viernes, 28 de noviembre de 2014

Capítulo 9



Tocó dos veces la bocina, destrabó las puertas y bajó saludando con verdadero cariño al hombre mayor que salió del pequeño yate casi a oscuras. Luego de reírse un poco y fingir con los puños cerrados un  combate de box, me dedicaron una breve mirada.

El hombre, al percatarse de mi presencia, se apresuró a abrirme la puerta y con mucha formalidad, se acercó para guiarme hasta el pie de la pasarela. Kiki esperaba con una mano en el bolsillo, escoltado por su aura de seguridad y la aprobación brillando en la mirada.

     −¿Está todo listo? −Le preguntó mientras me abrazaba por la cintura.
      −Sí, claro, todo.
    Desvíe un momento la vista por el barco tratando de descifrar si ese era el lugar de la reunión o si sería otro medio de transporte pero su voz me interrumpió.

      −Juan Manuel, ella es…
      −Patricia. −Repuso el aludido.
      −Sí −estaba sorprendida−, ¿cómo sabía mi nombre?
      −Me lo dijo Paulina hoy al hablar por teléfono.

    El hombre cincuentón, de cabello entre canoso, me dedicó una divertida mirada, él era eficiente ante los requerimientos del señor, lo vi en esos ojos negros y profundos. Lentamente sus labios dibujaron una sonrisa mientras solicitaba otra vez mi mano para besarla.

     −Un gusto.
    −Muchas gracias, que galante. −Dije con una amplia sonrisa a la que él se la quedó mirando con intensidad. El momento se electrificó y un denso silencio serpenteó entre nosotros. Kiki ejerció una delicada presión y me pareció advertir un imperceptible gemido.

     −¿Qué tienes que hacer esta noche? −Bromeó  rompiendo la invisible burbuja que nos encerraba.
       Los dos reímos mientras Kiki carraspeaba.
      −¿A ti que te parece? −e intentó parecer serio.
     −Era una broma. –Aclaró, mientras me guiñaba un ojo y hacia señas de que luego hablaríamos.

        −Ni se te ocurra. −Le advirtió Kiki con su típica risa.
Le encargó el coche y con un gesto cariñoso, le dio a entender que estaba todo bajo control. Cuando el motor volvió a rugir nos miramos con complicidad y emprendimos el arribo.

Nos giramos y subimos por la pequeña pasarela. La cubierta se encontraba desierta y en penumbras, nuestros pasos se mezclaron con el suave ruido del agua golpeando en las distintas embarcaciones y mis pulmones se llenaron de olor a mar.

    −¿A dónde vamos? –Y desconfié del silencio−. ¿O me vas a decir que esta es la reunión?
    −Sí −me abrazó por la espalda para hablar en mi oído−, esta es nuestra reunión. ¿Te sorprendí?
      −Me sorprende y me alivia. Ahora sí me voy a relajar.
      −Esa es la idea.

     Besándome con ternura la mejilla, tomó mi muñeca y fuimos hasta la cabina de mando. Ahí me senté en una banqueta al lado del panel de control, él pasó por detrás y salió para quitar la pasarela y cerrar una pequeña puerta. 

    Caminó cerca de la baranda y asegurándose que estaba todo bien, escuché que saludó a Juan Manuel que regresaba de guardar el coche. Se giró meneando la cabeza y mordiéndose el labio inferior, llegó hasta mí y tocando un botón, empezó a enrollar la cadena que traía el ancla. Había poca luz pero su seguridad me hizo sentir tranquila, se notaba que sabía lo que hacía.

     −Este hombre no cambia más. −Dijo sin sacar la vista de enfrente.
      −¿Quién? ¿Juan?
     −Se llama Juan Manuel. −Me corrigió.
     −Le dije Juan para cortarlo un poco, ¿cuál es el problema?
     −Que me pongo celoso –habló sonriendo casi avergonzado−, primero Gaby y ahora Juan.

   −¿De verdad me crees capaz de pensar en otros hombres?
   De pronto su semblante cambió, los ojos le brillaron en la noche y con voz enronquecida, habló.
−¿Serías capaz de pensar en otro cuando hagamos el amor?
      Silencio.
      −¿Fantasear?

Él solo movió lentamente la cabeza de arriba hacia abajo mientras su respiración se espesaba. Me sentí un poco tonta al hablar con tal sinceridad, pero no pude resistirlo.

