viernes, 28 de noviembre de 2014

Capítulo 2

  



Nos miramos casi sin aliento y descubrí que algo no andaba bien, en sus pupilas había miedo más que nervios, la tomé de las manos, tragué saliva y le hablé con suma tranquilidad.
−Él…, él no sabe que estoy aquí ¿verdad?

Sus ojos me contestaron y con gesto de preocupación, cerré los párpados y apoyé la cabeza en el respaldo de la cama. Tenía más ganas de tomarla del cuello que de las manos, por eso decidí soltarla.

−No te preocupes, en cuanto llegue hablo con él y verás que no se enoja…
−¿Estás segura?
−¡No lo sé! −Contestó frotándose la frente−. ¡Qué rabia! Se pasa meses fuera y justo hoy tiene que aparecer, ¡y de sorpresa! Pero tranquila, él es buena gente y no creo que tenga problemas.

−¿Y si los tiene?
−Te llevo a un hotel, ¡y listo!
−Ni lo sueñes, me tomo el avión y me vuelvo a Buenos Aires.
−¡No! Tú hasta el jueves de aquí no te mueves. Igual −dijo mirando hacia la ventana−, nos estamos adelantando y no pasa nada, a lo mejor pasa un día y se va. Ya veremos. Con este hombre nunca se sabe.

Caminó hasta la puerta y como siempre bromeó.
      −Si no vuelvo, ¡te dejo mi ropa de herencia!
      −¡Si no tenemos el mismo talle, boba!
Forzamos una sonrisa y cuando la puerta se cerró quedé intrigada en las palabras de Paulina “igual se queda un día y se va”

−¿Qué clase de trabajo tendría este hombre? Bueno, −pensé de camino al baño− después de todo, a mí qué me importa, además, por el nerviosismo de ella seguro que es un ser osco, algo mayor y amargado. No lo podía imaginar de otra forma con semejante casa y solo.

Mientras se desarrollaba lo inevitable, me duché. Pau tenía razón, en el baño tenía todo lo que podía necesitar y más, desde peine hasta mascarillas para la cara. Era mejor que un hotel de cinco estrellas.

Tardé un poco más de lo acostumbrado, no lograba renunciar al placer del agua tibia por la espalda. Cerré el grifo, sequé el pelo con una toalla y poniéndome una bata blanca y suave, me acosté otra vez.

¡Qué me colgaran si iba a salir de esa habitación! ¿Para qué? Para cruzarme con un solterón hosco e inexpresivo, no gracias.
Al apagar el cigarrillo unos bocinazos me sobresaltaron y los perros comenzaron a ladrar con insistencia. Él había llegado.

El tiempo pasaba y frustrada apagué la televisión, entonces caminé intranquila por la habitación y cuando iba a pegar la oreja a la puerta, Pau entró. Además de su cara preocupada, advertí que llevaba puesto el mismo uniforme que las mucamas, se me ocurrieron varios chistes que hacerle, pero no era momento. Ninguna de las dos estaba para risas.

        −¿Y? −Cuestioné antes de que cerrara la puerta−. ¿Se lo has dicho?

       −Sí −y se sentó en la cama contrariada−, al principio ha puesto cara de enojado, es que está cansado de tantas horas de vuelo, además no tenía previsto venir, fue por sorpresa. No se encuentra de muy buen humor, pero cuando le dije: “no se preocupe que la llevo a un hotel” lo pensó unos momentos y accedió, “está bien, pero intenta que no me incomode que vengo a descansar.” Después me pidió que sea la última vez, que la próxima aunque este en Tokio le avise.

      −Bueno −respiramos profundo−, parece que después de todo es buena gente, otro nos hubiera echado a las dos a la calle.
      −Sí, lo que pasa es que no tenía previsto este cambio a última hora y tener desconocidos en su casa sin que se le avise, no le gusta a nadie ¿no?

La miré por unos instantes y advertí un leve temblor en sus labios. La comprendí. Estar en semejante aprieto, enfrentarse a un hombre solitario que igual no tiene muy fresco el sentimiento de amistad, le habría resultado difícil.

        −¿Estás segura que quieres que me quede?
       −Sí, no te preocupes, no pasa nada. Es más, lo más factible es que ni siquiera lo veas, en semejante casa, en cinco días igual ni te lo cruces. Lo único malo es que no creo que tengamos mucho tiempo para estar juntas, pero ya nos vamos a arreglar y saldremos a recorrer la ciudad, ya verás.

        −¡Paulina! −Gritaron por el pasillo.
        −¡Ya voy! −Se puso de pie y estiró la falda del uniforme con resignación.
Me sentí responsable y como no sabia cómo animarla, al llegar a la puerta, bromeé.

