viernes, 28 de noviembre de 2014

Capítulo 3

                


       Me tapé la boca para no soltar un grito de alegría y despertar a todo el mundo, cerré los ojos y lo volví a ver ¡no lo podía creer! ¡El hombre que quería, sin conocerlo, que me estremecía a través de la pantalla y me hacía volar con sus canciones, había estado ahí sentado y sólo para  mí!

       Caminé hasta el cuarto, no sin antes apagar la luz. Me acosté sintiendo la velocidad de mis latidos, el calor que desprendía una lágrima que rodó en mi cara y con las manos temblorosa, abracé la almohada. Esta vez me cubrí con  las sábanas y saboreando su voz, el acento caribeño y esa risa musical, me dormí.

      Abrí un sólo ojo, el sol atravesaba las cortinas y reconociendo poco a poco el lugar, me encontré con el reloj que marcaba las 12:45. Me desperecé, fui al baño, me lavé la cara y al verme en el espejo de golpe recordé lo que había vivido a la madrugada. No lo soñé repetí con el estómago encogido y los ojos abiertos como platos.

            Busqué la ropa que me iba a poner tarareando una de sus canciones y después de mucho deliberar me decidí por un jeans elastizado, un top con breteles y unas sandalias de taco negro. Dejé el pelo suelto con un pañuelo negro que ejercía de cinta, maquillé un poco mi rostro y después del perfume, volví al espejo. 

Quedé satisfecha con la silueta que vi en el  reflejo, si bien no estaba en el peso ideal, me hubiera sacado unos cuatro o cinco kilos, me sentía bastante cómoda con el físico. Por lo menos vestida.

         Llegué a la cocina y lo primero que advertí fue una organización y una actividad en el personal que nada tenía que ver con la atmósfera que se respiraba el día anterior. 
−¡Buenos días! −Saludé en general con una sonrisa. A Pau le di un beso en la mejilla y caminé hasta la barra donde se encontraban varias revistas.

       −Buenos días −dijo algo sorprendida−, ¡Qué linda estas hoy! ¿No? −La miré sopesando si era muy evidente el esmero que había puesto en mi vestuarios, pero enseguida lo descarté.

        −¿Qué te pasa Pau? –Intenté ser lo más natural posible−. Es un jeans y un top, sin más, ¿qué hay de desayuno? −Antes de que contestara, dos chicas salieron con prendas en las manos, “su” ropa. Traté de descifrar texturas y colores pero pasaron muy deprisa.

−¿De desayuno? Es hora del almuerzo.
−Bueno ¿qué hay para almorzar entonces? −Pau habló colocando un individual, el vaso y los cubiertos.
−Lasañas de verduras.
−¡¿Lasañas?! ¿Con este calor?
−Es orden del señor.
−Mmm… Lasañas, perfecto. −Contesté con una amplia sonrisa.

        Tomé dos revistas que había a mi izquierda en las que él era portada, ya que su inesperado regreso incluía una breve presentación en un acto benéfico, y la prensa lo estaba anunciando a viva voz. 

      −¿Dormiste bien anoche? −Y aunque su cabeza estaba dentro de la heladera advertí un tono melodioso y demasiado inocente.  
−Sí, ¿por qué?
−No por nada, como es tu primera noche, pensé que te habías desvelado. −Concluyó dudosa mientras la cocina se despejaba. Una vez solas, entornó la mirada y se sentó en frente de mí.  

       −¡Cuéntame todo ya! −Fue su orden.
−No tesoro −le dije seria, enroscándole el cuello del uniforme−, eres tú la que me va a contar ¿cómo es que nunca me dijiste que trabajabas para un cantante tan famoso?

      −Porque…, no sé, porque no se dio ¿Qué?! ¿No me digas que te gusta? −Cuando abrí la boca para gritarle, entró una de las chicas a buscar algo e intenté disimular. Nos callamos al instante mientras le soltaba la ropa y eliminaba una pelusa imaginaria.

       −¡¡Te voy a matar!! No me gusta, me encanta ¡me vuelve loca!
Ella frunció sus perfectas cejas como si hubiera perdido la razón y de inmediato miró a nuestro alrededor. Estábamos solas.

−¿Cómo no me lo contaste nunca?
−Porque hace relativamente poco que me gusta y, ¿Nunca te lo escribí?
−No.
−¿Estás segura?
−Sí Pato, sino yo te hubiera dicho para quién trabajo ¿no te parece?

       −Bueno, tienes razón pero ayer cuando vine ¿me podrías haber avisado que acá me puedo cruzar a Ricky Martín, no? Vine a la cocina, con una remera larga, sin peinar, sin perfumarme ¡hecha un asco!

       −¿Pero cómo me iba a imaginar que justo anoche lo ibas a conocer? Hoy de seguro iba a salir el tema y te ibas a enterar. Además cuando te quise dar más detalles, me llamaron. Anoche cuando me preguntaste si era lindo dudé si estabas bromeando para relajarme. Y me fui pensando si de verdad no sabías quién era el señor Enrique y que hoy a la mañana hablaría contigo al respecto.

       −Pero me adelanté ¿no? −Ella asintió con la vista entornada y con una sonrisa boba en los labios.
−No puedo creer que te guste –comentó pensativa– y dime una cosa, ¿eres de las locas que corren para verlo, de las que van al aeropuerto con carteles o que le tiran ropa interior al escenario?

