viernes, 28 de noviembre de 2014

Capítulo 6

−¿Qué pasó…? 
−No lo sé…, estaba hablando con Leo por teléfono…, y él entró, parecía enojado. Después corté, me habló mal…, yo también le contesté mal −relataba confusa−, y de pronto; me besó.

La cara de Pau era de inmensa sorpresa.
−¿Te besó enojado?
−Furioso y no sé por qué. Pellízcame, creo que estoy en uno de esos sueños que suelo tener.
−No, no es un sueño, amiga.

−Tengo una mezcla de emociones, ¿sabes qué pasa? −Pregunté arrastrándola hasta el sofá− es muy fuerte lo que acaba de pasar, además del beso hay algo que hice mal, algo que lo enojó mucho y no sé qué es.
−¡Ya lo creo! −Me interrumpió con los ojos como plato−.  ¡Si la energía todavía flota en el aire!

−Estoy tan confundida Pau…
−¿Y qué vas a hacer?
−¡No sé! Él dijo que teníamos que hablar, pero lo llamaron, discutió también por teléfono y no sé cuándo vuelve.
−Pato, creo que, sin darte cuenta, llegaste a su interior. Algo se le despertó en tu compañía y con el temperamento que tiene, será difícil de rechazar. 

−Es que no puedo rechazarlo. Pau, yo lo quería antes de verlo en persona. No sé si tengo palabras para contarte lo que sentía por él antes de este viaje, imagínate ahora, con todo lo que estoy viviendo, con lo que lo estoy conociendo. −Relaté con los ojos inundados en lágrimas−. Cuando estoy mal, o discuto con Leandro y nos decimos cosas fuertes, ¿sabes quién me consuela? ¿Sabes quién me abraza para que me calme? Él...

 ...Escucho cualquiera de sus canciones y me voy de este mundo. Es como si lo pudiera tocar a la distancia, su imagen aparece esté donde esté y me reconforta saber que está a mi lado, aunque sea con la imaginación. Pero ahora lo tengo, ¡es real! −Terminé ante la mirada inmóvil de mi mejor amiga−. Jamás desde que me casé besé otros labios y cuando pensaba en esa posibilidad, creía que la culpa no iba a dejarme disfrutar y resulta que cuando se acercó, se terminó el mundo, fuimos él y yo. Como si nadie más existiera en el planeta... 

...Tengo una sensación acá −dije tocándome el pecho y cerrando los ojos para que las lágrimas rodaran libres−, que no me deja pensar, ni acomodar las palabras siquiera, pierdo el control de mis actos. Él, sólo con acercarse, logra que mi cuerpo se encienda, sólo con su voz me estremezco y al rozarme salgo de la realidad. No sé qué más te puedo decir…

−Nada más, ya me doy cuenta que estas perdidamente enamorada.
−Sí, bueno…, enamorada, no estoy tan segura, pero siento que lo quiero a mi lado. Pero no me lo puedo permitir.
Me sequé la cara con las manos e invadida por un fuerte impulso fui hasta al cuarto con Pau detrás, tomé la cartera y decidí salir.
−¿A dónde vas?

−A dar una vuelta.
−¿Sola?
−Es lo que necesito.
Con los ojos hablamos, ella sabía que no iba a poder detenerme, que necesitaba salir de ahí.
Resignada, me dejó ir, no sin antes darme su celular: por cualquier cosa en la memoria, en el uno está el número de la casa, me había informado.

Lo guardé y sofocada, salí al exterior en busca de aire puro y fresco.
Una vez en la calle tomé el primer taxi que encontré y con la mente algo espesa todavía le indiqué que me llevara a la playa. No tenía ni idea a dónde ir, pero sabía que necesitaba estar sola.

El paisaje no podía ser mejor, el ambiente turístico es uno de los más animados que hay. La gente caminaba sonriente por la rambla, algunos paseaban con sus perros, otros la recorrían en patines y muchos en bicicleta.

Bajé el cristal de la ventanilla y respiré profundo el aire húmedo decidida a despejar la cabeza atestada de emociones desencontradas.
Una vez en la playa me quité las sandalias, metí los pies en la arena, moví varias veces los dedos y, dejándome llevar por ese calor tranquilizador, sentí como subía por las piernas para recorrer mi espalda.

Mi vista se clavó en el horizonte y con el pecho vibrando, saboreé otra vez esos besos peligrosos que me dio. “Tenemos que hablar” No estaba segura de poder decir una sola palabra cuando lo volviera a ver, me temblaban las manos de sólo imaginarlo. Esto era demasiado confuso.