       −Yo…, nunca pienso en nada…, cuando…
     −Tranquila, déjalo en mis manos –susurró apretando con fuerza uno de mis pechos. ¿En qué momento su mano llegó ahí?−. Conmigo vas a derribar todas esas paredes.

      −¿Y…, me va a gustar? −Y cerré los ojos ante el escalofriante pellizco que sentí.
      −Me vas a rogar más, cara.
Su boca saqueó la mía con un incendiario beso que me hizo perder las fuerzas de los músculos.

     −Vamos… −susurró respirando sobre mis labios húmedos−, que estoy más que ansioso porque empiecen las clases.

Antes de alejarse me apretó la cintura contra su dureza, por si me cabía alguna duda.  

    Mientras tomábamos las riendas de nuestras emociones, se colocó otra vez frente a la cabina de mando y, escuchando unos bocinazos de despedida, comenzamos a movernos.

     −¿Te tiene mucho afecto, no? −Sonreía con ternura mirando por la ventanilla. 
     −La verdad que sí, Juan Manuel se encarga de mi tiempo libre, es mi organizador de escapadas. −Terminó riendo.

    Lo abracé por la espalda y la palabra “tiempo” me hizo acordar que el nuestro, se nos escurría como agua por las manos y que nada podíamos hacer solo, disfrutarlo al máximo.

    Durante el recorrido, me mostraba partes de la cuidad, mansiones de personajes públicos y me contaba anécdotas vividas con amigos. Habló de sitios donde paraban la embarcación y hacían sus escapadas y sus bromas. Entre risas, llegamos al lugar donde él tenía pensado apagar los motores y tirar el ancla.

Tomados de las manos fuimos hasta la baranda y, respirado la brisa del mar, nos quedamos viendo unos instantes en silencio la ciudad desde el mar.

−Qué linda vista hay desde aquí. −Dije casi con un suspiro.
−Me alegro que te guste, quería que estuviéramos solos y en un lugar tranquilo.

 −Entonces señor Enrique, lo ha conseguido, como cada cosa que se propone en esta vida ¿no?
Me dio la impresión de estar buscando la respuesta mientras me miraba, como si quisiera contar muchas cosas y a la vez, no perder tiempo hablando de él.

     −Se puede decir que la mayoría de las cosas que me propuse las obtuve pero, sospecho que aguardan muchas otras a las que me voy a tener que resignar…

    Me abrazó con fuerza tomando mi cabeza con sus grandes manos y, cobijada en su pecho, me sentí segura, como si ese fuera el lugar donde debería permanecer toda la vida. “Eres mi mujer” −había dicho horas atrás−“mientras estemos juntos, eres mi mujer.” −Y así me sentía.

    Besó con familiaridad mi frente y haciendo un gesto, se ausentó unos momentos y volvió con dos copas de champaña.
     −Vamos a empezar brindando ¿Qué te parece?
    −Genial.

     −Porque viniste a ver a Paulina.
     Sonreí, nuestras copas chocaron y para no romper el hielo, no le recordé que no tomaba alcohol. Mojé apenas los labios y para mi sorpresa, la bebida era dulce.

    −¡Qué rico!.
    −Sabía que te iba a gustar. Me acuerdo todo lo que me contaste en la cena, en casa.
     −Y me encanta –susurré emocionada−, yo también me acuerdo cada palabra, cada gesto tuyo, fue todo tan mágico…
     −Creía que había visto todo en cruces con mujeres, he tenido fans en lugares que ni te imaginas pero el encuentro en la cocina fue tan inesperado como especial.

     Nos miramos con una sonrisa y bebimos un poco más, tuve un pequeño escalofrío y él con mucha ternura me llevó hasta la cabina otra vez. Nos sentamos y mientras terminábamos las copas, miramos la luna a través del cristal, disfrutando un poco del silencio.

     −Tengo algo para ti.
     −¿De verdad? −La luz de la luna brillaba en el esmoquin y en lenta sonrisa que me dedicó.

    −Sí, es algo que me llevó bastante elegirlo ya que quería que estos días perduraran en nuestros recuerdos. Busqué esto para que nos acerque a este lugar las veces que queramos pero, a la vez, que pase inadvertido para el resto del mundo.



Dejó la copa en un costado del tablero, hizo lo mismo con la mía y ante mi expectación, metió la mano en el saco y con suavidad me dio un pequeño estuche de terciopelo negro. Con sus manos envolvió las mías y el regalo, a la vez. Me miró de tal manera que me dejó aliento.