       −Paulina, se sortea un cachetazo y creo que tienes todos los números. –Con su risa de fondo aplaqué el enfado y decidí explicarle la situación–. La verdad es que nunca lo había visto, me gustó en un programa y de ahí llevo un año o más escuchándolo, pero te voy a decir una cosa, hay millones de mujeres y hombres admirándolo por el mundo que hacen todas esas locuras que dices y otra más, solo para verlo y que me parecen mucho más valiente que yo, que solo lo sigo desde mi casa ya que no me atrevo a enfrentarme ante sus ojos.

−Hasta anoche.
−Hasta anoche, que casi tengo un paro cardíaco aquí mismo.
−Era una broma –dijo Pau tomándome de la mano–. Yo pienso como tú con respecto a sus admiradores. Son muy valientes y él lo valora mucho ¿sabes? Siempre habla de ellos con los de seguridad. No soporta que los empujen o que los maltraten. Le gusta que haya un respetuoso acercamiento. Pero…, te miro y sigo sin creerlo. ¡Te gusta en serio! 

−Sí, lista. −Aseguré fastidiada por la forma que disfrutaba de mi nerviosismo−. ¿Me vas a decir que a ti como hombre no te mueve un pelo?
−No −habló apretando la boca para no lanzar una  carcajada−, reconozco que es lindo, todo lo que se pone le queda bien pero no me derrite, no soy su fan. Pero tú, no sabes lo que me sorprende que te guste tanto un artista y para colmo, él.
−No lo pude evitar. Desde que vi el especial de su vida, quedé enamorada, es un amor platónico, pero un amor al fin. 

Paulina al fin se dejó llevar por la gracia que le causaba mi momento y liberó su contagiosa risa.
−Te querías morir ¿no?

−Sí −afirmé apretando la boca para no reír con ella−, quería que me tragara la tierra.
−Con razón tienes ese brillo especial en los ojos. Pasaste una noche de aquellas ¿no?
−Después del balde de agua helada que fue verlo, lo disfruté muchísimo. Lo tenía ahí donde estás tú, sólo para mí, charlando como amigos, no te puedo explicar lo que sentí.

−Me lo imagino amiga…
−Ahora te digo una cosa, si hubiera sabido que trabajabas para él vengo caminando.
−¡Qué mala que eres! Para que vengas a visitarme te tengo que rogar y si sabes que trabajo para él vienes caminando.

−Y bueno, entre tú y él, no te tengo que decir con quién me quedo. No tienes nada que hacer a su lado.
Ambas reímos y mientras comía a duras penas un poco de  lasaña, le detallé el incidente. De pronto, necesité despejar una duda.

−¿Y cómo sabias que estuve con él?
−Bueno, me lo contó él en el desayuno.
−¿Y qué te dijo? −Pregunté sofocada.
−En realidad casi nada, sólo que vino a buscar algo de tomar y tú estabas aquí y…−fingió no recordar bien durante un momento− ¡Ah! Sí, que le caíste muy bien, nada más. A él mucho no le gusta hablar de sus cosas y menos en el desayuno.

−Que le caí bien…
−Sí −contestó mirando al techo−, y ahora saca esa cara de idiota y cuéntame de qué hablaron.
Tratando de ser lo más discreta posible, le describí hasta el último de sus gestos, repetí sus palabras y nos reímos de las preguntas. Terminé pensativa y suspirando.

−¡Uy! Qué mal te veo Pato. −Exclamó llevándose la vajilla.
−¿Por qué?
−Porque no sé si el jueves vas a estar en tu casa.
−No digas pavadas. Me conformo con haberlo visto y dormir bajo el mismo techo estos cinco días.

−Ajam…
−¡De verdad!
−Sí, sí, lo que tú digas.

      Desistiendo en hacerla entrar en razón, Pau siguió con su trabajo y yo sentada muy cerca de la puerta, aproveché cada entrada o salida de las chicas para ver si él estaba. En un momento dado, ella se apiadó de mi cuello y se acercó.

−Se fue después de comer así que deja de estirar la cabeza como una jirafa chusma.
−Gracias, no sabía que se me notaba tanto.
Algo apenada, me puse a leer.

        Mientras ella trabajaba, planeamos la salida nocturna ya que esa noche era libre para todo el personal y el señor no había puesto objeciones, seguro tendría planes fuera de casa.

         Después de charlar en la cocina, de mostrarle fotos de mis hijos y de que ella me contase algunas diferencias que tenía con Alejandra, una de las chicas que trabajan ahí, fui al cuarto.

         Serían las cinco de la tarde, cuando prendí el televisor y vi una película de suspenso. Cuando terminó y, como había dormido mal, mis ojos se fueron cerrando.

−Una siestita…−murmuré antes de taparme con la fina sábana.

        Menos mal que el bendito aire acondicionado me despertó otra vez, ya que eran las ocho y media y seguía en la cama.
A las nueve por fin decidí levantarme, después de pasar la última media hora pensando solamente en “él”.

       Me duché mientras escuchaba el sonar constante del teléfono. Pau tenía razón, no paraba ni un segundo. Envuelta en una bata, salí y con mucho cuidado decidí qué ponerme. Resolví que un vestido de lycra, negro, corto, con mangas tres cuarto y un poco apenas escote por adelante serian una buena opción. 

        Un ancho cinturón azul haría juego con mi cartera y zapatos negros clásicos de taco, de diez centímetros, ponían fin a tanto titubeo. Tardé un poco más en maquillarme por la expresión adormilada. El pelo al natural, como siempre, dos cepilladas y hacia atrás, me llegaba hasta la mitad de la espalda, si quería podía hacerme cualquier peinado, pero no tenía paciencia. Después de perfumar mis antebrazos, salí en busca de Pau.

