viernes, 28 de noviembre de 2014

Capítulo 5



Estacionó, bajamos y caminamos hasta la entrada de la cocina. Ante la mirada atónita de las chicas que estaban desayunando, saludamos y llegamos hasta la isla.
Pau permaneció con la boca abierta, sin reaccionar, mientras que las demás nos miraban en medio de un silencio sepulcral.

Nos acomodamos, yo trataba de arreglar la maraña que era mi pelo con el único fin de mantenerme ocupada y no enfrentar los ojos de mi amiga llenos de preguntas. Sabía que en cuanto él se fuera, le tendría que contar hasta el último detalle.
−¡Estamos muertos de hambre! ¿Paulina nos puedes preparar algo?

−Sí, claro. −Repuso cerrando al fin su boca. 
−Alejandra tráeme por favor el periódico y mi agenda.
−Pero, ¿no va a desayunar en el salón?
−No. −Contestó algo cortante con su semblante duro. En ese momento me di cuenta que en su naturaleza, también se escondía el autoritarismo. Su expresión cambio con tanta notoriedad que me quedé observándolo sin respiración.

Sus ojos se encontraron con los míos. Su ceja apenas se elevó preguntándome si tenía alguna objeción y desvié mi mirada.
Este no es asunto mío. –Me dije centrándome en la arena que se escurría por el vestido húmedo, las miradas inquisidoras de las chicas y el silencio reinante. Como no paraba de moverme, dejó de peinarse con la mano, apoyó los codos en la barra y con ternura me preguntó:

−¿Qué te pasa?
−Nada.
−¿Estás bien?
−Sí −respondí mientras Alejandra dejaba el pedido no sin antes mirarme algo distante−, la pase muy bien.
−¿A pesar de todo?
−“A pesar de todo” −enfaticé mirándolo a los ojos, en medio de un repentino bostezo.
−¿Tienes sueño?

−Sí, tengo una desorganización con mis horas de descanso…
−Ya sé de qué hablas. Te lo aseguro.
Con una sonrisa cómplice empezamos a tomar ese jugo dulce y refrescante de naranjas que Pau nos había traído. Recordando las palabras de ella, “no habla mucho de sus cosas y menos en el desayuno” tomé una revista mientras él ojeaba su itinerario. Le trajeron el celular que no paraba de sonar y su conversación me dio tiempo de terminar el café con leche, las tostadas y la revista. Al cortar quedó inmóvil por un instante y su atención se volvió hacia Alejandra.

−En unas horas me traerán un sobre, me lo subes a mi cuarto por favor.
−Sí, no hay problema.
Claro, qué problema puede tener en subir a tu cuarto.
Su mirada me sobresaltó, tenía otra vez esa ceja algo levantada y como si mis pensamientos los hubiera gritado a cuatro vientos, me sonrojé.

−¿Pasa algo?
−No, nada. Qué puede pasar.
Con mucho descaro, entornó los ojos pero no insistió.
−Tú y yo nos llevaremos bien.
Y esta vez fui yo la que se quedó sin habla.
 No sabía a qué se refería, pero la intimidad del mensaje entre líneas, me aceleró el pulso y la respiración. La lectura de mi mente había comenzado cuando Alejandra retiró las tazas y pestañeando a la vez, desviamos la mirada.

Se bajó de su asiento, se estiró con pereza y la camisa se abrió por completo dejando expuesto los abultados abdominales.
Me acaloré.               
Movió con suavidad a ambos lados la cabeza, se masajeó la nuca y me miró por unos instantes.
−Me voy a dormir unas horas.

Se acercó, no sabía de sus intenciones pero una sensación placentera recorrió mi espalda. Apoyó su mano izquierda en el respaldo de mi banqueta y la derecha en la barra. Se inclinó mirándome fijo, observé de cerca su pelo desprolijo, los ojos brillantes y esa sonrisa pícara que tantos suspiros genera. Alcancé a ver que unos granitos de arena seguían en su cara y con suavidad y sin pensarlo, se los quité. Creo que a él le pareció una caricia ya que sus ojos se dulcificaron y su boca con un gesto casi imperceptible, se curvó.

La cocina parecía desierta, no se oía nada, pero las chicas seguían ahí tan expectantes como yo. Por su cercanía sentí su olor, los restos del exquisito perfume mezclado con la sal del mar, mis sentidos se agudizaron y el entorno perdió importancia. Cerré mis ojos y con algo de desilusión sentí un beso tibio y estremecedor en la mejilla. Apenas separó su rostro del mío, lo tenía tan cerca que las respiraciones se mezclaban a la vez que mi piel se erizaba.

