−Claro
que sé tu nombre, si no dejo de recordarte.
Como si hubiera
escuchado su pensamiento, Martín se mostró conforme mordiéndose apenas el labio
inferior a la vez que cabeceaba con extrema suavidad. Su boca quedó detenida en
una devastadora sonrisa, la satisfacción brilló en su mirada y dio un paso más
hacia ella. Yesabel no se asustó, sólo soltó el aire que tenía retenido en los pulmones
y lo recorrió con un poco más de detenimiento.
−¿Qué haces por aquí? –preguntó
hipnotizándola con las pupilas.
−Yo…, acabo se salir de trabajar. Ya…,
me iba a mi casa.
Y de pronto Miguel apareció
en su mente para disipar la alegría y el nerviosismo. Desvió la mirada, se
preocupó por el horario y decidió seguir apresurada hacía la
salida. Martín no pudo dejar de atravesarla con la mirada, detectando tensión. De inmediato caminó a su lado.
−Algo
pasa en tu casa, ¿no? −Le preguntó en silencio mientras la sentía desprotegida
y agobiada. De alguna manera sabía que ella lo necesitaba y decidió intentar
averiguar algo más de esa desconocida. Arrugó el ceño en busca de algún tema de
conversación que la retuviera unos minutos más, hasta que sus palabras brotaron
sin consentimiento.
−Yo también −dijo sorprendido por el
tono tranquilo con el que habló−, acabo de llegar de mi trabajo y me iba a jugar
un poco al frontón.
−Entonces ¿vives por aquí? –Le
preguntó con cautela aminorando la marcha.
−Sí, unas calles más allá. −Sus
palabras fueron acompañadas con un ademán Yess desilusionada, ignoró.
Ella sentía pesar en
su fuero interno. En ese country predominaban matrimonios consolidados que vivían en chalet, conducían
lujosos coches y cuidaban de sus inmejorables jardines para que jugasen sus perfectos hijos y
perros. Lo más seguro era que ese hombre buscara una aventura pasajera con
alguna inocente empleada.
−¿Y tú? ¿Por dónde
vives?
−Yo…, lejos…
Martín se dio cuenta
que era un tema a esquivar, su perfil se endureció más y la espalda se le
enderezó. Eran detalles pequeños pero valiosos que no se le escapaban a un
hombre de vasta experiencia en los negocios. Algo confundido, le siguió el paso
en silencio ya que la presencia de esta mujer, le hacía perder la capacidad de
entablar una conversación coherente.
−Algo
se me tiene que ocurrir, estamos llegando a la puerta. Piensa rápido.
−¿Te gustaría ir a tomar algo…?
−¡Cómo
le vas a preguntar eso! ¿Estás loco?
Ella se detuvo. Él
también y esperó expectante con el corazón en un puño.
−Di que sí −rogó.
Yess ladeó la cabeza
mientras el pelo se le deslizaba con lentitud por el hombro y Martín deseó
tocárselo, acariciarle la nuca, rodearle la cara con sus manos y besarla. Besarla
como…
−¡Mierda!
–Se renegó.
Su “espada” estaba demasiado
atenta a los simples gestos femeninos de esta mujer, y por su mente desfilaron la
alegría por su funcionamiento y el bochorno por llevar un indiscreto pantalón
de deporte.
−Ahora
no. Quédate quieta. −Le hablaba con dolorosa concentración.
−¿Por qué clase de mujer me estás
tomando?
−¿Cómo? –Ella lo separó
de sus instintos más carnales observándolo con filosa severidad. Estaba enojada.
−¿Que con qué clase de mujer me estas
confundiendo?
−¿Yo? Con ninguna, es solo que… −estoy tratando de controlar mi lujuria.
−Que, ¿qué? –Lo interrogó Yesabel con
el ceño fruncido y la arrogancia de una reina.
Por más atractivo que fuera no sería su juguete. Tenía que estar alerta con él, muy alerta.
−Es solo que… −¡Joder! Estoy más torpe que
nunca.
Respiró profundo y comenzó otra vez.
−Es que como el otro día nos cruzamos
de esa manera tan brusca, te llevé por delante, nos caímos al suelo y te
ensuciaste, pensé que tomar algo sería una buena manera de limpiar mi imagen,
no quisiera que tuvieras una idea equivocada de mí.
–¡Gracias a Dios! Al fin una frase completa, coherente y convincente.
−Yo, no me llevé ninguna imagen de ti
−mintió sin ninguna convicción. Él volvió a levantar de esa forma extraña la
ceja y Yess se incomodó−. Por mi está todo arreglado, fue un accidente sin más,
no hace falta que me lleves a tomar nada.
Nerviosa comenzó a caminar otra vez.
−Un accidente sin más… ¿A quién quieres engañar?
−Para mí no fue un accidente sin más. −Ella
volvió a detenerse y esta vez, él no la acompañaba, se había quedado clavado
en su sitio, observándola a poca distancia y con la mirada espesa. Cuando sus
ojos se encontraron, los dos supieron exactamente de qué hablaban.
Las palabras de la
boca de Yess, no salían. El aire del pecho de Martín tampoco.
−Te
pensé cada día, cada hora, desde esa mañana –pensó él.
−Te soñé, me besaste y fui muy feliz en tus brazos… −recordó ella.
Y el mundo se detuvo, el
silencio reinó y la naturaleza presenció la mágica comunicación de dos almas que
vibran en la misma frecuencia.
−De verdad –aseguró él sin pensar.
−Ya lo sé −contestó ella con los ojos
llenos de emoción.
Se miraron por una
eternidad y ninguno se atrevió a respirar siquiera, hasta que el ruido de una
frenada devolvió a Yess a la realidad. Perdió contacto visual, recordó que tenía una
vida a la que regresar y de mala gana quebró la magia.
−Me tengo que ir. −Fue lo último que
dijo antes de salir corriendo para alcanzar el transporte que la acercara hasta
su casa, hasta su triste realidad.
Martín quedó inmóvil,
frustrado por haberla dejado partir, desconcertado ante el fuerte deseo que
sentía por ella hasta que recordó la dulce afirmación.
−Ya
lo sé.
−Sientes lo mismo que
yo Yesabel –murmuró con una temeraria sonrisa− y esto así no termina.
*******
Por fin llegó a su casa agitada,
sonrojada y con la mente atestada de imágenes y emociones. Yesabel había
quedado tan tonta después de verlo que sólo después de quince minutos de viaje,
se percató que se había pasado de la parada. Eso le costó tomar otro autobús en
sentido contrario y correr para llegar a tiempo. Cualquier esfuerzo era poco
con tal de no enojar a Miguel ya que su cabeza no admitía más tensión, le
bastaba con lo que Martin había despertado y con su imagen, que parecía pegada
como un posit, entorpeciendole los pensamientos.
−Linda hora de llegar
¿no? –La voz tajante logró separarla del misterioso hombre.
−Hola, es que, me pasé de parada y
tuve que tomar otro. ¿Y tú, qué tal?
−Aquí, con hambre ¿qué vas a hacer de
cenar?
−Pastel de verduras –contestó dejando
la mochila para lavarse y empezar a cocinar.
−¡Yesabel, sabes que esa comida no me
gusta! ¿Lo haces a propósito?
−No Miguel −tuvo la suave tentación
de recordarle que era su plato favorito y que llevaba meses sin prepararlo pero
enseguida la descartó. Era inútil.
−No lo hice a propósito, si quieres
voy a comprarte algo ahora.