Él se había enfadado, habíamos discutido y como broche de oro, sus labios sobre los míos… ¡Dios! Qué beso tan estremecedor, tan ardiente y delicado. No sentía culpa, pero si temor, imaginé por un minuto el dolor de volver a mi vida habitual y descubrí que sería intenso y muy difícil de sobrellevar. 
Sentí una punzada en la boca del estómago cuando una brisa hizo llegar el perfume que se había impregnado en mi remera. Me estremecí al acercarla a la nariz y respirarlo. ¡Dios, era su olor!

No estaba al tanto si alguien me miraba pero no lograba dejar de sonreír, acerqué los dedos a mi rostro, cerré los ojos y con los pulmones llenos de perfume, me tapé la cara para no gritar.
¿Era real semejante giro en mi vida? ¿Cómo manejaría en resto de mi estancia en su casa? ¿Cómo actuaría cuando lo volviera a tener frente a frente? Demasiadas preguntas.

Con la vista inmersa en las olas, me senté en una confitería muy animada y con buena música de fondo. Pedí un agua mineral bien fría, prendí un cigarrillo y me recosté en la cómoda silla. Si algo me apetecía, era estar sola.

Durante un buen rato solo me quedé al sol, cerrando los ojos ante las brisas y disfrutando del calor agradable. Apagando la colilla en el cenicero, logré al fin poner mi mente en blanco. Si, así estaba mejor, así podría analizar la situación con más frialdad, sin interrupciones y en absoluta soledad.

−¿¡Pato!? −Su voz me sobresaltó.
−¿Sí? −Dije recociendo el rostro familiar que de pronto me tapaba el paisaje− ¿Daniel? ¿¡Cómo estás!? ¡Tanto tiempo!

El hermano de Paulina me saludó con un efusivo abrazo que cortó mi respiración. La alegría que me embriagó, reemplazó al agobio que traía causando un gran alivio. Como llevaba años sin verlo, me detuve en su rostro para comprobar que no podía negar el lazo de sangre que lo unía a Pau. Compartían el mismo color de pelo, el azul chispeantes en sus ojos, la nariz recta y esa sonrisa que los hacia inconfundibles.

−¿Y Paulilla? –Como la llamaba desde la infancia− ¿Dónde se metió?
−No, ella no está.
−¿Estás sola…? ¿Pasó algo?
−Tranquilo es sólo que necesitaba caminar sola.

−Te pasó algo. –Y no era pregunta.
−¡No! ¿Qué me puede pasar en un par de días en Miami?
Su frente se frunció y gemí con resignación.
−¿Cuánto hace que te conozco? −Preguntó acomodando los codos en la mesa.
−¡Qué sé yo! −Mentí sonriendo−. No lo recuerdo.
−¡Ah!, no te acuerdas ¿eh? ¿Amnesia tal vez?

Le rogué compasión con la mirada, pero su cabeza se movió con suavidad para ambos lados. No tenía escapatoria, fue el mensaje claro que encerraba esa negación. 
−Tus secretos están tan seguros conmigo como con Pau, ¿lo sabes, no?
−Está bien. Te voy a contar, pero no es un secreto, es un ¡“archisecreto”! ¿Quedó claro?

−No tenías ni qué decirlo, pero te perdono. Vamos, soy todo oído. 
Su voz demostró triunfo y con una cerveza en la mano, escuchó atento mi relato. Sus ojos se abrieron en extremo, con la idéntica expresión de su hermana, las pupilas se agrandaron y el mentón por momentos, quedó suspendido en el aire.

−Y bien, por eso estoy acá, sola y confundida. Súper confundida.
−No es para menos, ¡Qué historia! Y lo peor es que esto recién empieza. Por lo que me cuentas, no creo que se quede tan tranquilo.
−¿Tú crees?
−Estoy casi seguro, y te voy a decir porqué, primero porque soy vidente. –Bromeó con picardía.

−¡Dani!
−Está bien. Porque soy hombre –expresó como si eso lo aclarara todo−, y segundo porque tú has conocido a la persona que habita adentro de la cáscara del artista ¿Se entiende?
−Más o menos.

−Por algo te llevas tan bien con Pau –habló con arrogante aire se superioridad típico de los hermanos mayores−. Te lo voy a explicar. Tú llegaste a escuchar, a conversar y a conquistar a Enrique y eso no le pasará todos los días. Tienes que pensar que hablamos de un hombre que vive constantemente acosado por la prensa, perseguido por sus fans y presionado por una impecable imagen que debe mostrar en su día a día. ¿Cuánto tiempo crees que tiene de encontrarse con alguien que lo conquiste sin más, al natural?

−Pero esa no era mi intención.
−¿¡Y te crees que él no lo sabe!?
−Me imagino que sí, pero tengo tanto miedo de sufrir…
−Ya lo estás haciendo ¿o no te das cuenta?