 −Me voy… a mi cama… −dijo con la misma voz envolvente con la que canta baladas románticas. La cruz que  colgaba de su cuello se separó de la piel y a modo de péndulo, tuvo un efecto hipnotizador.
 −Yo también −dije siguiendo el balanceo con mi vista hasta que reaccioné−. A la mía, claro.
Los labios mostraron un gesto depredador y sin sacarme los ojos de encima se irguió.

−Hasta luego. −Fue lo último que escuché y volvió a estremecerme cuando rozó mi cuerpo al pasar. La delicada seda de su camisa acarició mi columna y una corriente eléctrica me sobresaltó. Caminó hasta la puerta con el sonar del teléfono, levantó su mano de espaldas y meneando su dedo índice, indicó que no iba a atender a nadie.

Mi vista no salía de esa puerta cuando Paulina se abalanzó sobre mí y al ver que la ignoraba, pasó su mano delante de mis ojos.
−¿Qué pasa...? −Dije distraída.
−Eso ¡¿Qué pasa, pregunto yo?!
La tomé de la mano y ante la desilusión de las demás por enterarse, la llevé a mi cuarto. Alejandra fue la única que se mostró hostil conmigo, pero estaba tan apresurada por hablar con Pau a solas, que pasó casi inadvertida para mí.

Abrí la ducha, me metí debajo del chorro caliente y como en nuestra adolescencia, ella escuchaba mi relato con lujo de detalle del otro lado de la cortina. Cuando había terminado, ya estaba con la bata en mi cama peinándome y disfrutando de un cigarrillo. Las dos suspiramos con una sonrisa y cerrando los ojos me relajé.

−¿Te das cuenta Pau? vi el amanecer con el hombre que sueño despierta todos los días, que quiero sin haberlo visto en persona ¡nunca! Soy una más de las que se estremecen cuando habla, que se enamora de sus canciones y que suspiran con esa sonrisa… ¡¿Será que me merezco tanta alegría?!

Ella me abrazó y la dicha que experimentaba por mí, me llegó invadiéndome el pecho, me  di cuenta que como las buenas amigas, se alegraba de corazón por lo que  estaba pasando.
−¿Y qué piensas hacer? −Preguntó tomándome fuerte de los hombros.

−¡No tengo idea! ahora sólo me da la cabeza para asimilar lo que pasó esta noche, no me voy a adelantar, pase lo que pase lo voy a disfrutar. ¡Eso seguro! Igual… −de pronto me sentí abatida− lo más seguro es que mi sueño termine hoy. Sería demasiado ilusa si esperara más de una estrella internacional como él.

−¿Y si pasa algo? −Preguntó recostándose a mi lado.
−¿Tú te crees que con las imponentes mujeres con las que se relaciona, puede querer algo conmigo?
−¿Y si pasa algo? −insistió ignorando mi pregunta. Era terca. 

−Si pasa “lo imposible” será una cana al aire y nada más.
−¡Vamos Pato! Las dos sabemos que no va a ser así, ¡ni tú te lo crees! ¿Sabes lo que creo?
−¡No, y ni quiero saberlo!
−No me importa, ¡te lo digo igual! Yo creo que si pasa algo…
−Algo imposible. −Remarqué para bajarla de esa nube grande y densa en forma de corazón a la que se había subido con un arco, una flecha y dos alitas.

−Si pasa lo imposible, como tú lo llamas −hizo una pausa y abrazó un almohadón−, va a ser ¡lindísimo! Te va a dejar loca y va a ser el detonante para que tomes varias decisiones en tu vida.
−¿Te digo lo que yo creo?
−No me importa. −Contestó riendo.

−Bueno ¡ahora no te lo digo!
−¡Qué no me lo digas! No lo quiero saber.  
−Bien. −Dije mirando para otro lado cuando con una de sus típicas carcajadas exclamó:
−¡Claro que quiero saber! A ver ¿“Usted que piensa señora Pato?” −Dijo haciendo de micrófono con su puño cerrado.

−Que lo más seguro… −casi no podía hablar de la tentación que tenía hablándole a su puño.
−Vamos señora Pato, el mundo espera su declaración.
−Yo creo que lo más seguro es que no pase nada, si  yo le gustara, hoy en la playa tuvo todas las oportunidades de besarme y nada. −Pau se puso seria, raro en ella y terminando con la pantomima de periodista curiosa, habló.