−¡No deja! ¿Para qué? Para que me
traigas fiambre, o salchichas. Esperaré la cena.
Sin mediar palabra empezó a cortar las
verduras, apenas se había sentado en todo el día pero ya era demasiado tarde
para descansar. En cuanto Miguel comiera y se acostara, Yesabel tendría tiempo
de relajarse. Siempre pensando en lo que él quiere, en sus gustos, su inestable
humor… ¿Y en ella? ¿Por qué nunca pensaba en ella?
−No empieces a quejarte –habló la razón para recordarle que
tan mala no era su vida− sabes que puede
prepararte lo que te guste, pero al mediodía, cuando él no estuviese.
Esos pequeños detalles a los que Yess
se había acostumbrado a lo largo de los años, empezaron a parecerles grande e
importantes y no entendía por qué. Su madre la había criado así, acatando
órdenes y pensando siempre en los demás. Pero…, llevaba unos días en que no se
reconocía, algo nuevo en su interior exigía, demandaba y esperaba que se replantease
viejos hábitos.
−¡La
culpa es mía! no debería haber cedido
tanto terreno, pero nunca es tarde...
−¿Qué tal te fue en el trabajo?
−Bien, estoy un poco cansada porque…
−¿Cansada? ¡Ya te llevaría yo a
levantar cajas y cajas de fruta para que sepas lo que es estar cansada de
verdad!
Antes de escuchar la
última palabra, Yess cerró los ojos, contó hasta diez y haciendo caso omiso al
cometario, siguió cocinando. Todavía estaba dolida por lo de la noche pasada pero
se contenía para no caer en una riña, una palabra podría terminar en una guerra
y no era conveniente. Si peleaban ella soltaría muchas cosas guardadas y le
daría el gusto a él de obligarla a dejar de trabajar. Tenía que ser inteligente
y esquivar al enemigo.
−Yo estoy cansada porque la casa es
muy grande, hoy me tocó limpiar todos los baños ¡que son cinco!
−¡Qué pavada! –resopló desde la cama y
la vista fija en el televisor–. Una casa tan grande solo para una mujer, no sé qué
tiene la gente en la cabeza.
−Bueno, si ella se lo puede permitir…
Miguel ignoró el tono
cariñoso que utilizó para hablar de Violeta, pero no cambió de opinión.
−Seguro que es una de esas mujeres
arrogantes y creídas.
−¡No! –exclamó girándose con la cuchilla
en la mano–. Nada que ver, Violeta es muy sencilla y…
−¡Sí! Ya me la imagino, muy sencilla
con cinco inodoros y un solo culo.
−De verdad Miguel, es cercana y
atenta… −Y algo cambió en el ambiente, por primera vez desde que llegó Miguel
la miró a los ojos y ella comprendió que había hablado más de la cuenta.
−Mejor que yo ¿no?
Yesabel había olvidado
por un instante que no podía contarle virtudes ajenas porque él las tomaba como
indirectos ataques.
−Yo no dije eso, es solo que…
Y no pudo seguir
hablando, una risa de algo que había encontrado divertido en la televisión la
interrumpió dando por zanjado la discusión. Yesabel se giró, suspiró con
resignación y deleitándose con la mirada gris azulada de Martin, terminó la
cena en silencio.
Al apoyar los platos
rebosantes de comida en la mesa, la televisión seguía siendo más importante que
cualquier tema de conversación. Ella ya se había habituado a eso y como ver
cuatro o cinco programas a la vez la aburrían, utilizaba su imaginación para
irse, esta vez el destino no fue otro que él.
−Espero que no se te haga costumbre
llegar siempre tan tarde –volvió a hablarle mirando hacia la pantalla.
−Eso es algo que te quería decir
–comenzó con cautela−, esta semana igual trabaje unas horas más.
−¿Y eso…? –Y esta vez sí se
encontraron las miradas y Yesabel hubiera deseado que no sucediera, el frio de
sus ojos casi la hizo descartar la idea de hablar del tema.
La expresión de Miguel cambió, su mente viajó a
vaya saber dónde y casi no pestañeó mientras ella con mucho autocontrol le
contaba lo de la fiesta, el pedido de Violeta y las responsabilidades que le había encomendado. A medida que hablaba y su mente se movilizaba con el tema,
olvidó camuflar el entusiasmo y la alegría. Con los años de convivencia había aprendido a no demostrar
demasiado interés por algo sí realmente lo quería, ya que era la forma más
segura de que él diera su consentimiento.
Tal vez fue ese desliz el que hizo que
terminaran casi discutiendo, para él no era un voto de confianza sino que
Violeta la estaba utilizando esquivando el trabajo y se lo había pedido a la
primera persona que tuvo a mano.
−Tú te crees cualquier cosa ¿no? ¿De
verdad piensas que una mujer con negocios, que vive en un country, va a confiar
en tu imaginación y buen juicio para una fiesta con los vecinos?
−¡Sí! ¿Por qué no?
−Crece, Yesabel, eres tan ilusa…
−¿Por qué no cuidas tu trabajo y
dejas el mío tranquilo?
En ese momento el
autocontrol de Yesabel estaba colorado, con los brazos cruzados y dolido. En
cuanto el silencio de instaló, ella se arrepintió, Miguel le dedicó una acerada
mirada, apretó la mandíbula y el aire se cargó de ira y desafío.
−Yo te voy a dejar en tu trabajo
“tranquila” −comentó en voz baja y fría–, pero te digo una cosa: a las siete de
la tarde pongo el candado por dentro, estés o no estés.
−¡No puedes hacer eso! –negó con una
espantosa sensación de desamparo−. ¡Esta es también mi casa!
−Es lo que hay –susurró con aire de
superioridad–. Así que más te vale que la ayudes en su fiestita en tu horario o
duermes en la calle.
−¡Cuánta maldad tienes!
–dijo Yess con los ojos llenos de lágrimas.
−Seguramente tu
patrona tan buena y sencilla, se preocupa por ti y no te hace llegar tarde.
−Es muy injusto lo que
haces −comentó dejando su tan ansiada cena por la mitad.
−Tú eliges, estás
avisada.
Angustiada y con una
fuerte sensación de impotencia Yesabel logró dormirse pasada la madrugada.
*******
A Martín esas horas refugiado
en el frontón vacío, le habían servido de mucho. Con cada golpe a la pelota se
sacó el stress del intenso día de trabajo y sonrió más de una vez estirando con
vigor los brazos acordándose de Yesabel. En varias oportunidades, se había
detenido en la facilidad con que esa mujer, sencilla, algo rellenita y sensual le
había hecho perder la capacidad del habla.
Cuando se encontró
sudado y exhausto volvió a casa renovado, con la mente mucho más despejada y de
mejor humor. En el corto camino se había encontrado con Juan Manuel Aráoz y por
insistencia de éste, aceptó la invitación a cenar en su casa. No estuvo mal
para terminar el tenso día, mientras Juan Manuel no dejaba de hablar de sus
departamentos recientemente adquiridos en la zona más exclusiva de Buenos
Aires, Martín se divirtió con las miradas cómplices y picantes que le dedicaba su
mujer.
Martín y Anabela habían tenido más de
un encuentro fugaz en esos seis años que llevaba viviendo en el country, a
pesar que ella era casi diez años mayor, nunca había sido un impedimento para
un coqueteo. Volver a verla le trajo recuerdos sensuales y su
libido despertó, aunque sea un poco. Al despedirse en la oscuridad del jardín,
mientras su marido subía las escaleras con aire de superioridad, Anabela le
había robado un ansioso beso al que Martín respondió sólo para verificar si su
hombría no sufría alguna deficiencia.
