Entrada 2

−¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Gonzalo, socio y mejor amigo de Martín estaba en el baño mirándolo con  asombro.

−Sí…, que, ¿qué haces aquí…? –Apenas podía hablar.
        −He venido a buscarte, tienen el avión listo para despegar y hay que cerrar esto hoy. ¿De verdad estás bien? Me preocupas…

        −Sí, ve con ellos, en un minuto voy a la mesa.
Gonzalo asintió sin dejar de mirarlo como si le hubiera crecido otra cabeza. La puerta se cerró y en la soledad del baño volvió a mirarse al espejo. Sus mejillas estaban rojas y el corazón todavía galopaba. Clavó sus ojos en él, se tocó los labios y suspiró.

        −Yesabel casi te beso. ¡Qué poco nos faltó!
Sonrió, cerró el botón de la camisa azul profunda, apretó el nudo de la corbata y se concentró en el suculento contrato.  

        −Ella siente lo mismo y ya la encontraré otra vez −se afirmó mientras alisaba unas pocas arrugas del pantalón gris claro.
        Salió del baño y el que se sentó no fue Martín, sino el empresario implacable de siempre, al que ningún objetivo que tuviera en la mira se le escapaba y el que poseía un encanto natural y peligroso.

Menos de media hora más tarde y cuando el tema estuvo zanjado, se tentó con felicitarse a sí mismo.

       −¿No podrías haber rematado esto antes? –Le preguntó Gonzalo saludando a los inversores que iban en el coche de la empresa rumbo al aeropuerto.

−Cada cosa a su tiempo.
        −Eres jodidamente eficaz.
−Lo sé –contestó Martín palmeándole el hombro.
−Te odio.  
−También lo sé.

*******


−Hola Yess, ¿qué tal estas? –la voz de Violeta salió del auricular.
        −Bien, ya casi termino.

    Tras despertar de la abrupta ensoñación, esperaba recuperar el habla. ¿Cómo explicar lo que acababa de sentir? ¿Su madre tendría razón? Rosa en infinidad de veces le aseguró que vivía subida a una nube imaginaria, dentro de castillos invisibles donde confundía la realidad y la ficción, pero nunca lo había comprobado con tanto realismo.
 
       −Me gustaría acabar con una reunión antes de que te vayas –habló Violeta ajena al desorden mental de Yesabel−, pero si no es así, pon la alarma y vete. ¿Recuerdas cómo hacerlo?

        −Sí, tranquila, cualquier duda la llamo.
        −Bien, hasta luego entonces o hasta mañana.

Terminó de hablar e incapaz de poder moverse, quedó por un momento sentada con la vista fija en el paisaje de la ventana abrazando el inalámbrico.

       −¿Qué me está pasando? ¿Por qué me vi con él? ¿Y de esa forma tan real?

Se tocó los labios, sonrió al recordar lo agradable que fue haberlo tenido tan cerca y cerró los ojos.
        −Martin, qué poco nos faltó para besarnos, ¿no?

        Suspiró, puso un momento la mente en blanco y salió de la habitación sin percatarse del fuerte abrazo que le seguía propinando al teléfono.

Terminó sus quehaceres y recorriendo por última vez los dormitorios, los baños, el gran salón, la cocina y alrededor de la piscina, cerró la puerta principal. Respiró profundo y con un sentimiento de pesar al volver a su triste realidad, se encaminó hasta la parada del autobús.

      Ahora le tocaba enfrentar a Miguel y ver con qué humor la aguardaba, pensar en la cena y si hacía falta comprar algo antes de llegar, pasar por la casa de Susana para ver cómo estaba su hijo, lavar los platos después de comer y ducharse. Estaba cansada, sí, pero todavía le esperaban varias horas antes de poder relajarse.

Su llegada no fue nada de lo que no se esperara, Miguel estaba viendo la televisión acostado sobre la cama con las zapatillas puestas y sin una chispa de alegría en sus ojos negros. Apenas le dirigió una mirada y esa era una clara señal de que el enojo aún lo dominaba. 

Se saludaron con frialdad y Yess aprovechó el silencio para sumergirse en íntimos pensamientos. Algo en su fuero más interno estaba cambiando, miraba a su alrededor como si esa vida perteneciera a otra persona, a otra mujer, como si a partir de ese día, ya no fuera la misma.   
      
Mientras cocinaba todo le parecía frustrante y desalentador. Las ollas, por lo general y sino estaba bien atenta le estropeaban las comidas pegándose en el fondo, los utensilios eran descoloridos y viejos, los vasos ya no brillaban y algunas de las tazas estaban agrietadas y manchadas. En fin, todo le parecía ajeno y sombrío.

            Enfadada con la precariedad, con la incomprensión de su pareja y las persistentes emociones del encuentro con ese tal Martín, preparó la salsa para esos espaguetis que ya estaba harta de comer. Se sentaron a la pequeña mesa sin mantel, adornada con las huellas del uso impresas en la madera y comieron sin hablar. 

Ella se detuvo, como si los usara por primera vez, en los platos y cubiertos que pertenecían a juegos diferentes. Como si fuera poco, las deprimentes noticias que llegaban del televisor rasgaban el silencio hasta que Miguel al fin, dijo algo.

        −¿Qué tal tu primer día de trabajo?
        −Bien, un poco agotador, la casa es muy grande, pero bien.

      Ella no iba a contarle lo cómoda que se había sentido con Violeta, las ganas de tener algo parecido que se le habían despertado y la belleza del country ya que con los años de convivencia, había aprendido a seleccionar temas de conversación. Si Miguel no lo compartiría, sería motivo de burla o discusión.

    −No me gusta nada ese trabajo, viajas mucho para ir a limpiar y no me esperaste para aceptarlo. ¿Lo sabes no?

Asintió sin sacar la vista del plato, la temperatura subió y se enojó con ella misma por no replicarle mientras comían. Era una tonta regla propia de “no discutir en la mesa” cuando él usaba, muy a menudo, ese momento para decirle las cosas que más le molestaban. De pronto y como si hubiera sonado una campanita, tomó conciencia que él influía demasiado en su vida.

       −¿No le vas a decir nada? Se preguntó tratando de tragar el bocado, ¿no vas a ponerle límites de una vez por todas? pero no, no lo hizo. Un sólido muro de temor se interponía entre lo que pensaba y lo que se permitía expresar.

     −Lo único que espero es que termines pronto, que esa amiga tuya, Susana, ¿no? Sí –se contestó solo–, que no tarde mucho en volver, que el crío se recupere rápido y dejes de trabajar, porque por lo que veo, esto no va a traer más que problemas.

  −¿Por qué? –Lo miró a los ojos con el ceño fruncido, la comida bajaba con dificultad por su garganta.

    −¿Por qué? Porque se nota lo cansada que vas a estar, eso de limpiar en una casa tan grande te va a dejar agotada y lo más probable es que no puedas cumplir con tus obligaciones y esto será un lío. Además me molesta llegar a casa y que no estés y encima llegues con esa cara…

Yesabel se quedó mirándolo, ¿acaso él no había sacado la cuenta del dinero que podía representar un trabajo de continuo como ese? ¿O sería capaz de decirle que no necesitaban otra entrada, que con lo que traía era suficiente?

Miguel desvió la vista del televisor y sus miradas se encontraron, con esos ojos negro azabache que se intensificaban cuando estaba enojado, le recordó que no lo provocara, que si él quería podía hacer que mañana mismo no fuera. El mudo diálogo  fue de lo más elocuente. Ella tragó saliva, volvió la vista a sus indeseados espaguetis y asintió sin darle más motivos para discutir.