−Yo no estaría tan segura.
−¿Y por qué Señora−sabelotodo?
−No sé, hay algo que me dice, que esto sigue. Pero igual, no sé por qué pensamos tanto, él es muy impulsivo y si quiere algo no para hasta obtenerlo. Quizá en este mismo momento esté buscando la manera de hacerlo y sí de verdad le gustas, la va a encontrar.

−Y tú ¿cómo sabes?
−Porque hace tres años que trabajo aquí y no sólo lo conozco si no que lo vi hacerlo.
−¿Es mujeriego no?
−¿Y a ti qué te parece? −Ambas hicimos una mueca afirmación.
−Bueno, pero te repito: si quiere algo ya nos vamos a dar cuenta.

−¿Vamos? ¿Perdón? ¿Piensas estar ahí cuando ocurra?
−No, pero seguro mi amiga del alma me lo contará ¿no?
−Sí, ¡por supuesto!
−Y cuando me lo cuentes va a ser como si lo viviera yo misma

−¡De eso estoy segura! −Le dije mientras la miraba con ternura−. ¡Si somos como hermanas! A mí me pasaría igual yo me re alegro de tus cosas −Ambas hicimos una pausa y recordando a su abuela, le pregunté.

−¿Cómo está la Pily?
−Bien −dijo con una sonrisa compasiva−, eran mimos lo que le faltaban, pero ya está en su casa. Medicación y a cuidarse con la sal.
−¡Ay esta Pily! Tenemos que ir a verla ¡Y a Daniel también!
−Por supuesto, tenemos que a ir a comer a la casa de Dani  antes de que te vayas, además ¡tienes que conocer a mi sobrino! Y a mi cuñada.

−¡Ay! ¡Muero por tener ese bebé a upas! ¿Cuánto tiempo tiene?
−Cuatro meses y es hermoso. ¿Quién hubiera dicho, mi hermano papá?
−Todavía lo puedo ver con su melena −recordé nostálgica−, escuchando a todo volumen su música ¿¡Te acuerdas de nosotras con el uniforme yendo a su cuarto a molestarlo!? –Y las risas retumbaron en la habitación, como si el tiempo, por arte de magia, hubiera retrocedido.

−Ahora lo vas a ver con el pelo cortito y cambió la guitarra por pañales.
−¡Ay! ¡Qué tengo que trabajar! –Exclamó de pronto mirando el reloj de la mesita de luz−. Con este hombre en casa, no se sabe cuándo va a querer comer. Me voy, y tú ¡a dormir!
−Si mamá. −Dije con tono de burla mientras cerraba la puerta riendo.

En soledad, me acomodé y sus palabras retumbaban en mí, “él es muy impulsivo y si quiere algo no para hasta conseguirlo” 
Suspiré para aflojar los nervios que se arremolinaban en mi estómago y para mi sorpresa quedé dormida antes de lo que imaginaba, está de más contar con quién soñé.

Me sobresaltaron los golpes en la puerta.
−¿Quién es? −Pregunté adormilada.
−¡El cuco!
−¡Pasa Pau!
−Cómo dormiste ¿no? −Dijo sentándose en el borde de la cama.

−¿Qué hora es?
−Las cuatro y media
−¡Qué, las cuatro y media! ¡No te puedo creer!
−Sí, y si no vengo, sigues.
−¿Hay algo de comer? −Pregunté desde el baño−. Me suena el estómago.

−Sí ahora te traigo.
−¡Cómo me estás malcriando! −Exclamé asomando la cabeza por la puerta−. Cuando esté en Buenos Aires y me tenga que hacer todo, me tomo el primer avión y vuelvo.
−Y acá voy a estar esperándote.

Me miré al espejo con una leve sonrisa mientras pensaba que esa mujer era mi hermana elegida. Nos habíamos conocido en la adolescencia y aunque somos bien diferentes, nos quisimos y aceptamos tal cual somos. Gracias a eso nuestra amistad sobrevivió a pesar de los años y las distancias que hoy nos separan.

Terminé los ravioles riendo mientras Pau recordaba la vez que íbamos en un taxi y nos pusimos a cantar como locas, súper tentadas, y el pobre chofer nos miraba por el espejo retrovisor.
−Seguro que estaba pensando: ¿estas no serán las locas que se escaparon del manicomio?

