Martín salió del vestidor con la
vista fija en el grueso péndulo del reloj del salón que, en ese momento,
marcaba las diez de la noche. Con movimientos automáticos se perfumó el cuello, su mente se encontraba dispersa y desordenada.
No había puesto demasiada atención
en la ropa y para ser honesto, llevaba horas buscando alguna excusa convincente
para cancelar la salida. Cuando llegó a la conclusión de que ninguna podría opacar
el entusiasmo de Gonzalo, se resignó, su mejor amigo era muy obstinado cuando
de salidas se trataba y además, sabía de sobra las insoportables mañanas que le
esperarían en la oficina si lo dejaba plantado.
Sonrió al recordar el empeño que había
puesto en retrasar más de la cuenta las tres citas de la tarde. Fingió interés
en todas las conversaciones, escuchó relatos que en verdad lo aburrían y buscó
documentación en su escritorio con suma tranquilidad. Aun recordaba la extensa charla
sobre música mantenida con su cliente de Estados Unidos por videollamada.
Qué poco le interesaba la opinión del señor Windsor sobre Duran Duran pero, lo que más lamentó fue rechazar el desafío de Alberto para jugar al tenis, lo admiraba por su eficacia en la empresa y la resistencia como adversario. Le había quedado caliente la sangre al ver la mueca triunfante con que se despidió.
Qué poco le interesaba la opinión del señor Windsor sobre Duran Duran pero, lo que más lamentó fue rechazar el desafío de Alberto para jugar al tenis, lo admiraba por su eficacia en la empresa y la resistencia como adversario. Le había quedado caliente la sangre al ver la mueca triunfante con que se despidió.
−Si no peligrara su puesto en la empresa, se hubiera reído de mí en la
cara −pensó prometiéndose una digna revancha. Alberto pronto se enteraría
lo poco que puede durar una victoria.
Pero
todo había sido
en vano. Gonzalo podía tener miles de defectos, pero era tenaz al punto de esperar
horas a su víctima sin inmutarse siquiera. Y a las pruebas se remitía, su amigo
tarareaba alguna canción en el piso de abajo.
−No te
preocupes, la noche recién empieza, cámbiate tranquilo –Le había
dicho con una serenidad desquiciante.
Revisó por última vez su atuendo en
el reflejo del espejo. Se había decidido por un traje negro, combinado con
camiseta azul petróleo y los últimos zapatos negros comprados en
Niza. Se peinó sin mucho esmero las ondas rebeldes color chocolate de su
cabello y resoplando comprobó que no le quedaba más nada por hacer. La hora había
llegado.
−Esto
es una de las cosas más ridículas que he hecho en mi vida, salir para olvidar a
un fantasma.
Bajó las blancas escaleras que desembocaban en el salón y vio a Gonzalo hablando por teléfono, su contextura delgada pero atlética esta vez estaba enfundada en un pantalón de vestir gris claro combinado con una camisa negra arremangada y abierta en el cuello. El estilo de su socio siempre se adornaba con una minuciosa despreocupación.
−¿Ya estás? –preguntó después de
despedirse y cortar.
−Sí, aunque te lo repito, no estoy muy
seguro de tu plan.
−¿Esa frase no la dijiste ya? ¡Ah! Déjame
pensar, cerca de unas cien veces, ¿no?
−Es para que te quedé bien claro –respondió
ignorando la mueca de burla que hacía su amigo guardando el iPhone en el
bolsillo−, o descartes esta salida y me dejes ir al club y sacarle esa sonrisa
boba a Alberto. ¿Te lo repito? ¡No estoy seguro de salir contigo!
−Retroceder nunca, rendirse jamás –bromeó
demostrando por enésima vez el deleite que le causaba enojarlo. Martin murmuró
unas cuantas palabras malsonantes en inglés y meneó la cabeza.
−Menos
mal que no se me dan bien los idiomas –Gonzalo reía.
−¿A dónde vamos?
−Me recomendaron una discoteca nueva,
“Donne” se llama. Vemos qué tal y si no, tengo un plan B que no te pienso
contar.
Martin colocaba en los bolsillos la
billetera y las llaves.
−Mujer.
−¿Perdona? –Gonzalo descargó de golpe
el final del whisky en su garganta.
−Mujer. La disco se llama mujer en
italiano.
−Había olvidado del traductor
frustrado que llevas dentro.
−Ese “traductor” me ayudó a estudiar
y dominar el italiano a la perfección
−Y te admiro por eso. Pero ahora que
lo pienso, el nombre hoy te pega ¿no?
−Será mejor que salgamos porque de
lo fastidioso que estás me están dando unas ganas de pegarte…
Gonzalo lanzó una carcajada que
retumbó en el salón y sus blancos dientes centellaron.
−Fastidioso es la mejor definición
para mi personalidad, ¿o no?
−Definitivamente. Y ya que tocaste el
tema de los idiomas –habló ignorando a su amigo sacándole la lengua−, ¿cuándo
vas a retomar tus clases de inglés?
Martín sabía la respuesta de memoria, Gonzalo
huía de los libros tanto como de las mujeres sensatas, pero un poco de su
propia medicina no le vendría mal.
−¿Te propones molestarme, ¿no? Pero
te voy a contestar, mientras tenga un traductor personal no me voy a preocupar en
estudiar otra vez.
−Muy gracioso. Siempre te las
ingenias en tener la última palabra.
−Deja ya de refunfuñar y vamos a mi
coche –comentó Gonzalo mientras Martin tecleaba la clave en la alarma antes de
salir.
−¿En ese coche de viejo?
−Sí, en ese mismo y te recuerdo que los
Mercedes son adquiridos por clientes cada vez más jóvenes.
−Lo que tú digas, pero a mí no me
gusta tu coche.
−Nada de los que digas me va a
enfadar. Vamos en el mío así no te me escapas en medio de la noche.
−Como
si no hubiera taxis. –pensó Martín sonriendo por lo bajo.
*********
Yesabel estaba frustrada con el
peinado, ¿nunca le podía quedar bien? Se
preguntaba dominada por un profundo mal humor y todo gracias a Miguel, que desde
que le sugirió salir, solo había visto trabas. Pero no iba a desistir,
necesitaba despejarse y estar a solas para olvidar de una vez por todas al
fantasma con el que batallaba.
Miguel, ya preparado para salir la esperaba
acostado en la cama y mirando la televisión. Detenida en la estampa, su lado
negativo le susurró una lista de motivos para olvidarse de ese ridículo plan. Por
un segundo se tentó con cancelar todo, las carencias no se solucionarían con una simple salida y
como si fuera poco, el recuerdo de la última vez que fueron a bailar, estaba
muy fresco.
Cerró los ojos y se vio utilizando todas sus fuerzas para meter a Miguel, en el coche viejo y sucio de su mejor amigo Ramón, el cual no paraba de reírse.
Cerró los ojos y se vio utilizando todas sus fuerzas para meter a Miguel, en el coche viejo y sucio de su mejor amigo Ramón, el cual no paraba de reírse.
−No
importa –pensó cepillándose el pelo con demasiado énfasis,− hoy será distinto.
Esta vez las copas no se les
escaparían de las manos y él no volvería a casa tumbado en el asiento de atrás
canturreando con la lengua adormecida por el alcohol. ¡Eso no pasaría!
De pronto su voz interior le habló.
−No
pienses en esas cosas ahora. No se va a repetir. Esta noche sales con él, bailas
y te olvidas de ese hombre que no deja de ser una ilusión y una molestia.
−¿Te falta mucho? –preguntó Miguel con
desgano.
−No, ya voy, estoy luchando con el
peinado, está rebelde.
−Hasta mi
pelo se quiere quedar en casa −bromeó con amargura.
−No tardes mucho, que me está dando
sueño. −Yess lo escuchó con rabia, a él las ganas se le iban con mucha rapidez
y su mejor plan consistía precisamente en eso, en no hacer nada−. Además,
Ramón, está por llegar.
Sosteniendo el cepillo con fuerza salió
del baño.
−¡Qué! –Si las miradas mataran,
Miguel seria enterrado al día siguiente− ¿Ramón viene?
−Sí, lo encontré en la esquina y me
contó que todos van a una bailanta que se llama “Amanti” me pareció buena idea,
¿no?
Yesabel se mordió unas cuantas malas
palabras y sin contestarle volvió a enfrentar al espejo. Analizó ese “todos” y
comprendió que los insoportables amigos de Miguel estarían ahí. Cuando se dio
cuenta que estaba estrangulando al inofensivo cepillo, lo dejó en su lugar.
−Qué
más da como quede mi pelo, si vamos a una bailanta, con Ramón y sus queridos
amigos.
