Cuando el portón negro comenzó a deslizarse, a él le
pareció una eternidad, la ansiedad por llegar a casa era más apremiante de lo
que imaginaba. Saludó a su personal con un pequeño gesto y levantó polvareda
con la camioneta la recorrer el camino de gravilla. Estacionó ocupando todo el
sendero y tomando el saco gris que descasaba en el asiento del copiloto y
su carpeta, bajó. Subió con rapidez los pocos escalones de la entrada y con las manos
temblorosas, abrió la puerta principal de su mansión.
Estaba decidido a ir directo a su cuarto, darse una
rápida ducha y cambiarse de ropa. La reunión con los organizadores del
espectáculo lo había puesto de mal humor y deseaba desconectar lo antes posible.
No era un hombre acostumbrado al ocio, es más se consideraba un adicto al
trabajo pero ese día en especial, había un tema pendiente en su propia casa que
deseaba cerrar lo antes posible.
Y ahí se encontraba, anhelando ropa más cómoda,
girando el picaporte y ansioso por subir las largas escaleras que lo separaban
de su dormitorio, pero algo lo detuvo. Al umbral de la puerta le llegó una
suave y dulce voz hablando con alguien.
─Bueno en realidad se enojó un poco cuando se enteró
que estaba –dijo Patricia con tono neutro−, pero después se le pasó. No es
mala persona pero es un hombre adinerado, solo y ya te lo imaginaras ¿no? Un
egocéntrico.
Enrique que estaba a punto de quedarse entre las
sombras para saber más detalles de esa conversación, no aguantó y con el ceño
fruncido entró a su hogar.
De inmediato las miradas se cruzaron, el ambiente se
cargó y sus emociones afloraron con mucha más rapidez de lo que él hubiera deseado. Quedó anclado al suelo cuando la vio y comprobó lo que sospechaba, ella
era la responsable de su mal humor, de la poca paciencia que había tenido
durante toda la mañana y del escaso interés por su participación en el evento
del próximo fin de semana.
─Tranquilo que por ahora está todo bien ─habló
desviando la mirada algo abochornada.
─Estás hablando
de mí, y con él. No pienso ponértelo fácil.
Con bastante más alevosía de la que hubiera querido,
tiró las llaves en la mesa de cristal con un único fin. Ponerla nerviosa.
Mientras ella hablaba de Paulina y su recibimiento,
Enrique, tomándose todo el tiempo del mundo, caminó hasta el sillón palpándose
los bolsillos en busca del celular,
cuando lo halló se sentó, lo depositó a su lado junto a la carpeta llena de
papeles y estiró el saco con movimientos perezosos. Por un segundo sonrió, ella
estaba nerviosa, su voz la delataba y por alguna extraña razón, eso le gustó.
─¿Sí? ¿Y cómo le queda? ─preguntó ella con la oreja
pegada al auricular, los ojos entornados intentando advertir sus movimientos y
la espalda recta.
─Ya estará por
cortar…
─Hola Santi, ¿Cómo estás?
Esas simples palabras desesperaron a su volátil temperamento.
Con impaciencia desabrochó otro botón de su camisa blanca, desvió la vista
hacia la puerta de la cocina y apretó los labios. Resopló, ¿cómo podía ser que en
cuatro segundos había dejado de divertirse para enfadarse como un niño
caprichoso?
─Quiero que me hagas
caso ─pensó
contando hasta diez. Esto estaba siendo más pesado de lo que esperaba.
─¿Quiere que le traiga algo señor?
La voz de su empleada lo salvó de cometer el error de
levantarse y cortar él mismo la comunicación.
─Un jugo ─murmuró agradecido de que sus gustos sean
conocidos. No tenía ganas de hablar.
El tiempo pasó muy lentamente y después de beber el
jugo de un solo sorbo, dejó el vaso con demasiada fuerza. A los pocos minutos se
despidió de sus hijos y al fin cortó.
─Ahora sí tendré
su atención ─pensó ansioso, pero no, ella se quedó mirando por la ventana
sin moverse y eso ya fue demasiado.
─Hola ─dijo con la misma autoridad que utilizaba en el
escenario.
─Hola ─susurró ella girándose.
Enrique pensaba sonreírle, demostrarle que había pensado
en ella, pero, sus ojos con lágrimas contenidas, lo frenaron.
─¿Estaría a
punto de llorar por él?
Y los dos se quedaron sin palabras. Patricia estática,
aturdida y desorientada.
Enrique enojado, cerrando los puños y sintiéndose un tonto.
La primera en reaccionar fue ella, girándose y caminando dos pasos hacia la cocina. Él, con la sorpresa impresa en su rostro, pensó una frase que la detuviera. Y rápido.
Enrique enojado, cerrando los puños y sintiéndose un tonto.
La primera en reaccionar fue ella, girándose y caminando dos pasos hacia la cocina. Él, con la sorpresa impresa en su rostro, pensó una frase que la detuviera. Y rápido.
─¿La llamada la hiciste tú o la recibiste?
Acto seguido se felicitó por el romanticismo con que
logró que ella no abandonara el lugar. Pero ya estaba hecho, así que sólo le
restaba aguantar lo que viniera.
Si por un segundo pensó que su nombre artístico bastaría
para que ella le perdonara semejante desplante, lo descartó cuando esos ojos
color café lo atravesaron.
─Me llamaron ─dijo con la cólera flotando a su
alrededor.
─Dios, me gusta
hasta el veneno de su mirada.
─Pero no se preocupe ─continuó con la barbilla
levantada─, si quiero llamar a Buenos Aires, voy a un teléfono público.
El desafío estaba lanzado, ahora había que esperar cuál
de los dos retrocedía primero.
─Como tiene que ser ─contestó Enrique incapaz de
ceder.