−Se habrá arrepentido de habernos parado.
Comenté limpiándome la boca con la servilleta hasta que mi mente traicionera, me recordó los gestos de él…
Sacudí con énfasis la cabeza y mientras Paulina se encargaba de la vajilla, me levanté y decidiéndome por un pareo corto celeste, una remera de breteles negra y sandalias, me vestí para salir del cuarto.

Llegué a la isla saludando a las chicas que, a excepción de Alejandra me sonrieron afectuosas. Con ayuda del maquillaje que había llevado en porta cosméticos, empecé a arreglarme un poco esa cara de sueño que aún tenía. En un momento me di cuenta que estábamos solas y la llamé.

−¡Pau! ¿Está? ¿O se fue? −Susurré cuando se había acercado lo suficiente.
−¿Quién? −Habló distraída, pero antes que reaccionara yo ya le había asestado un golpe en la cabeza.
−¿Quién? ¡¿Cómo quién?! ¿Por quién voy a estar preguntándote?

−¡Ay! −Protestó tocándose donde le había pegado−. No me di cuenta, estaba en otra cosa.
−Bueno ¿está? ¿O no?
A propósito y solo para verme desesperada, dudó unos instantes y hasta que no la amenacé con la mano levantada, no se apresuró a contestar.
−¡No! No está, salió después del mediodía.
−¿Y a qué hora regresa?

Ella sonrió.
−Sólo Dios sabe. Nunca dice a dónde va, ni a qué hora vuelve.
−¿Nunca? −Pregunté pasándome rímel en las pestañas.
−Casi nunca, a veces no sabemos si está o no en casa.
−¿Y si pasa algo?
−Hay que llamarlo al móvil.

Ella volvió a lo suyo, yo terminé de peinarme sin mucho esmero, pinté apenas mis labios y colocándome los largos aros, escuché el sonar del teléfono. Como nadie contestaba, Pau salió enfadada.

−No sé cuándo van a arreglar el aparato de la cocina.
Estaba guardando el cepillo cuando regresó y se detuvo en frente mío.
−Tienes teléfono.
−¿Yo?      
−Sí, es Leandro.

 Tomé el auricular, conté hasta cinco y respirando profundo hablé.
−Hola.
−Hola, gordi ¿qué tal estas?
−Bien ¿y tú?                                                                           
−Aquí, esperando que me llames.
−Antes de ayer te llamé y no estabas. Hoy íbamos a salir con Pau a buscar un teléfono.
−¿Por qué? ¿No puedes llamar de ahí? −Su voz me dejó ver algo de tensión.

−No, es que vino el dueño de la casa y…
−¿Cómo? ¿No iban a estar solas para salir y estar tranquilas?
−Sí, esa era la idea, pero de sorpresa se apareció y nada… ella trabaja y cuando podemos salimos.
−¿Justo tiene que llegar cuando estás ahí?

−¡Viste que suerte tengo! −Exclamé sarcástica pensando que en realidad era la mujer más afortunada del mundo−. Apareció el mismo día que llegué, esa noche. −Terminé recordando nuestro primer encuentro.

−Y ¿Todo mal? ¿O no tiene problemas con que estés en su casa?
−Bueno en realidad se enojó un poco cuando se enteró que estaba –utilicé un tono neutral de voz para que Leo no sospechara nada−, pero después se le pasó. No es mala persona pero es un hombre adinerado, solo y ya te lo imaginaras ¿no? Un egocéntrico. 

 Cuando estaba terminando la frase, el dueño de casa entró con un ambo gris oscuro, una camisa blanca y el saco colgando en su hombro derecho. Lo miré y el corazón se me aceleró, estaba tan varonil, tan natural… y entonces caí en cuenta que no había escuchado la puerta principal cerrarse. −¿Cuánto habría escuchado?

−Si estas incómoda… −sugirió Leo.
−Tranquilo que por ahora está todo bien.
¡Dios! Me sudaba la frente, ¿por qué justo tenía que haber llamado en ese momento?
 −Y cuéntame ¿cómo está Pau?

 Mientras hablaba con Leandro, él tiró sus llaves en la mesa ratona de cristal y observándolo de reojo, pude ver su rostro que demostraba que no estaba de buen humor.

La atmósfera se cargó, el aire era espeso y mis nervios dieron las primeras señales de alarma. Estaba de pie, con expresión ausente, palpándose los bolsillos del pantalón por fuera hasta que encontró su celular y lo tiró en el sofá junto a una carpeta rebosante de papeles. Se dejó caer cansado, acomodó despreocupado el saco a su lado, pasó la mano por el pelo y estiró sus piernas.