Se pintó los labios, salió del baño y
forzó una sonrisa.
En ese instante se dio cuenta que
todos sus esfuerzos habían sido en vano. Miguel sin sacar la vista de la pantalla
del televisor se levantó de la cama, estiró los brazos y guiado por unos
bocinazos, miró hacia la ventana.
−Debe de ser él, ¡vamos!
Yesabel incineró un “qué apuesto estás”
ya que no le iba a decir que el vaquero nuevo con esa camisa roja a cuadritos
grises que ella misma había elegido, le quedaba pintada. En silencio se dejó
tomar por el brazo y caminaron al exterior.
Le costó seguirle el paso ya que los
zapatos que Susana le había prestado cuando fue a ver el estado de salud de su
hijo, eran de un número más, pero le gustaron tanto que muy agradecida se los puso
igual.
−Tanto
arreglarme, tanto pedir zapatos, para que ni siquiera me mire −observó el pantalón negro ajustado y la
camiseta de lycra rosa fuerte con un escote sugerente que había elegido para él,
y se conformó. La bendita panza que le sobresalía del pantalón no la disimulaba
con nada, pero había decidido que muchas gorditas se ponían ropa ajustada y
sólo por animarse, se sentía satisfecha.
Cerraron la puerta con el candado, subieron
al coche que Ramón no había limpiado desde vaya saber cuándo y se marcharon.
*******
A Martin la cabeza le martillaba sin
cesar, se sentó en el borde de una cama y se la sujetó con ambas manos. El
mareo era constante y el estómago no tardó en darle vueltas. Soportó
estoicamente una arcada y gruñó cuando reconoció los síntomas.
−Una
borrachera −se habló enfadado−, lo
que me faltaba. Después de tanto tiempo volver a tomar sin control es
imperdonable.
Con un profundo asco por sí mismo, su mente
espesa comenzó a trabajar.
−Una
borrachera, sí, pero la pregunta era ¿por qué? ¿Con quién?
Y de pronto escuchó lo que para él
fue un estruendo, una taza apoyada sin cuidado en algún plato resonó en su
cabeza impregnada en alcohol, produciéndole olas de insoportables dolor.
−Shhhuuu −fue todo lo que pudo articular
y acto seguido, amarrándose a toda su fuerza de voluntad, abrió los párpados.
Aunque el mobiliario no paraba de girar se percató de tres cosas, que no estaba
en su cama, esa no era su habitación y se encontraba completamente desnudo.
−Ya veo que nuestro guerrero se
despertó…
Martín frunció el ceño, apretó la
mandíbula y rezó para que sea quien sea el dueño de esa voz, no volviera a
hablar. Lo último que apetecía era dialogar.
−Toma, esto te va a venir bien. −Una
mano llena de anillos le acercó una taza de café que le hizo tener más ganas de
vomitar que de tomarlo. Levantó los ojos inyectados en sangre y la vio en la
neblina.
Tenía el pelo castaño claro desordenado, sus ojos eran marrones almendrados, la boca carnosa y llevaba puesta… ¿su camisa? No era fea, es más, muy atractiva pensó, lástima que los rastros de maquillaje le hacían aparentar una edad indefinida. Bueno, aunque sea borracho y todo su gusto por las mujeres no se alteraba.
Tenía el pelo castaño claro desordenado, sus ojos eran marrones almendrados, la boca carnosa y llevaba puesta… ¿su camisa? No era fea, es más, muy atractiva pensó, lástima que los rastros de maquillaje le hacían aparentar una edad indefinida. Bueno, aunque sea borracho y todo su gusto por las mujeres no se alteraba.
Despejando una de las incógnitas,
pensó en la siguiente, ¿dónde estaba?
−Gracias.
Y al intentar llevársela a la boca, se
dio cuenta que le resultaría imposible tragar un solo sorbo de ese líquido
marrón que ella llamó café y de mala gana, frunció la nariz y lo dejó en la
mesa de noche.
Decidió salir de ese lugar, pero por
insólito que pareciera, estaba incómodo con su desnudez frente a la desconocida
y buscó con la mirada su ropa interior por el suelo.
Y comenzaron a aparecer retazos de la
tarde anterior y cuando los bóxer seguían en paradero desconocido por el lado
derecho, decidió cambiar de orientación. El giro, a raíz del dolor era lento y
prudente pero de pronto abrió los ojos de par en par. Una mano en su espalda
comenzó a dibujarle líneas rectas sobre la columna vertebral. Volteó la cara con
toda la rapidez que su estado le permitió y la vio. Otra mujer, de pelo negro,
piel blanca resplandeciente y tan desnuda como él, lo acariciaba sin
miramiento.
Como si fuera poco, una sonrisa
sensual y movimientos marcados con la lengua, le insinuaban que continuara haciéndole
algo que al parecer, le había resultado muy excitante. Los gestos fueron mucho
más efectivos que cualquier medicina y con la rapidez de un rayo los efectos
aletargados de la borrachera comenzaron a disiparse. Con el ceño fruncido y la
vista anclada en algún punto del cabecero de la cama, empezaron a desfilar
imágenes sin hilar, fragmento de conversaciones, besos, risas, cuerpos, copas…,
pero poco más.
Se tragó las ganas de vomitar y el
bochorno. Sean quienes sean estas mujeres, no les iba a dar el gusto de verlo
confundido o avergonzado. Se levantó con cierta dificultad mientras que la que
le había traído el café, se tumbaba al lado de su amiga. Las dos mujeres se
abrazaron, una de ellas besó el cuello de la otra desafiándolo y esperando que eso
le bastara para volver a introducirse entre las sábanas.
−Vamos, es temprano para que nos
dejes, además anoche nos faltaron cositas por hacer…
De su garganta no salió la negativa
que el cerebro le gritaba ya que la traicionera virilidad, se estaba dejando
llevar por la lujuria, una vez más.
−¡Es verdad! Nos faltó hacer otro
trencito −ronroneó la que le había acariciado la espalda.
Su cuerpo musculoso y bronceado,
gracias al último viaje a Roma, quedó al descubierto mientras luchaba por
dominar a su parte inferior que no mostraba dificultad alguna en emprender otra
batalla.
−Quédate
quieta, que ya tuviste fiesta anoche –pensó mientras las dos lo recorrieron
con una hambrienta mirada.
Él, conocedor de su tamaño y hombría
no podía taparse como un adolescente, ¡no!
Eso no estaba en su naturaleza por más que era lo que deseaba hacer, ya que
esas mujeres parecían dos lobas famélicas a las cuales no pensaba alimentar. Ignorándolas
volvió a lo que le preocupaba, seguía sin saber dónde estaba, cómo había
llegado ahí y quiénes eran esas desconocidas. Las dejó mirar a libre demanda
mientras de reojo distinguió su ropa. Puso derecha la espalda y rogando por no
tambalearse y dar un espectáculo, caminó hasta las prendas desparramadas en la
alfombra. Se puso los bóxer, los pantalones y se miró a un espejo rodeado con
un marco de muy mal gusto. ¡Bingo!
−¡Gonzalo! –rugió enfurecido−. ¿Dónde estás?
De milagro no arrancó la puerta
cuando la abrió y olvidando por completo todo el alcohol ingerido, con pasos
largos y fuertes llegó hasta el salón. Él dormitaba en el sillón negro de cuero
de su departamento con una expresión divertida y pervertida a la vez. Una
morocha de pelo largo y lacio se desperezaba enredada a lo largo de su cuerpo e
intentó taparse cuando descubrió los ojos furiosos de Martin. Él le hizo una
mueca de incredulidad ante el aparente pudor y tomando a su socio del brazo, lo
arrastró de un tirón hasta la cocina.
−¡Me vas a explicar esto! ¡Y ahora
mismo!
Gonzalo se peinaba con los dedos sin
dejar de sonreír, cual niño travieso.
−Creo que mi plan no era tan malo
después de todo ¿no?
Martin miró el reloj de péndulo negro
que colgaba entre los azulejos grises y como si de una película se tratase, una
serie de infinitas recuerdos le revelaron lo ocurrido.
Entraron al pub, se encontraron con
estas “señoritas” y bailaron. Él se quería ir, pero Gonzalo no lo dejaba. Luego
retazos de las charlas se le colaban en su mente y a continuación, copas,
tragos de diferentes colores y absurdas competencias de chupitos.
−Esto no es lo yo quería –reflexionó
advirtiendo expectación en los ojos verdes de su amigo.
−Eso lo repetiste muchas veces anoche,
hasta que…
−Sí, no me lo digas, hasta que una de
ellas preguntó si me gustaban los hombres.