    −Pau, por lo menos ¿es atractivo? −Pregunté sugestiva esperando una cara de “¡No! ¡Es horrible!” Pero, para despertar un poco de curiosidad, ella se quedó pensativa unos segundos. La mirada era inquisitiva, como si hubiera preguntado una obviedad, pero un timbre interno nos sobresaltó y pestañeando contestó:

     −Puede que te guste. −Y se marchó. 

      −Pau no cambia más ese sentido del humor. −Pensé sonriendo.
Acomodé la cabeza en la almohada, el walkman en los oídos y Aerosmith comenzó a sonar, en esa posición cómoda y fresca al fin me dormí.

El televisor quedó encendido, el cassette había terminado y el frío del aire acondicionado me despertó. Tratando de recordar dónde estaba, miré para todos lados hasta que di con un reloj en la mesa de luz que marcaba las 2:27. Me tapé con la sábana, di un par de vueltas tratando de seguir durmiendo y como no lo logré, decidí salir de la cama. Fui al baño, me lavé la cara y luché un poco con mi pelo castaño ensortijado, que  pasaba bastante de los hombros. Miré unos instantes las sombras tenues que aparecieron debajo de los ojos rasgados color café que, pesar de mis veintinueve años todavía se podía decir que resultaban atractivos, y me encogí de hombros.
        −Total, no he venido a buscar novio.

Cepillé la melena hacia un costado caminando hacia el armario y cambiándome la bata por ropa interior y una camiseta larga hasta los muslos, advertí una ausencia total de sueño.

Deliberé un poco, quería acostarme pero el estómago anunciaba a toda voz que no había cenado. Después de mucho titubear, abrí despacio la puerta y asegurándome que no se oía ni un solo ruido, respiré profundo y me aventuré hasta la cocina. Todo se encontraba desierto y en penumbras.

Confiada en la soledad fui hasta la heladera, abrí la puerta izquierda y saqué una botella de refresco. Lo más apetecible que encontré entre la gran cantidad de yogures, quesos y botes que estaban en inglés, fue una tentadora caja de bombones. Como buena golosa que soy, tomé dos y con la ayuda de la luz de la heladera busqué un vaso, me senté en la barra que había justo enfrente de las puertas y comencé a beber.

En soledad, pensé en los chicos, en las palabras de Leo y en la fea sensación que me dio la despedida. ¿Sería una premonición? ¿O la inseguridad que experimentaba al dejarlo solo en Buenos Aires? 

El vaso estaba por la mitad, y mi boca decidida a darle el primer mordisco al bombón, cuando advertí que una de las puertas vaivén se abría. Comencé a temblar, la silueta de una persona se acercaba sigilosa hasta mí. Una  alarma interna se disparó y por instinto, solo quise llegar lo más rápido posible a mi cuarto.

Salté de la banqueta y caminé tres pasos en dirección contraria, pero las cosas empeoraron, las luces se encendieron.
Hubiera deseado que la tierra me tragase literalmente.

Mi corazón se aceleró, mis dientes mordieron con mucha fuerza los labios y como si logrará algo, apreté los párpados. 
Todavía sonrío cuando recuerdo que tuve el infantil pensamiento que si cerraba los ojos, continuaba a oscuras.

Estoy segura que todo pasó en segundos, pero para mí, representaron una eternidad. Con una incomodidad insoportable, controlé con valentía los nervios, erguí los hombros, contuve la respiración y, pensando que sólo sería un hombre maduro y arrogante al que iba a tener que pedirle disculpas, acomodé los pies para girar el cuerpo.

−Te olvidas tu vaso..., y mis bombones.
Las palabras profundizaron en mi médula, fue lo más parecido a una caricia invisible, a un rayo de sol calentando mis mejillas.

Una extraña oleada de emociones despertó esa voz un tanto familiar y que nada tenía del tono autoritario y altivo que  imaginaba. Mi cabeza comenzó a girar y con ese huracán que me envolvía, giré, pasé las yemas de los dedos por la frente y a través de ellos, alcancé a verlo. Mi pecho se sacudió, una extraña punzada atravesó la boca del estómago y mi mente se espesó.

Por instinto lo negué. No podía estar con él.
El planeta dejó de girar, el silencio fue ensordecedor y mis sentidos se bloquearon. 

Sin darme cuenta, me tapé la boca. Mi inconsciente sabría que iba a gritar al clavarle la mirada en esos ojos marrones y profundos, que pertenecían al cantante más famoso de Latinoamérica. Ricky Martin. 

Me encontraba frente de una de las personas que más admiro en este mundo y en apenas tres segundos su vertiginosa carrera artística  pasó por mi cabeza. Él llevaba años sobre el escenario, con el paso del tiempo había perfeccionado su voz aterciopelada, el baile sensual y su carisma con el que derretía a millones de mujeres alrededor del mundo. Mi mente no lograba tomar conciencia de que el mismo artista que escuchaba por la radio, que veía en la televisión y me hipnotizaba en las fotos de las revistas, estaba de ahí.