−A Santi le corté el pelo.
−¡Ah sí! ¿Y cómo le queda?
−Pregúntale tú. –Y esperando que se pusiera al teléfono, escuché que le pedía a Paulina un jugo de naranjas.

Me detuve un instante en él que miraba distraído por la ventana, en lo atractivo que estaba, con sus primeros botones desabrochados y el brazo apoyado en el respaldo del sillón. Su semblante era rígido y con una respiración profunda advertí que estaba molesto por algo. Esos labios que tanto me gustaban, se habían convertido en una fina línea inexpresiva y esos ojos tan cautivantes estaban fríos y acerados.

La voz finita que oí del otro lado, separó mis pensamientos.
−¡Hola mami!
−¡Hola mi amor!  Cuéntame, cómo estás.

 Mientras me emocionaba hablando con mi hijo le di la espalda mirando hacia afuera. Con su corta edad, todavía le salían palabras inexistentes y había que tenerle paciencia con su vocabulario.

−Bueno, pásame con Alexia te mando un beso ¡gigante!
−¡Hola mamá! ¡Cómo te extraño! −Comenzó su conversación ella que, por su parte no se olvidó de nada, en un minuto me puso al tanto de todo, cómo estaba la casa, del colegio y de lo bien que se la está pasando con su tía. Hasta lo que comieron me enumeró.

Al percibir su enfado, quería que la conversación terminara lo antes posible ya que podía sentir, sin dificultad, sus ojos posados en la espalda. Tenía calor, me sudaba la frente sin embargo mis manos estaban frías y algo torpe.

−¿Cuándo vuelves, el jueves?
−Si.
−¿Y falta mucho?
−No −contesté volviéndome hacia él que estaba tocándose la barbilla con los dedos, y la vista continuaba  inmóvil en la ventana con expresión indescifrable−, cuando te quieras acordar voy a estar ahí contigo abrazándote. Ahora mándame un beso y pásame con papá.

La voz de Leandro sonó otra vez.
−Y ¿extrañas como habías pensado?
−Más o menos −contesté viendo como tomaba su jugo y dejaba el vaso en la mesita−, ¿y tú? −Se hizo un pequeño silencio cuando oí un llanto.

−¿Qué pasa, por qué llora?
−Nada, es que Santinno se golpeó la cabeza en la cabina, te dejo que no te oigo nada.
−Mañana te llamo y hablamos tranquilos. −Dije algo dolida.
−Bien, hasta mañana entonces, te quiero.

−Chau. −Contesté reprimiendo un yo también.
Quedé pensativa, con lágrimas retenidas, sentía que Leandro no me estaba extrañando, que a pesar del llanto me podría haber contestado, además, no me explicó dónde estaba cuando lo llamé.

En esos momentos el ambiente, la casa y el hombre exitoso que me atravesaba con la mirada, perdió importancia. Era mi vida la que se derrumbaba, mi estabilidad la que temblaba. Leo hasta ese momento era el amor de mi vida y no soportaba imaginar el futuro sin él.

De pronto, su voz me interrumpió articulando una sola palabra de la manera más rotunda e imperiosa.
−Hola.
Pestañeé.
−Hola. −Susurré en el mismo momento que me secaba los ojos girando el cuerpo.

Me encontré con alguien impenetrable, su vista seguía inmóvil y la expresión fría. Esperé unos instantes debatiendo entre las palabras de Leo que irrumpían en mi cabeza, y la incomodidad que producía su acerada mirada. Como no comprendía lo que pasaba, decidí ir a la cocina. Me tomaría un vaso de agua fría e iría a caminar un poco por el jardín para tomar aire puro.

Giré ante su denso silencio mientras pensaba que si bien podría haber escuchado alguno de los calificativos con los que lo describí, tampoco fueron tan graves, ¿o no?
−¿La llamada la hiciste tú o la recibiste?

Sofocando una exclamación y con el asombro grabado en el rostro, me di vuelta para mirar a ese desconocido que se había sentado en el sillón. A pesar del aturdimiento que produjeron esas palabras, mi mente al instante comprendió a qué se refería y a modo de defensa contesté:

−Me llamaron.
Silencio.
−Pero no se preocupe −mis palabras salieron solas, como el distanciamiento del trato−, si quiero llamar a Buenos Aires voy a un teléfono público.
−¿¡En qué estás pensando!? –Renegó el sentido común−. ¡Estás hablando con el dueño de casa! Paulina trabaja para él y tú  tratándolo como, como si fuera cualquier  persona.