         La cocina estaba desierta, sólo el ruido de mis tacos rompía el profundo silencio y al encender la luz vi una hoja de papel en la barra. “Pato te pido mil disculpa, mi abuela, La Pily (como la llamaba ella desde la infancia) se descompuso, nada serio, le subió un poco la presión y como la dejan en observaciones me quedaré con ella en el hospital. No quise despertarte. Mañana hablamos, un besote. Paulina”

−¿Y ahora qué hago? Bueno para empezar voy a comer algo.
Abrí el horno, miré en la mesada y no había nada preparado.
−¡Qué bárbaro! −Pensé asombrada−. Mi mejor amiga de cocinera y no me deja nada.

         En un estante de la heladera había un pollo, lo miré y decidí hacerlo al horno. Era lo más fácil y también rápido. Revolví los cajones y abrí las puertas de cada alacena para sacar todo lo necesario para condimentarlo a gusto.

        Sumergida en el silencio de la soledad, se me ocurrió buscar una radio o algo que me diera un poco de música, de compañía. La cadena de pensamientos, sin poder evitarlo me llevó hasta él, otra vez.

−¿Dónde estaría? –Pensé curiosa−. O más bien, ¿con quién estaría?

        Con un resoplo de resignación busqué una cuchilla, le retiré la grasa sobrante y comencé a presionar para abrirlo a la mitad. Casi era una lucha cuerpo a cuerpo que mantenía con él, cuando escuché el ruido característico de las zapatillas al caminar sobre el piso encerado. Giré el cuerpo con una mezcla de curiosidad y temor, para encontrarme con su presencia. 

       Todo mi ser se alarmó, las pulsaciones se multiplicaron, la cocina comenzó a girar y aferrándome con demasiada fuerza al mango de la cuchilla, lo apunté.
−Hola. −Saludó agitado mientras levantaba las manos en señal de rendición.

       −Hola. −Contesté bajando mi arma.                  
Estaba con ropa deportiva, tenía un pantalón negro y una camiseta ajustada celeste que dejaba ver no sólo sus músculos, sino también las marcas evidentes de transpiración. 

        Llegó al refrigerador y sacó una botella de agua mineral de la que bebió a grandes sorbos. Entonces una expresión de placer apareció en su rostro. Un súbito calor me invadió cuando se quitó la gorra con visera negra y mis ojos advirtieron unas gotas de sudor que bajaban directamente desde su pelo hasta la barbilla. Nunca el sudor me pareció tan sexy.

       Sintiéndome torpe e indiscreta, giré para descargar algo de frustración con el pobre pollo. El último hueso se resistía y cada uno de mis músculos intentaban ganar la batalla cuando escuché otra vez su voz.

       −¿Qué estás haciendo?
−Estoy cocinando. −Llegué a contestar temblorosa ya que por mi piel y de alguna extraña manera, percibí su mirada.
−¿Y te vistes así para cocinar? –Lo miré y sin esperar respuesta sonrió con su boca presionada en la botella mientras bebía más agua. De la comisura de sus labios, una gota resbaló descendiendo apresurada hasta su cuello.

       −No −contesté sonrojada− es que íbamos a salir con Paulina a tomar algo y a bailar pero me encontré con esta nota y bueno, cambios de último momento. Ya sabrás lo que es eso ¿no?

       Terminé la frase en medio del esfuerzo que seguía haciendo con el testarudo pollo, mientras se acercaba despacio, desplegando su natural magnetismo.

−Sí, sé muy bien lo que es eso. −Alcancé a oír entre el golpeteo de mis latidos−. ¿Te ayudo?  
−Si quieres…, es que, no lo puedo…, cortar.
−Ya me di cuenta.

       No pude desviar la vista de sus manos, eran grandes, fuertes y masculinas. Deseé que me tocara, que envolviera mis dedos con ellas y presionara. Y otra vez ocurrió, el dorso de su dedo rozó apenas los míos y un escalofrío me delató. El aire era casi irrespirable y mi nerviosismo se asemejaba más a la de una quinceañera ya que no recordaba haber estado al borde de la histeria como en ese momento. De haberlo vivido tendría algún truco para sobrellevarlo. Pero no. 

       Él tomó la cuchilla con naturalidad, como si fuera una tarea diaria en su vida y, entonces el hueso cedió como si de mantequilla se tratase. Giró la cabeza, levanté el mentón y quedando casi a centímetros recorrió con su tierna mirada mi rostro. Me sentí rara, acariciada y unida a su cercanía.

−Ya lo tienes…
Sus palabras llegaron apagadas y lejanas ya que mis palpitaciones eran ya ensordecedoras. Mi piel quería más, las manos esperaban ser rozadas otra vez y los labios deseosos reclamaban uno de sus besos.

Pestañeamos. Y la magia desapareció. Resopló, caminó hasta la botella otra vez y la guardó en la heladera.
−¿Por qué no llamaste a un delivery?
−Porque no sé bien inglés. −Contesté tratando de poner en orden la cabeza para parecer adulta.

−Pero no es necesario aquí en Miami, hay muchísimos lugares que hablan en castellano.
−Como “Casa salsa”. −Repuse y ambos reímos recordando que es su restaurante.

       Nuestras miradas se comunicaron casi con picardía.
    El ambiente se cargó de eléctrica complicidad hasta que el timbre nos interrumpió. Su expresión cambió radicalmente al oír el sonar del teléfono y sus ojos se debatieron entre el aparato y el techo. Respiró profundo y de pronto, cesó.