Y una sonrisa ladina apareció en los
labios de Gonzalo.
−No son los hombres los que te gustan
amigo, sino, ella.
Y entonces el peor momento de la
noche irrumpió en la cocina, como un rayo de luz, cegador y potente.
En medio de la pista una pareja se
besó apasionadamente y hasta que no comprobó que ese pelo castaño claro y largo
no era el de su fantasma, no pudo desviar la vista. El enigma de saber algo de
su situación sentimental lo atormentó hasta que la bebida se lo permitió. Entre
copa y copa el brillante color miel de esa potente mirada, se fundió mar
adentro a la vez que perdía el control de sus actos.
−Yesabel
–murmuró por lo bajo volviendo a la realidad.
Frunció el ceño percibiendo nuevos martillazos
en la sien y se enojó con él mismo. Sabía de primera mano que el alcohol nunca
era buena medicina. Gonzalo suspiró.
−Perdón amigo, hice lo que pude, pero
veo que no sirvió.
Acto seguido le palmeó el hombro,
meneó la cabeza y salió llamando a su morocha. Esas mujeres no podían quedar
así, alguien tenía que ir al dormitorio y rematar lo que Martin no se permitía.
*******
La bilis le quedó en la garganta,
estaba haciendo todo lo posible por no vomitar otra vez pero le resultaba
imposible.
−¿Vas a tardar mucho? –preguntó Miguel
desde atrás de la puerta del baño.
−No, ya salgo.
Las piernas de Yesabel se tambalearon
un poco, secó el sudor de la frente, se lavó la cara con agua fría y salió. No
tuvo necesidad de cruzarse con la negra mirada de él para percibir la
recriminación y el enojo que flotaba en el aire. Llegó hasta la cama con toda
la dignidad que encontró en su estropeada persona e incapaz de sacarse la ropa,
se acurrucó por encima de las mantas.
Hundió la cara en la almohada, cerró
los ojos y trató de recordar algo de la noche pasada. Esperó paciente, apretó
los párpados y de pronto las secuencias comenzaron a circular por su densa
mente. Ella estaba de mal humor, eso lo tenía muy claro y él…, él intentó
alegrar el momento bebiendo. Entre la música que no era de su agrado, las
bromas de mal gusto de los amigos de Miguel y la frustración de la salida,
llegó un momento que creyó que saldría corriendo del lugar.
Se forzó a superar el enfado y trató
de pasarla bien y divertirse, incluso bailando con su pareja, pero había una
barrera invisible que les impedía estar en la misma sintonía. Luchaba por no
encontrarse con sus ojos azabaches ya que siempre leía en ellos una incompatibilidad
absoluta. Él tenía la costumbre de mirarla como si no entendiera su sentido del
humor o como si ella lo pusiera en ridículo. Y ayer no fue la excepción.
La noche avanzó, las horas pasaban y
la cosa no mejoraba. Yesabel seguía aburrida mientras Miguel se reía con Ramón, pero ojalá
hubiera sido sólo eso, su fastidio llegó a cotas inalcanzables cuando los dos
se pusieron a mirar a otras mujeres y a hacer comentarios sobre ellas. No era
que lo celara, pero le parecía una falta de respeto y consideración. Como
broche de oro se sintió invisible cuando Miguel bailó a las risas con una amiga
que tenían en común y conteniendo estoicamente las ganas de llorar, aguantó
sentada en una banqueta fingiendo indiferencia.
Se refugió en un costado de la barra,
ignoró a más de uno que la quiso sacar a bailar y observó distraída a las
sonrientes parejas que se balanceaban al ritmo de la música.
−¿Podía
ser peor la noche…? ¡Sí! Aunque cueste creerlo, la situación empeoró cuando
vio a un hombre alto, de pelo castaño y
espaldas anchas divirtiéndose con una rubia. Hipnotizada ignoró la música y las
personas que esquivaba mientras rodeaba la pista hasta verlo de frente. Su
corazón se alivió cuando comprobó que no se trataba de Martín y, sorprendida
por el insólito impulso que la movilizó mucho más que la imagen de Miguel
bailando con otra, se giró sobre sus talones. Se enojó con ella misma, se
reprendió con severidad y sintiendo el pecho oprimido y angustiado, volvió a la
barra.
−¿De
verdad estoy celando a alguien que no
conozco, que me llevó por delante accidentalmente y del que no sé nada? ¡Qué
Dios me ayude!
Disgustada Yesabel pidió una copa,
luego otra y otra más, y cuando se quiso acordar estaba en una punta de la
barra, riendo y tratando de hablar con la corbata amarilla del camarero. Su
pareja se dignó a buscarla y cuando la tomó del brazo para bajarla de la
banqueta comprobó que estaba mareada.
Así fue que esta vez Miguel tuvo que
sacarla del brazo, mientras ella saludaba a una sonriente mujer que se
reflejaba en todos los espejos.
−¿Te sientes mejor? –El tono
masculino era cortante.
−Creo que voy a dormir.
−Claro, ahora lo que me faltaba. ¿No
vas a hacer la comida, verdad?
Ella cerró más fuerte los ojos,
contuvo una rabia robusta que se centró en su garganta y le dio la espalda en
la cama.
−Es la
última vez que vez que piso ese lugar –pensó como si fuera la solución a
sus problemas−. ¿Cómo se llamaba? Amanti.
Hasta el nombre me desagrada.
*******
Salió de la sauna con la piel
brillante de vapor, se recostó en la cama vestido únicamente con una pequeña
toalla en la cintura y suspiró aliviado. El partido de tenis le había venido
bien, se divirtió como pocas veces con ese tal Santiago, un conocido de la
familia Aráoz, que no estaba al tanto de la agresividad que poseía cuando el
partido se le escapaba de las manos.
Sonrió al recordar la cara de asombro de su oponente cuando cambió la forma de jugar. Él se había vanagloriado de las pocas derrotas y en el comienzo, la suerte le sonrió. Y fue justamente la risa del contrincante la que despertó la competitividad comenzando con sus despiadados saques, que no se detuvieron hasta que la seriedad de Santiago volvió.
Sonrió al recordar la cara de asombro de su oponente cuando cambió la forma de jugar. Él se había vanagloriado de las pocas derrotas y en el comienzo, la suerte le sonrió. Y fue justamente la risa del contrincante la que despertó la competitividad comenzando con sus despiadados saques, que no se detuvieron hasta que la seriedad de Santiago volvió.
El partido había durado un par de
horas y al desplegar cierta tensión entre ellos, comenzó a reunirse un público
considerable alrededor de las canchas. El resultado quedó en un aceptable, 6/3;
4/6; 6/2 pero la súbita oleada de placer que le dio el triunfo, no logró
hacerlo olvidar de su frustración. Después de la salida del viernes, el sábado
había sido bastante ocioso, entre tés de manzanillas, caldos, sofá y
televisión, luchando con la mente que seguía dándole vueltas al mismo tema.
Yesabel.
Para el domingo tenia agendado este
asado con la familia Aráoz en el mismo country y aunque pensó que no se iba a
divertir, la verdad es que no se arrepintió. Fue mucho más ameno de lo que
esperaba.
Se levantó, buscó el pantalón del
pijama mientras programaba su lunes cargado de intenso trabajo y con un buen
libro se metió entre las sábana de seda azules, compradas en el viaje a la India.
*******
La pila de ropa parecía no bajar,
Yesabel algo malhumorada estaba de pie detrás de la mesa y aferrando la plancha
con demasiada fuerza. Como si no tuviera bastante con el fantasma, ahora se
sumaba la borrachera del viernes, que sería tema de conversación en su casa durante
los próximos meses.
Miguel se había enfadado bastante y
no dejaba de mirarla de esa forma que sólo le causaba culpabilidad y dolor,
obligándola a reducir los diálogos a vagos monosílabos. El sábado ella se la
pasó en la cama mientras él se entretenía en la casa de Ramón. Luego no tenía
idea de sus actividades, solo que se dignó a dar señales de vida a eso de las
once de la noche, volviendo igual de enojado que se fue, para acostarse y
dormirse sin mediar palabra.
El domingo luego de almorzar, salió al acostumbrado partido de futbol mientras ella se dedicaba a hacer limpieza general. Ahora que trabajaba fuera, la casa tenía que estar más cuidada y así evitar motivos de discusión.
El domingo luego de almorzar, salió al acostumbrado partido de futbol mientras ella se dedicaba a hacer limpieza general. Ahora que trabajaba fuera, la casa tenía que estar más cuidada y así evitar motivos de discusión.