Siendo casi las tres de la mañana, con el pelo revuelto y expresión adormilada, su vista bailaba desde mi cara a los bombones. Se apoyó en la mesada, cruzó los brazos en el pecho y mostrando una actitud comprensiva, supuse que, como si se tratara del rodaje de una película, esta escena la habría protagonizado un millón de veces. Había ladeado la cabeza, se mordió el labio inferior y con los dedos intentó poner orden su flequillo que apuntando al cielo, adornaba su cabellera rubia oscura y corta.
Con rapidez sequé una lágrima traicionera, exhalé el aire retenido y traté de tranquilizarme.

     −Hola. −Volvió a hablar. Esperó un momento y con un gesto de paciencia, como si el dialogo se lo supiera de memoria, desistió a que lo saludara. −Tú debes ser la amiga de Paulina ¿verdad?
Controlándome de una vez por todas, alcancé a asentir con la cabeza. Su vista volvió a la isla y aproveché, en vano, de acomodarme el pelo. Toqué otra vez mi frente, ahora húmeda, hasta que me estremecí con su voz. 

        −¡Qué cara! ¡Parece que has visto un fantasma!
       −Y…, más o menos. −Mis pies estaban clavados en el suelo y las rodillas traicioneras a punto de flaquear.  
      −¡Ah! ¿Hablas? −Bromeó y sus dientes inmaculados vieron la luz en una amplia sonrisa.
       −Sí.

    Fue el único monosílabo que pude decir ya que se acercó mirándome con intensidad. Estoy segura que advirtió cómo temblaba, porque apoyó con suavidad las manos en mis hombros y los deslizó, tomándose todo el tiempo del mundo hasta los codos. Ese primer contacto fue electrizante, una ola de sensaciones me recorrió desde la planta del pie hasta la cabeza, de una manera casi violenta.

     Me sorprendí siendo presa de la increíble intensidad que posee su mirada, hasta que advertí seriedad. Por un fugaz instante tuve la impresión de ver en él, la misma sorpresa que experimentaba yo. Pero lo negué, de inmediato. 

        Con ternura volvió a repetir el suave movimiento. Otra vez sus manos pasearon por mis brazos desnudos hasta que los ojos de pronto le cambiaron, volviendo a ser los mismos de un segundo atrás.

        Me estremecí. El suave tacto me había transportado a otro mundo.

       Cuando creí que las piernas no lograrían sostenerme más, dio un paso más y nos fundimos en un tierno abrazo. Casi me derrito, su pecho estaba en contacto con el mío y el calor atravesaba la remera concentrándose en mi piel. Los músculos de sus brazos se tensaron y consiguiendo un efecto contrario, en vez de  calmarme, lloré de emoción.

       Apoyó un segundo la mejilla en mi cabeza, nos balanceó dos o tres veces y con sus brazos aún cerrados, alejó un poco el torso para mirarme.
         −¡Oh! no quería ponerte peor. Ven, ven aquí.

       Llevándome de la muñeca, me senté en mi sitio original mientras él, como todo un caballero, tomaba una caja de pañuelo descartable de la mesada y me la alcanzaba. Advertí que aún me temblaban las manos y me ruboricé por no poder controlarlo. Él por su parte se quedó de pie a mi lado, recostado en su codo que descansaba al lado del vaso, hasta que con mucha ternura, preguntó mi nombre.

           −Patricia.
           −Bueno ¿creo que ya estas mejor, no?
           −Sí, fue el shock.

          −Ya me habían dicho cosas parecidas. −Comentó con una sonrisa incomoda. Fue hasta la heladera y sacó una bebida−.  ¿No estabas preparada para encontrarte conmigo?
         −¡No! –Exclamé  con naturalidad−. ¿Cómo iba a estar preparada? Vine a comer algo y…

     −Sí pero vivo en esta casa ¿no? −Me interrumpió con la botella en la mano y al verme la expresión dejó de servir− ¿O no lo sabias?
No le tuve que contestar, sonrió de esa manera que sólo él lo sabe hacer, dejó la gaseosa en la mesada y frunció el ceño de manera simpática. 

      −¿No me digas que no estabas enterada que era mi casa? −Su tono rebalsaba incredulidad.
       −No. −Y para más incomodidad, hablé con un tono más agudo de lo normal−. No sabía que Pau trabajaba para ti.

      Al decir esas palabras recordé que nunca le había preguntado para quién cocinaba, ni le había contado de mi reciente admiración. En las cartas no me había ocurrido y cuando hablábamos por teléfono, lo hacíamos de nuestras cosas, de los problemas y de los chicos, pero no tenía curiosidad de saber en la casa de “quién” vivía.