−Me voy a duchar.
Salió haciendo el mismo ruido con sus zapatillas y subió las escaleras.

¿Qué me está pasando? −Pensaba metiendo la bandeja en el horno−. Cómo puedo sentir esa atracción tan fuerte en este momento de mi vida, estoy casada, tengo dos preciosos hijos y además, él es en absoluto inalcanzable.

       Traté de sacármelo de la cabeza, lavé a mano todas las cosas que había utilizado, no había puesto el lavavajillas justo para mantenerme ocupada ya que en medio de la soledad y el silencio, mis pensamientos acalorados tomaban el mando.

      La imagen de él sudado y sonrojado se repetía sin parar. Esa gota de agua resbalando apresurada hasta el cuello, había despertado en mí un instinto sensual y felino.

     Basta −me ordene−, tengo que despejar estas ridículas ideas y ahora mismo. Voy a comer, a meterme en mi cuarto y a disfrutar de alguna película. Se acabó el señor Enrique.
Sacándome las manos caminé hasta el cuarto en busca de los cigarrillos.

−¡Genial! −Murmuré al descubrir que solo me quedaban dos en el paquete arrugado.

      De mala gana volví, abrí el horno y viendo que mucho no le faltaba, lo di vuelta. Busqué en todas las puertas algo para acompañarlo y encontré una lata que, aunque estaba en inglés, sabía que era jardinera. Ya había visto mayonesa en la heladera y con todo bajo control me senté y disfruté del cigarrillo, ojeando el periódico.

     −Esto está mejor -pensé satisfecha–, leyendo sobre…, lo que sea, lo sacaré de mi cabeza. 

      Conté hasta diez e intenté concentrarme en alguna lectura, pero el crujido de las páginas y el tic-tac del reloj de pared, me crispaban los nervios. De pronto, sin oír ni un ruido, sabía de alguna manera, que se acercaba. Respiré profundo y un perfume exquisito me hizo cerrar los ojos. Al abrirlos, entraba otra vez, pero ahora impecablemente vestido. 

     Su pelo aún estaba mojado y traía puesto unos pantalones negros pinzados y una camisa azul profundo con los tres primeros botones desabrochados. El brillo de la hebilla de su cinturón combinaba a la perfección con el de la cadenita que rodeaba su cuello y el del reloj de muñeca.

      Abrió la heladera, sacó otra vez la botella de agua, pero esta vez buscó un vaso, se sentó frente a mí y se sirvió. Volví a pensar en la gota de agua y me acalore. Un leve enojo albergué al sospechar que estaba por salir y como si la silla quemara, me levanté y saqué el pollo del horno. Dándole la espalda y agradecida de lograr que mis manos obedecieran las órdenes del cerebro, comencé a abrir la lata hasta que rompió el silencio:

−¿Y? ¿Ya comemos?
                                         
       La pregunta me sorprendió de tal manera que, giré la cabeza con una velocidad alarmante para detenerla en él que, con tranquilidad dejaba el vaso en la barra y con una mano en el bolsillo, ojeaba la tapa del periódico. Al no escuchar ninguna respuesta levantó la vista y con sus cejas arrugadas me miró.

−¿La comida? El pollo, ¿ya está?
−Más o menos −murmure consternada−, le falta un poco pero, ¿tú vas a comer aquí?
−Sí ¿por qué? ¿Querías comer sola?

Sonrió mientras se peinaba con los dedos.
−No, es que, pensé que ibas a salir. −Y luego de decirlo me sentí algo indiscreta.
−No, no tengo planes para hoy.

       Asombrada hasta la médula me giré y coloqué el contenido de la lata en una fuente. Estaba temblando, con la respiración entrecortada y más desorientada que nunca. El único sonido que nos acompañaba, era el de las páginas del periódico. Cuando éste cesó creo que la pila del reloj se agotó  porque el silencio fue absoluto y terriblemente incómodo. Si no hablaba en los próximos segundos, me volvería loca. 

−¿Podrías poner música? Está todo tan silencioso…
−Claro, ¿qué quisieras escuchar?
Bajó de la banqueta, su voz sonaba bastante divertida y me di cuenta que iba a ser muy difícil mantener la cordura con él cerca, por más empeño que le pusiera.

−Me da igual.
−Tranquila, elijo por ti. −Lo oí mientras se cerraba algún cajón.
Con las manos temblorosas me obligué a revolver por enésima vez la ensalada hasta que casi dejo escapar un grito.

−Para que no te manches el vestido.

     Y sus manos me rodearon la cintura, desplegaron un delantal negro y lo ataron suavemente en la espalda. Su roce fue casi imperceptible, pero lo tan intenso como para erizarme la nuca y dejarme sin aliento.

      No pude agradecérselo, ni mirarlo, ni respirar con naturalidad. Estaba  desesperada, con la boca seca y uñas ganas incontenible de salir corriendo. 
   Cuando sus pasos se alejaron, cerré los ojos tratando de acomodar los pensamientos. Mordí el labio inferior, sostuve con demasiada fuerza los cubiertos y quedé estática, unos segundos. Aflojé los hombros, sentí como la corriente eléctrica se deslizaba por mi cuerpo y cuando la sensación se aplacaba, reconocí que sería imposible mantener mis nervios a raya durante la comida.