Terminaron la cena, se bañó con un balde de agua caliente en la pequeña tina y se puso el desgastado camisón. Caminó hasta la cama, lo miró acostado sin camiseta, tapado hasta la cintura y pensó que Miguel gracias al trabajo no había perdido el estado físico, sus músculos seguían marcados, los hombros anchos y los muslos duros, lástima que la barriga delataba el hábito de beber cerveza con frecuencia. Se sentó y deseando dormirse rápido se acostó dándole la espalda.

Miguel acercó el dedo índice, le tocó la espalda y ella respondió moviendo el hombro en una clara negativa. Estaba enojada.

   −Por favor, no me toques −pensó cerrando los ojos. Al instante él se giró bruscamente en la cama y resopló, después de casi ocho años juntos tenían sus códigos.

A Yesabel no le costó dormirse, entre la mala noche pasada, la tensión de la cena y el cansancio del trabajo, a las diez y media de la noche su respiración ya era profunda y tranquila.

*******  


El juego sin piedad al pádel le estaba pasando factura, llegó a su casa a medianoche advirtiendo que estaba fría, oscura y silenciosa. Una vez dentro del salón, caminó quitándose las zapatillas y desprendiéndose de la carga que traía, el maletín, su bolso de deporte y la raqueta, terminó acostado en el sillón. 

Se estiró tensando los músculos y movió rítmicamente los dedos de los pies. No prendió las luces, ni la televisión y no puso música, el reflejo de la luna atravesaba las cortinas invadiéndole los sentidos.  

            No se había permitido pensar en ella desde la experiencia en el baño del restaurante, no podía dejar que una mirada, un encuentro casual interfiriera tanto en su disciplinado trabajo. Se incorporó para deslizar la camiseta por el torso y dejar al descubierto su piel firme y masculina. Movió a ambos lados el cuello, volvió a acostarse sintiendo en su espalda la textura del cuero y realizó unos veinte minutos de yoga.

         −Con eso tiene que bastar para volver a ser yo mismo…
Puso la mente en blanco, escuchó su propia respiración y se dejó arrastrar hacía el interior. Luego se incorporó un poco más despejado, subió las escaleras percibiendo el frío mármol en cada escalón y cruzó el amplio dormitorio. Con pereza preparó la bañera y se metió en el agua humeante. 

El efecto fue el esperado, entornó los ojos y encendió el hidromasaje con una sonrisa tranquila. Otra vez intentó poner la mente en blanco y disfrutó del baño hasta donde el sueño se lo permitió. En cuanto se dio cuenta que el cansancio lo vencía, decidió salir.

       Su piel aún estaba húmeda cuando se puso el pantalón del pijama y se deslizó en la mullida cama. Era cómoda, amplia y soltaría. Esa palabra lo llevó de inmediato al pensamiento que había esquivado toda la tarde, ella. 

Como la lucha de su cerebro, otra vez  había empezado, entrelazó los dedos debajo de la nuca, suspiró resignado y prometiéndose una última vez, le dio riendas sueltas a la imaginación.

            Su mirada azulada se clavó en el techo, la mente volvió a esos ojos color miel que a la mañana lo habían hechizado y tensó la mandíbula. Le recorrió el rostro con minucioso detenimiento y se sonrió al recordarle en ceño fruncido y el pequeño golpe que le propinó en el pecho. Esas imágenes le habían parecido tan divertidas, dulces y adictivas que llegaron a desestabilizar su día de trabajo.    

  Los párpados se cerraron, rodó, abrazó la almohada y mordiéndose el labio pronunció ese raro nombre en voz alta.
       −Yesabel, ¿dónde y cómo estarás…?

    Martin se sonrió como un tonto, estiró las largas piernas para relajar un poco las pantorrillas y se entregó al matutino recuerdo con el afán de no olvidar ni un solo detalle de su rostro. Los brazos se le tensaron arrugando la almohada, enterró la cara en ella y con un suspiro se adentró en un sueño placentero y renovador.

*******


−Martín −fue la única palabra que resonó en la mente de Yesabel. Ese sueño era tan palpable que se creyó estar descansando realmente en esa cama grande, desconocida y llena de almohadones. Su cara parecía estar apoyada en un pecho desnudo, cubierto por una pequeña cantidad de vellos castaños con una vivacidad asombrosa. 

Su interior le gritaba que no era real, pero ella encaprichada lo negó ya que la sensación de estar entre esos fuertes brazos era maravillosa. Él la atrajo con más intensidad y el suspiro que dejó escapar le sacudió con suavidad el flequillo. Un delicado beso fue depositado en su frente y ella sonrió. −Aquí estoy Martín, feliz de estar contigo…

*******


Al día siguiente Miguel se levantó a la misma hora de siempre y como era de costumbre cuando estaban enojados, no se despidió. En cuanto el despertador sonó a las siete de la mañana, Yesabel quedó mirando el desgastado techo replanteándose su vida. Apoyada en un codo y desde la cama, recorrió su humilde casa mirándola con desazón hasta que una mezcla de rechazo y culpabilidad la invadió.

    −Miguel hace todo lo que puede para darte lo mejor −retumbó en su conciencia al apartar las mantas para pisar el frio suelo.
  –¿De verdad? −Le preguntó por primera vez el afán de superación cuando entraba en el baño−. ¿O es lo que quieres creer?

    Con relucientes interrogantes aleteando en la mente, se lavó la cara, tomó un té y se renegó por pensar en cosas “imposibles”. Se puso el mismo pantalón del día anterior al que milagrosamente le había limpiado las manchas de barro, lo combinó con otra camiseta y se hizo una cola en lo alto de la cabeza. 

Cerró la puerta de las cavilación con la misma intensidad con le puso el precario candado a su vivienda y al instante, sintió una repentina alegría. Disfrutando de los tibios rayos de sol, emprendió el largo camino hacia el trabajo.

     A medida que el autobús avanzaba el estómago se le encogía, sus manos temblaban y aunque no lo quería reconocer, la imagen de Martín se repetía como la secuencia de su película favorita. Obviamente que intentó por todos los medios ignorar ese nuevo nerviosismo, pero le fue en vano.

La entrada del country asomó en el paisaje y su pecho se estremeció. ¿Lo volvería a ver? ¿Sería un horario en el que él salía a correr a diario?

   -¡Basta! –Se renegó–. No puedes actuar como una adolescente, vienes a trabajar ¿o te olvidas?

            Bajó del bus con torpeza, sintiendo las piernas débiles y un nudo en el estómago se dirigió a los guardias de seguridad que, como ya tenían su nombre en una lista, sin problemas la dejaron pasar. Comenzó a caminar por las calles, otra vez la naturaleza, el verde y el colorido de los jardines captaron su atención. 

Se veían movimientos en las casa, madres llevando a sus hijos al colegio en coches de alta gama, diferentes uniformes escolares y personas que como ella que venían a realizar sus trabajos.

            Yesabel se auto engañaba pero en el fondo, sabía lo que buscaba. A un imponente hombre vestido con ropa deportiva gris y azul y zapatillas blancas inmaculadas. Al recorrer el mismo camino no pudo evitar evocarlo, ágil, musculoso, corriendo para ejercitar el físico que delataba una preocupación máxima de su parte. Se sonrió, estaba segura que si cerraba los ojos podía ver y contar hasta la última gotita de sudor en su frente. 

El calor que desprendió su cuerpo cuando la abrazó para que no se golpeara, todavía la rodeaba como un obstinado vaho del que no podría desprenderse ni en el más crudo invierno. Casi lanza al aire una carcajada al recordar la expresión de asombro y desaprobación que le dedicó cuando ella le propinó un insignificante puñetazo en el pecho llamándolo “degenerado”. 

Estaba segura que no le había hecho ni cosquillas entre tanta musculatura pero él había adoptado en seguida, una postura recia y comunicativa. Cerró los ojos un segundo e inspiró pero, no fue el perfume de las flores el que invadió sus sentidos, sino su exquisita fragancia. Dios nunca había sentido una parecida. ¿Sería el jabón? ¿El suavizante de la ropa, o alguna marca carísima de perfume? ¿O tal vez su piel…?