Pero la noche anterior sí lo había sido. Él no era así, y yo lo sabía. Esperé a que se disculpara pero…
−Como tiene que ser. −Contestó con una frialdad que daba miedo, el semblante estático, volviendo la vista al frente.
−¡Cómo se nota que no me conoce! −Expresé  entornando la mirada.

−¡Ah sí! ¿Y por qué?
Y esos témpanos que tenía por ojos, se clavaron en los míos demostrando que el dulce marrón de la noche anterior, ya no existía.
−Porque si necesitara llamar desde aquí, al irme le dejaría el dinero a Paulina para cuando llegue la factura.
No sabía con quién estaba más enfadada, si con él o con mi boca.

−¿Sabes qué pasa? Que Paulina no es la dueña de casa.
El ambiente se tensó. Todo estaba en silencio y creo que ni el reloj de pared, se atrevía a mover el péndulo.
La incredulidad se instaló en las arrugas de mi frente. ¿Cómo podía ser el mismo de anoche? Seguro que habría una explicación, pero de momento ninguna me parecía justificar sus palabras.

Esa fría actitud fue suficiente para que una furia descontrolada se apoderara de mí y tuviera ganas de gritarle de todo. Mis ojos se enrojecieron y las mejillas me ardían. Decidí volver a mi camino y reprimir unas cuantas palabras de las que seguro, me arrepentiría. Avancé unos pocos pasos cuando volvió a hablar.

−Espera un momento…
Me detuve tratando de controlar el estallido. Como si fuera poco no se acordaba de mi nombre, esto era demasiado para mis nervios. Suspiré, conté hasta tres y sin girarme repuse.

−Patricia.
−Sí, Patricia, claro, espera un momento, la verdad es que no tendría que haberte hablado así…
Me di vuelta y al verlo sentado desde el sillón, tan soberbio, percibí que no era sincero y así no tenía intenciones de seguir hablando. Meneé apenas la cabeza, suspiré irritada y me giré otra vez. Necesitaba tomar aire. Urgente.

−¡Te estoy hablando! −Dijo más fuerte.
−¿¡Qué!? ¿¡Ahora me va a decir como a los chicos, qué me quede aquí escuchándolo hasta que usted termine de hablar!? −Grité volviendo mi mirada hacia él, que se estaba poniendo de pie.

De pronto mi cuerpo reaccionó alarmado. Su mirada estaba tormentosa, nublada y fría. Una mano se posaba prepotente en su cintura y los hombros parecían más erguidos y anchos que ayer. Se acercaba con sus pasos largos, contuve al aliento ya que no sabía que intenciones traía, después de todo, no conocía nada de su temperamento. 

Se detuvo a centímetros de mí, erguido en su metro ochenta y seis, rodeado de un aura autoritaria y su intimidadora presencia. Me dejó sin respiración.
−Estoy tratando de retractarme ¡y tú me gritas!
−¡Perdóneme! −Exclamé sarcástica−. Pero me habla mal sin ninguna justificación y ¿cree que sin pedir disculpas yo voy a olvidarme de todo?

El desafío estaba lanzado. Dio un paso más y agachó la cabeza con la mandíbula apretada. Se acercó de tal manera que podía contar sus latidos, apreciar sus mejillas encendidas y detenerme en la sombra de esa barba desprolija de unos pocos días sin afeitar.

−¡Estoy tratando de arreglar las cosas!
El tono había bajado pero su mirada seguía igual, ahora las dos manos estaban en la cintura y para mi sorpresa, su pecho se ensanchó aún más. La camisa se abrió, los vellos  asomaron y mis dedos traicioneros se acordaron del tacto de su piel la noche anterior.

La imagen de la playa, el mar y su desnudez se instaló muy cómoda en mi mente. El enojo se mezcló con el deseo. No lo quería reconocer pero estaba impaciente por revivir la sensación de estar entre sus brazos. Me debatía con angustia entre la huida y su cercanía.

−Sí, pero no creo que sea la mejor manera −logré articular tartamudeando−, yo no creo haberle hecho nada malo.
−No me trates de usted. −Me ordenó con la respiración pesada.
−No somos amigos, y en este momento estoy hablando con el dueño de casa.
−No lo hagas.
−Usted estará muy acostumbrado a dar órdenes en el escenario pero a mí, no.

Las palabras se encimaron y ninguno se escuchaba, sólo las chicas que se habían acercado hasta el living por los gritos, quizá, descifraron algo. Él intentaba justificarse y yo rehusaba a discutir por una simple llamada, pero mi boca no lograba detenerse. 