     El mutismo reinó entre nosotros, sus ojos estaban tan abiertos que me dejaban ver lo marrones, profundos y sorprendidos que estaban. Creí leer algo en ellos pero pestañeó, recorrió la cocina distraído y volvió.

Me sentí un tanto incomoda, parecía muy tonta diciendo que no estaba enterada de quién era el dueño de casa, pero era la verdad. Por más sorprendente que pareciera, me di cuenta luego de una inquisitiva mirada, el momento justo en el que me creyó.
     Es verdad, retumbó en mi cabeza y él, sonrió con ternura y asintió.

El silencio se prolongó hasta que volví a la realidad y recordando las palabras de Pau, bajé un pie del asiento. “No lo molestes, viene a descansar.” De muy mala gana decidí despedirme.

      −Bueno, yo me voy..., a mi…, bueno, a tu..., al cuarto que estoy ocupando. −Traté de decir con mucha torpeza.
 Dejó su vaso y ambos reímos.
   −Ya sé, estoy actuando como una tonta. –Pensé con resignación.
     −¿Tienes sueño? –Preguntó apoyando sus puños en la mesada.

      −No. −Hablé de inmediato ante su penetrante mirada−. Bueno sí −traté de retractarme−, un poc… −él ladeó la cabeza y entornó los ojos− no, la verdad es que no.
         −¿Y por qué te quieres ir entonces?

Sin esperar respuesta, se giró hacia la alacena y sacó una caja de galletitas de limón. Traté de hablar pero, mirando su  musculosa espalda, la mente se me empañó.

     −Es que Pau…, −me acaloré cuando al darse vuelta me encontró viéndole el trasero− es que Pau –volví contrariada−, me dijo que no te incomodara, que vienes a descansar.
       −Y dime una cosa, ¿siempre eres obediente?

     El tiempo quedó suspendido, la ronquera de su voz me hipnotizó y de una manera inexplicable me excité.
        −Era una broma. –Aclaró mirándome los labios–. La verdad es que a mí me agradaría un poco de compañía, de tu compañía, si quieres, claro.-Imposible negarme. 
            -Yo también estoy desvelado. –Continuó sin esperar respuesta como si estuviera acostumbrado a que siempre se cumpliera su voluntad−A veces creo que estos vuelos me van a volver loco.

        −¿Por qué?
      −Por los cambios de horarios, a veces me lleva días conciliar el sueño.
        −Pero viajar te gusta ¿no?
     Y de pronto la tensión por arte de magia se evaporó y sintiéndome una amiga más que una admiradora, me relajé para sumergirnos en una fluida conversación.

     −Sí, definitivamente es lo más gratificante de mi trabajo, conocer culturas, costumbres y saber que en los rincones más pequeños del mundo se ha escuchado alguna vez tu voz, es impresionante. Nunca te acostumbras a eso.

       −Me imagino −comenté jugando con un mechón de mi pelo, una vieja costumbre que aparecía cuando estaba relajada−, pero también creo que viajar por placer es una cosa y hacerlo por obligación es otra ¿no?

        −Sí, totalmente −y se interrumpió para morder una galleta y su boca captó toda mi atención. Masticaba con demasiada suavidad, saboreando, hipnotizándome−, de normal lo disfruto mucho, pero es que hay momentos que son un verdadero fastidio.
         −¿Cómo cuál?-Pregunté curiosa.   

        −Te voy a dar un ejemplo, estas en el avión, largas horas te esperan, te sentaste torcido y ahí te agarró el sueño −dijo con un gesto de estar acurrucado de manera muy graciosa−, y así quedaste dormido, entonces te despiertas con un dolor de cuello o de espalda insoportable −ambos reímos y continúo− ¡y eso no es nada! te tienes que bajar y firmar autógrafos, con tu mejor sonrisa, responder a todas las preguntas y que más de una admiradora se te cuelgue de tu cuello y tú, con unas ganas terrible de decir: ¡por favor que me duele todo!

       Apenas logró terminar las frases ya que las risas ya eran carcajadas.

    −Pero bueno, es el precio que hay que pagar. A todo te acostumbras.
     −¡Qué bárbaro! −Dije secándome una lágrima−. Yo como todo el mundo que te ve de afuera, o por la tele, me olvido que eres una persona como todas, que te duele la cabeza, o que tienes fiebre, o que vas al baño…

      Y el sonido musical de su carcajada me enamoró un poco más. 
     −Sí, ya sé que es así, cuando tienes una vida tan pública la gente se olvida que no eres un marciano −y ambos reímos–, y que vas al baño, te duele la cabeza, o lo que sufre una persona normal.

      −Lo que pasa, es que uno te ve tan sonriente y tan feliz que piensa: ¿qué problemas puede tener este hombre?
      −Y es todo lo contrario. −Habló serio−. Problemas tenemos todos, y yo no soy la excepción a la regla. Soy solo un hombre.