A altas horas de la noche y en la
intimidad de su alcoba, el beso de la señora Aráoz le parecía travieso, lleno
de adrenalina y satisfacción, pero nada profundo ni sentimental. Juan Manuel
podía presumir de propiedades, coches y barcos, pero no de ser un buen amante,
su mujer se mostraba necesitada y él la había dejado peor aún, retirándose como
un caballero, con una amplia sonrisa en la boca y algunas promesas suspendidas
en el aire. Hacerlo en la hierba y llenos de adrenalina era algo que ella
deseaba con locura, pero a Martín, unos pocos besos le habían bastado ya que al
parecer, desde la medianoche, por algún extraño motivo, comenzó a sentirse raro
y apático. Entrelazó los dedos en la nuca e intentó encontrar explicación para su
angustia, ese encierro que sentía en el pecho.
−¿Por qué me siento comprimido, insatisfecho e impotente…? –Pero por más que se concentró, la respuesta no llegó.
Cansado de mirar el techo a la espera
de respuesta y bien entrada la madrugada, al fin se durmió.
*******
Su día estaba
transcurriendo de una manera vertiginosa. Desde el momento que entró a la casa
de Violeta, Yess se encontró acompañándola en la elección y encargo de
diferentes platos, bebidas y desayunos para más de setenta y cinco personas. Algo
que alivió un poco el trabajo, era que a los niños no se les permitía asistir,
ellos tenían su propia celebración que, como Violeta no tenía pequeños, nunca
le tocaba organizar.
La decoración la dejó prácticamente
en sus manos y Yess luego de pensarlo mordisqueando el
lápiz, se entusiasmó imaginándose la
plaza central convertida en la Roma pasada. Cerró los ojos, visualizó con
lujo de detalle a los invitados entre paredes de lienzos blancos, largas mesas
con fuentes de frutas, divanes y antorchas. Violeta pronto se dejó arrastrar
por todo el erotismo y sensualidad que a lo romanos los rodeaba y le dio el
visto bueno casi de inmediato.
−¡A ver si consigo pareja y todo con
ese ambiente!
Fueron las palabras antes de
abandonar la casa, Yesabel sonrió llena de regocijo y eliminó cualquier frase hiriente de
Miguel que su mente almacenaba. Y de pronto, las palabras de aliento de su
padre cayeron entre los pensamientos como gotas de lluvia sobre tierra seca.
–Cada obstáculo o desafío que la vida te presente, es sencillamente,
porque puedes con él.
Eso le sentó bien a la
autoestima. ¡Claro que podría con esto! Rebosante de adrenalina limpió la casa
mientras apuntaba cada idea o tarea que le venía a la mente. No podía perder ni
un solo minuto, sabía que Miguel llevaría a cabo la amenaza y no quería darle
el gusto. No sería la primera vez que la dejaba del otro lado de la puerta y
ese era el motivo de la alocada carrera que llevaba contra reloj.
Pero todo esfuerzo fue
en vano, cuando faltaban quince minutos para las seis de la tarde llegó el
primer encargo, las invitaciones. Las revisó minuciosamente, llamó por teléfono
a Violeta y ésta decidió que, como habían agregado por la mañana que era
imprescindible asistir de riguroso blanco, las repartiese por todas las casas
del country antes de irse.
Se enfadó cuando vio el reloj,
disponía solo quince minutos para pasar por las veintiocho viviendas.
−Es imposible –murmuró conectando la alarma−, necesito un milagro para llegar a tiempo.
Cerró apresurada la puerta principal, se colgó
la mochila y casi corriendo comenzó con la tarea. Miró al cielo, elevó una
plegaria y se descorazonó cuando advirtió como las nubes negras invadían el cielo con la misma
velocidad que transcurría los segundos.
*******
Martín trabajó
apurado, lo negó durante todo el día pero las ganas de verla que lo impregnaban,
crecían conforme pasaban las horas.
−No
es que quiero llegar antes de las seis a casa −se mintió a sí mismo después de
cancelar citas mientras zigzagueaba entre el tráfico−, es que quiero cenar pronto en mi asador favorito.
-Sí,
ya… −Le contestó una voz burlona en su interior que terminó por hacerlo
sonreír−. Y ahora vas a decir que no la
estás buscando, ¿verdad?
Esa frese retumbó
mientras giraba la cabeza y corroboraba que la parada del autobús estuviera
desierta. Se sonrió satisfecho y en su pecho apareció un cosquilleo que no
recordaba desde, vaya a saber cuándo.
Con más calma recorrió las solitarias
calles mientras el cielo empezaba a oscurecerse y el viento arremolinaba hojas
secas mezcladas con restos del césped cortado por la mañana. Disfrutando de la
fuerza de naturaleza, se dirigió hasta el número 17 de la calle El manantial
cuando faltaban cinco minutos para las seis.
Estacionó el deportivo en el garaje y
salió entusiasmado a la acera. Nada le gustaba más que la energía previa de una
buena tormenta y si era eléctrica, mejor ya que la luz de los relámpagos y el
brillo fogoso de los rayos, le renovaban emociones. Al pisar su jardín un bocinazo
le llamó la atención, giró el cuerpo y vio detenido el coche de Juan Manuel.
−¡Hey! ¿Qué tal? ¿Esperando la lluvia?
−Puede ser, recién llegué. ¿Y tú?
¿Temprano a casa?
−Así es −contestó
sacando el brazo por la ventanilla–, vengo a cambiarme y si el tiempo lo
permite, voy a jugar al polo ¿vienes?
−Igual me doy una
vuelta más tarde, tengo trabajo pendiente.
Esa era su excusa
favorita ya que pocas veces rechazaba una oferta, solía dejar abierta la
posibilidad por si cambiaba de idea.
−Bien, estamos en el
club si terminas temprano. Hasta luego.
Martín lo saludó y por un instante se
le cruzó la fugaz idea de ir a terminar con Anabela lo que había quedado
inconcluso en el jardín la noche anterior. Un pequeño subidón de adrenalina le
activó los cinco sentidos, meterse en las sábanas de un arrogante, presumido y egocéntrico
como Juan Manuel Aráoz era un plan de lo más atractivo. Pero no, el arrebato le
duró lo mismo que un suspiro.
−Prefiero
averiguar qué me pasa con esa mujer de pelo largo, castaño y con los ojos más
bonitos que hubiera visto nunca.
La puerta del garaje cerrándose
automáticamente lo devolvió a la realidad, miró la hora en su reloj de muñeca y
buscando las llaves en los bolsillos del pantalón negro, se giró.
*******
El viento no le estaba
ayudando, las casas eran grandes, hermosas, rodeadas de jardines, pero muy
distanciadas unas de otras. Se estaba poniendo de mal humor, ella quería hacer
su trabajo, y bien, pero esa desmesurada presión de Miguel la agobiaba
destrozándole los nervios.
−Si
no llegas temprano, dormirás en la calle. −La amenaza retumbaba aterrándola.
El recuerdo de las dos oportunidades en que tuvo que pedir asilo en la casa de
su amiga Lorena, se repetía sin cesar. Lo que agradecía de esos feos incidentes
era la amistad que había forjado con ella, Lore era discreta, comprensiva y
cariñosa. Ella desaprobaba la relación que mantenía con Miguel, pero aunque era
incapaz de decírselo, los mensajes eran cada vez más elocuentes y era el motivo
por el cual no quería ir otra vez a su casa con problemas.