     De reojo lo vi alejarse, abrir una de las puertas vaivén y colocarle con el pie la traba que estaba en el piso, para dejarla abierta.
    Después de una respiración profunda y sonora, elevé una plegaria silenciosa para que la cena quedara rica, y me dispuse a hacer un poco de orden en la mesada.

    Desde el living se escuchó música brasileña, junto con el habitual timbre del teléfono. Me lavé las manos y con el sonido del agua no percibí que había regresado hasta que lo tenía a mis espaldas.

      −Que trabaje el contestador −habló casi en mi oído, tan cerca que derrumbó sin dificultad el poco auto control que había construido−, que para eso le pago. −Terminó bromeando.
      Entre la nube espesa que formaba su perfume en mi mente, de pronto entendí sus palabras y riendo logró que me relajara, solo un poco.

      −Ya casi está la cena –y por unos eternos instantes no se alejó, miró curioso mi trabajo por encima del hombro. Volviendo al estado de histeria, comprendí que me estaba secando las manos con un nudo retorcido que al parecer era un repasador, entonces decidí alejarme-. ¿Dónde están los platos?

      −De eso me encargo yo. −Contestó sin titubear y con mucho alivio percibí que se apartaba unos cuantos pasos.

      Ya no necesitaba más pruebas, no podía tenerlo cerca, su voz hacía aflorar un estado de alerta permanente que era casi desconocido para mí y su energía se introducía por los poros dejándome sin razonamiento.

−¿Seguro? –Me esforcé en preguntar.
−Por supuesto, soy muy bueno en eso.
Estaba con los brazos cruzados, la cadera apoyada en la mesa y una mueca traviesa cruzándole el rostro. Me hizo sonreír.

−Vanidoso. –Y mi lado perverso apareció-. Serás bueno en tantas cosas…


Basta –susurró la razón con autoridad mientras imágenes eróticas irrumpían descaradas por mi mente−. Por favor, no es momento…−rogué, pero una mujer apareció desnuda, sobre la mesa y disfrutando de las caricias que él le brindaba sin reservas ni contemplaciones. Ella tiraba la cabeza hacia atrás mientras la besaba en el cuello con una sonrisa ladina y picara. La respiración se me espesó. 

−¿Y, soy bueno o no?

−¿Qué…?
   Su voz me trajo a la realidad y aturdida y enfadada miré hacia la  mesa que estaba puesta a la perfección. El mantel era color crema y las servilletas negras resaltaban entre copas, platos y brillantes cubiertos. Como broche final, su porte orgulloso, su media sonrisa y no necesité más. La tensión como por arte de magia se esfumó entre nosotros y relajándonos, reímos.

−No está mal. -Traté de sonar indiferente para no alimentar a su inmenso ego. Pero no le importó ya que ensanchó la sonrisa y su pecho se irguió. -Desesperante. 
 Llevé la bandeja a la mesa y nos sentamos como estaban dispuestos los cubiertos, enfrentados.
−Muy sabrosa. –Comentó masticando su primer bocado.
−¿De verdad?
−Sí, tiene ese gustito especial de la comida de hogar.
−Que bueno que te guste.

    Comimos unos momentos sin hablar, solo con la música de fondo ya que su apetito parecía voraz y yo, como buena ama de casa me sentí inmensamente halagada.
−¿Siempre salís a correr? –Fui la primera en romper el silencio. 

−Cada vez que puedo sí –contestó limpiándose la comisura de los labios con la servilleta−, es un buen ejercicio. Además me ayuda a ordenar los pensamientos.

Hablaba recorriendo la silueta de una copa con sus dedos y deseé inconscientemente esa misma caricia en mi columna vertebral.
−¿Y tú?
−¿Yo qué?
−¿Tú corres? −Preguntó con una sonrisa que hasta el más astuto de los piratas hubiera envidado.

−No, yo fumo, y sólo corro cuando pierdo el bus y ¡bien que me agito!
Ambos reímos y volvió a cortar un poco más de carne.
−Tendrías que dejarlo.
−Sí, de vez en cuanto lo logro por unos meses, de hecho en los embarazos no fumé, pero como una tonta, luego de meses de abstinencia, un día me levanto y prendo un cigarrillo. Es el único vicio que tengo. ¿Qué le voy a hacer?

−¿Te sirvo? –Preguntó elevando la botella de vino tinto.
−No gracias, no tomo alcohol.
−¿Nunca?
−No, es muy raro que beba. Tiene que ser un trago dulce y que no se sienta el sabor al alcohol. Así puede ser que lo pruebe.

     Levantó sus cejas y se sirvió con suma delicadeza. Aproveché ese momento para observarlo a mi antojo y vi que de esa cadenita brillante, colgaba una cruz que se fundía en su pecho. Mis dedos se tensaron en los cubiertos. Había imaginado tantas veces cómo sería el tacto de su piel...  

−¿Y gaseosa?
−¿Cómo? −De verdad que no sabía de qué hablaba, y me enojé otra vez conmigo misma. ¡No podía mantener una conversación razonable con este hombre!

−¿Si tomas gaseosa?
El tono que utilizó, dijo con claridad, que estaba al tanto de mi calvario y eso me avergonzó un poco más aún.
−Sí, gaseosa si. –

Luego de servir levantó la copa y esperó pacientemente a que mí retrasada mente entendiera que debía imitarlo para brindar. 
−Por la comida.
Por ti.
-Por la comida -dije al fin y chocamos nuestras copas.
−¿Siempre cocinas en casa? −Habló antes de beber. 

