viernes, 28 de noviembre de 2014

El primer beso según Enrique



Cuando el portón negro comenzó a deslizarse, a él le pareció una eternidad, la ansiedad por llegar a casa era más apremiante de lo que imaginaba. Saludó a su personal con un pequeño gesto y levantó polvareda con la camioneta la recorrer el camino de gravilla. Estacionó ocupando todo el sendero y tomando el saco gris que descasaba en el asiento del copiloto y su carpeta, bajó. Subió con rapidez los pocos escalones de la entrada y con las manos temblorosas, abrió la puerta principal de su mansión.

Estaba decidido a ir directo a su cuarto, darse una rápida ducha y cambiarse de ropa. La reunión con los organizadores del espectáculo lo había puesto de mal humor y deseaba desconectar lo antes posible. No era un hombre acostumbrado al ocio, es más se consideraba un adicto al trabajo pero ese día en especial, había un tema pendiente en su propia casa que deseaba cerrar lo antes posible.

Y ahí se encontraba, anhelando ropa más cómoda, girando el picaporte y ansioso por subir las largas escaleras que lo separaban de su dormitorio, pero algo lo detuvo. Al umbral de la puerta le llegó una suave y dulce voz  hablando con alguien.
─Bueno en realidad se enojó un poco cuando se enteró que estaba –dijo Patricia con tono neutro−, pero después se le pasó. No es mala persona pero es un hombre adinerado, solo y ya te lo imaginaras ¿no? Un egocéntrico. 
Enrique que estaba a punto de quedarse entre las sombras para saber más detalles de esa conversación, no aguantó y con el ceño fruncido entró a su hogar.

De inmediato las miradas se cruzaron, el ambiente se cargó y sus emociones afloraron con mucha más rapidez de lo que él hubiera deseado. Quedó anclado al suelo cuando la vio y comprobó lo que sospechaba, ella era la responsable de su mal humor, de la poca paciencia que había tenido durante toda la mañana y del escaso interés por su participación en el evento del próximo fin de semana.
─Tranquilo que por ahora está todo bien ─habló desviando la mirada algo abochornada.

Estás hablando de mí, y con él. No pienso ponértelo fácil.   
Con bastante más alevosía de la que hubiera querido, tiró las llaves en la mesa de cristal con un único fin. Ponerla nerviosa.

Mientras ella hablaba de Paulina y su recibimiento, Enrique, tomándose todo el tiempo del mundo, caminó hasta el sillón palpándose los bolsillos en busca del celular, cuando lo halló se sentó, lo depositó a su lado junto a la carpeta llena de papeles y estiró el saco con movimientos perezosos. Por un segundo sonrió, ella estaba nerviosa, su voz la delataba y por alguna extraña razón, eso le gustó.

─¿Sí? ¿Y cómo le queda? ─preguntó ella con la oreja pegada al auricular, los ojos entornados intentando advertir sus movimientos y la espalda recta. 

Él, con la malicia a flor de piel, apoyó lentamente el tobillo en una de sus rodillas y se acomodó el flequillo. Descansó su espalda en el sillón muy conforme con los resultados, Patricia había perdido el hilo de la conversación.
Ya estará por cortar…
─Hola Santi, ¿Cómo estás?

Esas simples palabras desesperaron a su volátil temperamento. Con impaciencia desabrochó otro botón de su camisa blanca, desvió la vista hacia la puerta de la cocina y apretó los labios. Resopló, ¿cómo podía ser que en cuatro segundos había dejado de divertirse para enfadarse como un niño caprichoso?

─Quiero que me hagas caso ─pensó contando hasta diez. Esto estaba siendo más pesado de lo que esperaba.
─¿Quiere que le traiga algo señor?

La voz de su empleada lo salvó de cometer el error de levantarse y cortar él mismo la comunicación.
─Un jugo ─murmuró agradecido de que sus gustos sean conocidos. No tenía ganas de hablar.
El tiempo pasó muy lentamente y después de beber el jugo de un solo sorbo, dejó el vaso con demasiada fuerza. A los pocos minutos se despidió de sus hijos y al fin cortó.

Ahora sí tendré su atención ─pensó ansioso, pero no, ella se quedó mirando por la ventana sin moverse y eso ya fue demasiado.
─Hola ─dijo con la misma autoridad que utilizaba en el escenario.
─Hola ─susurró ella girándose.

Enrique pensaba sonreírle, demostrarle que había pensado en ella, pero, sus ojos con lágrimas contenidas, lo frenaron.

¿Estaría a punto de llorar por él?  
Y los dos se quedaron sin palabras. Patricia estática, aturdida y desorientada. 
Enrique enojado, cerrando los puños y sintiéndose un tonto. 
La primera en reaccionar fue ella, girándose y caminando dos pasos hacia la cocina. Él, con la sorpresa impresa en su rostro, pensó una frase que la detuviera. Y rápido.

─¿La llamada la hiciste tú o la recibiste?
Acto seguido se felicitó por el romanticismo con que logró que ella no abandonara el lugar. Pero ya estaba hecho, así que sólo le restaba aguantar lo que viniera.

Si por un segundo pensó que su nombre artístico bastaría para que ella le perdonara semejante desplante, lo descartó cuando esos ojos color café lo atravesaron.

─Me llamaron ─dijo con la cólera flotando a su alrededor.
Dios, me gusta hasta el veneno de su mirada.
─Pero no se preocupe ─continuó con la barbilla levantada─, si quiero llamar a Buenos Aires, voy a un teléfono público.

El desafío estaba lanzado, ahora había que esperar cuál de los dos retrocedía primero.  