−Dios mío ayúdame, no dejes que pase la
noche fuera de casa.
Mientras trotaba y su pelo luchaba
contra las ráfagas, el miedo ante la inminente tormenta eléctrica le hizo
analizar las escasas posibilidades que de momento tenía, para hacer un cambio
radical en su vida. Respiró profundo y aminorando la marcha hasta la última
casa de esa calle se imaginó dejando a Miguel, rehaciendo su vida y saboreando
el gusto de la libertad. Cerró los ojos un momento, fantaseó con la imagen de
su día en soledad, adueñándose de las riendas de las determinaciones,
conociendo a gente enriquecedora con la cual entablar nuevas amistades y salir
a divertirse. Rio nerviosa al verse maquillada, vestida con atractivos modelos
y bajando de peso, hasta que de pronto unas reprimidas lágrimas rodaron por su
mejilla.
Frustrada, no se atrevió a derribar
el muro mental que le impedía continuar con la clara visualización de su
felicidad y, tratando de acomodar la maraña de pelos que revoloteaba en su
cabeza, descartó esa descabellada idea.
−Eso
es otro de mis sueños imposibles −murmuró en el diminuto momento de
descuido en que una brisa fuerte, le hizo volar la primera invitación de las
dieciocho que sostenía en la mano. Con un grito contenido, abrió como platos los
ojos y persiguió a la audaz tarjeta que
cruzando la calle, se levantó en el aire y dio un par de vueltas como si de una
leve pelusa se tratase. Yess estaba con la vista en su objetivo, tenía todo el
enfoque en ese trozo de papel que, con unas letras pulcras y grises plata,
invitaba a la familia “Vaya saber quién” a la fiesta que estaba organizando.
−¡Ven aquí! –Le murmuró con los
dientes apretados al sobre, además de unas cuantas malas palabras que de
haberlas oído, hubieran enojado a su padre.
La intrépida
invitación, sorda a su vocabulario, se abandonó en el viento, deslizándose por
la acera hasta quedar de un tono gris intenso. Ella contuvo el aliento y la
expresión de asombro más reveladora que tuviera en años, se instaló en el
rostro.
Gracias a la ira, no se percató de la
gran figura que estaba de espaldas mirando su reloj de muñeca ajeno al desesperante
problema, perdiéndose el momento en el que se giraba, le sonreía encantado y
abría sus potentes brazos con un solo fin, atraparla.
*******
Se encontraron frente a frente.
Yesabel en su absurda
persecución se topó con una pared de sólidos ladrillos en forma de pecho, con
unos tenaces brazos que la rodearon al instante mientras escuchaba una risa
profunda. Se sobresaltó, apoyó por instinto las manos en los anchos hombros y
con los ojos llenos de ansiedad lo miró. Martín sonreía entusiasmadoansiedad.
−¡La invitación! –llegó a articular
preocupada.
Entonces él frunció el ceño y retiró
hacia atrás la cabeza, ya que por la diferencia de altura no le veía bien la
cara y con ternura la observó. Yesabel tenía la expresión exacta de la
desesperación, pero estaba tan contento de que le cayera en sus brazos que dio
por sentada la solución del problema. Haría lo que fuera con tal de verla
sonreír.
Ella desvió esos ojos miel que tanto
le gustaban en dirección a lo que a él le pareció un trozo de papel sin importancia,
y trató de alejarse. Su instinto le tensó hasta el último músculo y la sostuvo
con fuerza, todo el cuerpo se resistió a dejarla escapar.
−¿Qué pasa? –Le preguntó con el mismo
tono con que le hablaría a una niña.
−¡La invitación! ¡Se vuela!
Con total pasividad,
le envolvió la barbilla con una mano y buscó su mirada. Sin cuestionarlo un
segundo, decidió borrarle ese atormentado semblante y que nunca más lo tuviera.
Su interior protector despertó para librarla de cualquier situación presente y
futura que pudiera angustiarla.
Pero los pensamientos se vieron
interrumpidos, ella le pegó con el puño cerrado en el pecho para que
reaccionara y así lo hizo. Sin decirle una palabra la soltó, corrió hasta el
sobre que para ese entonces ya era gris oscuro, lo pisó estampando media suela
de su zapato en él y por fin lo levantó. Al girarse, se encontró con la
expresión más bonita que la vida le hubiera regalado en muchos años. Ella no
sonreía, sino que brillaba con entusiasmo dedicándole una mirada cargada de
admiración pura ante semejante proeza. Se mordió el labio inferior, apartó unos
mechones castaños claros de su rostro con deliciosa sensualidad y se acercó.
−¡Muchas gracias! De verdad…
Martin se inquietó por
la fuerza de la naturaleza cuando una corpulenta ráfaga los envolvió y la
humedad del aire empezó a rociarlos, advirtiéndoles con claridad que buscaran
refugio. Pero él lo ignoró, en su mente, mientras la tuviera a su lado el sol
brillaba con una candente intensidad.
Se dio cuenta en ese momento que
quizá, y solo quizá, ella fuera la pieza del hueco vacío que faltaba al
rompecabezas de su vida. Que tal vez era ver ese rostro, hacerla reír o temblar
de deseo cada noche, lo que le faltaba para ser feliz.
−No es nada −dijo sin sacar los ojos
de los de ella–, fue un placer.
Se detuvieron un instante, las copas
de los árboles danzaban con brío, el cielo se cerraba oscurecido por la gran
tormenta y sin embargo ellos seguían ahí, frente a frente, reconociéndose,
acariciándose con la mirada, abrazándose sin contacto.
De pronto un relámpago los iluminó y
las primeras gotas de agua, que los expertos llamarían de un tamaño histórico,
comenzaron a inundar Buenos Aires. Ella introdujo las invitaciones en el interior
del fino e inútil abrigo que llevaba puesto, mientras una mano fuerte y grande
le cubría la cabeza con la capucha. No llegó a mirarlo cuando ya la estaba
abrazando y sin pensárselo dos veces, la llevaba al amparo que representaba en
ese momento, la entrada de su casa. Corrieron hasta el porche y se rieron como
niños al sentir el golpeteo de la fuerte lluvia en sus cuerpos.
Con el extraño sobre gris oscuro en las manos, el pelo alborotado y la ropa húmeda, Martin sacó las llaves del
bolsillo. Yess le daba la espalda, ensimismada en el fuerte chaparrón que
bañaba las calles cuando la puerta cedió. Se quedó sin aliento cuando se giró y
él le hizo una pequeña reverencia, pero desconfiada por educación, se mordió el
labio inferior, sonrió con nerviosismo y titubeó.
−Podemos esperar hasta que pare. –Y
la estremeció con su voz hipnótica–. Pasa Caperucita.
−¿Es, es tu casa? –qué pregunta más tonta, se habló de
inmediato.
−Sí, no suelo tener las llaves de mis
vecinos en los bolsillos.
−Si ya me imagino, es solo que, no
sé…
Los pies de Yess se
negaban a moverse y su razón de debatía enojada con la tentación ya que, la
media sonrisa de Martín se asemejaba mucho a la del lobo del cuento.
−Ven, que no muerdo −miró un instante
sobre su cabeza el agua caer y continuó−.
Esperamos que pare un poco y de paso me explicas por qué te dedicas a
correr papeles por las calles. ¿Qué te parece?
