rudo gemido de rendición y resignado a que era imposible cortar con la magia que los unía, dejó de batallar. Apretó los ojos, se acopló a ella entre sus piernas y hundió el beso hasta lo más profundo, marcando deliberadamente su territorio. Apartó un segundo los labios, resopló una acalorada bocanada de aire y la razón cayó de rodillas ante la tentación. Todo su cerebro cesó de funcionar, su conciencia giró ciento ochenta grados para dejar de nadar contra la corriente y comenzar a flotar. Era inútil continuar, dejarse arrastrar por el río vertiginoso con las manos cruzadas en la nuca era infinitamente más agradable.

            Su boca con vida propia descendió por el cuello, le encontró el pulso martillando contra su piel y las migajas de autocontrol se hicieron trizas. Su guerrero volvió a salir, se humedeció el labio inferior y enderezando la espalda, le sonrió. La partida estaba perdida y la tentación festejaba el triunfo con el puño en alto, reclamándola con un gesto puramente masculino. Volvió a estrecharla contra su pecho mientras sopesaba las consecuencias que esa noche acarrearían.
   
            −Yesabel, esto no puede ser solo mío. ¿Sientes lo mismo que yo?
            −Creo que sí…
            −¿Estás segura…?

Él no entendía por qué lo preguntaba, en realidad si ella decía que no, no sabía cómo iba a dejar de abrazarla y de besarla, pero era necesario contar con su consentimiento.

            Yesabel estaba a punto de articular un desesperado “sí” cuando una alarma interior le hizo recordar su duda más grande y decidió que era el momento justo para dilucidarla.

            −Martín, yo sólo quiero saber una cosa de ti.

            Él se puso a la defensiva, tenía muy claro que al paso que llevaban, tendría que contarle detalles de su vida de los que no se sentía orgulloso, pero no quería que fuera justo en ese punto sin retorno que estaban por atravesar. Tomó aire y con la valentía corriendo en su sangre decidió enfrentar cualquier cosa que ella quisiera saber.

            −¿Qué necesitas saber? –preguntó apoyando la frente húmeda en la de ella.
            −Yo tengo una duda −separó apenas la cabeza y lo que vio, lo dejó sin aliento. Estaba con las mejillas encendidas, los labios rojo pasión y la mirada más cristalina que nunca hubiera contemplado. Deseando que nada empañara el glorioso momento que estaban por vivir, asintió para que continuara.

            −¿Estás casado, tienes novia o alguien importante en tu vida?
            Se hizo un silencio sepulcral, se miraron con total sinceridad y el tiempo se detuvo. 

La parte estratégica del empresario que contestaba con reservas la mayoría de las veces, se alegró que sólo fuera esa sencilla pregunta que podía solucionar con un simple “no” ya que lo demás, ya lo hablarían si la relación se afianzaba. Si toda esta locura que lo dominaba no se aplacaba, tendría una profunda charla cuando ella estuviera más confiada, cuando se sintiera tan esencial como para ignorar el peso estar con un libertino, o quizá, con un ex libertino. Pero su parte racional y honesta, decidió que era momento de contarle toda la verdad, si ella se entregaba, debía ser con total conocimiento del pasado y el presente.  

            −Ella se lo merece –susurró la razón abatida.
            Yesabel advirtió la lucha interior y todas sus energías se concentraron en tratar de captar alguna señal que le informara si estaba siendo honesto. El rostro varonil que tenía enfrente se tensó y ella supo que lo iba a decir le resultaba difícil, así que se preparó para lo peor.

            −No –fue rotundo–. No hay nadie capaz de hacerme sentir algo parecido a esto.
−¡No estás siendo totalmente sincero! –La culpa, a gritos y con el dedo índice estirado lo acusó y él no quiso seguir soportando esas oxidadas recriminaciones.

            –Por favor, no hablemos más ahora. Dame tiempo a que me conozcas, es importante que primero confíes en mí.
            −No me mientes. Lo leo en tus ojos −fue la muda respuesta de ella.
            En ese momento otro relámpago los iluminó y pestañeando volvieron a la realidad.

            −Martín, no me preguntes cómo, pero sé que me dices la verdad.
            El hormigueo que le produjo esas palabras en el pecho hablaba de alegría, de emoción y alivio. La confirmación de que nada empañaría la noche, lo llenó de una amorosa adrenalina que creía perdida para siempre.

            −No te miento Yess. –El diminutivo de su nombre pareció jugar en los labios cautivándola por completo mientras contemplaba como los ojos de Martín se llenaban de ternura y diversión.

            −Sé que es así, y no sabes cuánto me gusta. –Las palabras salieron en el instante que desviaba su frente en el hombro robusto y musculoso que le brindaba una sublime protección. Pero Martín no se alegró, de hecho se sintió mucho peor, ella confiaba en él.