Lo dijo mirándome con ternura. Desde el día que pisé la casa de Pau, he sentido un cariño protector de su parte, como si fuéramos los tres hermanos. Dani siempre bromeaba sobre nuestro coeficiente intelectual, pero sabíamos que su fin no era otro que hacernos rabiar, él nos amaba, y sin pensarlo, siempre nos intentaba proteger de cualquier daño externo que podíamos sufrir. Como ser humano era muy sano y todo un guardián. Desesperada por ayuda, solo lo miré a los ojos y me dejé empapar de su seguridad.

−Te voy a dar un consejo: no pienses en mañana, vive el hoy como si fuera el último día de tu vida. Tienes la gran oportunidad de vibrar en brazos de un sueño que se materializó, y eso no le pasa a todo el mundo.

−Lo dices como si fuera tan sencillo.
−Y lo es Pato, el miedo es el primer paso al fracaso, paraliza, no te deja avanzar y si lo dejas obrar en tu vida, te domina opacando tu personalidad. Sé tú misma, sé egoísta por una vez, juégatela, sino, te puedo asegurar que te arrepentirás. Siempre pensarás ¿y qué hubiera pasado si…?

Me miró serio mientras mi cabeza le daba la razón. El miedo me manejaba con frecuencia y una vez más en mi vida, estaba a punto de hacerme retroceder.

−No estás disfrutando el hoy por lo que vas a sentir mañana. Déjate llevar tesoro, abandónate, relax y ¡livin´ la vida loca! –Bromeó terminando su cerveza.

La conversación era sincera y tranquilizadora, lástima que el sol se escondía y Dani miró el reloj.
−Bueno, ¡qué tarde se me hizo! Me quedaría contigo, de verdad, pero tengo que ir a casa. Prométeme que antes que te vayas vas a venir a darle unos besos a mi baby.

−¡Cómo no voy a ir! Muero por tener a upas a tu hijo y conocer a la valiente que te aguanta todos los días.
−¡No cambias más! −Exclamó con una carcajada−. Y eso me encanta. Te esperamos con los brazos abiertos.

Fuimos hasta la calle entre risas y con mucho cariño me despedí. Tomé otro taxi y gracias a la seguridad que me transmitió, regresé con la mente un poco más aclarada.

Atravesé el tupido jardín contando el número de farolas que pasaba, era un intento desesperado de controlar mis nervios que regresaban a toda velocidad. Me retorcí los dedos, llené por completo los pulmones para normalizar los latidos y cuando creí lograrlo, apareció la imagen de su camioneta. Estaba estacionada sin mucho esmero en la puerta principal y el frágil autocontrol, simplemente se evaporó.

Casi al borde de la histeria, apresuré el paso y con un enjambre de mariposas agolpadas en el pecho, entré a la cocina. Me volví a enojar conmigo misma, si temblaba al ver su vehículo, la situación sería mucho peor de lo que pensaba.

−¿Qué te pasó? −Sonó la voz de Paulina.
−Nada ¿por qué?
−No porque es tarde, está casi de noche y pensé que te había pasado algo.
−Bueno mamá −contesté en tono sarcástico−, no lo voy a hacer más.
Caminé hasta la heladera, saqué la botella de agua mineral y tomando un vaso con las manos temblorosas, me serví.
−No seas tonta, me puse un poco nerviosa, es que no conoces la ciudad, ni a nadie y…

−Sí, pero me diste el móvil ¿no? cualquier cosa te hubiera llamado ¿no te parece?
−Tienes razón. ¿Fuiste a la playa, no?
−¿Se nota? −Pregunté bebiendo las últimas gotas del vaso.
−Sí, te quemaste un poco ¿comiste algo?

Y en el preciso momento que me senté en la banqueta, la puerta se abrió y una alta figura con el paso algo apresurado entró. Su vista recorrió en un segundo el lugar y sin detenerse saludó. Una punzada en el estómago no dejaba que el agua que había bebido siguiera su camino. 

Mi cuerpo tembló, los latidos se multiplicaron y un impulso primitivo y territorial afloró. Mi cuerpo lo reclamó, quería su cercanía, su calor, su olor…
El porte despreocupado me transmitió que a él no le pasaba lo mismo. Lo observé con discreción, se había cambiado por un jeans gastado combinado con zapatillas y remera ajustada blanca.

Me sentí bastante decepcionada.
Se llevó una lata de la heladera y salió con el mismo paso que entró.
−Creo que no soy la única preocupada.
−¿Por qué? −La voz me delató, estaba enojada y desilusionada.

−Porque es la cuarta vez que entra.
−¿Y a qué hora llegó? −Pregunté solo para mantener la apariencia y no tener que explicarle a Pau, el desaliento que llevaba por dentro. Mi enojo hizo acto de presencia por ser tan ilusa.

−Hace más de una hora.
Ambas hicimos una pausa ya que una de las chicas estaba muy cerca para oírnos hablar. La mirada de Alejandra era cada vez más afilada y no me gustaba. Cuando la vimos un poco alejada, Pau volvió a nuestra conversación.
−¿Comiste algo?