Eso la trajo a la realidad, sonrió
mirando el sobre sucio que él aún sostenía y el recuerdo del tacto de su piel,
apareció. Volvió a mirar el azul profundo de sus ojos y deseó disponer de una
eternidad para admirarlos. Como consecuencia, los pensamientos saltaron a la
hora, al trabajo pendiente, al autobús que debía de tomar y a su problema. La
imagen de Miguel se interpuso entre ellos y bruscamente se alarmó.
−No puedo, tengo que entregar estas
invitaciones y me tengo que ir.
Martin miró de reojo
un coche que pasaba lentamente a causa de la lluvia y por primera vez en años, se
preocupó por los chismes de los vecinos. No estaba bien que la relacionaran con
él, sabía de sobra lo que pensarían si la vieran ahí.
−Yesabel, entra por favor.
Su tono fue rígido,
pero pincelado por una pequeña capa de súplica a la que ella no logró
imponerse.
−Está bien pero ¿qué hora es?
−Las seis en punto.
−Se me pasa el autobús.
La voz le tembló ya que los planes de
llegar a tiempo a casa se desvanecían como acuarelas en el agua y empezaba a
desesperarse. Se tocó la frente pensando a toda velocidad dónde podría dormir
si desobedecía a Miguel y dio un paso hacia interior. Resopló al mismo tiempo
que la puerta se cerraba y junto al sonar de la cerradura, tuvo la sensación de
encontrarse en otro mundo, en uno en que los relojes no existen, en el que ya no habría retorno.
Se tensó.
Martin desactivó la alarma, dejó el
manojo de llaves en una bandeja de plata del recibidor y se paró justo a su
espalda. Yess se cubría la frente con una mano temblorosa y aunque no lo veía,
percibió la masculina energía que se cerraba sobre ella atrapándole los
sentidos, inquietándola, estremeciéndola. Luego de un electrizante silencio, reunió
valor y levantó la vista. Lo que vio en frente fue un gran espejo, con un marco
plateado y ostentoso, cubriendo en totalidad la pared del hall de entada.
Las miradas se cruzaron en el reflejo
y la tensión se espesó. Él con toda lentitud le retiró hacia atrás la capucha provocándole
un inocente temblor. Ella se quedó sin aire, Martín estaba erguido, con el pelo
apenas alborotado, una mano apoyada en la cintura y con la otra jugueteaba
distraído con el dichoso sobre. Serio, la escaneó con la mirada y ella supo que descubrió hasta la última mota de emoción.
−¿Qué pasa Yesabel? Estás tensa. ¿Llegas
tarde?
Ella le asintió a ese hombre grande y
atractivo que sobresalía detrás de su cuerpo, ya que las palabras se le
atoraron en la garganta.
−¿Te controlan…? –No sabía por qué
había hecho semejante pregunta, pero no se arrepentía, algo fuerte y decidido
lo había obligado y él era un hombre acostumbrado a obedecer a sus impulsos.
Ella dejó caer las manos, con fuerza apretó las invitaciones pendientes y sin
sacarle los ojos de encima le contestó.
−Es difícil de explicar…
Martín nunca encontró una explicación
razonable, pero lo cierto era que de manera clara y natural leyó en su mente
agobio, presión y tristeza contenida. Se contuvo a abrazarla para apartarla de su realidad que, aunque desconocía los detalles,
percibía que no la hacía feliz. En ese punto, no dudaba.
−Tranquila, todo pasa, ¿sabes?
Siempre, siempre después de las tormentas por más largas y fuertes que sean, el
sol brilla.
Yess lo contempló ladeando la cabeza,
ese tono de voz ronco, varonil y ensombrecido la hizo confiar en él, derribar algunos
ladrillos de sus internas murallas y experimentar un insólito deseo de contarle
todos sus problemas.
−Es que algunas tormentas duran
mucho, y uno se apaga, se entristece cuando el sol tarda tanto en salir.
−Pero sale, Yesabel. Te aseguro que
sale.
Los dos sabían de lo que hablaban, se
comunicaron lo suficiente como para saber que para ambos, por diferentes
motivos, el sol hacía tiempo que no salía. Los músculos de Martín se tensaron,
los dedos dejaron de aprisionar su propia cintura con la fuerte idea de abrazarla
así como estaba, con la espalda rígida, nerviosa y necesitada. Pero no eran ni
remotamente cercanos como para contenerla, ni rodearla o apoyarla contra su
pecho para que se relajara y sin embargo, hubiera hecho cualquier cosa porque
“su sol” brillara.
Yess le leyó la intención en sus
facciones, casi podía sentir la dureza de los músculos, él estaba por
abrazarla, por hacerla sentir como nunca en su vida y ella, le gustase o no, lo
deseaba. Y se preparó, lo esperó, su corazón casi se detuvo expectante cuando,
las invitaciones cayeron al suelo. Los dos se habían sobresaltado, un trueno
retumbó en el gran salón y la magia se evaporó en el aire.
Martin dio un paso a su derecha, tocó
el interruptor y la luz se encendió. Yess desilusionada se agachó para recoger
los sobres esparcidos por la alfombra color arena con las manos temblorosas.
Él debía ayudarla, pero las
sensaciones que acaba de atravesarlo no lo dejaron actuar con claridad. Cuando
por fin tomó consciencia de lo poco caballero que estaba siendo, era tarde, ella
se puso de pie acomodando con torpeza los sobres. El tiempo corría.
−Vamos,
piensa en algo para que no se vaya tan rápido.
Despejando la mente y con la única
intención de retenerla un poco más, le preguntó de qué se trataban esas
invitaciones.
−Son para la fiesta de la primavera
que es este sábado, y las tengo que repartir hoy, sí o sí.
−Y además, tienes que llegar temprano
a tu casa ¿no?
−Exacto. Así que si no te importa… −dijo
extendiendo la mano hacia el sobre sucio que él aún sostenía.
A Martin se le ocurrió una serie de
disparatadas ideas en un solo segundo, tales como cerrar la puerta con llave y
perderla, llevársela a la otra punta del mundo, o casarse con ella. Cualquier
cosa le parecía lógica con tal de disfrutar de su compañía. Pero acto seguido
se renegó, apenas la conocía, no sabía nada de ella, no tenía ni idea donde
vivía o con quien… ¡Era una locura! Una verdadera locura. Pero por otro lado, a
él le fascinaba lo insólito, los obstáculos y retos, y además, contaba con un
agregado: pocos objetivos no había cumplido. Se dio cuenta que ella lo miraba con
ansiedad cuando tomó la decisión de que si Yesabel lo deseara, removería cielo
y tierra por estar juntos, solo necesitaba saber si ella quería.
El misterioso imán que representaba
esta mujer, bien valía la pena.
−Yo te voy a ayudar.
−¿Cómo? –preguntó volviendo su mano a
los sobres restantes. Algo le dijo que era un hombre tenaz y
cabeza dura.
−Para empezar −comenzó a hablar
leyendo al fin el destinatario de la invitación en cuestión–, este sobre se
queda aquí.
−¿Por qué? ¿Lo vas a entregar
personalmente?
−No –contestó viendo embobado que
linda era cuando sonreía–. Es que este sobre dice: familia Trajano calle El
manantial Nro. 17 que es aquí.
−Así que, en esta casa
vive la familia Trajano –aseguró ella con decepción.
−Sí, es muy pequeña, pero
–interrumpió sus palabras, miró alrededor y se encogió de hombros–, supongo
que es la familia Trajano.
Se miraron a la vez,
interrogándose en silencio y a la espera de ver cuál de los dos hablaba primero
de su situación sentimental. A Yesabel esa simple información la abatió, Martin lo
advirtió de inmediato y no se avergonzó al reconocer que sintió un soplo de
alegría ante dicha reacción.