       Acarició el borde del vaso con el índice y su mirada vagó curiosa por mi cara. Nuestros ojos se encontraron. El pecho me tembló y una sensación de cercanía, de saber con exactitud de qué hablaba, se apoderó de mí, pero la rechacé al instante.

        Pestañeé y traté de seguir hablando.
        −Cuéntame uno.
       −Me lo dices como si me pidieras que te cante una canción.
        Seguía tocando el vaso y con la mirada seria. 
        -Dios, si no me muero hoy, no me muero más. 
      −Sí, quiero que me cuentes un problema tuyo -hablé como pude-, y después que me cantes, si quieres claro. −Meneó la cabeza, terminó el poco refresco que le quedaba en el vaso y comenzó. 

     −Bueno aunque no lo creas, lo que más me cuesta es relacionarme, hacer amigos, ¡es terrible para mí! Porque nunca estoy seguro por qué se me acerca alguien, si por mi persona o por mi vida de artista, por eso mis amigos son contados con los dedos de una mano.

      No dejaba de mirarlo, con sus veintinueve años muy bien llevados, era más lindo que en las fotos de las revistas, con su rostro que era una mezcla perfecta de hombre experimentado y niño travieso, fusionado a su físico trabajado, justificaba la histeria que despertaba en millones personas en todo el mundo.
      −¿Y con las mujeres?

  Apenas terminé la frase, ya estaba enojada conmigo misma, ¿por qué había preguntado eso? 
      Suspiró y desviando la vista hacia la nada y se sinceró:

   −Con las mujeres es otro problema, cuando estoy en una relación pocas veces estoy seguro del todo, no sé si están conmigo o con mi personaje, y a veces es muy frustrante −su expresión volvió a ser indescifrable cuando terminó−. Muchas veces desearía ser un perfecto desconocido y conquistar de verdad, trabajarlo ¿sabes? 

      Asentí pensando que me dejaría conquistar y de muy buena gana. Respiré profundo enojada por esos pensamientos inoportunos y controlándome y volví a nuestra conversación.

      −Te escucho y pienso en tus palabras, “me gustaría ser un perfecto desconocido” y cualquiera daría lo que fuera por estar en tu lugar.

     −¡Y lo sé! Cada día, y no te miento, cada día –enfatizó serio−, agradezco a la vida ser artista. Pero a veces…, sólo a veces quisiera ser anónimo. Por eso salgo mucho a caminar, voy al cine, trato de ser uno más.

       −Pero el escenario debe compensar todo esto ¿no?
     −¡Sí, sí con toda seguridad! La adrenalina que siento al salir a cantarles a diez mil, cincuenta mil, o cien mil personas es algo que no se puede explicar.
     −Debe ser hermoso.

     −La música es mi vida −dijo con la voz cargada de amor y verdadero compromiso−, hago bailar, cantar y emocionar a millones de personas en el mundo con algo que he creado. Somos pocos los que disfrutamos de semejante privilegio. En lo laboral, me considero terriblemente afortunado.
      Se hizo un pequeño silencio. Otra vez nos miramos.

      Mi piel sin motivo aparente se erizó y sus labios se curvaron.

−¿Lo había advertido? −Pensé incrédula−. ¡Espero que no!
El calor invadió mis mejillas y desvié la vista.
       −¿Me fuiste a ver alguna vez?
       −No −contesté agradecida de tener otra cosa en qué pensar.

       −A ver, rebobinemos y me pongo serio ¿te gusta mi música?
        −Sí. −Dije algo tentada.
         −¿Y me fuiste a ver alguna vez?
         −No. −volví a contestar y ambos reímos.
         −¿Y por qué?

       −Bueno, se puede decir que mi admiración por ti es reciente, el año pasado empecé a ver por casualidad un especial de Fox de tu vida y como terminaba muy tarde, lo grabé. Durante días lo vi y ahí no sólo escuché más temas tuyos sino que también descubrí tu lado más humano.

         −¿Humano?
       −Sí. −Y fue en el momento que volví a ese especial, a sus frases, a las imágenes que había visto infinidad de veces y con las que me había conquistado.

        −Cuéntame…
 Apoyó el mentón en el puño mientras su voz sonaba ronca y penetrante.

−Ahí contabas cómo habías empezado…
      −Con solo doce años.
      −Sí, eras un niño con mucha simpatía, con una sonrisa única y un sueño grande por cumplir. En el programa se hablaba mucho del esfuerzo que hiciste por crecer como artista, del amor que te tuvo siempre el público y por último, de los viajes que hiciste con tu equipo.

        −A los que considero casi una familia.
       −Sí, eso lo dices también –y el silencio volvió, lo observé a los ojos y leí una verdad absoluta−, y te vi, tan…, sencillo, cordial y espontáneo que me cautivaste más que con tus canciones. Pero a partir de ese programa, empecé a seguirte.
       −¿Y a quién escuchabas antes?