−Es la cuarta vez que entra. ¿Era de verdad una ilusa?
Mi mente no podía trabajar con tranquilidad, me sentía torpe, aturdida y desorientada.
−Si en un bar en la playa piqué algo y ¿sabes con quién…?
Ante su mirada de interrogación, me sonreí. No era capaz de ordenar las palabras necesarias para contarle el casual encuentro con su hermano. Conté hasta diez, respiré profundo y entonces, la puerta volvió a abrirse.

Él entró otra vez. Mi corazón dio un vuelco, doble.
Las tres lo miramos, y un espeso silencio se apoderó de la cocina.
Clavó sus ojos en mí, pasó sus dedos por la barbilla y las palabras me acariciaron.
−¿Podemos hablar un momento?

El mundo se estrellaba otra vez.

          Asentí como una autómata y entre el enigma que flotaba en la cocina y el asombro de las chicas, se acercó, tomó mi muñeca y comenzamos a caminar hacia la puerta. 

Subimos las escaleras, ante la mirada curiosa de unos hombres que estaban sentados en el living. Con una rápida ojeada llegué a ver el desorden que reinaba en el lugar, entre pocillos de café, carpetas, teléfonos y papeles. 

Como mis nervios estaban a punto del desborde, me centré en su espalda, en sus despreocupados pasos con los que ascendíamos y en esa lentitud que llevábamos, con la esperanza calmar un poco mi temblor.

Llegamos a la primera planta y ya fuera de la vista de los invitados,  sus pasos se estiraron, me costó seguirle el ritmo y volví al estado de histeria pura. Caminamos en silencio por un largo y alfombrado pasillo hasta que entramos en la tercera puerta que encontramos. Sus dedos seguían rodeando mi muñeca y ese calor estaba invadiendo todo mi cuerpo lentamente, como carne en el asador. 

Ingresamos en su habitación. La más pura intimidad.
Olía a él…, a su perfume…, a su energía.

Era amplia y majestuosa y estaba decorada en tono de los azules. Su cama grande y mullida estaba adornada con varios almohadones que te invitaban a tumbarte, la alfombra con su espesura te tentaba a descalzarte y las cortinas blancas y livianas, que bailaban con la brisa te daban un ambiente relajado. Al traspasar el umbral me soltó, perdimos el contacto pero sus huellas continuaban ahí, las percibía sin dificultad. 

Cerca de la puerta−ventana había un sofá de tres cuerpos al que con cortesía, me invitó.
−Gracias –tartamudeé con las manos sudadas y el insistente  golpeteo del corazón.

Cerró la puerta, se apoyó en ella y por unos instantes, recorrió el lugar como si lo viera por primera vez. Cuando llegó a mí me sobresalté, otra vez intercambiábamos energía, comunicación. “No sé qué hacer” leí en su mirada, “yo tampoco.”  Pasó sus dedos por el pelo, suspiró profundo y como si de un leopardo se tratara, con sigilo se acercó para sentarse a mi lado.

−Espero que aquí nos dejen hablar tranquilos, es que abajo hay tanta gente…
−¿Tienes mucho trabajo, no?
−¿Hoy? mucho más del que quisiera.
Como advirtiendo el escalofrío que me recorrió la espalda fruto de su profundo tono de voz, posó la mano en mi muslo y dibujó unos invisibles círculos con el dedo.

Hizo una pequeña pausa con la que calmé apenas, el fuerte impulso de salir corriendo hasta el aeropuerto.  
−¿Dónde estabas?
−Fui, fui a la playa ¿por qué? 
−Porque vine lo más rápido que pude y, no te encontré.

En ese momento sus ojos descansaron en los míos y por un breve momento, me pareció leer el mismo nerviosismo que experimentaba yo. “No” me dije al instante, era imposible que alguien como él, estuviera tan inquieto ante alguien como yo ¿o no?
 −Es que…
−Espera −me interrumpió con su mano levantada− primero quiero pedirte disculpas por lo del mediodía.
 −Tranquilo, no es necesario –me negaba oír que para él había sido solo un impulso, y que la conectada con su ser, era solo yo.

−Por favor, déjame −me pidió algo rígido y serio− lo de hoy me dejó preocupado, no suelo actuar así…
−Ya está, de verdad, no pasa nada.
Mi romanticismo se convertía en un punto pequeño en el aire mientras las ganas de abandonar la habitación, eran cada vez mayores.

−Me sentí mal y no veía la hora de verte para disculparme.
Era eso, no estaba impaciente por verme, solo quería tranquilizar su conciencia. Qué tonta me sentía, ¿Cómo podía volar tan alto?