─Como se nota que no me conoce ─habló ella con los
ojos entornados pero la voz temblorosa.
─¿Ah sí? ¿Y por qué? ─Fue lo único que logró rescatar
de su espesa mente. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo bloqueaba tanto y el
agobio se había instalado en él.
−Porque si necesitara llamar
desde aquí, al irme le dejaría el dinero a Paulina para cuando llegue la
factura.
─¿Sabes qué pasa? Que Paulina no es la dueña de casa.
Se había pasado, no era necesaria tanta maldad pero le fue imposible
contenerla. El mundo se detuvo, ambos contuvieron el aliento y el silencio los
envolvió. Patricia abrió grande sus ojos y la tristeza brillo en su mirada. Él
se quedó sin habla, estaba enfurecido con su reacción y mientras se insultaba en los cinco idiomas que hababa,
no advirtió los rápidos movimientos.
─Espera un momento… ─volvió a articular viendo como ella se alejaba.
─Patricia ─dijo ella de espaldas.
─Genial, ahora piensa que no me
acuerdo ni de su nombre.
−Sí,
Patricia, claro, espera un momento, la verdad es que no tendría que haberte
hablado así…
Ella
se giró otra vez y por un segundo lo estudió, pero evidentemente, lo que vio no
le gustó ya que meneó apenas la cabeza, suspiró y decidió regresar a la cocina.
−¡Te
estoy hablando! –fue lo único coherente que se le ocurrió. Era imperdonable que
después de la mañana que había pasado pensándola, lo abandonara enfadada.
−¿¡Qué!?
¿¡Ahora me va a decir como a los chicos, que me quede aquí escuchándolo hasta que
usted termine de hablar!?
Enrique
estalló, ella no cedía ante su presencia y encima, lo trataba de usted. Era demasiado
para alguien como él acostumbrado a obtener casi todo lo que deseaba. Y a ella
la deseaba.
Con
la seguridad que sólo poseen los hombres exitosos, irguió su espalda y avanzó
para terminar con esta indeseada discusión.
−Estoy
tratando de retractarme ¡y tú me gritas!
−¡Perdóneme!
−exclamó sarcástica−. Pero me habla mal sin ninguna justificación y ¿cree que
sin pedir disculpas yo voy a olvidarme de todo?
─Basta, por favor ─pensó él incapaz de
exteriorizar ese ruego.
Y
acercó su cuerpo, respiró la adrenalina que corría por su cuerpo y como si de
un animal se tratara, se excitó. Desde la noche anterior que la vio cocinando, supo que era especial, que
despertaría sentimientos dormidos y que le sería trabajoso estar a su lado sin
desear tocarla. Pero nunca imaginó tener la posibilidad de celarla al punto de
hablarle así, de mirarla con esa impotencia y de tener que luchar con sus más
tenaces sentimientos.
─Estoy
tratando de arreglar las cosas ─logró decir con tono ronco, arrastrando las
palabras y apretando los dedos en su cintura para no estrecharla.
─Sí,
pero no creo que sea la mejor manera ─murmuró ella con las mejillas encendidas─. Yo no creo haberle hecho nada malo.
─No
me trates de usted ─habló apretando la mandíbula.
─Que no lo soporto.
─No
somos amigos y en este momento estoy hablando con el dueño de casa.
─No
lo hagas ─respiró las palabras.
─Usted
estará muy acostumbrado a dar órdenes en el escenario, pero a mí, no.
Y
todo sucedió en décimas de segundos. Ella le gritaba y él intentaba abrirse
para aclarar que no era la responsable
del problema sino, sus incontrolados celos, pero ninguno de los dos se
escuchaba.
─Quiero
alejarme de usted ─logró escuchar entre sus propios latidos─, no merezco que me
hable así.
Y
no lo pudo resistir, ella se sentía culpable de sus impulsos y en ese momento
utilizó el recurso más varonil y dominante que conocía. La abrazó, exterminó los pocos centímetros
que los separaban y abriendo sus dedos intentó abarcar toda su espalda.
─No me temas ─pensó respirando con
dificultad─, te pensé cada hora, cada
minuto de mi día. Perdóname.
Pero
ella no logró advertir sus verdaderos sentimientos y asustada luchó para alejarse
de él.
─Por favor, confía en mí.
Pero
Patricia, sin saberlo, aprovechó ese momento de debilidad y ejerció más presión
en sus doloridos músculos. Se alejaba, lo advirtió y sin detenerse a pensar en
nada, la besó.
Sus
labios tenaces, lucharon. Ella se resistía como pocas mujeres lo habían hecho alimentando
su decisión.
─Ni muerto te suelto ─sentenció utilizando una de sus mejores armas. Las caricias en la nuca. Era su última carta, dibujó círculos
en su cabeza rogando al cielo que ella se dejara arrastrar. Necesitaba sentirla
dispuesta y entregada.
Con
sorpresa Enrique relajó sus hombros, Patricia abrió sus labios y se aferró a la
tela de su camisa.
─Gracias ─retumbó en su embotada mente
mientras su pecho de regocijaba.
Ella
lo abrazó, se aflojó y el beso más afrodisíaco de su vida hizo acto de presencia dificultando su respiración, atontándole los sentidos y llenándole el
alma como nunca en su vida.
─No
vuelvas a alejarte ─habló jadeando.
─Que no lo soporto ─se guardó anclando su
boca en la de ella.
Y
en ese instante todo desapareció, su casa, los empleados, su marido, su
carrera, todo. Disfrutó como un hombre libre de la maravillosa experiencia de
estar locamente atraído.
Tenía
cosas que contarle, planes que hacer juntos y toda la tarde por delante,
lastima…, que su teléfono los interrumpió.
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