Luego de terminar con la última
prenda fue a visitar a Susana y aprovechando la devolución de los zapatos, le llevó
un bizcocho a Andrés que seguía aburrido en la cama sin poder mover la pierna. Con
alivio se enteró que el puesto de trabajo estaba asegurado durante las próximas
semanas, su hermana no encontraba las muletas dejando al niño al cuidado de la
madre que, como si fuera poco, padecía una fuerte gripe.
Volvió a casa, se acostó sola a leer
una revista y poco a poco se quedó dormida. Entre sueños escuchó a Miguel que
se acostaba y sin despabilarse, se tapó casi hasta la cabeza con la manta y
apretó los ojos rogando que no la tocara.
*******
El jardín estaba oscuro, casi entre
tinieblas se podría decir. Se oía música, conversaciones lejanas y ruidos de
cubiertos. La sensación se tornaba familiar y aunque no supo el motivo, lo
disfrutó. Entonces agudizó la mirada y la vio. Ella iba vestida de blanco y apoyada
contra en el tronco de un árbol, miró hacia las estrellas. Cuando levantó su rostro
adornado con mechones ondulados, dejó al descubierto una expresión casi
angelical.
−Esto ya lo soñé −retumbó en su mente, pero apresurado
calló ese pensamiento porque deseaba admirarla−. Ya lo sé, pero quiero disfrutarla.
Las piernas le pesaban toneladas y
mientras contemplaba todo su cuerpo desde la oscuridad, sonrió. La estudió
hasta que se dio cuenta que no sólo no podía caminar, sino que también le
costaba respirar, el corazón le latía más de prisa y que sus dedos se tensaban
imaginando el tacto de la piel. Ella de manera despreocupada se mordió el labio
inferior y mirando a su alrededor se quitó los zapatos.
Quedó con la cabeza baja observándose los pies entre la hierba mojada y él, como un excelente cazador que era, aprovechó ese descuido para acercarse. Primero se asustó, abrió grande los ojos y su rostro se puso en estado de alerta, pero cuando él quedó bajo la luz de una farola, todo cambió. Ella tragó saliva, se aferró con las manos al tronco, abrazándolo por la espalda y su pecho se irguió.
Él no pudo evitarlo, recorrió el profundo escote con una candente mirada y dio un paso más. Gracias a la cercanía y la diferencia de altura, ella levantó la cabeza y fue cuando sus ojos miel lo derritieron, lo abrasaron, lo encendieron sintiéndose el hombre más vulnerable del mundo. Ahí comprendió que esa mujer hacía estragos en él.
Quedó con la cabeza baja observándose los pies entre la hierba mojada y él, como un excelente cazador que era, aprovechó ese descuido para acercarse. Primero se asustó, abrió grande los ojos y su rostro se puso en estado de alerta, pero cuando él quedó bajo la luz de una farola, todo cambió. Ella tragó saliva, se aferró con las manos al tronco, abrazándolo por la espalda y su pecho se irguió.
Él no pudo evitarlo, recorrió el profundo escote con una candente mirada y dio un paso más. Gracias a la cercanía y la diferencia de altura, ella levantó la cabeza y fue cuando sus ojos miel lo derritieron, lo abrasaron, lo encendieron sintiéndose el hombre más vulnerable del mundo. Ahí comprendió que esa mujer hacía estragos en él.
Entonces sonrió. Y él la acompañó,
abrazándola con una mirada tan turbia como el cielo al anochecer. Los párpados de
ella poco a poco cedieron, con un moviendo casi sensual y él sin poderlo
resistir, tomó entre sus dedos un mechón castaño claro y lo hizo deslizar, con
lentitud entre el índice y el pulgar.
Con un suspiro agradable, ella ladeó
la cabeza dejando descansar la mejilla en su mano. Y así quedó, por unos largos
instantes mirándola, acariciándola con el pulgar y preguntándose cuánto tiempo
podía seguir. Tal vez, indefinido.
Ella subió los párpados, apoyó la
cabeza en el tronco y entreabrió los labios. Eso era una invitación que jamás
se perdonaría si la rechazaba.
−Esto
ya lo soñaste −volvió a insistir la cordura, pero solo
un demente se dejaría arrastrar por la realidad interrumpiendo semejante
momento y él, distaba mucho de la locura. Apretó los dientes con una
descabellada determinación, se agarraría con uñas y dientes para alargar ese sueño
con tal de probar el sabor de sus besos.
−Que
esta vez nada se interponga entre nosotros, por favor −rogó con todas sus
fuerzas.
El pecho se hinchó con la misma
lentitud que su boca descendía. Era una necesidad besarla, no soportaría
despertar sin degustar el sabor exótico que seguramente encerraba esa boca tan
tentadora.
Sí, esta vez lo lograría. Y en ese
momento ella se humedeció el labio inferior como si estuviera a punto de comer
el más exquisito de los caramelos y él comprobó que estaba perdido. Los
músculos se le tensaron, igual que a los gatos cuando están a punto de saltar
una importante distancia, pero así y todo, se detuvo cuando la escuchó.
−Martin…
−Estoy aquí Yess, y para siempre.
−¿Lo prometes?
−Te lo juro –contestó rotundo extasiado con la mezcla
de respiraciones.
Y los sonidos se
silenciaron, la noche ennegreció aún más y el mundo desapareció bajo sus pies. Ella
le clavó los dedos en los hombros y ese contacto lo estremeció, le despertó al
guerrero saqueador que habita en su interior empujándolo hacia un camino sin
retorno. Su mano derecha se posó en la femenina cintura, mientras que la
izquierda, por decisión propia, envolvía los delicados dedos para arrastrarlos
hasta su pectoral.
Apretó la palma justo en el corazón y esperó la reacción. Ella miró con atención ese punto del cuerpo que latía frenéticamente y sonrió. Sus pulsaciones se asemejaban al galope de un caballo en medio de una pradera demostrando sin dificultad, el torrente de emociones que corría por las venas.
Apretó la palma justo en el corazón y esperó la reacción. Ella miró con atención ese punto del cuerpo que latía frenéticamente y sonrió. Sus pulsaciones se asemejaban al galope de un caballo en medio de una pradera demostrando sin dificultad, el torrente de emociones que corría por las venas.
−Martin,
no esperemos más. Me muero si despierto sin haberte besado −susurró y de una manera poco recatada, liberó la mano del pecho, se puso de
puntillas y rodeándole el cuello buscó su boca.
Los labios se encontraron,
saboreándose, fundiéndose en el beso más tierno y cautivante que ambos hubieran
sentido jamás. Las lenguas se juntaron, se aceptaron como si se conocieran de
toda la vida y comenzaron una acordada danza, tan feroz como estimulante. Él la
apretó contra el árbol, la asfixió con su musculatura mientras ella acomodaba
el cuerpo. A pesar de la gran diferencia de tamaños, encajaban a la perfección.
Con un movimiento felino y sofocante
lo abrazó con fuerza y se dejó llevar, a la vez que el mundo contenía el
aliento. La historia estaba escrita, esas almas que vibraban a la par, al fin
se habían encontrado y las estrellas titilaban de alegría.
Los instintos más feroces y varoniles
despertaron a tal punto que él temió por sus actos. Debía controlarse porque de
otra manera la tumbaría ahí mismo en la hierba y no habría Dios que lo
despertara de semejante sueño.
−Tranquilo,
despacio –se habló mientras retiraba la boca sólo para tomar aire hasta que
la escuchó, su afrodisiaca voz sonó con una única misión, volverlo loco.
−Martín, no te detengas, abrázame…
Y las piernas le
temblaron, el aire le faltó y su mente, rápida como siempre, comenzó a buscar
un lugar cercano donde llevarla y encerrarla bajo siete llaves importándole un rábano, que fuese una ilusión.
Solo deseaba estar con ella y las negativas no formaban parte de su vida,
estando despierto o dormido.
Pero se controló, dibujó un camino
invisible de besos hasta la sien y la apoyó con mucha fuerza contra el pecho. Deseaba
que dejara de temblar, ¿o era él? No lo sabía.
Yesabel se aferró a la tela de su camiseta
y hundiendo la cara en el cuello volvió a hablar.
−No
te alejes Martín, no me quiero ir.
−Te
lo prometo, no nos separaremos.
−¡Martin! –gritó despertando sudada,
aturdida y abrazando con fuerza a Miguel.
−¡Yesabel! –Fue el clamor de Martín
sentándose de golpe en su solitaria cama, aferrado a las sábanas y con el
corazón galopando.
*******
Era más del mediodía
cuando Martín borró por tercera vez el documento que intentaba redactar con los
detalles de la obra del centro comercial. Alborotándose un poco más el pelo,
apoyó la cabeza entre sus manos mirando la pantalla en blanco.