     −A todo el mundo, no tenía preferencias muy marcadas, desde folklore, hasta música clásica, pasando por pop, rock, o tango si te descuidas.
         -Como yo. 
         Me quedé sin aliento ante su proximidad. 

      −¿Y después del especial?
     −Bueno, después me preocupé por enterarme de tus nuevas canciones y tu última balada me encantó.
    −¿O sea que te conquisté? −Preguntó con la voz más profunda que había oído nunca.

      −Sí −y otra vez el calor en mis mejillas volvió–, ahí me conquistaste. Desde entonces cada video, cada  tema tuyo que sale, ahí estoy yo.
     Lo vi tan atento a mis palabras que hasta resultaba  incomodante.

        −¿Y todos mis trabajos te gustaron?
       −Digamos que cuando no me canso de verlos, sí.
        −A ver, aclárame eso por favor.
     −Es que cada vez que pongo la tele y a cualquier hora, ahí está tu nuevo video −hablé poniendo los ojos en blanco–, y eso termina por cansar un poco.

      −Sí, a veces pasa, tanto en la radio como en los canales de música son muy reiterativos.
       −Y no lo entiendo. A la gente le gusta lo nuevo pero lo viejo también. La música tiene ese mágico poder de trasportarte a un lugar o a una persona en concreto. Puedes volar a cualquier lado sólo con escuchar un tema y eso gusta mucho también. Yo por lo menos, trato de oír radios que varíen bastante.

      −Y dime una cosa, ¿qué te pareció mi último video?
       −No sé si soy la más indicada para darte mi parecer…
       −Te aseguro que sí.
     −No, y sabes por qué. Me pasó algo bastante especial la primera vez que lo vi, pero bueno, dejémoslo ahí. 

        El aire se espesó, me sentí desnuda ante su mirada pero con un imperceptible cabeceo, transmitió sin problemas, que respetaría mi voluntad.
       −Esta bien -y se acarició el mentón.- Dime otra cosa entonces, ¿Vuelas a menudo?

        Y por un instante, solo por un instante, deseé correr hasta la habitación y cerrar la puerta con llave. El embrujo de sus ojos, acompañado de ese penetrante tono de voz, hacia cosquillear mi pecho al grado de no tener ni idea cómo contestar preguntas tan básicas como mi propio nombre.

      Me sentía descolocada y bastante torpe, pero con un esfuerzo sobrehumano ordené los pensamientos. 

        −La verdad es que sí. Sueño mucho despierta, tengo mi “nube” ¿sabes? y cuando la realidad me agobia, me enoja o entristece, ahí es a donde voy. −Contesté pensando que ni a Leandro le había hablado con tanta claridad de mi refugio.
Otra pausa y nuestras miradas se encontraron mostrándome un fuerte interés, como si estuviera deseando que le contara más, mucho más.

         −No puede ser –lo negué al instante–, estoy con alguien demasiado importante. Él está acostumbrado a ser el centro de atracción, el motivo de suspiros y algún que otro desmayo, no creo que le interese una ama de casa con una vida anónima y normal.

       Miré hacia otro lado incapaz de enfrentarme a esa seriedad ni por un instante más. Sus emociones eran demasiado fácil de leer, y no sabía cómo reaccionar ante esa inesperada familiaridad.  

          −Rebobinemos otra vez. −Rompió el silencio levantando el tono−. ¿Qué fue eso tan especial que te pasó con mi video?
      −Creí que no me preguntarías. –Hablé antes de pensarlo bien, él sonrió, con lentitud, con alevosía, humedeciendo su labio con la punta de la lengua y después de observar el suelo por unos segundos contestó.

        −Te juro que lo intenté.
       Y reímos, como viejos compañeros de insomnio, derribando cualquier rastro de tensión. 
       −¿De verdad quieres saberlo?
     −Por favor. −Juntó la palma de las manos frente a su boca mientras me dedicaba una chispeante mirada.

        −Bueno, no me va a resultar fácil, pero te lo voy a contar. En el año noventa y cinco, hacía poco que me había casado y una noche soñé contigo −había sacado otra galleta de limón y mis ojos no podían desviarse de sus labios, ¡qué enojada estaba conmigo misma!−…estábamos en un descapotable rojo, tu ibas manejando y a mí me costaba dejar de mirarte. No hablábamos, estabas concentrado en el volante pero yo te sentía –le narré tocándome el pecho y cerrando los ojos al recordarlo−, sentía realmente que estábamos enamorados. El amor que había entre nosotros casi se podía tocar, era como si estuviéramos fusionados, como si fuéramos uno solo.

       En ese momento abrí los ojos y reaccioné que se lo estaba contando a él, y me avergoncé de mostrar lo que despertaba en mí pero era tarde, ya lo había revelado.
      −¡Ay! Perdón.