−Bueno −habló tratando camuflar
la desilusión–, ya que esta invitación está entregada, me voy a repartir las
diecisiete que me faltan.
−Vivo solo.
−¿Cómo? −El corazón se le aceleró.
−Que la familia Trajano está
compuesta por un solo integrante.
La cara le brilló, su
mirada se cristalizó y Martin corroboró que la personalidad de Yess era
totalmente comunicadora, transparente y encantadora. Incapaz de apartar los
ojos de los de ella, reprimió una sonrisa apretando los labios y la electrizante
atracción volvió a hacer acto de presencia para acercarlos un poco más.
Él esperó por unos
instantes con la ceja levantada y ella supo que era su turno.
−Yo… −Su razón la detuvo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Contestando a una
muda pregunta personal? ¿Estaba loca?
−Yo
te ayudo. −Le transmitió Martín con su media sonrisa.
−¿Tú, vives con alguien?
−Sí.
−¿Estás casada? –Y se enojó por
preguntarlo. A Martín no era su estado civil lo que lo preocupaba, sino, si era feliz. De lo demás ya se encargaría a su debido tiempo.
−Vivo con…, alguien.
Él no necesitó que lo dijera, le
clavó su más intimidante mirada y al instante le llegó el mensaje de que ese “alguien”
no sólo no la hacía feliz, sino que además era el culpable de su prisa, del
agobio y esa no era buena señal.
Se observaron largamente y las
palabras sobraron. Yesabel se sintió abrazada y contenida hasta la angustia,
mientras que Martín seguía recopilando, de alguna manera misteriosa información
sobre sus miedos y desdichas. Cerró los puños para no estrecharla contra el pecho y exigirle que le contara todo. De momento eso era algo que no podía hacer. De momento.
Ella se encontró incomoda hablando de
Miguel y para distraerse miró el reloj de la pared, el tiempo continuaba sin
detenerse. Suspiró, desvió la vista a la pequeña ventana que estaba a la
derecha de la puerta y con intención de dar un paso hacia la salida, mintió.
−Ya está parando, creo
que mejor me voy.
−No tan rápido Caperucita −habló con suavidad
bloqueándole el camino–, todavía no me contaste por qué perseguías el sobre por
la calle.
−Se me escapó de las manos, no hay
más misterio que ese.
−¿Y por qué los repartes tú?
−Porque es Violeta, la señora para la
que estoy trabajando, la que tiene que organizar la fiesta.
Fue fiel a su propio
pacto de silencio omitiendo que era ella la encargada de la fiesta, pero lo que
no pudo reprimir fue la siguiente pregunta.
−¿Vas a venir?
Se arrepintió de tener semejante
osadía y mordiéndose el labio inferior al percibir el fuego que le ardía en las
mejillas, maldijo a su impulsiva curiosidad.
Él la miró con esos ojos tormentosos
mientras sus pensamientos volvían con rapidez a los años anteriores, donde a
excepción de dos oportunidades, se había convertido en el ausente invitado de
rigor.
En esas escasas ocasiones y por un
par de horas se había mezclado entre la gente del country, cerrando algún
negocio, estudiando los puntos débiles de sus vecinos o viendo con qué mujer se
podía divertir. Reconoció que de muy mala gana asistía a ese
tipo de eventos, en la empresa contaba con Gonzalo que era todo un experto en
relaciones publicas analizando y captando clientes. Sin embargo a él le gustaba
pasar desapercibido, refugiarse en soledad, pero de vez en cuando no le quedaba
otra opción.
−¿La fiesta de la primavera? No me la
perdería por nada en el mundo.
Ambos sonrieron y una burbuja de amistad
y cercanía los estrechó.
−Ya
te imagino de blanco, divirtiéndote con tus vecinos y bailando. −Fue el
pensamiento de ella.
−No
aguanto a nadie de esa ridícula fiesta, pero sólo para estar un poco más contigo,
voy a asistir.
−Bien −Martín rompió el silencio–,
tengo una idea. Como no para de llover te llevo en mi coche, entregas las
invitaciones y te acerco hasta a tu casa. ¿Qué te parece?
−Te lo agradecería, pero seguro que tienes
cosas que hacer, recién llegas de trabajar y…
−Qué no se hable más, dame un minuto
–le habló separando la tela mojada de su camisa gris oscuro del cuerpo y
levantando con gracia las cejas–. Me cambio de ropa y bajo ¿sí?
−Imposible negarse.
Al instante pasó a su lado para subir
por las largas escaleras de mármol, no sin antes dejar flotando una exquisita
estela de fragancia, mezclada con tabaco, suavizante y puro ambiente
empresarial. Ella lo miró hipnotizada hasta que se perdió en el primer
piso.
La lluvia se
precipitaba con fuerza mientras las gotas dibujaban cortas carreras en los
cristales. Yesabel respiró profundo, cerró los ojos al aspirar el aroma del hogar
y recorrió el arrogante salón con la vista. La combinación de madera color
haya, con los sillones de cuero negro y las alfombras terracota, le daban una
impresión de masculinidad y muy buen gusto. Se quedó maravillada con los
adornos de las paredes, antiguas espadas y escudos colgaban en la parte
superior de la chimenea y dos tapices medievales cubrían los laterales de la
habitación. Jarrones y pequeñas esculturas predominaban en las zonas centrales
y en los rincones, se encontró con algunos premios deportivos y unos pocos
portarretratos.
La fotografía en blanco y negro de
tres niños montando a caballo le llamó la atención. Como supuso que se trataba
de una parte de su niñez, intentó descifrar cuál era el más parecido a él,
hasta que su voz le acarició la espalda. Sonó tan cerca del oído que se le
erizó la piel.
−El del medio.
No se giró, sólo aspiró el perfume,
tragó saliva y trató de tranquilizar el corazón. Haciendo acopio a toda su
fuerza de voluntad, mantuvo con decisión la mirada en la fotografía, lo examinó
y se preguntó cómo no se había dado cuenta antes. Era el más rubio, con la cara
salpicada por algunas pecas y una sonrisa que le convertía los ojos azules en dos
rendijas. Para ella era el más lindo y en ese momento pensó que si alguna vez
tenía un hijo, sin lugar a dudas le gustaría que se pareciera a él.
−Qué sonrisa tienes…
−Eran buenos tiempos −fueron sus
únicas palabras al respecto–. ¿Vamos?
−Sí, ¿por cuál empezamos? –preguntó
girándose y encontrándose con Martín cara a cara. Llevaba el mismo pantalón
pinzado negro pero esta vez, combinado con una camiseta verde oscura ajustada.
Los pectorales bien formados se delineaban a la perfección y a ella se le
movieron los dedos, deseaba su piel. Las redondeces de ese torso
subían y bajaban con pesadez y a Yess por un instante se le cruzó por la cabeza
preguntarle por dónde vagarían sus pensamientos.
Y menos mal que no lo hizo ya que con
la lluvia azotando las ventanas, el musical ruido del viento, la penumbra que
los iluminaba y la exquisita intimidad en la que se encontraban, a Martín se le
estaban ocurriendo ideas de lo más variadas. El ambiente era demasiado tentador
y no estaba seguro de aguantar mucho tiempo batallando contra sus impulsos. Se humedeció
el labio reseco y advirtió la fogosa mirada con la que ella captó dicho gesto. La
conocida satisfacción que solía experimentar cuando estaba cerca de un objetivo
vibró en su pecho. ¿Cuánto tiempo
aguantaremos Yesabel?