−Ya puedes volver a tu trabajo. Está todo aclarado −Hablé poniéndome de pie, sintiendo fuego en mis mejillas y una leve agudeza en mi voz. Él quedó sentado, levantando la cabeza y sosteniendo su confusa mirada.

−Es que, no estaba pensando en bajar tan pronto.
El ambiente se espesó, la decisión había que tomarla y lo sentí en ese instante de vacilación. Me quería ir, quería bajar corriendo las escaleras y encerrarme en la última habitación de la casa, ya sabía lo que significaba para él y dolía. Dios, cómo dolía. 

Pero entonces él ladeó la cabeza y reconocí esa mirada tierna y comunicativa. Lo pensé mejor, si me iba nunca sabría sus intenciones y me arrepentiría. El miedo paraliza había dicho Dani.

−Siéntate otra vez, ven −imposible alejarme-. Sé que estarás muy enojada, si la situación fuera al revés yo también sentiría lo mismo. No debería haberte hablado así.
De modo que él ¿solo hablaba de la discusión? Titubeé unos instantes, me aferré al endeble coraje que experimenté y al fin me senté.

−De veras que no suelo reaccionar así, y luego la forma que te besé −si hasta ahora se refería solo a su enfado, una llama de esperanza se reavivó al oír su tono ronco−. Perdí la compostura ¿Te molestó mucho? −Sus manos sostuvieron las mías, con los pulgares me acarició y perdida en su mirada, solo negué con la cabeza.

Esa no era la palabra justa. Me movilizó, me estremeció, me derritió, pero molestarme, no en absoluto.
−¿No sigues enojada entonces?
−Claro que no, todo lo contrario −¿Por qué mi boca sigue hablando por su cuenta? No era eso lo que tenía que decir.

Su gesto casi imperceptible demostró sorpresa y alivio. Hizo una pausa, dulcificó la mirada y se humedeció el labio inferior. Mis ojos siguieron con atención ese gesto, hipnotizados. Me estremecí.
−¿Te fuiste sola para pensar?

Las facciones se relajaron, respiró con pesadez y mientras intensificaba las caricias de los pulgares, sus labios se curvaron.
−Sí, lo necesitaba…
Ya no vale la pena tratar de ocultarlo, no se me da bien  y mis hombros cedieron ante el peso de la verdad.

−¿En tu marido? −Preguntó desviando la mirada por la habitación, sus manos soltaron las mías y por inercia, se peinó con los dedos. 
−Entre otras cosas, sí.
Vamos, termina con esta tortura de una vez −me ordené jugándome un todo o nada, por primera vez en la vida.

−Es que nunca desde que estamos casados, me habían besado y, hoy cuando pasó, me quedé confundida, con una mezcla de emociones que no me dejaban razonar.
−¿Y te aclaró algo el paseo…? −Sus manos se juntaron frente al mentón, los dedos coincidieron y distraídamente  tamborileó. ¿Estaba nervioso?

−No seas malo… −Y me toqué la frente sudada− no me hagas hablar más que…
−¿Que qué? −se giró y con determinación volvió a envolver mis dedos.
−Que no me resulta fácil −terminé bajando la cabeza con vergüenza.

−¿Te puedo ayudar?
Se acercaba de a poco, su mano soltó la mía y con suavidad me rodeó hasta apoyarme en su pecho. Lejos de calmarme, mis palpitaciones se aceleraron y la respiración se hizo cada vez más pesada. Su torso estaba duro y tenso pero el calor y el perfume que despedía, era mullido y acogedor.

Las manos se me enfriaron y no sabía qué hacer con ellas pero al parecer él lo notó, porque me las envolvió con la suya.
−No estoy segura que… −las palabras no salían, Dios ayúdame. 

−Tranquila, cierra los ojos… −susurró deslizando sus dedos por mi oreja para juguetear con un mechón de pelo−. ¿Así te resulta mejor contarme?
−Creo que sí… −contesté hundiendo el rostro en su cuello. Mi cuerpo lo reclamaba, lo necesitaba cerca.
−Dime, ¿has pensado en mí?

−Te aseguro que sí.
−Y ¿a qué conclusión llegaste?
Sus caricias me confundían, pero cuando me soltó la mano para abrazarme por la cintura, comprendí que había un solo camino a seguir. Para adelante.

−A qué voy a disfrutar lo que venga −dije ruborizada− sea lo que sea. Viviré estos días como si fueran los últimos de mi vida. Es tan intenso lo que siento cuando estoy contigo que no puedo resistirme. No puedo luchar.

Terminé sintiendo el roce de su  mejilla contra mi frente. Su piel algo áspera producía un hormigueo embriagador en lo profundo de mi ser. Dulce, estimulante, narcótico…

Su cuerpo se alejó del mío, rogué que no me mirara a los ojos ya que estaba avergonzada y temerosa de su respuesta pero levantó lentamente mi cara y sucedió.