      Esa frese salió sola ya que el marrón de sus ojos me sorprendió. Nunca había visto una curiosidad tan revelada como cuando observé su boca entre abierta, los párpados estáticos y las pupilas negras ancladas. Se tomó unos instantes antes de hablar y cuando lo hizo, mi  corazón se apresuró.
       −Por favor, sigue hablando. Imagina que estás con cualquier otra persona del planeta.

       El instinto me dio una señal pero no logré descifrarla. Respiré profundo, me concentré, volví a mis recuerdos y engañando a la realidad, continué como si se lo contara a un amigo, a un gran amigo. Eso me llevó a un estado de total comodidad.

      −Bien −contesté tomando aire y valor−, era de noche tú conducías sobre colinas, subíamos y bajábamos por una carretera y cuando estábamos arriba, se podía ver la ciudad toda iluminada, íbamos en silencio pero no necesitábamos hablar. En un momento determinado te detienes al costado del camino y…

       −¿Y qué?
 −Me dedicaste una hambrienta mirada, como si necesitaras de mí, como si yo fuera muy importante en tu vida.
      −¿Y luego?

     −Entonces me tomaste de la cara, acercaste poco a poco tus labios y me diste un beso tan intenso que desperté sofocada y confundida.
      −¿Te gustó?
    Y ya no había vuelta atrás, ni me importaba. El destino lo había puesto ahí en frente, a solas y de la manera más inesperada, lo más factible era que nunca más tuviera una oportunidad semejante, así que mirándolo con intensidad continué.

      −Demasiado –contesté con la voz raspada–, todavía recuerdo que te abracé y te grité en silencio que no me dejaras.
        Su dedo, por voluntad propia o no, rozó como una pluma uno de los míos y mis labios, impulsados por esa caricia, hablaron sin restricciones.

       −Fue increíble, lo recuerdo y me estremezco a pesar de los años que pasaron. Sentí muy real esa sensación de cuando comienza un amor, cuando estas con el pecho lleno de mariposas cosquilleando sin parar, y durante varios días. Fue divino. Luego llegamos a la ciudad y aunque no lo creas ¡pasamos por la misma calle que pasas con esa chica! ¡En ese mismo auto! La primera vez que vi el video, quedé helada. El sueño me vino a la cabeza enseguida y grité sola en casa: ¡Yo soñé eso! ¡Yo debería estar en ese auto!

     Reímos juntos, él condenadamente hermoso, y yo, despeinada, en camisón y con mis emociones al descubierto.
          −Por eso te dije que no era la más indicada para ser objetiva con tu trabajo, jamás me pasó de soñar algo y verlo luego en la televisión, lo mío fue toda una sorpresa.

          −¿Tuviste ganas de que se hiciera realidad?
         Sonreí y pasando los dedos por los labios me sinceré.
       −No soy tan ilusa, tú en mi sueño eras, lo que eres, una súper estrella, un hombre deseado por millones de mujeres en el mundo, entonces tendría muy pocas probabilidades de que se cumpliera.

     −¿Por qué? −Preguntó con la vista clavada en la mía y con el ceño fruncido−. ¿Tan segura estás que no me puedo enamorar de alguien como tú?
     La voz era profunda, algo ronca, estremecedora y eso me descolocó. Mi corazón se aceleró, la garganta se secó, dificultándome el habla. Una vez más.

       −Muy segura.
      −Claro, es que tengo que enamorarme de una modelo ¿no? De una presentadora, alguien conocido, no me puede impactar una mujer anónima ¿no?
      −Sí, igual es eso, son las ideas que uno se hace, además de conocida tiene que ser una mujer perfecta, hermosa y con una vida como la tuya.

      −El mundo está lleno de mujeres hermosas, perfectas y  anónimas ¿sabes?
       Un calor envolvente me invadió, el pulso se intensificó y las mejillas de pronto me ardieron. Como si se hubiera dado cuenta, me tuvo compasión, su mirada se dulcificó y cambiando el tono de voz, divertido preguntó:

          −¿En el noventa y cinco ya te gustaba entonces?
         −¡No! Para nada. Es más, cuando me desperté le dije a mi marido “¿Sabes con quién soñé? Con el creído de Ricky Martin.” −Acto seguido me quedé helada ¡Qué mal educada había sido!
     −¡Ay, perdón! −exclamé asombrada−, por favor ¡perdóname!      −Pero para mi sorpresa se rascaba la barbilla en medio de una carcajada.

     −Tranquila, no pasa nada, ¡me han dicho cosas peores!
     −Bueno −respiré más relajada− eso te deja claro que no me gustabas, había escuchado tus temas promocionales, pero como unas canciones más, no fue que dije ¡Guau! ¡Me encanta este hombre! No, digamos que pasaste casi inadvertido para mí.