            Sin darse cuenta, llegó al número dieciséis de la calle “Los aromos” y sacudiendo la cabeza se detuvo con la vista clavada en la puerta. Decidida a borrar esos inquietantes pensamientos y olvidar de momento al tal Martín, levantó el pie hacia el primer escalón. De pronto y con la velocidad de un rayo, un escalofrío se concentró en su nuca. Contuvo el aliento, los músculos se sobresaltaron y asombrada experimentó la vaga sensación de ser observada.

*******


            Martín tuvo que esforzarse para salir de la cama ya que el sueño que estaba teniendo, fuera cual fuera, era de lo más acogedor, relajante y estimulante, concluyó al mirar su entrepierna. Con el ceño fruncido e intentando recordar de qué cuerpo femenino se trataría esta vez, fue hasta el baño. Se lavó la cara, la secó con una de sus esponjosas toallas y al mirarse al espejo, de golpe se acordó. 

No fue el sueño lo que le vino a la mente sino ese mar de miel que eran los ojos de esa mujer. ¡No! Se llamó la atención levantando la mano para apuntar su reflejo con el dedo índice bien derecho.

      −Es muy temprano para empezar a pensar en ella, además tienes reuniones decisivas para la finalización del centro comercial, así que, ¡a trabajar!

     Con la firme determinación de no pensarla en todo el día, practicó sus ejercicios de yoga con un poco menos de tiempo del habitual y comenzó a arreglarse.

      Cuando bajó por las escaleras de mármol, ya era el riguroso hombre de negocios de siempre y vestido con un exquisito traje de Prada gris oscuro y una camisa blanca sin corbata, disfrutó del suculento desayuno que Ricardo le había preparado.

     Hablando poco y leyendo los titulares más relevantes de la prensa, se devoró los huevos revueltos, las tostadas con tomate y aceite de oliva, costumbre traída de sus vacaciones en el mediterráneo, las dos medialunas, el café y el vaso de jugo de naranja.

     Se despidió, fue hasta el garaje y conduciendo su deportivo, recorrió las calles con una prudencia excesiva.

            −No la estoy buscando, solo que no tengo apuro por llegar a la oficina.

 Cuando terminó de rodear el perímetro de las pistas de pádel y dándose cuenta que actuaba como un adolescente, sacudió la cabeza frunciendo el ceño. Algo enfadado aceleró, puso tercera y se dirigió hasta la salida de country.

            −Vamos que al final llegarás tarde a la reunión del medio día en Puerto Madero a este paso.

            Al moderar la velocidad en el cruce de la calle de Los aromos abruptamente se detuvo, no sólo el coche, sino su corazón también. Yesabel caminaba casi con los ojos cerrados por la acera, el pelo estaba recogido en una cola alta y lo llevaba danzante al compás de sus caderas. 

Martín se preguntó, otra vez, qué veía en ella si en realidad era todo lo contrario al tipo de mujer que buscaba. 

       Su estatura no pasaría el metro sesenta y cinco, sus curvas estaban bien marcadas, el rostro era más bien redondo pero había algo en ella que la volvía irresistible. La miró con la boca abierta. Desde el coche ella no se había percatado de su mirada y actuaba con naturalidad. El pecho le exigió que deje de observarla y que respirara. 

Se pasó la mano por la barbilla, sintió la aspereza por no haberse afeitado y luchó con un inexplicable impulso de bajar y tenerla cerca como ayer. Quería, no necesitaba saber más de su persona, mucho más… Se aferró al volante, pisó a fondo el freno asegurándose que el vehículo no se moviera sin su consentimiento y la miró hasta que se detuvo.

      −¿Me habrá visto? –Se preguntó en silencio.
    Entonces Yesabel se irguió. Él sintió como la garganta se le secaba y en su fuero más interno, la respuesta le llegó.
     −No me ves, pero me sientes.

Yesabel con el corazón sobresaltado entró despacio en la casa de Violeta. Sin saber el verdadero motivo, temió girarse y mirar hacia atrás, de haberlo hecho, se hubiera encontrado con un reluciente deportivo gris y a su conductor observándola con una depredadora media sonrisa, mientras memorizaba el número de la casa.

*******


   Violeta la recibió en pijamas y luego de saludarla con dulzura y amabilidad, comenzó a darle indicaciones de las tareas que ese día la mantendría bastante ocupada. Algo demacrada, apoyada con desgano en la barra de la cocina, se tomó unos sorbos de café para luego entrar en la ducha.

   La mañana transcurría entre quehaceres, nerviosismo por hacer todo como la dueña quería y una molesta lucha interna. Como nunca, una y otra vez sus pensamientos se centraban en lo mismo, los defectos de Miguel. Por más que intentó justificarlo en varias ocasiones, no lo lograba verlo con buenos ojos. 

Era como si a partir de ayer y sin una lógica explicación, un denso velo negro se hubiera retirado para mostrarle un panorama dramático y desolador.

Su casa le parecía desagradable, la relación vacía y su vida cotidiana, prestada. Probó con algo nuevo, descartar a Miguel con la imagen que le gustaría de ella misma. Entonces en su mente apareció una nueva Yesabel, segura, elegante y con los hombros rectos, convencida de que los cambios eran posibles si encontraba la fórmula mágica. 

Frunció el ceño, sacudió la cabeza y respiró profundo. Hasta el momento ella nunca se había cuestionado nada semejante y pidiendo perdón divino, lo asoció a la triste comparación de su vida con la que llevaba Violeta. ¿Le estaría afectando demasiado trabajar para una mujer soltera e independiente? ¿Ella podría tener algo parecido? 

No lo sé –se contestó ofuscada planchando con excesiva fuerza el pantalón vaquero−, pero hay una duda que me tengo que sacar. Voy a descubrir qué siente Miguel por mí.

Suavizando la presión en la plancha se remitió al comienzo, cuando él se convirtió en la forma más rápida de escapar de la relación tóxica que mantenía con su madre. Pero, ¿alguna vez le había dicho lo que representaba ella en su vida?  ¿Cuántas veces se sintió amada, especial o contenida? 

Dejando el pantalón perfectamente doblado en un costado de la mesa, rebuscó en los recuerdos algún abrazo que le hubiera quedado impregnado en su interior como…

      −No –se renegó con determinación−, no puedes permitir que el incidente con ese tal Martin, interfiera en tu relación. Deja de pensar en fantasías absurdas y valora la vida que tienes, que tan mal no está.

No era su voz interior, sino la de su madre la que la reprendía, cuando escuchó que la llamaban de la planta superior. Volvió a la realidad. Dios, Violeta todavía no se había ido. Apresurada subió las escaleras de dos en dos, entró a la habitación de la dueña de casa y la encontró tumbada en la cama, acurrucada y tapada casi hasta la cabeza.

       −¿Se siente bien señora? –preguntó un poco asustada.
       −¡No! Tengo frio, te llamé varias veces, ¿dónde estabas?
   −Perdone, estaba planchando y no la escuché –contestó enfadada. ¿Por qué se había refugiado en sus fantasías en horas de trabajo?

     −No me llames señora por favor, dime sólo Violeta.
      −Pero
    −Te lo ordeno –contestó irritada desde la cama−. No me discutas.

−Bien, Violeta –lo repitió temerosa, no le parecía correcto tratarla por su nombre de pila, pero era incapaz de desobedecerla y menos en ese estado.

       −¿Le traigo algo?
      −¡“Te” te traigo algo! No soporto las formalidades y además, estoy de muy mal humor. Creo que me tendrás que aguantar enferma y te compadezco.