No estaba preparada para algo así y no entendía lo que le pasaba. Reñíamos como si nos conociéramos de mucho tiempo cuando en realidad, solo habíamos pasado unas cuantas horas juntos.

Mi temperatura subió y un impulso nacido del interior, casi desbocado, me ordenaba que lo abrazara, que lo calmara, que necesitaba de mí.  Algo me decía que detrás de esa insignificante excusa, se escondía el verdadero motivo de su rabia y si lo dejaba continuar con ese alocado discurso, me terminaría enterando.  

Reaccioné a tiempo y detuve las manos una milésima de segundo antes de abrazarlo. Me asusté por la fuerza de la determinación y sofocada, decidí  alejarme de él y lo más rápido posible.
En el preciso instante que pensaba ir a mi cuarto y encerrarme con llave, traba y candado, me di cuenta que sus brazos me habían rodeado con una fuerza que no podía vencer. Con deliberación, dejé que mis manos orgullosas empujaran sus hombros rígidos ya que si bien la sensación era de lo más placentera y deseada, no estaba dispuesta a soportar que sin una explicación, me tomara.

Me sentí abrumada, retenida e inmovilizada por su fuerza. Levanté más la barbilla buscando una señal en sus ojos que aclararan lo qué estaba pasando pero no la obtuve, ya que su vista se detenía en mis labios.

Indefensa y desorientada le exigí desesperada que me soltara, estaba luchando contra su magnetismo y no sabía cuánto tiempo lo podría soportar. De pronto una mano dominante se posó en mi nuca y en mi garganta quedó preparado un aterrorizado “no” que, a raíz de un brusco beso, quedó prisionero.

El primer impulso fue batallar con todas mis fuerzas contra esas macizas tenazas que me apretaban contra su cuerpo. La bronca que tenía no dejaba que pensara en otra cosa que no fuera liberarme de esa situación.

¿Me habla mal y encima me besa sin consentimiento? –Retumbaba en mi cabeza mientras escuchaba su rápida respiración en mi mejilla.

Mi orgullo no podía, no quería ceder, aunque creo que en el fondo, a lo que le más le temía era a mis propios actos, a los deseos, al antes y el después que marcaría ese tormentoso beso.
Mi boca estaba sellada pero su mano en la nuca, me impedía separarla. Con lentitud su fuerza fue disminuyendo y sus garras, que ya no lo eran tanto, me acariciaron…, con una mezcla de ternura e impaciencia. 

Las yemas de sus dedos dibujaron círculos en mi cabeza que provocaron el comienzo de la rendición. Sentí que era el dueño de esa situación, que la confianza en él mismo lo hacía actuar con arrogante seguridad y eso iba en contra de mis emociones. Estaba actuando como un niño consentido, acostumbrado a que nadie lo rechazara, pero, una ola de placer me envolvió de tal manera que ya no quería escapar.

Ese hombre me hipnotizó.
Mis manos se abrieron, dejaron de ser puños y por decisión propia se movieron por sus brazos, llegaron a los hombros y rodearon su cuello.

¿Dónde estaba mi orgullo? Creo que ese descomunal magnetismo lo había enterrado bajo innumerables capas de tierra. Era en vano engañarme un segundo más. Todo mi ser lo deseaba y desde el primer momento.

Nuestras respiraciones se encimaban, el calor aumentaba avivado con nuestras caricias y mi boca traicionera se aflojó dándole paso a que nuestras lenguas se encontraran. Estaba fresca, relajada, ansiosa y dominante, todo a la vez. La habitación temblaba, el mundo se caía y yo ajena, solo tenía lugar en mi mente para él, para su lengua, su boca que sabía a la dulzura de las naranjas, a deseo, a impulso…, a locura.

Una pequeña parte de mi conciencia se asustó, nunca había experimentado una necesidad tan intensa de fundirme en alguien. No era algo físico, podía sentir la urgencia de mi pecho por su cercanía. Necesitaba sentir nuestras palpitaciones juntas y el torrente de emociones me llevó a estrecharlo aún más.

El beso se ahogó en un gemido involuntario y entre la neblina de deseo en la que flotaba, sentí que su boca se cerraba mordisqueando con delicadeza mi labio inferior.
−No vuelvas a alejarte –respiró con apuro−, no soy el dueño de la casa.