−Mírame –la orden fue dicha con ternura y apremio. Rogándole a mi pobre valentía a que me acompañara, lo obedecí y fue cuando me encontré con una sonrisa transparente y relajada, con su sonrisa. Estaba complacido, lo leí en sus ojos. Como si acabara de decir exactamente lo que quería escuchar. Una chispa se encendió en sus pupilas y de pronto se puso serio.

−No sabes lo que me alegro –susurró rozándome los labios con los pulgares− ¿Sabes lo que me pasó cuando entré hoy en casa? −Hizo una pequeña pausa y sin esperar respuesta continuó− sentí celos.

Entonces temblé. Su mirada se centraba de uno a otro de mis ojos para luego posarse en mis labios de una manera abrasadora.

−¡Celos! –repitió como si se tratara de una locura y, pensándolo con seriedad, lo era− La habíamos pasado tan bien juntos, que estaba como un adolescente esperando el fin de clases para verte y, cuando te escuché hablando con él, y tus hijos, es como si hubiera caído en la realidad de saber que tienes otra vida que te aguarda y, con la que no podría luchar. Por más que quisiera, tengo la batalla perdida de ante mano. Me sentí desarmado.

−Yo no sabía lo que te pasaba…, creí que habías escuchado algo que te molestó −hablé con prudencia.
−No, no escuché nada malo ¿lo dijiste?
−Bueno, malo no, pero te pinté un poco, diferente a lo que eres.
Nos miramos un instante y él me entendió sin problema, sin reproches y me sentí muy aliviada.

−Nunca le contarás de quien es esta casa ¿verdad?
−No, quiero que sea mi secreto, esto es solo para mí. Mientras este aquí yo soy…
−Mi mujer. Eres mi mujer y yo tu hombre, no hay más.
No podía creer lo que acababa de escuchar. Mis pulmones se vaciaron de golpe, la garganta se me cerró y mis ojos imploraron uno de sus besos. 

Asintió imperceptiblemente. Aumentó la presión de sus caricias en mi boca que sonreía temblorosa y con toda la suavidad que le había faltado al mediodía, al fin me besó.
Sus labios ardían, el calor me sofocaba y el recorrido que emprendieron sus manos por mi espalda, me enloqueció.

Estaba abandonada, el cuerpo no ofrecía resistencia y mi cabeza no pensaba en nada. En el pecho un cosquilleo indicaba que me pegara a él, que teníamos que estar juntos y así lo hice. Era tan familiar lo que sentía, tan perfecto y acogedor, que no podía razonar en que apenas nos conocíamos, que él era un cantante acosado por miles de mujeres y yo una mujer casada con hijos. Era una verdadera locura, pero imposible de frenar.  

Pero era mi alma la que quería más, la que clamaba por él y la que me indicaba qué hacer y cómo.
Palpé cada centímetro de su pecho y perdí la noción del lugar y el tiempo. Mi instinto estaba seguro que él también quería más y por eso me obligó a actuar con mucha seguridad.

Eres mi mujer retumbaba en mi cabeza desfrutando  del beso que se intensificaba, transmitiéndome comodidad, bienestar y la confianza necesaria para acariciarlo y sentirlo sin restricciones. 

Algo frustrada me di cuenta que sus labios se cerraban, pero al instante entendí el por qué. Como a kilómetros de ahí alguien golpeaba una puerta.
Me miró, hizo el amago de levantarse, pero con una voraz sonrisa volvió a besarme. Le acaricié la nuca rebosante de felicidad por sentirlo sofocado, agitado y ansioso.

−No temas –me dije mientras presionaba su cabeza contra la mía en el mismo momento que su boca se abría en todo su esplendor. Y un gemido compartido rasgó el silencio. Fue glorioso. 

Estaba en el paraíso, invadida con una dicha gigante y vanidosa, hasta que los golpes, que se hicieron oír más fuertes, volvieron a interrumpirnos. Esta vez, y de muy mala gana, se levantó y caminó hasta la puerta. De espaldas a mí, puso sus manos en la cintura, levantó la cabeza, miró hacia el techo en señal de fastidio y sin abrirla habló:

−No voy a bajar
−Pero tenemos que arreglar los últimos preparativos.
−Hasta mañana.
−Pero…
Y no se entendió ni una palabra más ya que tocando un botón del equipo de música próximo a la puerta, “Crazy” de Aerosmith comenzó a sonar.

Se giró y por unos momentos creí que de ahí no se movería. Suspiró y cuando sus ojos turbios se encontraron con los míos pestañeó con lentitud, curvó apenas los labios y acercándose extendió su mano. Lo miré un vacilante segundo hasta que leí que todo iba a salir bien, que confiara en él. Sus dedos me tentaban, quería sus caricias en mi piel, entrelazar mi mano con la suya y no soltarla más, quería tocarlo y por todos lados. Volví a sus ojos, “voy a sufrir” le dije.