     −Bien −habló con una sonrisa, como si atendiera a una niña−, ¿en qué puedo ayudarte?
      −Así está mejor. No sé, el termómetro, búscalo por favor en los cajones del baño.

Yesabel abrió la puerta más cercana a la cama y se dirigió a los compartimientos que estaban junto al hidromasaje. Re buscó entre una enorme cantidad de cosméticos y cremas en el lujoso lavabo hasta que lo encontró.

      −Aquí esta.

      Se sentó en un sillón negro y esponjoso que estaba junto a la cama para observarla con preocupación. Violeta adormilada y de mala gana, se lo puso en la boca hundiendo la mejilla en la almohada. De lado y en esa enorme cama, parecía más delgada y menuda todavía.

    −No podré ir a la oficina, tendrás que llamar para avisar –dijo acomodando el termómetro con la lengua.

   A los pocos instantes, Violeta escuchó entre escalofríos y enfado como Yesabel  hablaba con su secretaria con un diálogo tan fluido como amable. Eso le gustó y tomó una nota mental. La estudiaría al detalle por si  alguna vez la necesitaba para otra cosa. 

Si algo había aprendido en sus años de profesión era a descubrir cualidades en las personas, eso la llevó a disponer de un envidiable equipo de trabajo en su empresa.

Yesabel comprobando el treinta y nueve que marcaba el mercurio, le llevó un antibiótico y un calmante para el dolor. Apenas se los tomó, Violeta se durmió y Yesabel aprovechó para bajar a la cocina y prepararle una nutritiva sopa de pollo para cuando se despertara.

*******


El café de media mañana con los clientes había sido más rentable que suculento. Martin estaba contento por estar acariciando otro objetivo pero, como su estómago ya había digerido el desayuno, se encontraba terriblemente hambriento.

     Cruzó de punta a punta el imponente piso veintitrés donde se encontraba su despacho escuchando teléfonos y conversaciones del numeroso personal. Si el estómago seguía rugiendo de esa manera, no podría pensar con claridad.

  Pamela se estaba mirando en un pequeño espejo sus delineados ojos celestes, cuando Martin se paró frente al escritorio. Se cruzaron las miradas y ella, observando que nadie la viera, le regaló una sugerente sonrisa.

      −Buenos días, lo esperaba más tarde.
     −Ya me di cuenta −pensó Martín mirando la pila de trabajo atrasado junto a la central telefónica.

  −Buenos días, en realidad yo también creí que llegaría más tarde pero el café fue breve, los hermanos Quiroga salían hoy para Costa Rica, así que achicamos tiempos. ¿Qué tal todo por aquí? ¿Alguna novedad?

    −No, en realidad estuvo tranquilo. Ahora le llevo a la oficina la lista de llamadas y sus próximas citas.

    −Bien, y que me traigan un desayuno americano también.
    −¿Del Starbucks?
 −Por favor –contestó Martin mientras su boca recordaba los deliciosos bollos.

A ella no le sorprendió que su jefe pidiera desayunar cuando faltaba tan poco para el almuerzo, pero así y todo, Martin sintió la necesidad de justificar su insaciable apetito.

    −Es que hablé mucho, no llegué a comer nada sólido y no aguanto hasta la comida.

Pamela hizo una breve ojeada a su alrededor, se inclinó sobre el escritorio y dejando a la vista su pronunciado escote, preguntó.

−¿Se quedó hambriento?

Él, veterano en el arte de la seducción, desplegó su encantadora media sonrisa,  entornó la mirada y se irguió en un intento de poner distancias. Pamela llevaba más de dos años siendo su secretaria por eso sabía que en algunas ocasiones había que pararla, y esa era una de ellas. 

Deslizó las solapas del traje hacia atrás y encajando las manos en la cintura, la miró a los ojos ignorando su tentador escote. 

      −Quiero el desayuno en cinco minutos junto con el informe que te encargué ayer. ¿Lo tienes?

  Los labios carnosos y femeninos dejaron de sonreír y entendiendo a la perfección la negativa, solo atinó a desparramar nerviosa la pila de papeles.

      −En cuanto lo encuentre se lo llevo.
    Una vez dentro de su recinto, en el santuario en que había dedicado interminables horas de trabajo, Martín quedó en camisa, se acercó a la pared de cristal y contempló el día soleado que intentaba calentar las calles. 

Buenos Aires se encontraba bajo sus pies, ajetreada, gris y encantadora.

  Levantó el mentón observando el cielo despejado y se preguntó por qué había experimentado ese repentino rechazo hacia Pamela. Hasta ayer, ella era lo más parecido a un buen relax, combinado con algunas excitantes conversaciones, miradas elocuentes y encuentros desenfrenados en su escritorio. Pero de pronto solo le encontró defectos. 

Su cuerpo ya no le pareció tan apetitoso y sus ojos habían perdido encanto. Se frotó la nuca recordando que el celeste de su mirada y la redondez de los senos, habían sido detonantes a la hora de contratarla, sin embargo hoy…, no le parecían tan llamativos. Apoyó un hombro en el frio vidrio, introdujo una mano en el bolsillo y se habló.

−Hoy tienes la entrada prohibida Yesabel, ayer no me dejaste pensar con tranquilidad, pero hoy no te lo permito.

      Mientras se sentaba detrás del escritorio la puerta se abrió rompiendo el silencio que reinaba, Pamela portando una bandeja hizo su aparición. A Martin se le dibujó una sonrisa por los bollos, los huevos humeantes y el danzante humo del café. Ella dejó con cuidado la carga en el escritorio y lentamente lo rodeó. 

Sus miradas se encontraron, el mensaje era más claro que el agua y el aire se tiñó con una descarada sensualidad. Pamela también estaba hambrienta y no se saciaría con otra cosa que no fuera su cuerpo. Con la intimidad que les brindaba la puerta cerrada con pestillo, deslizó con sutileza los dedos por el cuello de su camisa, jugueteó con la orgullosa hilera de botones y se mordió el labio inferior.

      −Ya tienes el desayuno, ¿se te antoja algo más?
   Él la examinó con detenimiento y por primera vez comprobó que sus rasgos delataban malos hábitos, la piel, debajo de la capa de maquillaje, se veía algo opaca y seca, en sus dientes la nicotina estaba dejado huellas y el pelo terminaba con puntas frágiles y dañadas. 

Pero todo pasaba desapercibido gracias al estudiado delineado de los ojos, toda la atención se la llevaba el celeste cielo de su mirada y su voluptuosa figura. Martín se detuvo en la negrura de las pupilas algo dilatadas y reaccionó.  

   −¿De verdad estás observando esos detalles? Por favor, deja de buscarle defectos, es solo Pam. La mujer con la que desahogas tu tensión de vez en cuando. ¿Qué más da su piel o su pelo?

   Ella dobló la cintura y acercó el rostro. La distancia era mínima, el calor erótico de su cuerpo le entraba por el apretado cuello de la camisa y supo que a Pam nada la detendría. Martín pensó que le vendría bien algo de diversión para comenzar el día menos tenso y decidió ceder. Las respiraciones se encimaron y el desayuno estaba pasando a un segundo plano, cuando lo más temido ocurrió. 

Ese inquietante mar de miel se interpuso entre ellos, el rostro sonrojado de Yesabel se instaló ni bien cerrar los párpados, tensándole cada músculo del cuerpo. Abrió enfadado los ojos e intentó concentrarse en Pamela que estaba ahí, esperando que la tomara en sus brazos para darle un ardiente beso.

Al intentarlo otra vez la imagen se repitió. Martín apretó la mandíbula, gruñó para sus adentros y abruptamente se levantó. Yesabel era una desconocida, un fantasma que lo estaba atormentando a libre demanda y con el que debía terminar. Demostrándose que el espejismo con el que tropezó ayer no significaba nada en su vida, apretó la cintura de Pamela y con fuerza y decisión la besó.