       −¿O sea que estás casada?
       −Sí y tengo dos hermosos hijos.
       −¿Dos varones?
      −No, una nena que tiene siete años y un nene de cuatro.

Como si el tema le molestará un poco, bajo la vista, mordió otra galleta y con el ceño fruncido volvió a hablar.
      −¿En el noventa y cinco llevaba el pelo rubio, no?
       −Sí pero en mi sueño lo tenías largo y castaño.
   −¡Ah! ¿Te gusto con el pelo largo entonces? −Insistió divertido

      −¡No! Te digo que ¡no me gustabas! Ni siquiera sé por qué te soñé.
      −Te voy a hacer una pregunta.
      −¿Cuál? −Dije terminando el segundo bombón.
      −Vamos a fantasear.
      −¡Ay! Sí,  qué lindo, ¡fantaseemos!

    Él revoleó los ojos y con una sonrisa divertida apoyó los codos en la mesada.
      −Si hubieras podido elegir vivir esas situaciones ¿con cuál te hubieras quedado? ¿Comenzando un gran amor? ¿O viviendo una noche loca como muestra el video?
       −¿Vale mentir?
       −¡No! −Exclamó con los ojos bien abiertos.

      −Bien, me lo imaginaba –respiré profundo y me acaricié la barbilla−. A mí vivir una vida loca nunca me atrajo, me gusta salir a bailar, estar con amigos, pero no me voy con el primero que me guste. Soy muy selectiva a la hora de intimar. Pero volver a sentir esas palpitaciones, salir corriendo a atender el teléfono o estremecerme de sólo verlo de lejos, eso sí me gustaría vivirlo otra vez.

       −Una romántica. −Aseguró rotundo.
      −Hasta la médula, ¿y a ti? ¿Qué te gustaría más? ¡Y no vale mentir!
       Ambos reímos.

    −Yo también me quedo con la primera opción −reflexionó pasando distraído la vista por la cocina−, estar enamorado es una de las cosas más lindas que te puede pasar.
    Quedó un pensativo, cómo me hubiera gustado hacerle unas cuántas preguntas. ¿De quién se estaría acordando? ¿Quién sería la afortunada que lograra despertar esas emociones en él?

         −¡Bueno! −Elevó un poco la voz−. Te voy a decir una cosa, no me encuentro a menudo con personas como tú.
          −¿Por qué? –Me sorprendí.
     −Porque se supone que eres mi admiradora y en poco tiempo me dijiste que nunca te gusté, que mis videos te cansaron y ¡que soy un creído!  Si me quedo un poco más ¡me odias! Con admiradoras como tú no necesito enemigos.
           Soltamos una carcajada pero al terminar me sinceré:

        −No, no digas eso, estamos de acuerdo que es poco el tiempo que te admiro, no más de un año, pero “intenso” no cuenta la cantidad sino la calidad ¿no?
            −Seguro, sólo bromeaba.
     Sus ojos se cargaron de ternura y al tenerlo tan cerca, lo observé con detenimiento. Las mejillas adornadas con altos pómulos, rodeaban su nariz romana, sus llamativos labios y esa increíble mirada.

        Se produjo un extraño cambio en el aire, por el ambiente se extendió una muda comunicación que a mi parecer, nos sorprendió a los dos.
       −¡Te propongo un brindis!

      −Bueno. –Acepté aliviada de que fuera el primero en romper con la densa burbuja.
       −Por la sorpresa que me llevé esta noche, que fue tan grande como agradable. −Hablé levantando el vaso.
     −Yo brindo por los bombones que no me comí –se interrumpió a causa de las risas–, y por haber conocido a una mujer muy especial.
         Me costó tragar después de haber escuchado esas palabras y como si la magia se hubiera roto miró el reloj de pared.

     −¿Está bien? −Preguntó desconfiando− ¿son las cuatro y media?
     −Sí −dije bajándome de la banqueta−, son las cuatro y media y nosotros sin dormir.
      Llevé los vasos al lavavajillas, él guardó la caja de galletas en la alacena, la botella vacía la tiró a la basura y ahí de pie, frente a frente, nos quedamos. Tuve que levantar la cara ya que su metro ochenta y seis así lo requería.
      −Me voy a la cama…

      Estremecida por la ronquera de su voz, no percibí el momento justo en que me tomó de los hombros para depositar un cálido beso en mi mejilla. Un beso caluroso y tenue, efímero e intenso, comunicativo y tímido. Todo a la vez. Su respiración vagó por mi cara y la piel se erizó. Suspiré y, recuperándome, abrí los ojos para verlo a muy pocos centímetros.
       −Buenas noches. –Escuché en mi mente espesa. Apenas pude decir lo mismo mientras lo veía pasar por la puerta vaivén y desaparecía.






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