−De…, de normal sí, aunque no es mi fuerte…, lo hago más por obligación.
     La causa de mi repentino tartamudeo no era otro que la imagen de sus labios teñidos de rojo vino. Las sensaciones felinas volvieron y mi imaginación atrajo a la “bendita” gota cristalina y tentadora que hacía unos momentos atrás, descendía por su cuello.

−¿Tienes alguien que te ayude en casa?
−¿Que me ayude...? ¡Ho! No, pero a mi… esposo le gusta cocinar… entonces… −Dios si ya me costaba mantener una charla coherente con él, incluir a Leandro en ella, era todo una tortura− entonces, él lo hace más que yo.

−¿Te puedo hacer una pregunta?
−Sí, claro.
−¡Por favor Dios que empiece una conversación que me distraiga. ¡Que no sea algo que me ponga más nerviosa! −Imploré mientras se limpiaba otra vez y con toda tranquilidad la boca con la servilleta.

−¿Cómo es la relación con tu marido?
−Qué ocupado estarás Dios para ayudarme ¿no?
Lo miré inmóvil y sorprendida, intentando armar una simple oración en mi embotada cabeza, cuando creo que intuyó que su curiosidad se había pasado de la raya porque enseguida repuso.

−Ok, ok, si te incomoda no me respondas.
−No, no es que me moleste, es que no es fácil contestar con pocas palabras.
−Usa muchas entonces −propuso ladeando la cabeza con una sonrisa voraz.
−Irresistible −pensé resignada−, completamente irresistible.

−Bueno…, a Leandro lo conocí cuando éramos muy chicos, teníamos quince años los dos y fue amor a primera vista. Me encandiló, se podría decir…
−¿Te conquistó a la primera?
−¿Te soy sincera? Lo conquisté yo.
−¡Una pionera! Por favor, cuéntame.

Me sonreí meneando la cabeza. ¿Acaso podría decirte que no a algo?
−Bueno, yo iba con mis amigas a la misma disco todos los fines de semana, y él…, creo que era la tercera vez que asistía. Nunca antes lo había visto, pero cuando lo tuve por primera vez en frente, supe que era algo fuerte…, diferente.

−¿Con quince años?
−Con quince años. Y bueno me acerqué cuando pude, busqué tema de conversación y bailamos un poco.
−Y ahí te pidió de salir. −Aseguró sirviendo un poco más de vino en su copa.

−No, la pasamos bien y todo, pero él no dio señales de nada, así que cuando nos íbamos me di cuenta que tenía que actuar, él vivía en la otra punta de Buenos Aires y corría el riesgo de no volver a verlo más, entonces bajábamos las escaleras, porque la disco estaba en un primer piso y a mitad de camino lo tomé de la muñeca.

−¿Tú? −Preguntó levantando las cejas y mostrando unas encantadoras arrugas en la frente. 
−Sí, yo.
−¿Y qué le dijiste?
−Le pregunté si iba a volver el próximo fin de semana.

−Y te dijo que sí. ¡Rendido!
−¡No! −Ambos dejamos escapar unas risas y continué−. Me contestó que tenía novia, y que no lo sabía.
−¿Y entonces? −Me di cuenta que estaba absorto con la  historia  porque sus cubiertos habían quedado a medio camino.

−Y entonces tiré de su muñeca, lo acerqué, le di un beso en la boca, con mi escasa experiencia, y le susurré: “para que lo pienses”
− ¡¿Y!?
−Y me fui, dejándolo ahí parado. Al sábado siguiente estábamos los dos en la disco y él…, curiosamente había cortado con su novia.

Luego de una sádica sonrisa, se humedeció con lentitud el labio inferior y creí perder el control.
−¿Se puede decir que tus besos son, potentes entonces?
Mi sonrisa se esfumó y el corazón golpeteó con fuerza.
−Puede ser.

Nos mantuvimos la mirada y por un segundo, volví a ser esa chica segura y atractiva de quince años.
−¿Y luego? ¿Cómo siguió?
Sus ojos volvieron al plato y tuve que hacer un esfuerzo para continuar hablando.

−Estuvimos juntos cuatro años y después nos separamos, cada uno vivió experiencias distintas y cuando habían pasado casi tres años, volvimos. Yo vivía sola y de a poco se fue instalando en mi departamento, en unos meses quedé embarazada de Alexia y cuando cumplió un años y medio, nos casamos.

−¿Así se llama tu hija?
−Si −contesté sonriendo−, Alexia y Santinno
−Santinno… −repitió con un cariño palpable− me gustan mucho los nombres italianos.

−¡Y a mí! Lo elegí yo. A él todavía no le convence.
−Es un nombre hermoso. Cuando tenga hijos, si los tengo claro, buscaré nombres italianos, tienen mucha fuerza.
La expresión con la que habló me cautivó y tuve el presentimiento que con la imaginación se había transportado hasta su futuro hijo, para arroparlo y cantarle nanas.

−¿Y Luego?
Pestañeé y traté de hilar la conversación.
−Y bueno, costó muchísimo la convivencia, fue duro pero con el tiempo nos fuimos entendiendo. Somos dos caracteres fuertes. Actualmente a veces creo que voy a envejecer a su lado y otras, que en cualquier momento largo todo y me voy con los chicos.

−Yo creo  −comentó pensativo mientras el vino descendía por su garganta−, que a la mayoría de las parejas le pasan cosas así. A ti, en particular, ¿qué te lleva a pensar que en cualquier momento te separas?
−Es que somos muy distintos.