−¡Esto ya es demasiado! –exclamó en la
soledad de su imponente oficina. Una cosa era pensar en ella de vez en cuando,
tratar de volver a verla entre la gente o recordar su mirada, pero ya soñar con
semejante realismo y magnitud, y tenerla presente a cada minuto interponiéndose
en el trabajo, era exagerado. Su cabeza estaba aturdida, no podía seguir así y
algo debía hacer.
−¡Pamela! –habló autoritario por el
teléfono interno−. No estoy para nadie en la próxima media hora.
Cortando sin esperar
respuesta con su cada vez más distante secretaria, cerró la tapa del portátil,
reclinó el respaldo del sillón negro y se desabrochó el cinturón del pantalón.
Respiró profundo, se aflojó el nudo grisáceo de la corbata y se liberó del
primer botón de la camisa rosa pálida.
Hizo las tan efectivas respiraciones, hinchando al máximo la barriga para luego soltar pausadamente el aire por la nariz. Cuando iba por la cuarta, se sintió mejor, se concentró en las emociones que había despertado Yesabel en él y un poco más relajado y distendido, le preguntó al universo para qué estaba viviendo esta situación.
Hizo las tan efectivas respiraciones, hinchando al máximo la barriga para luego soltar pausadamente el aire por la nariz. Cuando iba por la cuarta, se sintió mejor, se concentró en las emociones que había despertado Yesabel en él y un poco más relajado y distendido, le preguntó al universo para qué estaba viviendo esta situación.
Era una técnica que utilizaba con
mucha frecuencia y que la mayoría de las veces le daba buenos resultados. A
menudo veía conferencias de especialistas en biodescodificación donde se hacía
hincapié en que el subconsciente vive años adelantados a nuestros tiempos, convirtiéndose
en el mejor aliado para recurrir en caso de indecisión.
Él no estaba totalmente seguro de la veracidad de la teoría, pero nada perdía con intentarlo de vez en cuando. Y ese le pareció un excelente motivo para utilizarlo. Esperó con paciencia a que la respuesta llegara de cualquier manera hasta que en la espesura de sus pensamientos, con toda claridad la escuchó:
Él no estaba totalmente seguro de la veracidad de la teoría, pero nada perdía con intentarlo de vez en cuando. Y ese le pareció un excelente motivo para utilizarlo. Esperó con paciencia a que la respuesta llegara de cualquier manera hasta que en la espesura de sus pensamientos, con toda claridad la escuchó:
−Búscala,
acércate a ella. Hasta que no lo hagas, estarás en constante tensión.
Frunció el ceño, ¿acaso
sería ésta la primera vez que el universo se equivocara? ¿Serían las ganas las
habrían contestado? No podía distinguirlo pero al llegar a la respiración
número veinte, abandonó la técnica y se incorporó. Apoyó los codos en el brillante
escritorio, hundió los dedos en los rebeldes cabellos y esperó a ver qué se le
ocurría. Llevaba varios segundos con la vista en el celular, cuando las
palabras flotaron en su mente.
−Si ya sé en qué casa
entró…, puedo averiguar el número de teléfono.
Sin pensarlo un segundo más marcó el
número de la casilla de seguridad del country y en cuatro minutos ya disponía
de la información que necesitaba. Esa casa pertenecía a Violeta Lucea, una
mujer empresaria y soltera que se relacionaba poco con las demás familias.
−Otra como yo −murmuró mientras
observaba los números apuntados en el taco de notas.
−Yesabel trabajará para ella –comentó
pensativo mientras giraba el sillón hacia el ventanal−. ¿Estará ahora en su
casa?
Solo había una manera
de averiguarlo y dominado por un arrebatado impulso, levantó el auricular del
teléfono y llamó sin siquiera detenerse a pensar en qué iba a decir.
−Si suena más de cuatro veces, abandono este
descabellado plan. Uno, dos…
−¿Hola…?
−¡Mierda!
−Sí…, buenos días –habló profundizando
la voz, cosa habitual en él cuando se ponía nervioso.
−Buenos días…
−¿Se encuentra la
señora Violeta Lucea?
−No en estos momentos
la señora no está, ¿de parte de quién?
−¿De
parte de quién? Ese detalle no lo había tenido en cuenta.
Martin titubeó. ¿Qué estaba haciendo?
¿Qué le iba a decir? Tenía que pensar y rápido. En eso desvió la vista y se
encontró con unas carpetas donde se archivaban los nuevos contratos y leyó palabras
al azar hasta dar con un nombre.
−Horacio, Horacio Cabrera.
−Señor Horacio, ¿desea dejarle algún
mensaje?
−Un mensaje
no, sólo quiero escucharte, horas, como un adolescente.
−No –contestó al fin tramando la
mejor manera de sacarle más información−, muchas gracias, sólo una pregunta
más, ¿a qué hora podría encontrarla?
−Mire yo me voy cerca de las seis de
la tarde y ella a veces no ha regresado, intente a eso de las siete u ocho.
−Te
vas a las seis, es mucho más de lo que esperaba averiguar.
−Bien volveré a llamarla entonces, una
cosa más ¿me podría decir su nombre?
−¿El mío? –Ella se sobresaltó.
−Sí –piensa algo, y rápido–, es para decirle quién me dio la información
de la hora de su regreso…
Ella lo meditó por un momento y
Martín quedó como los niños a punto de ser apresado haciendo una travesura. El
corazón le galopaba y de una manera involuntaria se mordía ambos labios con los
dientes apretados.
−Yesabel –contestó después de una
eternidad.
Y esa única palabra le hizo cerrar
los ojos, sacar el aire retenido y sonreír. Se aflojó de tal manera que los
hombros cayeron a la vez que las palabras resbalaban, sin consentimiento por
sus labios.
−Dilo otra vez…
−¿Perdón? –volvió a sorprenderse −. ¿Eso ya lo había escuchado? Si, cuando me encontré con… ¡no! No
podía ser, este hombre había dicho Horacio, no Martín ¡Dios estoy perdiendo la cordura!
−Si me puede repetir su nombre
señorita, para anotarlo –agregó con rapidez algo sonrojado.
−Si claro –contestó recobrando el
habla–, Yesabel. Me llamo Yesabel.
Se hizo un silencio compartido, él
escuchaba su respiración densa a través de la línea telefónica y sería capaz de
aposta unos cuantos billetes, a que el pulso le galoparía al mismo ritmo que el
suyo.
Aunque la intuición de YesabeL le
aseguraba que detrás del auricular se escondía Martín, a su razón le pareció
una idea tan descabellada que temió en serio por su salud mental.
Mientras
los dos cavilaban e ignoraban que el silencio se extendía más de lo debido, el
mundo seguía girando y el primero en percatarse fue Martín, cuando la puerta de
la oficina se abrió abruptamente. Su secretaria lo observó con algo de
preocupación, pocas veces había encontrado al imperturbable empresario revelando
algo de sorpresa en el rostro. Martín volvió en sí y retomando el control de la
situación, tapó con la mano el auricular.
−Perdona, ya ha pasado la media hora
y Alberto te trae los informes que pediste.
−Bien, gracias –dijo con extrema
suavidad−, que pase en un segundo.
Pamela se quedó de pie al lado de la
puerta con una carpeta apretada entre sus pechos y él comprendió que todavía le
quedaba información por comentarle. Temeroso de que dijera en voz alta su
verdadero nombre, se apresuró a terminar con la conversación.
−Perdón –habló volviendo al
auricular–, muchas gracias señorita, más tarde volveré a llamar.
Pamela se sentó del otro lado del
escritorio alcanzándole varios documentos para firmar. Podían haber sido cheques
en blanco, que él hubiera garabateado su nombre sin cuestionarlo ya que en su
mente sólo había lugar para un reloj digital, que marcaba un dieciocho grande y
luminoso.
−¿Martin, te pasa algo? –preguntó
Pamela viendo que apenas leía los encabezados de los documentos, algo muy
inusual.
−No −fue rotunda la respuesta
mientras recobraba la compostura cubriéndose con su máscara inexpresiva–, solo
te iba a pedir que en esta semana muevas mis citas para que a las 17:30 esté
libre y me pueda ir.
Con las sospechas típicas de una
mujer despechada, ella solo asintió resolviendo que tal vez, esa orden se le
olvidara.
*******
Durante la semana Yess sospechó en
varias oportunidades de su buena suerte. No solo estaba haciendo un trabajo
cómodo y muy bien pago, sino que además contaba con la cercanía de Violeta que
cada día le demostraba ser una mujer que no se dejaba llevar por los prejuicios
de las clases sociales, tratándola de igual a igual en todo momento. Con ese
ambiente relajado y lejos del juicio de su familia y de Miguel, Yesabel comenzó
a sentirse feliz y renovada.