─Como tiene que ser ─contestó Enrique incapaz de ceder.
─Como se nota que no me conoce ─habló ella con los ojos entornados pero la voz temblorosa.
─¿Ah sí? ¿Y por qué? ─Fue lo único que logró rescatar de su espesa mente. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo bloqueaba tanto y el agobio se había instalado en él.

 Porque si necesitara llamar desde aquí, al irme le dejaría el dinero a Paulina para cuando llegue la factura.
─¿Sabes qué pasa? Que Paulina no es la dueña de casa.

Se había pasado, no era necesaria tanta maldad pero le fue imposible contenerla. El mundo se detuvo, ambos contuvieron el aliento y el silencio los envolvió. Patricia abrió grande sus ojos y la tristeza brillo en su mirada. Él se quedó sin habla, estaba enfurecido con su reacción y mientras se insultaba en los cinco idiomas que hababa, no advirtió los rápidos movimientos.

─Espera un momento… ─volvió a articular viendo como ella se alejaba.
─Patricia ─dijo ella de espaldas.
Genial, ahora piensa que no me acuerdo ni de su nombre.
−Sí, Patricia, claro, espera un momento, la verdad es que no tendría que haberte hablado así…

Ella se giró otra vez y por un segundo lo estudió, pero evidentemente, lo que vio no le gustó ya que meneó apenas la cabeza, suspiró y decidió regresar a la cocina.

−¡Te estoy hablando! –fue lo único coherente que se le ocurrió. Era imperdonable que después de la mañana que había pasado pensándola, lo abandonara enfadada.

−¿¡Qué!? ¿¡Ahora me va a decir como a los chicos, que me quede aquí escuchándolo hasta que usted termine de hablar!?
Enrique estalló, ella no cedía ante su presencia y encima, lo trataba de usted. Era demasiado para alguien como él acostumbrado a obtener casi todo lo que deseaba. Y a ella la deseaba.

Con la seguridad que sólo poseen los hombres exitosos, irguió su espalda y avanzó para terminar con esta indeseada discusión.
−Estoy tratando de retractarme ¡y tú me gritas!

−¡Perdóneme! −exclamó sarcástica−. Pero me habla mal sin ninguna justificación y ¿cree que sin pedir disculpas yo voy a olvidarme de todo?
Basta, por favor ─pensó él incapaz de exteriorizar ese ruego.

Y acercó su cuerpo, respiró la adrenalina que corría por su cuerpo y como si de un animal se tratara, se excitó. Desde la noche anterior que  la vio cocinando, supo que era especial, que despertaría sentimientos dormidos y que le sería trabajoso estar a su lado sin desear tocarla. Pero nunca imaginó tener la posibilidad de celarla al punto de hablarle así, de mirarla con esa impotencia y de tener que luchar con sus más tenaces sentimientos.   

─Estoy tratando de arreglar las cosas ─logró decir con tono ronco, arrastrando las palabras y apretando los dedos en su cintura para no estrecharla.
─Sí, pero no creo que sea la mejor manera ─murmuró ella con las mejillas encendidas─. Yo no creo haberle hecho nada malo.

─No me trates de usted ─habló apretando la mandíbula.
─Que no lo soporto.
─No somos amigos y en este momento estoy hablando con el dueño de casa.
─No lo hagas ─respiró las palabras.

─Usted estará muy acostumbrado a dar órdenes en el escenario, pero a mí, no.
Y todo sucedió en décimas de segundos. Ella le gritaba y él intentaba abrirse para aclarar que no era la responsable del problema sino, sus incontrolados celos, pero ninguno de los dos se escuchaba.

─Quiero alejarme de usted ─logró escuchar entre sus propios latidos─, no merezco que me hable así.

Y no lo pudo resistir, ella se sentía culpable de sus impulsos y en ese momento utilizó el recurso más varonil y dominante que conocía. La abrazó, exterminó los pocos centímetros que los separaban y abriendo sus dedos intentó abarcar toda su espalda.

No me temas ─pensó respirando con dificultad─, te pensé cada hora, cada minuto de mi día. Perdóname.
Pero ella no logró advertir sus verdaderos sentimientos y asustada luchó para alejarse de él.
Por favor, confía en mí.

Pero Patricia, sin saberlo, aprovechó ese momento de debilidad y ejerció más presión en sus doloridos músculos. Se alejaba, lo advirtió y sin detenerse a pensar en nada, la besó.

Sus labios tenaces, lucharon. Ella se resistía como pocas mujeres lo habían hecho alimentando su decisión.

Ni muerto te suelto ─sentenció utilizando una de sus mejores armas. Las caricias en la nuca. Era su última carta, dibujó círculos en su cabeza rogando al cielo que ella se dejara arrastrar. Necesitaba sentirla dispuesta y entregada.

Con sorpresa Enrique relajó sus hombros, Patricia abrió sus labios y se aferró a la tela de su camisa.

Gracias ─retumbó en su embotada mente mientras su pecho de regocijaba.

Ella lo abrazó, se aflojó y el beso más afrodisíaco de su vida hizo acto de presencia dificultando su respiración, atontándole los sentidos y llenándole el alma como nunca en su vida.

─No vuelvas a alejarte ─habló jadeando.
Que no lo soporto ─se guardó anclando su boca en la de ella.

Y en ese instante todo desapareció, su casa, los empleados, su marido, su carrera, todo. Disfrutó como un hombre libre de la maravillosa experiencia de estar locamente atraído.

Tenía cosas que contarle, planes que hacer juntos y toda la tarde por delante, lastima…, que su teléfono los interrumpió.  
  




  

 



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