            Luego de una interminable pausa y recurriendo a la valentía, decidió que si no callaba su tan molesta conciencia, que llevaba años sin fastidiarlo, no podría disfrutar a pleno de ese momento. Así fue que hinchó el pecho, cerró los ojos y se lanzó al precipicio sin paracaídas.

            −Tendríamos que hablar un poco más. Mi vida no es muy fácil de explicar, aunque no estoy en pareja, hay cosas que no te gustaran…

            Ella se apartó un poco, levantó la cabeza y volvió a investigar el azul profundo de sus ojos. Él se abrió mentalmente ante ella para que leyera a su antojo lo que quisiera. Contuvo el aire y rogó para que Yesabel decidiera posponer la conversación que podría peligrar la armonía, pero si así no era, usaría toda la paciencia y sinceridad para tener un buen comienzo. Por ella, lo haría. Yess, consiente de la tensión de sus músculos, al fin decidió preguntar:

            −¿Es algo de lo que quieres hablar ahora?
            Ese gesto lo conmovió, aún casi sin conocerlo, pensaba en él antes de que sus propios intereses, decididamente Yesabel era una persona que se merecía cariño, respeto y sinceridad.

            −En realidad no. Sé que lo vamos a hablar pero esta noche no quisiera hacerlo.
            −Entonces no te preocupes. Me lo cuentas a su debido tiempo. Yo tampoco quiero pensar ahora en mis cosas, en realidad, quiero dejar de pensar.
            −Yess, no sabes lo que me alegro de haberte llevado por delante…

Sus labios se apoderaron de los de ella y envueltos en un torbellino de emociones se saborearon dándose la oportunidad para pasar una noche clandestina y al margen del mundo.

            −Dolce si vas a pararme, que sea ahora, Dios sabe que después no vas a poder −habló Martin apretando con fuerza su erección contra ella−. ¿Quieres que continuemos?

            −Yo… −Ella intentó contestar a la vez que peregrinaba por su ombligo el electrizante dolor que le produjo ese movimiento–. No podría detenerte por más que quisiera. Siento necesidad de estar contigo.

            La rodeó con fuerza, le buscó la mirada y lo que leyó en sus ojos le llegó al alma. Yess era suya, completamente suya. Le sonrió como sólo ella lo sabía hacer y Martín le cerró la puerta mental al pasado, al miedo de enamorarse y a su vida entera para permitirse un delicioso momento. En silencio la tomó de la muñeca y resistiendo el impulso de recostarla en el sillón y besarle cada centímetro de piel en el salón, subieron las escaleras.

            Yesabel se sentía un poco mal mientras los peldaños se acababan, estaba a punto de serle infiel por primera vez a Miguel y con un hombre al que apenas conocía, eso era algo imperdonable para su manera de ser. Pero recordó que había planeado dejarse guiar por sentimientos y “algo” en el pecho le decía que Martín no le haría daño, que la comprendería y la cuidaría como nadie. ¿Podría confiar en esa sensación? ¿No era inmoral lo que sentía por él? Continuando con el ascenso, se negó a razonarlo.

            Pasaron por tres puertas antes de detenerse en una, él la miró por un instante y casi pudo palpar la indecisión. No la iba a presionar, no iba a interferir en su voluntad, así fue que con temor, la soltó. Tragó saliva con dificultad y abrió la puerta. Ella contempló por un instante la habitación que había recorrido en silencio, a escondidas y se acordó del escalofrío que la atravesó cuando rozó el cubrecama de seda.

            Martín la dejó tomarse su tiempo e intentó leer alguna señal, un gesto que le permitiera percibir cuáles eran sus conclusiones, pero no lo logró. En el fondo sabía que si ella retrocedía, en realidad le haría un favor ya que se jugaría el brazo derecho a que esta noche iba a marcar un antes y un después en su vida. Al comprobar que ella ocultaba muy bien sus emociones, giró la cabeza posando sus ojos en la cama por donde habían desfilado gran cantidad de mujeres y por primera vez la notó sucia. Arrepintiéndose de haberla llevado ahí, intentó retroceder, sus pies estaban a punto de moverse cuando Yess avanzó con seguridad, como si acabara de tomar una importantísima decisión. Martín la observó por un momento con la sorpresa de ser él, esta vez el indeciso. Se deleitó con la visión de ella llegando a la cabecera de la cama con su barbilla en alto y la espalda recta.  

            −La confianza en sí misma está escondida, pero muy viva.


Yess se detuvo como si estuviera sola y con un movimiento casi erótico, acomodó su largo cabello hacia atrás. Martín se encontró clavado en el suelo, con las manos temblorosas apretando su cintura y la respiración contenida. Ella ensimismada en el poder hipnótico que flotaba en el dormitorio, acarició el dosel de la cama y él, no tuvo más dudas, después de tantos años, esa sería la noche en la que volvería a hacer el amor. 

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