−Ven conmigo, por favor −Su voz sonó calmada, protectora, confiada.
No pude analizar la situación ni un segundo más. Hechizada ante su expresión, me levanté y caminé como una sonámbula.
−Abrázame −murmuró a modo de secreto cuando llegué a  centímetros de distancia− abrázame con ganas…
Sonreí, su pedido era innecesario, pero estaba tan  cargado de ternura y ansiedad que me emocionó. Respiré profundo, apoyé la palma de mi mano en su corazón y palpé los latidos.
Volví mis ojos a él. Un músculo te tensó en su mejilla.
−¿Sabes qué dice la canción? −solo logré negar con la cabeza.

−“Esa clase de amor, convierte a un hombre en esclavo” “esa clase de amor, envía a un hombre directo a la tumba”
 Tragué saliva y le sonreí. La melodía me transportaba a otra dimensión y su voz ronca, ahumada, traduciéndome la letra, poco a poco me convirtieron en la mujer que nunca jamás había sido. Con nadie.

Apoyó su mentón en mi sien y abrazándonos con fuerza, continuó en mi oído.
−“Si, ahora nunca seré el mismo” “me vuelvo loco, loco, nena me vuelvo loco” “estoy perdiendo la razón”

Con suavidad le acaricié la nuca y mi cuerpo se moldeó al suyo.  Saqué el aire que tenía contenido con un suave sonido entre mis labios mientras le daba un portazo mental, al miedo que me producía estar en brazos de alguien como él, con su fama, su larga trayectoria y experiencia. 

Nos movíamos con lentitud, la canción terminaba y mi alma se fundía en su pecho como lava caliente y roja. La habitación giraba y en un irracional impulso, levanté la cabeza en busca de sus labios.
−Estoy hechizado −murmuró con el mentón apretado− no pienso, solo me dejo llevar…

Le sonreí transmitiéndole comprensión. Era lo mismo que sentía, “hechizada” fue la definición más acertada.
−¿Te puedo pedir algo?
−Sí −respondí a duras penas−, claro.
−Cierra los ojos un momento hermosa −habló en mi oído mientras su mano caliente me rodeaba el cuello−  ¿lo has hecho?

−Si…
−Bien, ahora quiero que recuerdes todo lo que sabes de mí antes de llegar a esta casa.
−¿Qué…?
−Hazlo, por favor.

Con desgano, retrocedí a Buenos Aires donde escuchaba sus discos, cuando esperaba ansiosa alguna entrevista en la radio, o el estreno de sus videos y a las tardes que le dedicaba para ver una vez más, el documental de su vida que tenía grabado.

−¿Lo tienes? −su respiración dentro del oído me volvió a la realidad.
−Si.
−Bien, ahora quiero que olvides todo −estaba a punto de protestar cuando mordiendo el lóbulo de mi oreja volvió a hablar− olvida el artista que represento porque nada tiene que ver con el hombre que en este momento te abraza −se interrumpió para besar otra vez mi piel− que te besa…, que te desea con desesperación.

Emocionada le permití a mis manos que se movieran sin tapujos, que se resbalaran de los hombros hasta su garganta, deslizándose sin censura y con atrevimiento.
−Nada tengo que ver con él.
Cuando mis dedos llegaron a la vena de su cuello levanté la cabeza para contemplar su febril mirada y la rapidez con que se desmoronaba su autocontrol. Ardía y por mí. Empoderada como nunca, me puse de puntillas y al fin lo besé.  

Gemí, aturdida y extasiada.
Eliminé a Leandro de la mente y me dejé llevar.
Las manos serpenteaban implacables, mientras ladeábamos la cabeza para profundizar en el volcán que creamos al unirnos.
Nuestras caderas se balanceaban despacio, sin apuro, sus dedos subían y bajaban por mis vértebras y el mundo se paró.

Mis labios emprendieron un camino invisible de besos hasta el lóbulo de su oreja, mientras la voz de Dani me retumbaba con claridad.

−No estas disfrutando el hoy, por lo que vas a sufrir mañana. ¿De verdad dejaría que eso ocurriera?
−No –pensé en el preciso momento que su voz humedecía mi cuello.

−¿Estas a gusto conmigo?
−Estoy entrando en otro mundo.
−Dios…, qué ganas de ti que tuve todo el día.
Con ese mágico susurro flotando entre nosotros, cerré los ojos y escondí esas palabras en los más profundo de mi ser y para siempre. Me entregué al momento sin pensar en nada, sin medir consecuencias y su vida y la mía se esfumaron en el aire.

La presión de los dedos en mi espalda dejaban huellas, el ruido de su respiración vagaba por mi oído y sus besos fundían mis labios.
Sin entender la música, las canciones continuaban. El atardecer hizo acto de presencia sombreando la habitación, mientras nos besábamos a libre demanda, conociéndonos, explorándonos.