*******


El agua burbujeaba con impaciencia salpicando con destreza la cocina, los ingredientes de la sopa para Violeta estaban esparcidos por la encimera y el tiempo corría. Con rapidez la cuchilla cortaba las zanahorias mientras Yesabel volvía a analizar su relación con Miguel. Desde el mismo día que decidieron vivir juntos los días habían sido monótonos y aburridos. 

Ella se encargó enseguida del desorden que él se empeñaba en mantener entre sus pocas prendas de vestir, la limpieza de la habitación y de cocinar con el escaso dinero que le dejaba. Si bien los primeros días su nueva vida y la novedad del inesperado embarazo la habían ilusionado, al poco tiempo se había dado cuenta que la relación no tendría punto de comparación con las novelas que acostumbraba leer.

  El protagonista de su propia historia no la alababa, no le decía esas palabras estremecedoras al oído y no la besaba hasta que sus rodillas flaquearan. Las veces que quiso cuestionarse esas cosas, la voz de Rosa, su madre, aparecía imperiosa.

     −Es que eres tan infantil que crees que lo que está escrito en esos libros, pasa en la realidad. No sé cuándo vas a crecer Yesabel, de verdad.

   Puso las presas de pollo en el interior de la olla hirviendo, añadió las verduras cortadas y revolvió.

    −Así está mi mente, dando vueltas como esta sopa. ¿Por qué estoy cuestionando al hombre que Dios puso en mi camino y con el que tendré que vivir toda mi vida? Por qué…

   De pronto un conocido sentimiento de culpa la invadió. La imagen de Miguel  cargando las pesadas cajas de frutas mientras ella se quejaba, la hizo sentir una desagradecida. En ese breve instante de angustia y desolación, su mente comenzó a girar para detenerse en ese fugaz encuentro, en el abrazo que Martin le había dado por impulso, impregnándola de sensaciones jamás vividas.
 
   −¡No debo pensar más en ese hombre! ¡No es correcto! ¡No está bien! Además, lo último que necesito es un amor platónico.

Inmersa en el dialogo interior, el sonar del teléfono la sobresaltó al punto de sacudir la cuchara de madera. En consecuencia unas gotas de sopa caliente llegaron a su cuello.

     −¡Basta Martin! –exclamó en voz alta−. Por favor, déjame en paz.

*******  


El beso no era muy diferente a lo que estaba acostumbrado, sabia a deseo, a necesidad física y desahogo. Pam lo conocía lo suficiente como para saber que no estaba de humor para el sexo, pero lo intentó de todas maneras. Ella disfrutaba confirmando que él la deseaba, se sentía segura y excitada cuando lograba encenderlo y era lo que se proponía.

    Sus manos recorrieron la musculosa espalda con tantas ganas que a Martín le fue imposible ignorar el tiempo que llevaba sin tocarla. Hacia un mes que no mantenían relaciones y era de esperar que Pamela se estuviera impacientando. El calor que desprendían sus felinas caricias le atravesaban la camisa. Esa mañana su secretaria era puro fuego.

      Lo que ella ignoraba era que Martin había esquivado esos encuentros ante la sospecha de que se estuviese involucrando mucho más de lo acordado y prefería poner límites antes de que fuera demasiado tarde. Por más que lo charlaron en varias ocasiones, Pam empezaba a demostrar una familiaridad que lo inquietaba y era su vasta experiencia, la que lo hacía actuar con rapidez y decisión.  

       Si bien volver a aclararlo era un tema pendiente, no había encontrado ni tiempo, ni lugar para tratarlo. Sin embargo esa mañana, sorprendentemente, le pareció algo primordial entre ellos, ¿o se trataba de una excusa al comprobar que lo que Pamela le ofrecía con tanta amabilidad, ya no le interesaba?

    En medio de ese dilema, no se percató que  habilidosos dedos llenos de anillos ya le habían desabrochado tres botones de su camisa, y se enfadó por estar analizando tanto un simple encuentro sexual. Respiró con fuerza y con masculina determinación la apretó más contra su cuerpo. 

En su fuero más interno, se exigió ser el mismo saqueador de siempre reaccionando ante las descaradas caricias de su hermosa secretaria. Seguro que ésta es la cura que necesito para dejar de pensar en…

     Yesabel, su presencia volvió con la claridad de un espejismo en medio del desierto empapándole los sentidos. El ambiente cambió y como si hubiera entrado en la oficina se sintió observado y juzgado.  

   Al instante se enfrió perdiendo al completo la concentración. La cercanía de Pamela comenzó a molestarlo y la temperatura no era lo suficientemente alta como para tomarla ahí, entre sus papeles como tantas otras veces. No, comprobó que esa mañana no iba a poder tener una erección como Dios manda ya que al parecer, había otra persona en su santuario que no se veía, pero la sentía. 

Pam estaba desabrochando los botones cerca del ombligo cuando decidió detenerla. A él lo podían tildar de mujeriego, infiel, incapaz de comprometerse en una relación, pero no de satisfacer a una mujer sin su debido deseo. A no ser que hubiera un buen negocio de por medio, si no era el momento, no había química o simplemente no tenía ganas, nunca lo hacía. Eso sí era una regla inquebrantable. 

     −Pam… −dijo entre sus labios.
     −Mmm… Pídeme lo que quieras ¿qué quieres que haga?

   Se renegó por lo que estaba a punto de decir, nada le hubiera gustado más que despejar la mente y seguir siendo el mismo semental de siempre pero, con todo el disgusto del mundo lo tuvo que reconocer, él no era el mismo de siempre.

     −Quiero que hagas el informe que te pedí, y que lo traigas lo más rápido posible.

  Ella se detuvo, lo observó por unos instantes y asintió insultándolo con los ojos en varios idiomas. Luego de lo que pareció una eternidad ella retiró las manos de su cuerpo y Martin cerró los ojos. Casi no se creyó el alivio que sintió cuando perdieron el contacto y volvió a maldecirse. 

La voz de su secretaria le llegó a través de la cantidad innumerables improperios que se estaba dedicando e intentó prestarle atención.

     −En unos momentos vuelvo con lo que me pidió señor.
   Se hizo un tenso silencio mientras ella se arreglaba el pelo, luego levantó la barbilla y salió erguida dejándolo en soledad. Martin se dejó caer en el sillón giratorio, pasó la mano por su áspero mentón comprobando que había rastros de labial en él y apoyó los codos en el brillante escritorio. 

Vació de golpe los plumones mientras se limpiaba la boca con un pañuelo descartable y resopló.
 
    −Yesabel −habló irritado−, déjame ser el mismo de siempre y sal de mi cabeza por favor.

*******


   La decisión estaba tomada, Martin desaparecería de su cabeza y para siempre. Terminaría con absurdos cuestionamientos sobre su vida, no soñaría más despierta y le prohibiría la entrada a esa azulada mirada. ¿Quién era él? No tenía ni la más remota idea, nunca lo había visto y lo más seguro era que no lo volviera a ver. 

Ese simple encuentro la había dejado demasiado conmovida, le resultaba imposible sacárselo de la cabeza y rezaba para que en unos días se convirtiera sólo en un recuerdo. Además existía un “pequeño detalle” seguramente por su posición económica, si era que vivía en el country y la apariencia, estaría casado y ella no estaba para meterse en líos de pareja, ni para hacer peligrar la suya. 

Relacionarse con un hombre comprometido no encajaba en su manera de ser. ¡Bajo ningún punto de vista!

   Así fue que durante las próximas horas y acompañada por su fuerza de voluntad, siguió realizando las tareas con tranquilidad. Violeta dormía por momentos y era en esos lapsus de tiempo que Yesabel, además de continuar con los quehaceres domésticos, contestó varias llamadas de la oficina.