Resopló y se contuvo. Cerró por un
momento los ojos y dio un paso atrás.
Se le secó la boca cuando
Martin volvió a abrir los párpados mirándola de esa desconcertante manera. Se
perdió en el azul ahumado que rodeaba sus pupilas y supo sin ninguna
dificultad, que algo estimulante le estaba pasando por la mente. Bajó los ojos otra
vez hasta el brillo que desprendía ese masculino labio humedecido y experimentó
la seguridad que, unos instantes más y lo habría besado. ¿¡Estás loca!? Y pestañeó como si una corriente eléctrica la
hubiera atravesado.
Martin apretó la mandíbula, la tomó
con una delicada decisión del brazo y decidió sacarla de ahí antes de cometer
su primera violación. La condujo hasta el garaje mientras ella seguía luchando con
el revuelo de emociones. Miró a su alrededor, el lugar era mucho más grande que
el de Violeta y percibiendo el olor característico de la gasolina y los
motores, distinguió dos motos tapadas con fundas, una pequeña lancha sobre un
carro para transportarla, un deportivo gris, un coche de cinco plazas y un todoterreno
negro. En las paredes colgaban dos bicicletas montañas, una de carrera y varios
esquíes.
Moviéndose con toda naturalidad,
abrió la puerta del copiloto de la furgoneta y la invitó a subir. Le cerró la
puerta como todo un caballero y se acercó hasta un tablero donde colgaba diferentes
llaves. Yesabel se deleitó con la imagen de su espalda recta y ancha que
terminaba en unas nalgas firmes y sumamente masculinas, hasta que revolviéndose
incomoda en el asiento de cuero, el entrecejo de su madre se presentó. Rosa
desaprobaría que ella se hallara en la casa de un hombre solo y adinerado.
−¿Ya
sabes lo que buscan los hombres, no?
Descartó esa pregunta que amenazaba con arruinarle el momento, mientras
Martín maniobraba el deportivo en que había llegado de trabajar para dejar
libre la salida.
−Relájate,
no pasa nada con aceptar su ayuda –se habló respirando el encantador olor a
coche nuevo–, hasta ahora él no intentó
sobrepasarse. Preocúpate cuando dé alguna señal peligrosa, antes no.
−¿Estás lista?
La vibrante voz la
sacó de su pequeña meditación y con un hormigueo intenso en el estómago, lo vio
cruzarse el cinturón de seguridad por el pecho. Ella apretó los sobres con el
afán de controlar las sensaciones que él despertaba en lo profundo de su
femineidad, pero no lo logró. Estaba excitada.
Por su parte Martín con una aparente
tranquilidad y explicándole que los todoterreno le daba más seguridad para los
días de lluvia y las vacaciones, bajó el volumen de la música y salió a las
encharcadas calles.
Yesabel reunió todas las energías en concentrarse
en las diferentes direcciones para facilitarle el recorrido, pero le costaba
mucho coordinar los pensamientos. El oxígeno en un lugar tan pequeño se le
hacía poco ya que la figura masculina que maniobraba con cautela, llenaba todo
el espacio con su energía.
Cuando creyó no poder soportarlo más,
desvió la vista por el vehículo en una búsqueda desesperada de distracción,
pero el panel lleno de luces, la importante pantalla del GPS y las rendijas del
aire acondicionado, no podían competir con semejante hombre.
Él movía rítmicamente los dedos en el
volante y Yesabel agudizó el oído.
−¿En qué idioma cantan
la canción?
−Me lo regalaron hace
poco, es un mantra –y como a ella esa palabra le sonó a chino, sonriendo se lo
explicó−. Ésta es una de las tantas melodías que existen donde monjes tibetanos
repiten una y otra vez una frase para que queden grabadas en tu cerebro.
−¿Y para qué sirven?
−Se supone que para
relajar la mente, parar tus pensamientos o meditar. Dicen que son muy efectivas.
−Y raras.
−Al principio sí, pero
una vez que te familiarizas sientes cambios en tu mente.
−No me veo escuchando
esto –dijo encogiéndose de hombros.
−Nunca digas nunca
Caperucita.
Ella sonrió buscando detracción en el
exterior, el apodo ya le resultaba un código intimo entre ellos.
Al terminar con el último sobre
salieron del country y Yess comenzó a preocuparse. Durante el camino lo guio
con nerviosismo. En realidad no quería mostrarle la humildad del barrio, las
calles de tierra y la precariedad de la mayoría de las casas, pero era infinitamente
peor pasar la noche sin techo. Se consoló con que la lluvia y la tormenta
habían adelantado la oscuridad de la noche, escondiendo así, el desolador
paisaje.
−¿Cuánto hace que vives por aquí?
–preguntó Martín mientras subían a la autopista acelerando con la vista clavada
en el espejo retrovisor de la izquierda.
−No mucho, nos mudamos el año pasado.
−¿Y dónde vivías antes?
−Cerca de mi familia, en la otra
punta de la cuidad.
−¿Y vas…, van a menudo a visitarlos?
–Ella recordó que nunca iban los dos juntos, el rechazo entre Miguel y su madre
era palpable y esa incomodidad nunca la habían superado.
−No, nunca vamos.
−¿Eso te molesta? –desvió un segundo
la vista de la carretera y la miró. A ella se le hizo un nudo en la garganta ya
que Martin volvió a usar ese cariñoso tono que, por alguna razón la
angustiaba.
−¿Te digo la verdad? –contestó al fin
cuando él terminaba de adelantar a un camión.
−Por
favor.
−En realidad no me molesta, mi padre
murió hace unos años y mi madre…, es alguien con la cual no me llevo
especialmente bien.
−¿Por qué? –susurró
Martín preocupado.
−Porque es muy crítica
conmigo, bueno en realidad lo es con todo el mundo, pero conmigo parece
obsesionada. A veces creo que está esperando que tropiece para recalcármelo.
−¿Y tropiezas con frecuencia?
−Más de lo que quisiera, y cuanto más
me centro en no hacerlo peor...
Martin percibió inquietud
en el tono y se acordó de sus comienzos, de las frustraciones que experimentaba
cada vez que anhelaba el reconocimiento de su padre, en las veces que se esmeró
por sacar las mejores notas en la facultad sin recibir siquiera una
felicitación sincera.
−¿Te digo una cosa? Para alguien como
tu madre, siempre vas a tropezar, aunque no lo hagas. Ella buscará la forma de
verlo a su manera y lo que es peor, tratará de que tú también lo veas así.
Sus palabras fueron bañadas de una
sinceridad y una convicción tal, que se le grabaron a fuego en su interior. En
breves segundos, gracias a la calidez de ese “casi desconocido” ella había
comprendido por primera vez, el posible motivo de la mala relación con su
madre.
−Lo
más probable es que no es que tú tropieces sino que no actúes como a ella le
gustaría.
−Es
que es mi madre, y sabe más que yo…
−Tu
madre es una mujer que está aprendiendo a vivir, como tú, como yo y el hecho de
que tenga más experiencia no significa que sepa lo que tienes que hacer.
−Nunca lo había visto así.
−La mayoría de las
madres tienden a pensar que saben qué es lo mejor para sus hijos y en realidad
nadie sabe que es lo mejor para cada uno, menos para los demás.
−Parece que sabes
mucho de estas cosas.
−Sé observar.
−¿Y con qué fin?
−Para no desperdiciar mi
energía.
−Tienes razón, a mí me cansa intentar
convencer a mi madre que no soy tan tonta como cree.