−No sé qué me pasa −parecía hablar más para sí mismo− pero esta confianza, esta necesidad que siento, no es habitual.
−Yo siento lo mismo Enrique…
−Kiki.
−¿Cómo?
−Kiki me llamaba mi abuela y es como dicen los íntimos.
       −Y yo soy…
−Mi mujer.

Sonreí insegura y repetí su nombre advirtiendo cómo se le cristalizaba la mirada. Por un fugaz segundo le temí, porque todo su semblante se endureció, su puño se cerró posesivo en mi nuca y un tono ronco me ordenó.
−Dilo otra vez.

−Kiki.
−¿Qué me estás haciendo, Medusa? –susurró antes de invadir mi boca de la manera más imperiosa y sensual que pudiera experimentar.

Seguimos bailando casi en penumbras, respirándonos, acariciándonos, hasta que la energía cambió y una brisa electrizante me informó que estábamos al límite.

Tomó fuerte mi cara, me dio un beso rápido y separándose los centímetros justos y necesarios, se quitó con apuro la remera, la tiró a la alfombra y volvió a rodearme.

El calor de su pecho me quemó y obedeciendo a un primitivo impulso, trepé por su cuerpo besándole con ansias la barbilla.

La masculina respuesta de placer no se hizo esperar, estábamos tan juntos que era imposible ignorar su rigidez, grosor y largura. 
−Te deseo −dijo masajeando mis anhelantes pechos− mucho.
Tiré hacia atrás la cabeza como una muñeca desarmada en busca de aire fresco ya que el placer era sofocante, pero fue en vano, la atmósfera  estaba cargada, caliente y espesa.

Hundí un poco más las uñas en sus hombros intentando aferrarme a la realidad y él, casi con brusquedad me tomó la cara.
−Mírame.

Sus ojos estaban vidriosos, apasionados, tormentosos. Anonadada por su imagen, articulé una sola palabra. 
−Dios…
−¿Dios, qué?
Las palabras se me atragantaron ya que no me animaba a decirlas, pero él no cedió.

−Dime qué estás pensando, por favor.
−Siento que… −hablé extasiada con sus mejillas enrojecidas y la tensión que encerraba esa mandíbula− siento que estoy volando…, o a punto de hacerlo.
−¿Tienes miedo?
−Creo que no.

−Volemos entonces −con un rápido movimiento, interpuso su mano entre nuestros cuerpos y desabrochó su jeans−…que no puedo más.

Me tomó fuerte por la cintura y me apretó contra su ser. Sintiendo un agradable dolor cerré los ojos y fue como si un rayo de sol penetrara directo en mis entrañas.

Me dejé llevar hasta la cama, pero hubiera ido directo al fin del mundo entre sus brazos. Se acostó a mi lado y mordisqueó uno de mis hombros a la vez que me acariciaba las caderas. En esa misma posición, me sacó la camiseta mientras su fuerte mirada se posaba en mi pecho. Con el índice y el pulgar, bajó muy despacio los breteles de mi corpiño.

Me sonrojé. Me sonrió.
Con una mueca comprensiva, nuestras pieles se hicieron una y al hundirnos entre los almohadones, un vaho cargado de su aroma, brotó del colchón.

Mi pecho burbujeó. Mis pies se encontraban al borde del precipicio, estaba perdiendo el equilibrio y supe que ese momento marcaría un antes y un después en mi vida. La intensidad de la situación me dejó claro que no sería una experiencia más en mi vida, sino que estaba frente a  “la experiencia” que determinaría el rumbo de mi futuro.

−No te alejes cariño… −su voz me envolvió para dejarme una clara promesa− que será maravilloso.

Pero así y todo, una rara señal de alarma se despertó en mí cuando desabrochó despacio mi jeans y el tacto de sus dedos, me sobresaltó. Atento, levantó la cabeza de mi pecho dejando a medias las hileras de besos para mirarme, acercarse a mi oído y murmurar un inflamable:

−Dame permiso.
Era ahora o nunca.
El deseo quemaba nuestras pupilas, la garganta se me secó y temblé ante el salto que estaba a punto de dar.  Sintiendo sus dedos juguetear en mi ombligo simplemente me asusté, la temperatura comenzó a bajar y en mi mente se agolparon los primeros reproches.

−Dime que si –ordenó como si las negativas no formasen parte de su vida.

Intenté cerrar mis miedos con candado, pero salieron a la luz igual. No solo el desnudarme ante alguien que poseía una descomunal experiencia sexual después de los embarazos me incomodaba, el cruzar el umbral de la infidelidad y serle desleal a Leandro, también se disputaban el primer puesto.

−¡No puedo! −Dije aterrorizada y confundida− perdóname, pero no puedo.






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