Cuando reparó en la hora se dio cuenta que se le estaba haciendo demasiado tarde para almorzar y apenada, despertó a Violeta para que tomara la sopa. A pedido de ésta, Yess tuvo que acomodarse a su lado y charlar un poco mientras intentaba tragar algo de líquido.

  −Cuéntame algo de ti. –Le pidió algo irritada ya que las anginas estaban haciendo estragos en las cuerdas vocales y en sus nervios.

     −Algo… ¿Cómo qué?
    −Bueno, dónde vives, con quién, ese tipo de cosas.

Yess se puso un poco tensa, la vida de Violeta estaba a años luces de la de ella pero reflexionó con rapidez que tampoco tenía de qué avergonzarse.

  −Bueno, mi vida es un poco aburrida. Me temo que tú tendrás más emociones que yo pero, igual te cuento. Vivo en barrio de la zona oeste del gran Buenos Aires con mi pareja. Llevamos casi ocho años de relación.

 −¿Tienes hijos? –Si Violeta tenía un defecto era el de la impaciencia.

  −No, íbamos a tener uno, de hecho por eso nos fuimos a vivir juntos a las apuradas, pero lo perdí.
  −Ho, lo siento…

 −No pasa nada, son cosas que a veces no sabemos porque, pero nos toca vivir. Estaba de cuatro meses cuando lo perdí y no volví a intentarlo. −Eso lo contestó leyendo la pregunta en su rostro dolorido al intentar tragar.

      −¿Quedaste con miedo a que te volviera a pasar?
     −La verdad esa fue la excusa, pero en el fondo, creo nuestra relación no esta tan madura como para tener un bebé.
    −¿En ocho años?
 −No estoy segura de estar completamente enamorada.

Yess reaccionó demasiado tarde ante semejante confesión, Violeta no era una desconocida, sino la dueña de casa para la que trabajaba Susana, su vecina. Si ella revelaba sus miedos, ¿podría llegar a oídos de Miguel? 

El barrio era un constante hervidero de chismes y ella se las había ingeniado muy bien como para no hablar de asuntos tan personales, con nadie. Pero ya era tarde, las palabras estaban dichas.

 −¿Cuántos años tenías cuando te quedaste embarazada? Si no te molesta, claro…
  −No Violeta tranquila, sé que no soy ni la primera ni la última en quedar embarazada a los dieciséis años.

−No claro, la falta de experiencia hace que cometamos errores, eras chica… ¿Hacia mucho que estabas con él?
−Apenas unos meses, pero en ese momento creí que era el amor de mi vida. 
       
    −¿Y por qué no te volviste a tu casa cuando…?
  −Por mi mamá. Ella es, especial. Nunca confió en mí, ni demostró estar orgullosa de algo que hubiera hecho. Cuando me fui, me dijo claramente que sería un fracaso.

    −Y por no darle el gusto…
  −Exacto. Por orgullo me fui quedando y con los años, nos acostumbramos.

  −¿Y ahora qué piensas de esa unión precipitada? –preguntó Violeta acercándole el plato con los restos de la sopa que no lograba tragar.

    −La verdad, ¿te soy sincera?

Ambas sostuvieron las miradas y Violeta experimentó en el pecho una punzada de intriga mezclada con una  inexplicable conexión. Era como si su subconsciente la incitara a preguntarle cosas a esta chica, convencida de que no disponía de otras personas con quienes hablar.
  
      −Por favor.
   -Hasta ayer, creo que estaba conforme con mi situación…
       −¿Y eso?

Violeta se olvidó por unos instantes del mal humor al confirmar sus sospechas. Yess necesitaba alguien con quien hablar. La observó con cariño, transmitiéndole confianza y sin una pizca de censura, ya que en el fondo, esa desconocida le recordaba a ella misma años atrás, cuando tuvo que atravesar una época de soledad, cambios, e  incertidumbre para crecer.

 Esperó paciente la respuesta mientras enumeraba con rapidez, la cantidad de cosas que habían pasado en su vida desde esos tiempos y parpadeó cuando la frágil voz de Yess volvió a sonar.

 −Sí –comenzó a hablar dejando el plato en la cómoda del dormitorio–. Ayer antes de venir me pasó algo que me dejó un poco, no sé cómo explicarlo, emocionada, perturbada y hasta enojada conmigo misma. Todo a la vez.

 −Yess, si quieres me lo puedes contar. Yo no conozco a tu pareja y aunque así fuera, soy incapaz de revelar una confidencia.

      −¿Y a Susana…? –preguntó incomoda.
    −Con ella tampoco lo haría, aunque te cueste creer, lleva en casa casi dos años y no tengo casi afinidad. Quizá, porque nunca tuvimos tiempo de charlar o simplemente por una cuestión de simpatía. 

Pero si así fuera, sería incapaz de traicionarte, ni a ti ni a nadie. No soy ese tipo de persona. Yesabel, no tienes obligación ninguna, si necesitas un par de oídos, aquí los tienes sino, cambiamos de tema…

  Aunque la voz de Violeta estaba distorsionada por las anginas, la nota de  preocupación y ternura logró que se relajara, abriéndose de manera natural y espontánea.
  −La verdad, me alegra poder hablarlo, porque no tengo a nadie con quien compartirlo y no sé si es normal.
   −¿Normal.

−Sí, es algo raro y no sé ni por dónde empezar…
   −Comienza por el principio entonces −dijo Violeta acomodando una almohada en su espalda–. Tenemos toda la tarde.

*******


Por más que el estómago reclamaba alimentos, después del encuentro con Pamela la bandeja con el café, los huevos y los bollos había terminado en la basura. Alarmado reconoció que la lucha interna que mantenía con esa embrujante mujer, estaba tocando un punto inmune en él, su apetito. 

            Durante el resto de la mañana y gracias a una inquebrantable fuerza de voluntad, había logrado meterse de lleno en las carpetas del proyecto recapitulando toda la información técnica para su almuerzo con Esteban Sandoval. La cita se cerró en un exclusivo restaurante de Puerto Madero y mientras charlaban sobre las terminaciones del centro comercial donde éste era uno de los más quisquillosos accionistas, Martín rezaba para que su mente se concentrara exclusivamente en el tema. 

En ese momento representaba a su empresa, la que diseñaba y construía esta obra tan importante en el corazón de Buenos Aires. Su socio y él habían luchado con intensidad para obtener ese privilegio y nada había que dejarlo al azar, ni un sólo detalle. 

            El hombre era bastante seco, poco hablador e imperturbable, pero lo primero que advirtió Martin, fue que su actitud fría y calculadora lo desestabilizaba al punto de lograr que el señor Esteban hablara hasta por los codos rellenando todos los silencios que a propósito dejaba suspendidos en el aire. 

Eso le vino bien a los sentidos de Martin que se extasiaron con el delicioso aroma que desprendían los sorrentinos con jamón y mozzarella que le habían traído de la cocina.
−Sí, así está mejor –Su apetito volvía a ser voraz.

       Con esa actitud segura y relajada llegaron hasta el postre y en el café, cerraron  algunos acuerdos pendientes. Salieron contentos y luego de despedirse, Martin subió al coche y comenzó a conducir por las glamurosas calles que rodeaba al puerto. En soledad, pasó lo que tanto temía, los recuerdos volvieron a atormentarlo y como si de una dificultad a superar se tratase, decidió enfrentarlos. 

Siendo las tres de la tarde, pensó que era un buen momento para tomarse un respiro, dejar de lado el trabajo y afrontar este tema de una vez. Detuvo el coche bajo la sombra de un frondoso árbol, sacó su iPhone y llamó a su único confidente, Gonzalo.

*******

Se encontraron después de quince minutos. Aunque su socio tenía compromisos importantes, canceló todas sus citas ya que con los años aprendió a interpretar los diferentes tonos que utilizaba Martín y el de esa tarde en particular, detonaba urgencia.