−¿En qué? Por ejemplo, si no te molesta. −Agregó dejando la copa en su sitio para cruzar los dedos debajo del mentón.
−No, no me molesta, me puedes preguntar lo que quieras, yo te contesto. −Si es imposible decirte que no a algo.

Su mirada destilaba tanta familiaridad y complicidad, que me arrastraba a contarle detalles íntimos, sin tapujos ni reservas. 

−Bueno…, es simple en realidad, casi todo lo que a mí me gusta a él no −sus cejas formaron un simpático arco y me apresuré a continuar− no sé, a mí me encanta salir en cualquier momento y a cualquier lugar y él empieza “¿Y a dónde? ¿Ahora? ¿Y qué vamos a hacer ahí?” entonces me saca las ganas. Otra cosa que  me molesta es en la casa, él es histérico del orden y yo lo reconozco que aparte de ser desordenada por naturaleza, disfruto mucho de los chicos. Si me dieras a elegir, prefiero bailar o jugar con ellos antes que estar con el plumero en la mano todo el día. ¿Sabes qué pasa? Que lo único que no retrocede es el tiempo, si no lo hago ahora ¿Cuándo…?

Ladeó la cabeza con un gesto comprensivo y de aprobación. Tuve que bajar la vista, la sensación de ser acariciada sin contacto físico, me abrumó.  
−Y bueno, él viene de trabajar y ve lo que no hice. –Terminé hechizada.

−Y eso te frustra ¿Verdad? −Era una afirmación, no una pregunta.
−Sí −estaba un poco angustiada−, es que nunca hago las cosas para molestarlo, o sea no es que no ordeno porque ¡no me importa! No lo hago porque le doy valor a otras cosas, y él, parece que eso no lo sabe o no me cree, entonces a veces… –bajé la vista, sus dedos presionaban una arruga del mantel con la mirada mirada puesta en mi− a veces, me es difícil sentir que sigo enamorada. No sé, tal vez, lo que pido para ser feliz es demasiado.

−¿No lo eres? −Inquirió extendiendo la mano en el mantel.
−No sé. −Mis palabras salieron acompañadas de una sensación de vértigo, como si volara en esos ojos tan profundos−. ¿Con la mano en el corazón? Creo que ya pasó la conquista, que esas emociones que te movilizan ya pasaron y no volverán.

−¿Qué es lo que te gustaría que volviera?
−No sé −mi vista se desvió hacia la pared con el fin de enfriar la tibieza que despertó en el pecho su tono de voz–, a veces es como si sintiera que la seducción, los halagos, las sorpresas y hasta la pasión, ya no existieran, y otras, que mi madre tiene razón y que soy una romántica incurable y lo que pido, después de casada, es  demasiado. −Concluí con algo de resignación y una molestia grande en la garganta.

−¿Demasiado?
−Sí, ella dice que todo lo que pido se hace y se siente cuando se está de novios.
−Pues, dile a tu madre que discrepo −aseguró con la copa en la mano y el dedo índice apuntándome−, creo que la seducción, la conquista, y los mimos diarios que un hombre le tiene que hacer a su mujer, no pueden faltar.

Volvió a beber y con la imagen del vino brillando en sus labios, mis sentidos se agudizaron.
−Esa teoría es muy linda pero la práctica es otra, cuando vives bajo el mismo techo y se mezclan las dificultades económicas, la educación de los hijos, el trabajo y los distintos problemas cotidianos, es difícil pensar en mimos, en sorpresas. Entonces aparece la rutina que es lo que arrasa con todo a su paso.

−Ahora discrepo con las dos.
El silencio reinó. Todo parecía detenido. Y de pronto su voz, penetró con claridad en mi cabeza, Con qué ganas te lo demostraría. Mis nervios se dispararon, pero la razón de inmediato intervino por inventarme diálogos. Agobiada bajé la vista al plato, mientras él retomaba la conversación.

−Creo que se puede pasar por todo eso y estremecerte con tu pareja a pesar de los años. −Terminó la frase con tono seductor y una mirada expectante a la vez que estiraba las piernas debajo de la mesa y se recostaba en la silla. Masculino, seguro, convencido de sus palabras.

−Bah, igual tanto hablar y mi vida seguirá igual.
Di por zanjado el tema porque me era imposible conversar sin temblar y decidí ponerme en acción levantando la mesa. Sus ojos estaban clavados en mí de tal manera que temí volver a escuchar su voz en mi cabeza o lo que era peor, lanzarme a su cuello para besarlo con locura.

Recogí mi plato, su cuchillo, los cubiertos y al advertir que faltaba su tenedor, no me quedó otra opción que mirarlo. Y fue cuando pasó lo que temía. No te angusties. Retumbó en mi mente. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar, no sabía hasta qué punto estaba apenada y frustrada con mi relación, hasta que lo verbalicé, pero… ¿tenía que ser con él?

La pausa se alargó y tuve ganas de besarlo y cobijarme en su pecho. Esta prueba estaba siendo demasiado peligrosa y difícil para mí. La garganta se me secó y con los dedos temblorosos acepté el cubierto que me daba para alejarme rápido hacia la mesada. Todavía no sé cómo no perdí la carga en el trayecto, los músculos no paraban de temblar. 

Creo que tuvo otro gesto de compasión cuando se levantó con  elegancia y lentitud, para ir hasta el frigorífico y sacar dos botes de helado.
−¿De qué te gusta?
−¿Ni se te ocurre preguntar si quiero helado, no?
−No lo necesito –contestó con alevosía y seguridad−, algo me dice que tenemos los mismos gustos.