A partir del martes y si Violeta
llegaba antes de las seis de la tarde, ésta se empecinaba en que tomaran un
café juntas y por ende, su salida se retrasaba cerca de media hora. El primer
día Yess se sintió algo incomoda y cohibida, hasta que descubrió que era
escuchada, cosa que no estaba para nada acostumbrada.
Con el fantasma de Martín aprendió a
convivir ya que, quisiera o no, rondaba en su mente casi todo el día al punto
de llegar a preguntarse por él cuando tardaba en aparecer.
Al fin el viernes llegó y con él, su
primer sueldo semanal. Contenta como pocas veces, se dejó llevar por entusiasmo
y gastó casi todo el dinero el sábado. Fue sola al supermercado y cuidando
hasta el último centavo, abasteció la alacena para llegar en la semana y
cocinar, sin necesidad de hacer compras al salir del trabajo.
Su prioridad era no enfadar a Miguel
ya que el empleo la enriquecía y no solo económicamente. En esos pocos días comprobó
que empezaba a sentirse independiente y libre, terminando sus jornadas con una sólida
sensación de bienestar.
El domingo fue bastante aceptable,
Miguel participó en el habitual partido de futbol y ella hizo limpieza general.
A la noche llegó cansada y ansiosa esperando el lunes, su mente estaba deseosa
de salir de casa, ganar dinero propio y charlar con Violeta, a la que admiraba
cada día más.
Se bañó, preparó la ropa para la
mañana siguiente y vestida con el desgastado camisón, se acostó experimentando
algo nuevo en el pecho, felicidad. Sonriendo tomó el mando y en soledad, buscó
algo qué ver en la televisión.
−Si
pudieran ser así todos mis días, vivir
sola de manera independiente y sin rendirle cuentas a nadie…
Acomodó las almohadas imaginando un
futuro parecido, hasta que la voz del padre Agustín irrumpió para llamarle la
atención.
–Ese
tipo de pensamientos no le agradarían a Dios, sólo tienes que ojear el
periódico para valorar todo lo que tienes.
Esas palabras no eran imaginadas, el
párroco se las había dicho cuando le confesó sentirse cansada y aburrida de
Miguel. Y la verdad, en parte tenía razón, siempre hay alguien que está peor
que uno, pero dudaba que desear algo mejor su vida fuera pecado ante los ojos
de Dios.
Apretó los párpados para ahuyentar la
culpabilidad que comenzaba a tomar cuerpo y se concentró en la programación.
Pronto encontró una película cómica y se relajó.
No habría pasado ni una hora que la
puerta se abrió con tal fuerza que por reflejo se sentó aturdida en la cama.
−¿Dónde está mi mujercita?
Respiró profundo y dejó escapar un
angustioso gemido, Miguel estaba borracho. Pensando con rapidez se acomodó otra
vez entre las viejas sábanas y se hizo la dormida. Si algo no le apetecía era
ayudarlo a desvestirse o peor, hacerle algo para comer. Escuchó con rabia como
forcejeaba con las zapatillas, las malas palabras que brotaron de su lengua adormilada y el vaso que
rompió al pasar cerca de la mesa. El colchón se hundió y Yesabel se puso tensa
cuando advirtió su mano fría y pesada abriéndose paso entre las mantas.
*******
Escuchaba que lo llamaba y no era de
manera sensual o romántica, no, sonaba a urgencia y desesperación. Martín
caminaba sin rumbo por un barrio que no conocía, que nunca había visto en su
vida, donde predominaban calles de tierra, terrenos abandonados y muy poca
iluminación. De pronto su instinto de guerrero lo alertó, en segundos recordó
que nunca le había fallado y que en varias oportunidades lo había ayudado en
peleas.
La primera en la secundaria, más concretamente el día de la famosa emboscada que algunos chicos le habían puesto. Había una lista de candidatos para pelearse y vencerlo, pero esa vez él mismo reconoció que había sobrepasado los límites besando a la novia de “Chiquito” como habían apodado a los dos metros de músculos del último año.
Ese día jugó con su integridad física y no sólo fue por una suculenta apuesta y que la chica le gustaba, sino porque ya experimentaba la adicción a la adrenalina, al peligro, con el fin de mantener su temprana fama de impulsivo e invencible.
La primera en la secundaria, más concretamente el día de la famosa emboscada que algunos chicos le habían puesto. Había una lista de candidatos para pelearse y vencerlo, pero esa vez él mismo reconoció que había sobrepasado los límites besando a la novia de “Chiquito” como habían apodado a los dos metros de músculos del último año.
Ese día jugó con su integridad física y no sólo fue por una suculenta apuesta y que la chica le gustaba, sino porque ya experimentaba la adicción a la adrenalina, al peligro, con el fin de mantener su temprana fama de impulsivo e invencible.
Gracias a esa alerta que le recorrió
la espina dorsal, con agilidad esquivó el bate de béisbol que le pasó zumbando por la parte
superior de la cabeza. Una vez resuelto ese pequeño problema, se enzarzó en una
larga pelea con tres chicos a la vez, saliendo magullado, pero victorioso.
En este momento experimentaba algo
parecido, con la diferencia que no lograba sospechar por dónde podía venir el
peligro. Sus largos pasos se detuvieron en una casa precaria, con una puerta
que como cerradura tenía un agujero por donde penetraba una cadena y
supuestamente del lado de adentro, un candado. La ventana era de rejas oxidadas
y la hierba que la rodeaba estaba larga y desprolija. El pequeño portón de
madera despintado estaba abierto y siguiendo su intuición, supo que debía
traspasarlo.
−¡Martín! –volvió a oír−. Ven por
favor.
Su corazón se aceleró ya que ahora
que estaba más cerca, le reconoció la voz. En dos zancadas se detuvo enfrente
de la puerta, trató de abrirla pero no pudo, las manos le temblaban, la frene
le sudaba y empezaba a temer por ella.
−¡No! ¡Déjame! ¡No quiero! ¡No quiero!
Un objeto de vidrio se rompió contra
el suelo y Martín se cegó.
−¡Yess! –gritó derribando de una
patada la endeble tabla que ejercía de puerta.
Una vez que los ojos se acostumbraron
a la penumbra, su sangre se heló. La imagen le mostraba a Yesabel tumbada en la
cama, forcejeando en vano con un hombre que abusaba de su cuerpo. Sus miradas
se encontraron, el asco y el miedo que ella sentía le calaron hasta los huesos y un impulso
territorial lo cegó. Su pecho se infló y con furia lo tomó por la espalda y tiró al
individuo hasta la otra punta de la habitación. Yesabel se cubrió el cuerpo
desnudo y comenzó a sollozar. Lo miró entre las lágrimas e inexplicablemente
intentó tranquilizarlo.
−No te preocupes, ya terminó. Ahora se
acostará y quedará dormido, yo sólo te quería a mi lado.
Martín parpadeó y se contuvo, quería
abrazarla y llevársela a un lugar seguro, a casa.
−¿Qué
decía esa mujer? ¿Cómo sabía lo que su violador iba a hacer después del abuso?
¡Y con qué frialdad se lo contaba!
−¿Cómo que no me preocupe? –preguntó
con sorpresa y rabia−. ¿De qué hablas?
−Él…, es mi pareja −contestó con la
cara empapada en lágrimas y los labios temblorosos.
*******
−Es
mi pareja, tengo que intentar estar lo mejor posible y formar una familia
cristiana.
Esa sería la
conclusión de la charla con el padre Agustín si mañana le confesara lo mal que
llevaba las relaciones íntimas, por eso descartó de inmediato la idea mientras
se acomodaba el camisón y alejaba su cuerpo de él.
−Miguel
es mi pareja sí, pero porque no me atrevo a irme –concluyó su lado rebelde que se encontraba dolida y enfadad−. Algo tendré que hacer…
Esta vez su negativa fue ignorada, él
no sólo estaba borracho sino también cargado de prepotencia y enojo por los
últimos rechazos.
−Déjalo
que se saque las ganas −se aconsejó resignada−, si se enoja más es capaz de obligarte a que dejes de trabajar.
Apaciguando sus emociones
giró el cuerpo, le dio la espalda y en pocos minutos respiró aliviada al
percibir los ronquidos de Miguel al otro lado de la cama.
−¿Qué
voy a hacer con mi vida? yo no quiero esto para mí. Papá ayúdame −fue su
interna suplica derramando lágrimas de impotencia.