 Aparcó el Mercedes clásico negro, bajó respirando un poco de aire fresco y lo buscó entre la gente. Martín estaba de espaldas, sin el saco, con su impecable camisa blanca reluciendo al sol y poyado en la baranda que lo separaba de las turbias aguas.

  −¡Buenas tardes! –saludó Gonzalo con tono cantarín−. ¿No me digas que estas nostálgico y nos iremos a correr por la reserva ecológica? No tengo ropa de deporte. 

   -No –dijo Martin mirándolo con ojos apagados, opacos, indescifrables–, tengo necesidad de un oído que me preste atención…

      −¿Problemas en la empresa?

A Gonzalo se le esfumó cualquier intento de broma, no era normal que se encuentren a esas horas si el motivo no era de verdadera importancia. Su amigo levantó la mirada, recorrió los imponentes rascacielos en la orilla contraria, se tomó su tiempo y negó con la cabeza.

     −¿Algo con tu familia? 

Sabía que Martin casi no tenía relación con ellos pero al desarrollar una creciente fortuna, siempre cabía la posibilidad de acercamientos.

        −No, y creo que sería más fácil de manejar…

      Su amigo examinó su perfil, trató de percibir las emociones que lo inquietaban, pero no lo logró.

   Se encaminaron por el costado del rio acompañados por un silencio, tenso y expectante. Gonzalo estaba al tanto de lo difícil que le resultaba hablar de ciertas cosas a Martin y por experiencia sabía que si lo presionaba, era peor. 

Entonces, con su escasa paciencia sólo se metió las manos en los bolsillos, le siguió el ritmo y como era su costumbre cuando no le quedaba otra opción que esperar, jugueteó con unas cuantas monedas que siempre llevaba sueltas. Al fin, cuando Martín ordenó la oración, la dejó resbalar por sus apretados labios.

            −Se trata de algo que me pasó ayer, no puedo sacármelo de la cabeza y no sé cómo contártelo. No tengo idea por dónde empezar…

−Empieza por el principio y olvídate del trabajo, tenemos toda la tarde.

*******


            −Llegaba tarde y venia nerviosa por el trabajo en sí, pero el paso de la hora lo empeoró –comenzó Yess retorciendo las manos en su regazo–. El de seguridad me anotó el número de tu casa en un papel y mientras venía para aquí, me sonó el celular. 

Por más que revolví en la mochila, no logré atender y mientras lo buscaba para saber quién me había llamado, se me cayó el papel al suelo, detrás del árbol grande que está casi en la esquina.

       Violeta asintió atenta como si se le fuera a revelar una gran historia y ella se apresuró a aclarárselo.
      −No es mucho lo que tengo para contarte…

       −No importa, tú sigue, sea lo que sea, para ti es un asunto grande y si te hace bien expresarlo, adelante.
            Ella reprimió una sonrisa ya que su patrona no podía estar más acertada en la descripción. Martín sí que era grande, alto, fuerte y lindo, y atractivo y…

        −Bueno, sigo esperando.
      
     −Sí, perdona. Entonces, busqué en el suelo y ahí estaba, mojándose. Por eso me agaché y no me di cuenta que venía. No lo vi…

******* 


            −Pasé muy mala noche. Me acosté cansado pero a poco de dormirme soñé con Ariadna y me despabilé unas horas por eso cuando sonó la alarma, no reaccioné. Imagino que la apagué y cuando desperté y vi lo tarde que era, decidí salir a correr…

    −¡Claro! No se te iba a ocurrir quedarte en la cama un poco más, como cualquier mortal, ¿no? ¡Dios te libre de descansar!

      −¿Vas a tomarme el pelo o a prestarme atención?
   −Bien −Gonzalo levantó las manos en señal de rendición y apretó los labios para no reírse–. Prometo callarme.

      −Lo dudo, pero me arriesgo y sigo. Pensaba correr, tomar una ducha y llegar a la hora que sea a la oficina, comencé como siempre, hacia la laguna del country y de pronto cambié de dirección –Martin miró a Gonzalo y comprobó que lo tomaba en serio. 

Su amigo lo conocía como nadie−. Giré para salir a correr por afuera y cuando me dirigía hacia la puerta, iba tan metido en mis pensamientos, que no escuchaba ni la música que llevaba en los oídos. Por eso no me extraña que no la viera, porque te juro que no la vi…

*******


            −¿Qué es lo que no viste Yesabel?
            −Al hombre que me llevó por delante…
            −¿Un hombre? ¿Para robarte? –exclamó Violeta con ansiedad.

       −¡No! Para robarme no, aunque me asustó. Era un hombre grande, musculoso y venía tan rápido que cuando me quise dar cuenta, estábamos tirados en el suelo…

         −¡Qué! ¿¡Para violarte!?
     −¡No! –En cuanto se dio cuenta que gritaba, se controló y moderó el tono−.  No, no me violó, ni me tocó, solo que nos caímos los dos.

       −Por eso estabas manchada de barro. No te salpicó un vecino con el coche.

−No, ayer no me atreví a contarte la verdad.
−No importa, continúa. ¿Qué pasó?

     −Él..., me abrazó para que no me golpeara y cuando reaccioné…

*******

                                                                                                                                                                         
          −…la tenía entre mis brazos −gesticulaba Martin mientras su mejor amigo permanecía milagrosamente callado–, la sostuve contra mi pecho, así –y su tono fue mucho más cariñoso de lo que hubiera querido.

            −¿Y ella, qué hizo?

            −Me pegaba. Cerró los puños y forcejeaba entre mis brazos –continuó con una sonrisa boba en los labios–, y me insultó, me llamó degenerado y todo. Se defendió como una gata salvaje, sólo trataba de…

*******


            −¡Zafarme! Era lo único que quería y luché con fuerza por liberarme de esos brazos que eran demasiados potentes. Apretada contra su pecho me sentí…

            −¿¡Te sentiste cómo!? –Violeta se incorporó en la cama incapaz de soportar la lentitud del relato.

        −Envuelta, rodeada, atrapada como en los sueños −dijo Yess con los ojos bien abiertos–. Yo no sabía qué pasaba, todo fue tan rápido. Respiré aliviada cuando me soltó, me puse de pie como pude y cuando escuché su explicación entendí que había sido un accidente, que me había llevado por delante…, como un toro, con una fuerza y agilidad, asombrosa. Y en ese momento…

             −¿¡Qué!?
            −Levanté la cabeza y lo vi. Me encontré con…

*******


          −…sus ojos que me hechizaron −Martin se había detenido, clavando en Gonzalo una mirada tan dura como nublada–. Te lo juro, y tú sabes que he conocido a miles de mujeres de ojos azules, verdes, marrones, celestes −continuó restándole importancia con el brazo izquierdo–, pero los de ella son miel. Un tono que me dejó sin habla.

            −¿Miel…? ¿Tanto lio por unos ojos miel?
            −¡Prometiste cerrar la boca! –Y la expresión de Martin cambió de tierna a amenazadora con la velocidad de un rayo.
            −Tienes razón, perdón ¿y qué pasó?

          −Que sentí cosas que creía muertas en mí. Hablé como un tonto, no sabía qué decirle y solo me disculpé y le pregunté su nombre…

*******


            −Martín me dijo que se llamaba –y al decirlo en voz alta Yesabel advirtió que se le erizaba la piel de los brazos–. Y de verdad, yo creí estar clavada al suelo, en ese momento no pude moverme, me costaba respirar y temblaba ante el examen de esos ojos grises, o azules, o acerados…

            −¿De qué color eran? –se rio Violeta como una adolescente abrazada con fuerza a un almohadón lila.