−De chocolate –contesté riendo por no llorar−, y ¿hay de dulce de leche?
−¡Sí! Tengo una cocinera argentina ¿o te olvidas?
Y el ambiente se relajó. Mis músculos se aflojaron y contenta de haber terminado con temas tensos y amenazantes, nos sentamos otra vez a comer el postre.
-Dios, ahora si ayúdame y permíteme desfrutar aunque sea del postre. 

Mucho más distendida llené la cucharita, la levanté y abrí la boca.  
−¿Le fuiste infiel?

Lo observé y mi helado resbaló aterrizando nuevamente en la copa. Un extraño flechazo atravesó mi pecho y el aire retenido en los pulmones, me impidió contestar de inmediato. Fue cuando se apresuró a defenderse, absolutamente confiado en su poder de seducción.

−Dijiste que te podía preguntar lo que sea.
−Tienes razón, y te voy a contestar −Dios mío, ayúdame imploré desesperada luchando con el inoportuno tartamudeo−, de novios sí, de casados no.

          
−¿Nunca?
−Nunca.
−¿Y él?
−Creo que fue una sola vez, en una despedida de solteros.
−¿Y cómo te enteraste?
−Porque me lo contó −y con sus ojos llenos de sorpresa continué−. Tengo un problema con la mentira ¿sabes? por más dolorosa que sea prefiero saberla y él a eso lo entendió bien.

−¿Y tú? ¿Se lo contarías?
Saboreé al fin un poco del dulce de leche y contesté con la cucharita levantada
−Primero la tendría que tener, que no sería nada fácil, y luego depende de muchos factores.

−¿Cómo cuáles?
−¡Qué curioso eres! −Exclamé con una amplia sonrisa−.  ¡tendría que ser yo la que te pregunte cosas a ti!
−¿Tú?
−Sí, como admiradora tuya debería ser yo la curiosa.

−Eso de admiradora está por verse, luego lo discutimos… −Su voz sonó tan divertida que no pude retener una carcajada.
−Sigamos señorita: Me−cansan−tus−videos ¿Qué factores?

−Bueno −intenté recobrar el hilo de la conversación mientras reíamos de mi nuevo nombre y encendía el último cigarrillo−, primero creo que para que le sea infiel, tengo que encontrar a la persona justa, que sepa llegar a mis sentimientos más profundos y por supuesto por el que sienta una fuerte atracción −hice una pausa por el cambio radical de mi humor− y si después de hacer el amor con esa persona, la relación continuara, supongo que se lo contaría y me separaría.

−¿Y si fuera un toque nada más?
−No, no puedo pensar en esa posibilidad, no soy así, no tengo nada en contra del sexo sin amor pero sé que no va conmigo. Para mí la cama es algo muy especial, tengo que “sentir” para llegar hasta ella. Si mis ganas no van acompañadas de algún sentimiento, no voy. Tengo que estremecerme, tengo que temblar, para acostarme con alguien. No hay otra manera.

−¿Y qué pasaría si vas sintiendo todo eso y después te das cuenta que no era lo que buscabas o que no sé, que te arrepientes? ¿Se lo contarías igual?

−¡En qué aprieto me pones! No sé qué haría, lo que sí te aseguro es que me sentiría mal, como los chicos que hacen una travesura, igual. Pero no creo que se lo cuente.
−Disfruto mucho hablando contigo. −Aseguró con una de esas  intensas miradas que tanto me hacían suspirar.

−Y yo. −Alcancé a contestar conteniendo el arrebato de  acercarme, besarlo y abrazarlo tan fuerte que lo dejaría sin respiración. Pestañeó de la misma manera que lo haría alguien que acaba de despertar abruptamente de un sueño y cambió la expresión.

−¿Quieres café?
Acepté viéndolo caminar hasta la cafetera express que estaba en la mesada. Mis ojos se deslizaron por las todas las arrugas que se le formaron en la espalda de la camisa y comprendí que todo en él, me encantaba. Todo.

Nerviosa, giré la cabeza hacia la ventana para disfrutar del parque que se encontraba iluminado y tenue, hasta que llamó mi atención con un pocillo en cada mano y una endiablada expresión.
−¿Lo tomamos en el living?

−No sé para qué preguntas, si es imposible negarse…

Mientras hablábamos de música, me deleité con la exquisita decoración que nos rodeaba. Predominaban el beige y el blanco, cuadros, sillones, almohadones y alfombras combinadas a la perfección. A nuestra derecha pasamos por una imponente escalera de mármol y un poco más adelante, escondiéndose un inmenso piano de cola.

Al lado de un ventanal, en un sofá de color arena fue donde nos acomodamos. Apoyamos el café en una mesa central de cristal y con el mando comenzó a cambiar de temas en el equipo de música que teníamos en frente.

−Esta noche, tu elijes. ¿Qué quieres escuchar?
−Tu respiración en mi oído. –Habló mi lado más desequilibrado.−Por favor, no pidas cosas imposibles. –Contestó mi sentido común con una mueca de superioridad.

−¡Silencio!
−¿Silencio, de quién es ese tema?
−Déjalo, no recuerdo quien lo canta…, pon lo que quieras, de verdad.
Cerré los ojos un segundo, conté hasta diez y prometí que como tuviera otro episodio como éste, me pegaría sola con el palo de la escoba en el medio de la cabeza.








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Presentación

Bueno, el comienzo de una nueva etapa llegó y estoy feliz de compartirlo contigo. Algunos de ustedes ya me conocen por Facebook y para los...