En medio de tanta angustia, algo en el
fondo de su corazón le gritó que buscara la salida, que no se dejara vencer ya
que ella era mucho más fuerte de lo que imaginaba. Además, no estaba sola, el
fantasma de Martin no sólo aparecía para molestarla, su intención también era
cuidarla. Si cerraba los ojos y dejaba de luchar con la cordura lo veía a su
lado, consolándola, abrazándola a la distancia y ayudándola a soportar mejor el momento.
Y por primera vez se lo permitió. Aflojó
los músculos y se dejó arrastrar por la sensación de bienestar que ese espectro
le brindaba. No entendía el motivo de su presencia, pero la paz que experimentó
era sin duda inigualable.
−Martín
−repitió con serenidad–, no sé quién
eres, pero qué lindo es tenerte cerca...
Recordando la mañana que estuvo entre
sus brazos, fantaseó con que un hombre así fuera su compañero de ruta. Y el
esfuerzo fue mínimo, no sólo por la belleza varonil y enigmática que Martín
desprendía, sino porque desde pequeña era una experta ausentándose de la
realidad.
Sonriendo al imaginarse ser amada por
semejante hombre, enjuagó sus lágrimas, se levantó al baño ya que se sentía
sucia como después de cada encuentro intimo con Miguel e intentó dormir.
−Parezco
una prostituta y no una esposa desconforme −pensó con ironía−, aunque sea ellas lo hacen por dinero, ¿pero yo?
*******
Martín se sentó de
golpe en el sillón, reconoció el salón de su casa y suspiró. Con alivio se tapó
los ojos, bajó los pies a la mullida alfombra y tocándose la frente sudada,
revivió el extraño sueño que acababa de tener. Su pulso aún martillaba con
intensidad cuando advirtió por su cuerpo una hambrienta sed de venganza.
−¿En qué estaba pensando al dormirme para
soñar semejante cosa? –se preguntó mientras subía a su dormitorio. Era apenas
media noche−. No lo recuerdo…
Entró al baño meneando
la cabeza, se lavó la cara con las manos temblorosas y miró con preocupación su reflejo en el
espejo.
−Yesabel, espero que duermas
plácidamente, estés con quien estés…
*******
El lunes estaba
terminando para alivio de Yesabel. Durante todo el día no había podido alejar
los recuerdos de la noche pasada, los besos indeseados de Miguel y esa manera prepotente
de tomarla aparecían constantemente en su cabeza. No era la primera vez que
pasaba algo así, pero nunca el rechazo había llegado a tal magnitud. El único
recurso eficaz que encontró fue revivir la alocada fantasía que se había
permitido saborear antes de dormir, donde su persistente fantasma, la
estremecía, la abrazaba y besaba como nadie en el mundo.
Limpiando los azulejos del baño, resolvió
olvidarse de los dos para analizar algo muy importante, la conversación mantenida
con Violeta cuando inesperadamente, se presentó para que almorzaran juntas.
Este sábado empezaba la primavera y
el country por tradición, celebraba el acontecimiento con una fiesta para las
veintiocho familias que vivían ahí. Este año le tocaba a Violeta la
organización, pero con el lanzamiento de la nueva temporada de ropa en sus diez
tiendas repartidas por todo el país, se encontraba sin tiempo para hacerlo. De
una manera sorpresiva Yesabel recibió la noticia de que Violeta le pedía, le
rogaba, que la ayudara en la tarea.
−Yo ya tengo la mitad del trabajo
hecho y además tienes un prepuesto sin límite –le había dicho como si eso la
ayudara a aceptar. Yess estuvo a punto de levantarse y de salir corriendo, pero
algo la hizo sopesar el ofrecimiento.
−Organizar
una fiesta…
Saboreando el gustito del desafío,
pensó que no tenía mucho que perder, si la celebración salía mal la responsable
seria Violeta ante los ojos de los invitados, ya que a ella no la conocía nadie
y si salía bien, sería una gratificante experiencia y un granito de arena en su
estropeada autoestima.
−Confío en tu talento, en estos días
que llevas en casa, has hecho muchos cambios y todos con muy buen gusto. ¡Por
favor! Sácame este peso de encima. −Habían sido las palabras que utilizó acompañándolas
con una suplicante mirada.
Después que se fue, Yess quedó
limpiando asombrada por haber aceptado. ¿De verdad iba a organizar una fiesta
para gente adinerada? El pecho le burbujeó mientras que en su mente desfilaba un
sinfín de ideas. Sí, lo haría y eliminaría todas las frases negativas que
diariamente paralizaban sus anhelos.
Quizá ese era el empujón que necesitaba para retomar sus estudios, comenzar con clases de inglés y hasta cambiar la manera de vestirse. Como no podía ser de otra manera, la razón intentó minar ese feliz momento con las palabras que se repetían en la iglesia.
Quizá ese era el empujón que necesitaba para retomar sus estudios, comenzar con clases de inglés y hasta cambiar la manera de vestirse. Como no podía ser de otra manera, la razón intentó minar ese feliz momento con las palabras que se repetían en la iglesia.
−No
envidies, no adores el dinero, ser pobre es una bendición.
−Una bendición −se repitió terminando
de acomodar los innumerables envases de perfumes−, ¿cómo puede Dios, un padre,
decirle eso a sus hijos? ¿A quién le gusta ser pobre, pasar necesidades,
hambre, angustias, anhelar y no tener…? Sentirte siempre menos que los demás. Eso
no tiene sentido.
El soñar del teléfono la sobresaltó y
cruzando el dormitorio de Violeta meneó la cabeza. No, la interpretación de la
biblia debía de tener algún error, la pobreza no era para nadie que no la
buscara. Atendió inmersa en sus pensamientos pero del otro lado nadie contestó.
−Equivocado
–pensó mirando el reloj de pared−. Casi las
seis de la tarde, será mejor que me apure.
*******
Martín había estado ocupado y mal
humorado casi todo el día, o para ser más exactos, toda la semana anterior. Las
terminaciones del centro comercial estaban resultando más complicadas que lo
que esperaba, lo tiempos no se cumplían como habían esperado y los detalles
interiores le absorbían prácticamente todo el día.
El mayor problema radicaba en la venta de los locales, en las diferentes medidas y prioridades que las renombradas marcas necesitaban. Pero esa mañana había un agregado, el asedio de la prensa. De alguna manera se había filtrado información de la inauguración y los responsables de la obra, convirtiéndolos a él y Gonzalo en blancos fáciles para reporteros y fotógrafos.
El mayor problema radicaba en la venta de los locales, en las diferentes medidas y prioridades que las renombradas marcas necesitaban. Pero esa mañana había un agregado, el asedio de la prensa. De alguna manera se había filtrado información de la inauguración y los responsables de la obra, convirtiéndolos a él y Gonzalo en blancos fáciles para reporteros y fotógrafos.
Molesto por no poder almorzar en la
soledad de su oficina, decidió entrar en el primer restaurante que, junto a su
socio encontraron en las inmediaciones de las obras. Ni bien se sentaron,
Gonzalo comenzó a hablar de las señoritas que los acompañaron el viernes de
borrachera, aumentando peligrosamente su malestar. Martín trató de disimular lo
desagradable que le resultaba el tema, pero le fue imposible.
No solo le había fastidiado dejarse llevar por las estúpidas provocaciones sino que además, eso de no recordar lo que había hecho era algo que ya había experimentado en otro momento de su vida, y de lo cual no se enorgullecía. Menos mal que Gonzalo interpretó bien el gruñido que le salió de la garganta y en breve dio por zanjado el asunto.
No solo le había fastidiado dejarse llevar por las estúpidas provocaciones sino que además, eso de no recordar lo que había hecho era algo que ya había experimentado en otro momento de su vida, y de lo cual no se enorgullecía. Menos mal que Gonzalo interpretó bien el gruñido que le salió de la garganta y en breve dio por zanjado el asunto.
Por la tarde volvieron a la oficina,
el tema central seguía siendo la venta de los locales y la rápida recuperación
del imponente capital invertido. Se sentó relajado en su sillón negro, aflojó
el nudo de la corbata negra y desabrochó los primeros botones de la camisa morada.
−Hay
que empezar a reunir dinero y rápido. Necesitamos compradores −eran sus
maquinaciones cuando Pamela irrumpió en la oficina. Si había llamado, los cálculos
mentales le bloquearon la audición ya que no la escuchó. Sus pensamientos
quedaron suspendidos cuando ella se apoyó en la puerta y de una manera
sugerente le sonrió. Llevaba puesta la falda negra ajustada hasta las rodillas
y la camisa blanca del riguroso uniforme, pero con el cuello un poco más
abierto que sus compañeras.