Martin se acomodó un
poco más en el asiento, en realidad tenía ganas de parar el coche y charlar
horas con ella. Ella lo atraía como pocas personas.
−Ya tendrás tiempo de disfrutar de su compañía −fue la extraña afirmación que le llegó.
Por unos momentos el
silencio reinó y Yesabel, con el ir y venir de las escobillas en el parabrisas,
recordó varios episodios en los que trató que su madre se sintiera orgullosa.
Había hecho inútiles esfuerzos por complacerla, por demostrarle que podía ser la
hija que siempre había soñado, pero nada resultó. Pero algo nuevo pasó y por
primera vez, en ese instante mágico en vez de angustiarse y autocompadecerse,
vio el tema desde otra perspectiva.
−¿Es por aquí?
–interrumpió Martín sus pensamientos.
−Sí, ya estamos cerca,
me puedes dejar en la próxima calle.
−Imagino que te
comprometo si te llevo hasta la puerta de tu casa ¿verdad? –preguntó Martín
estacionando con suavidad en la primera esquina desierta que encontró. Las
calles eran oscuras y el paisaje nada tranquilizador. Las casas no sólo eran
precarias y descuidadas, sino que además estaban alejadas una de las otras
separadas por porciones de terrenos con pastizales donde cualquier delincuente se
podía esconder.
Su instinto se rehusaba en dejarla
ahí y no podía creer que fuera quien fuera su pareja, se quedará tan tranquilo
mientras ella caminaba sola por esas calles sin temer por su seguridad. Pero
nada podía hacer.
-Sí –dijo ella obligándolo a mirarla–
si me dejas en la puerta tendré problemas.
Miró la hora del panel
del coche y comprobó que faltaban ocho minutos para las siete de la tarde. Gracias
a él esta noche tenia donde dormir. Se desabrochó el cinturón de seguridad y se
preparó para bajar.
−Te dejo con tiempo de sobra. –Martín
también miraba el reloj.
−Y no sé cómo agradecértelo, no sabes
lo que me has ayudado. −Yess apretó los labios, estaba tentada de contarle la
amenaza de Miguel, pero la razón le dijo que no, que no había confianza suficiente
entre ellos para desahogarse y que seguramente a él no le importaría. Sin
embargo en sus ojos leía tanta preocupación por su persona, tanta familiaridad
en su tono de voz que le parecía natural abrirle el alma a ese desconocido.
Martin pudo palpar el sentimiento de
soledad que la rodeaba y se aferró al volante, su guerrero interior amenazaba
con salir al campo de batalla.
−Yesabel…, mírame a los ojos.
Ella obedeció al
instante y el corazón se le encogió. En el pecho sintió una emoción
indescriptible, desconocida y abrumadora. La mirada que le dedicó fue una
mezcla de sentimientos que ella nunca llegó a descifrar pero que le agitó al
instante la respiración haciéndola sentir protegida, segura y acompañada.
−Sé que te va a parecer raro pero tienes
que saber que si alguna vez te sientes amenazada, puedes contar conmigo. Sea el
día que sea y a la hora que sea. Ya sabes donde vivo y que hablo en serio
¿verdad?
Y Yesabel asintió mecánicamente, la
mirada fija de Martín hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas y la
garganta se le apretara. No recordaba haberse sentido así de cuidada y tan
estrechamente rodeada sin contacto físico, en toda su vida.
-Y justo tiene que ser con un “casi” desconocido –pensó Yess sumergida
en el aturdimiento.
−Espero que no me malinterpretes,
sólo me gustaría que supieras que… −Ni él sabía lo que deseaba dejarle claro ya
que desconocía la procedencia de semejante compromiso, pero su boca se movió
antes que el razonamiento pudiera intervenir–. Que podes confiar en mí, siempre.
Estremecida con la ronquera de su voz,
palpó en el aire una sinceridad que la hizo confiar en lo que el corazón le
susurraba. Estaba perdiendo la cordura, en ese momento, él le era muy familiar,
más que Miguel, más que su madre.
−Dios,
¿me estoy volviendo loca?
Martin vio leyó desconcierto en sus
ojos vidriosos y se apenó, el pecho se le contrajo y esa vez…, esta vez no se contuvo.
−No llores. −Le pidió mientras
desabrochaba el cinturón de seguridad y la abrazaba con la rapidez−. No llores −repitió
a la vez que la estrechaba a su torso como si la conociera de años atrás. Se
amoldaron con tanta rapidez que ambos desearon detener el tiempo. Él no quería aflojar
los brazos por nada del mundo, se resistía a abandonar esa sensación de alivio,
de haber llegado exhausto al fin de una carrera que lo invadió en el instante que
ella cedió. Era como si por fin había encontrado algo que creía perdido para
siempre.
Ella se olvidó de ser vista por algún
vecino, de su casa, de Miguel, de los irritantes consejos de su madre en el
momento que se aferró a la camiseta para rodearle el cuello y respirarlo. Sus
latidos estaban al mismo ritmo frenético y sus pieles, de muy buena gana, se
hicieron una. Él se dio el gusto de acariciarle el pelo, era tal cual se lo
imaginaba, sedoso, largo y perfumado. Hundió la nariz y se guardó ese olor en
los pulmones para tenerla cerca cuando estuvieran en puntos extremos de la cuidad.
Sonrió otra vez cuando una sensación de bienestar, de estar en el lugar
correcto y con la persona que necesitaba chisporroteó por todas sus
terminaciones nerviosas.
Yesabel temblaba y no era de miedo
sino por la emoción que se despertó en lo profundo de sus entrañas al verse
empotrada entre sus brazos y presa de semejante conexión.
−Ojalá
pudiera sentirme así todos los días −pensó a la vez que una alarma sonó
devolviéndola a la realidad. Se tensó, reforzó varios ladrillos de su interna
muralla protectora y abrumada, intentó alejarse de él. Los poderosos brazos con
desgano se aflojaron brindándole una escasa distancia. Yesabel escuchó la
pesada respiración en el oído y ante el hormigueo que le produjo el roce de la
piel áspera en su mejilla, no se percató del impulsivo movimiento de Martín que,
sin pensarlo dos veces, la besó.
La boca sedienta del guerrero que
llevaba reprimido, impactó en la comisura de los labios, sellando ese mágico
momento, marcándola de su propiedad, saboreándola con exquisita ternura. Se deleitó
con el tacto de su piel y comprobó que con eso no se iba a contentar. Era poco,
muy poco. Hinchó el amplio pecho, tomó aire y pensando en estrecharla otra vez,
le susurró.
−Yess, no te vayas.
Ella se sintió vulnerable, agitada y
confundida. Si su muralla no hubiera sido reforzada, se hubiera dejado llevar
por las insoportables ganas de agarrarle la cara y besarlo hasta perder la
conciencia, olvidándose del lugar y el peligro que corría. Pero eso no podía
pasar le gritó su conciencia ya que estaba siendo infiel, deseando a un hombre
que vio unas pocas veces y del que no sabía casi nada. Enfadándose con sus ingenuos
arrebatos románticos, se aferró a la frase con las que había crecido.
−Los hombres de buena posición social, sólo juegan con mujeres de tu clase.
Luchó contra las carencias afectivas y
haciendo eco a toda su fuerza de voluntad, se alejó. Aprovechando el
aturdimiento que Martín estaba experimentaba se bajó del todoterreno rapidez.
El aire cargado de
humedad la ayudó a salir del embrujo y desesperada corrió salteando los
resbaladizos charcos de barro.
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