Antes de que pudiera pensar en alguna palabra, sus labios volvieron a devorar mi boca y de una manera territorial y primitiva. Ese segundo beso hablaba de confusión, de impulso, de necesidad.

En medio de una enloquecida danza que nuestras lenguas mantenían, mi mente solo generaba mensajes para él, para calmar su ansia, su arrebato que al parecer lo dominaba.

−Tranquilo, estoy aquí… −gritaba mi interior mientras la tormenta cedía, mientras sus labios se suavizaban para concluir sofocado y tembloroso. Con pausa y vacilación ese momento tan sublime y delicioso, al fin terminó.
Suspiré.

Por unos instantes no podía abrir los ojos, tenía una sensación de vértigo, como si estuviera mareada y con un breve escalofrío, reaccioné. De sus labios salió disparado el aire que tenía contenido, se estrelló contra mi mejilla y fue como una caricia ardiente, abrasadora y estimulante.

El sentir que su pecho ya no estaba junto al mío me molestó, no te alejes decía con vehemencia mi interior, mientras que mi palma llegó a su corazón solo para percibir los frenéticos latidos.

Enmarcó mi cara con sus manos, respiró fatigado y apoyó su frente en la mía
−Tenemos que hablar… −susurró rozándome los labios con los suyos.
Asentí confundida en el preciso momento que su celular sonó. Me aventuré a mirarlo.  Volvió a ser el mismo de anoche. Las nubes de sus ojos se disiparon y la ternura se instaló en sus pupilas negras y dominantes.

El fastidioso sonar del teléfono cesó, la tensión se fue apaciguando y a través de mi confusión navegué en su mirada. Me sorprendí al leer el deseo que habitaba en ellos, estaba segura que sentía lo mismo que yo, aunque me costara creerlo, aunque fuera imposible. 

Él podía ser quien era, él podía mover masas con sus conciertos mostrándose seguro, infalible y sexy, pero en ese momento solo vi un hombre abrumado, confundido e interesado en una mujer casada y con hijos.

Su energía se mezclaba con la mía de una manera rápida y volátil, dando paso al remolino que estábamos viviendo y el que amenazaba con derribar cualquier obstáculo a su paso.

El celular volvió a insistir. Tomó aire y con una frustrada mirada, me dejó ver que así no podíamos seguir con la conversación. Sus ojos hablaron con pena tengo que atender, perdóname. Controlándome asentí y de mala gana saqué mis manos que estaban muy cómodas en su pecho. Los dedos extrañaron en seguida las calurosas palpitaciones.

Lo próximo que recuerdo fue la tensión en su espalda, la mano libre posada en su cintura y la corta discusión que mantuvo con el aparato en la oreja.

−Pero… ¿no lo puedes solucionar tú? ¡Acabo de llegar…! ¿Y qué pretendes que haga yo ahí? −Se pasó los dedos por el pelo, resopló y con el enfado escrito en su frente,  terminó.
−¡Bien! Tú ganas, ahora voy.

Tiró el celular en el sofá, se quedó unos momentos de espaldas y paseó la vista por el salón.
Me sentí desorientada, “ahora voy” había dicho. Una parte de mí quería aprovechar su confusión para salir corriendo adonde no volviera a verlo, sin embargo la otra, pedía a gritos volver a besarlo, encerrarnos las próximas horas bajo siete llaves y olvidarnos del mundo. 
En medio de esas conjeturas, de pronto se giró y para mi alivio sus ojos seguían siendo los de ayer, cariñosos, risueños y desmedidamente tiernos. Caminó hasta mí, ladeó la cabeza y tomándome por los hombros habló con suavidad.

−Me tengo que ir… −su voz penetró como una flecha en mi pecho− voy a regresar lo más rápido que pueda ¿sabes?
−Bien. −Contesté sofocando mis ganas de retenerlo.

Volvió a rodear mi cara con sus fuertes manos. Otra vez el calor me mareó. Respiró profundo y fue su áspero aliento el que respiré estimulándome como nunca en mi vida. Percibiendo una enorme frustración, apoyó un segundo sus labios en los míos sellando una obligada despedida. 

De mala gana me soltó, dio media vuelta, lo vi tomar sus cosas y con un gesto de fastidio atendió el teléfono que una vez más, sonó.
Sin pensarlo, me acerqué a la ventana y lo miré entrar a la camioneta, arrancó y con apuro se fue dejando una suave estela de polvo.

Cuando me di vuelta Pau estaba a mi lado, con una amplia sonrisa y una expresión de verdadera alegría.

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