Martin respiró profundo y se apretó
el puente de la nariz.
−¿Estas muy cansado…?
−Si Pam, esto del shopping llega a su
peor momento…
−Me imagino, vender los locales, alquilarlos,
atender a la prensa, hablar con los decoradores, jefe de obras y demás
personal, es algo que no te gusta nada ¿verdad?
−No. Prefiero estar en el tablero, y solo
–enfatizó la palabra a ver si su secretaria captaba la indirecta−, escuchando
música y creando.
−Pero de momento tienes que
encargarte es esas cosas y por la cara que tenías al entrar, decidí venir a ver
si…, te puedo ser útil.
Acto seguido Pamela se
acercó hasta el borde del escritorio, lo rodeó dibujando una línea recta con el
índice adornado con un anillo de oro y doblando la cintura, descansó ambas
manos en sus muslos. Los ojos de Martin se posaron irremediablemente en el pronunciado
escote donde se asomaba la línea recta que más le gustaba, la que dividía dos
pechos.
−Pam, no quiero ser grosero pero…
−No pasa nada, tú estás cansado,
tensionado –habló subiendo y bajando los pechos con cada respiración− y yo te
extraño tanto Martin.
Sin decir una palabra más se
arrodilló entre sus piernas y acarició con pericia la cara interna de los
muslos. Por reflejo Martin clavó los dedos en los apoyabrazos del sillón y se
tensó.
−Pamela, creo que no es el momen…
Pero se interrumpió
cuando los dedos llegaron a su miembro para apretarlo con sensualidad a la
espera de alguna reacción. Martín se incomodó cuando esos ojos celestes como el cielo empezaron a
impacientarse y bruscamente se levantó.
−Pamela –dijo algo sofocado–, como te
decía, creo que no el momento. Lo siento.
Dicho esto y escondiendo el bochorno la
tomó del codo, pero a los pocos pasos detectó una mirada despechada. Contó
hasta diez para pensar alguna frase que la apaciguara pero Pamela liberó su
codo y se interpuso ante la salida con un solo motivo. Encararlo.
−Estoy llegando al límite Martín, ¿te
pasa algo conmigo?
−No. –Y por más que esperó, fue el
único monosílabo que articuló.
Su mente se espesó ante el enfado de
ser presionado por su secretaria y el desconcierto por la falta de interés sexual.
−¿Qué pasa? −murmuró con malicia apoyando
sus pechos en él–. ¿Tiene algún problema tu espada?
−Pamela no me provoques. Mi “espada”
está perfecta. −Y se maldijo ya que el tono de voz salió muy poco convincente.
−¿Estás seguro? ¿La utilizaste
últimamente?
Presa de un agobio puramente
masculino, dejó a su mente recordar cómo había terminado la borrachera del
viernes.
−Sí, la usé. Ahora si me disculpas…
−¿Y cómo quedó la afortunada?
¿Satisfecha?
−Como quedaron deberías preguntar
–aclaró controlando a duras penas el enojo−, y la respuesta es muy contentas.
Pamela no se sorprendió ya que en más
de una oportunidad tuvo que atender a dos o tres amantes despechadas a la vez, pero
a Martín sí su falta de discreción. Eso sólo podía demostrar algo, que estaba
verdaderamente enojado. Siempre tildó de burdo alardear de aventuras carnales
con una mujer, pero no pudo evitarlo, ella quiso herirlo.
−Muy bien. A buen entendedor, pocas
palabras. Voy a seguir trabajando.
−Pam –la llamó en tono conciliador, si
había algo molesto en el ambiente laboral, era la ira femenina, así que la rodeó
con sus brazos y le permitió juguetear con el nudo de la corbata–. No es
contigo gatita, llevo unos días en que no puedo dejar de pensar en…−Yesabel, le gritó su mente agobiándolo
más–, en todo este asunto del centro comercial, pero te prometo que en cuanto
termine todo vuelve a la ser como antes, ¿sí?
−¿De verdad? –preguntó haciendo un
mohín con los labios pintados.
−De verdad, en cuanto el shopping
esté inaugurado, todo vuelve a la normalidad.
−Te tomo la palabra.
Se miraron, pero en la mente de
Martin apareció una sola pregunta: ¿Realmente
volvería a ser el mismo? Ella aprovechó su momentánea ausencia para rodearle
el cuello y acercar los labios a la fina línea que formaban los de él. Martín
decidió dejarla para que abandonase la oficina pero antes de que el beso
comenzara, sonó el teléfono.
Ella
volvió al escritorio mientras él murmurando un “menos mal” se acercó al gran
ventanal. Metió las manos en los bolsillos, lanzó una maldición hacia la cuidad
y reconociendo que estaba más mal humorado que antes, canceló varias citas para
tomarse la tarde libre.
−Creo
que hoy necesito ir a jugar al frontón, meterme al hidromasaje y a la cama.
Al ritmo de U2 condujo
sin apuro por el abundante tráfico hasta llegar a su solitaria casa. Era
extraño, hasta hace poco no le molestaba que nadie lo esperara, sin embargo
ahora…
Enojado hasta con las medias que se
calzaba, se cambió el traje azul profundo por el uno de los conjuntos deportivos
que coleccionaba y se dirigió al frontón
del country. Salió raqueta en mano y por inercia, miró el reloj de muñeca. Todo
cambió, eran casi las seis de la tarde y su cuerpo cambió de rumbo, giró hacia
la izquierda y guiado por un repentino hormigueo en el pecho, caminó decidido
hacia el único lugar donde quizá, podría cambiar el humor. La residencia de
Violeta.
Una vez enfrente de la
casa se apoyó en el troco de un árbol y sacó su iPhone para marcar el nuevo número
que había grabado en la memoria. El “hola” que sonó del otro lado lo dejó sin
habla, el corazón se le desbocó y sus inmaculados dientes brillaron con una
temeraria sonrisa. Como en sus mejores años de secundaria decidió no hablarle
ya que en breve saldría. Guardó el teléfono, cruzó un pie sobre el otro y
golpeteando la raqueta en el talón, esperó con la paciencia de un lobo.
*******
Yess salió quince
minutos más tarde, respiró el olor a tierra mojada ya que varios aspersores regaban
el césped cargando el ambiente de agradable humedad, y comenzó a caminar. La
natural fragancia le encantaba, le recordaba a la infancia, cuando su padre
llegaba de trabajar y la llevaba a regar las plantas. Cuánto lo echaba de
menos…
Meneó la cabeza para alejar la
tristeza que le producían los recuerdos y trató de pensar en la cena. Y su
semblante se endureció. Por alguna razón, cada día le costaba más volver a casa
con una sonrisa, su hogar se tornaba cada vez más distante, feo e insoportable.
Con deliberación decidió pensar en
otra cosa y para calcular cuánto faltaría para llegar al barrio, sacó el teléfono
para ver la hora. Algún día llevaría a arreglar su tan querido reloj de muñeca,
que llevaba años guardado en el cajón. No era una pieza muy cara, pero como se
lo había regalado su padre al cumplir los quince años, para ella el valor era
incalculable. Sonrió pensando que el sábado pasaría por la relojería a pedir
presupuesto para repararlo, hasta que de pronto y de reojo, divisó una silueta
cruzando la calle en su dirección.
Su paso fue
interrumpido. Alguien de gran tamaño estaba parado ocupando la mayor parte del
camino a seguir. Sin saber por qué su corazón se sobresaltó, no se atrevió a
levantar la vista y con los ojos fijos en la pantalla del teléfono, dio un paso
a la derecha para esquivarlo. El individuo hizo lo mismo y a ella no le quedó
otra opción que mirarlo.
Los temores eran ciertos, su corazón
no se equivocó.
Martín parecía el típico protagonista
de una de las novelas que solía leer. Su rostro absolutamente varonil estaba
adornado por una nariz perfecta en forma y tamaño, labios carnosos y una hilera
de inmaculados dientes que asomaban al sonreír. El pelo era castaño y lo
llevaba largo, pero solo lo suficiente para que las puntas rebeldes rozaran su
nuca, dándole un toque de presumido desorden.
Los ojos no eran grises como creía
recordar, eran grises y azules, un tono raro, ahumado e intenso. Mientras lo
examinaba, advirtió que algo en él cambiaba, las facciones perdieron rigidez,
su mirada se dulcificó y la media sonrisa que dibujaron los labios, le robó el
aliento. En ese momento supo que de tener ocasión, nunca se cansaría de
apreciarlo. Él era sencillamente, el hombre más hermoso y atractivo con el que
se hubiera cruzado jamás.
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