            −¡No lo recuerdo con exactitud! solo sé que me miraban como si quisieran grabarme en su memoria, como si nunca hubieran visto a una mujer. Y entonces me preguntó cómo me llamaba y cuando se lo dije, lo repitió con una voz profunda, ronca…

*******                      


            −Yesabel me contestó –Gonzalo sospechó por la expresión de deleite de su amigo, que la palabra tuviera cierto sabor exótico–, y le dije “que lindo nombre”

       −¡No! Si se nota que estabas muy inspirado amigo.
    −Te advierto que te dejo con la historia por la mitad –amenazó Martín con los ojos entornados.

         −¡No! Cierro la boca, pero por favor, no me dejes así. Continúa.

            −Bueno, raro contestó ella, no es lindo es raro, pero a mí me encantó, se me grabó en el pecho y sé que no me creerás pero…

*******

                    
       −…de pronto me quedé sin habla Violeta, no estoy segura de poder explicarlo, pero nunca sentí esas sensaciones al conocer a alguien…

        −¿Sensaciones? –repitió Violeta intrigada.  
       −Sí, experimenté como si algo fuerte nos rodeara, nos envolviera. Como si el mundo se hubiera detenido, yo hubiera jurado que vi…

*******             


−…un aro imaginario que nos retenía, algo muy difícil de explicar.

            Cuando miró a su amigo comprobó que estaba sumergido por completo en el relato y aprovechando el inusual silencio de Gonzalo, decidió seguir hasta el final.

          −Tú sabes mejor que nadie que tengo el corazón cerrado, que no puedo mantener una relación seria y estable con una mujer teniendo tan presente aún lo de Ariadna, pero hoy tengo dudas.

       −¿Qué clase de dudas?
−De lo más inquietante Gonza, la cosa no termina ahí. Después vino lo peor.

Su socio sólo se limitó a levantar una de sus cejas castañas y a esperar el resto.
            −¿Qué paso luego?

*******


−De pronto me pareció ver un ligero cambio en su expresión, nos despedimos y lo miré hasta que desapareció.
−¿Y él?
−Siguió corriendo, sin girar la cabeza. Me sentí muy tonta –dijo Yesabel algo dolida−, me costó mucho dejar de observarlo. Pero lo que peor me tiene, viene luego.

       −¿Qué? ¿¡Hay más!? Me vas a matar de la intriga.
    −Sí, es algo que me cuesta mucho explicarlo porque ni yo lo entiendo. ¡Ay Violeta! –exclamó sentándose por impulso cruzada de piernas como una india. 

Estaba tan adentrada en los recuerdos, que no reaccionó que se trataba de la cama de la dueña de casa. La ansiedad la dominaba al verbalizar su inquietud−. No sé qué me pasa con este hombre pero…

*******


            −…parece que hubiera quedado conectado con ella –Y se detuvo para apoyarse otra vez en la baranda–. La tengo en mi mente, al punto de soñar despierto con ella, casi la besé y me desperté frustrado, enojado…

   −Soñaste despierto –meditó Gonzalo deleitándose con el reflejo del sol en el agua–. Es sólo un sueño, a veces a mí también me pasa, son fantasías –terminó con la intención de tranquilizarlo.
  
            −Sí, ya sé, pero luego está lo de Pamela…
            −¿¡Pam!? ¿Qué tiene que ver en esto?
            −Resulta que en la oficina ella se me insinuó, como de costumbre, y yo…

*******

                   
       −…no pude. Lo rechacé –Yesabel se acaloró al revelar intimidades de su pareja−, y no es que estuviera cansada, no me dolía la cabeza. Miguel me tocó y yo…

*******


            −…me sentí incómodo, molesto. La vi llena de defectos −murmuró Martín peinándose con la mano sus ondas castañas que se revolvían con las brisas.

        
−¿Defectos? ¡Si es la secretaria más linda que tuvimos!
      −Ya lo sé. ¡Y es Pam! Que es muy buena compañera de cama, discreta y divertida. ¿¡Te das cuenta Gonzalo!? Nunca tuve problemas para un revolcón con ella.

            −¡No! Ni yo.
Ambos se miraron con la complicidad que sólo dos libertinos pueden tener acostumbrados a compartir a sus amantes y asintieron.

            −¡Tengo que sacarme rápido esta mujer de la cabeza Gonza! Tengo que…

*******

                    
            −…volver a mi vida de siempre Violeta. Yo nunca rechacé a Miguel por un desconocido. ¡Esto es una locura! –exclamó convencida de que algo andaba mal a partir de esa caída.

            −¡Sí! No hay duda. ¿Pero no pensaste que puede ser sólo el impacto de estar entre otros brazos? Igual, en unos días se te pasa…

            −Eso espero –reconoció saboreando una vez más el sueño donde casi se besaron–. Yo no puedo seguir sintiendo desgano con mi pareja por alguien que no creo que vuelva a ver, y con el que no pasó absolutamente nada.  No puedo, no debo…

*******


            −…seguir así. Me tienes que ayudar Gonzalo, se te tiene que ocurrir algo. ¡Di  algo! ¡No te quedes callado!
            −¡Estás peor de lo que imaginaba! Primero casi me clavas algo por interrumpirte y hora me gritas para que hable. ¡Decídete!

            Martin hizo lo más parecido a una sonrisa, su amigo seguía siendo el adolescente que conoció en el colegio y el que poseía ese don maravilloso de hacerle perder los nervios. Por su parte, éste lo miró por unos momentos con lástima, podía reconocer a un hombre entregado a una sola mujer a kilómetros de distancia y Martín, Martin ya tenía todos los síntomas. Obvio que no se lo iba a decir, no sería tan inconsciente como para provocar su ira. Por lo menos por el momento.

      −Tomate un tiempo −dijo al fin aguantando la risa.
−¿Ese es el único estúpido consejo que tienes para darme?

            Tuvo que apretar los labios con todas sus fuerzas ya que nada lo divertía más que sacar de quicio al estructurado Martin. Además contuvo a su lengua para no decirle que en realidad no era para tanto, que ya era hora que se enamorara otra vez, que viviera más relajado y disfrutando de una buena compañera.

            −Es muy repentino –se escuchó decir− date tiempo. Distiéndete, piensa en otra cosa.
−Si no quieres caer de cabeza al agua te recomiendo que me des algún consejo más útil. Te advierto que no estoy de humor.

−Ya me di cuenta, déjame pensar –Gonzalo fingió gran concentración rascándose el mentón−. Ya lo tengo, una buena cura podría ser…
                  

*******


−…que salieras –le sugirió Violeta con una pícara sonrisa.
            Yesabel se rio con amargura. Cómo si fuera tan fácil salir con él.  Pero luego de unos segundos de reflexión se propuso intentarlo. Esa noche le plantearía a Miguel ir a tomar algo. Llevaban meses sin ir a ningún lado y se le ocurrió que tal vez, al divertirse juntos, se olvidaría de sus defectos y lo aceptara como antes. Sí, una linda distracción y todo volverá a la normalidad.
−Creo que tienes razón. Esta noche le propongo a Miguel que…

*******

                    
            −…vayamos a bailar –dijo Gonzalo con tono autoritario para ocultar lo que realmente planeaba su mente perversa–. Esta misma noche salimos y por la compañía, ya sabes, déjamelo a mí que es mi especialidad.
Martin no quiso despreciar las buenas intenciones de su amigo pero en  el fondo no creía que esa fuera una solución. Hubiera apostado la mitad de su dinero a que Yesabel no saldría de su cabeza con una simple salida, o con sexo ocasional. No, seguramente necesitaría un trabajo más intenso y delicado.
            Se irguió, la mirada azulada se clavó en el último piso de los orgullosos rascacielos mientras una fuerte determinación se gestaba en su interior.

*******

                 
¡Probaría con todo! Pero Martin tenía que salir de su vida, aunque muriera en el intento.

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