      −No estoy seguro de mis verdaderos sentimientos, hace apenas unos días no te conocía y a partir de la madrugada que llegué a casa, no dejo de pensar en ti, trato de concentrarme en otra cosa y no puedo. Estoy un poco confundido pero −hizo una pausa, el desconcierto brilló en sus ojos pero desvió demasiado rápido la mirada, respiró profundo y apretando sus manos continuó−, por eso pensé en pasar este tiempo juntos, solos y durante la mañana busqué algo que nos hiciera recordar para siempre, este viaje a la adolescencia que no buscamos y que nos sorprendió.

     −Estoy segura que sea lo que sea, me va a encantar y solo, porque lo elegiste tú.
    Me besó con una dulzura indescriptible, detuvo su boca sobre la mía y respiró, profundo, pausado y en ese instante lo sentí oprimido, confuso y mío.

La presión que ejercía con las manos se aflojó y algo temblorosa, levanté el estuche, lo abrí y me encontré con una piedra en un verde intenso que tenía tallada una E y una P. Era muy delicada, las letras románticamente enredadas, y con un tamaño discreto. Captando toda mi atención, las rocé con las yemas de los dedos y sonreí.

−Este es nuestro secreto −dijo mientras tomaba un cordón negro y la piedra se dividía en dos−, por separado no dicen nada. El que la ve, no entiende lo que hay tallada en ella, pero si la juntamos con la otra mitad, entonces si se resuelve el misterio.

Dejamos escapar una sonrisa amarga y nuestros ojos hablaron entre sí, los dos comprendíamos la realidad que muy pronto tendríamos que afrontar.

−Si alguien ve una E en tu cuello, te puedes inventar lo que quieras, si ven un P en el mío, se quedarán con la duda. −Terminó con una indiscutible seriedad.

Relajando su semblante y con suavidad, me puso el colgante, lo miró por unos instantes y acarició la piedra.
−No te combina mucho con el vestido, pero la elegí verde por la esperanza, que es lo último que se pierde.
−Me encanta −forcé una sonrisa mientras sentía sus dedos subiendo por mi garganta−, lo voy a llevar puesto toda la vida.

La mano llegó hasta mi mejilla y cerrando los ojos sentí esa fuerte energía que cuando estábamos juntos generábamos. Le puse su colgante y lo observé sobre la camisa blanca inmaculada.  

−Solo nosotros sabemos dónde está la otra mitad, solo los dos sabemos a quién pertenecen estas letras, y lo que representan −su voz sonó vacía y los ojos despedían  impotencia y frustración−. Cada vez que quieras volver conmigo, cada vez que me necesites o cuando desees mis caricias, tócala y me sentirás.

Tomó mi codo y me puso de pie, sentí su fuerza al rodearme con sus brazos y rozando mis labios continuó.
−Cuando me sienta adolescente, cuando te busque entre la gente y cuando te cele porque sé que vas a estar con él, tocaré la piedra sabiendo que la otra mitad esta en tu pecho y sentiré como ahora, que eres mi mujer.

No pude decir nada, su boca se posó en la mía que, cediendo a la presión, le dio permiso para entrar y demostrar la pasión que sentía. Sus manos masajeaban mi espalda y las mías no salían de sus mejillas. No sabía cómo acariciarlo, cómo demostrarle lo unida que me sentía a él y lo doloroso que iba ser volver a mi vida.

−Es mágico –respiró las palabras en mi oído−, solo con tocarlo, cierra los ojos y sentirás como se te eriza la piel y entonces, ahí estaré.

Tenía un nudo en la garganta que no me dejaba hablar, lo abracé con fuerza y apoyé la cabeza en su hombro.
−No sé cómo contarte lo que siento. –Y mi voz se quebró.
−No es necesario que me hables, te comprendo desde la primera vez que te vi. Sé que estamos conectados y no lo podemos evitar. 

      Llena de impotencia lo sujeté por la solapas y apoyé la frente en su pecho.   
      −¿Sabes que luna es hoy?

      −No. −Contesté confundida con la pregunta.
      −Luna nueva y una nueva etapa empieza para nosotros. No importa donde este el próximo mes, cuando sea luna nueva, te recordaré aquí mismo y tan hermosa como estas. Mis ojos buscarán la luna y mi alma buscará tu alma.

       Me besó con cariño la mejilla, cerré los parpados y las lágrimas rodaron hasta su boca.
−No amor, no quiero verte llorar.
−Es que, va a ser tan difícil mi vida de ahora en más…
      −Por favor, no llores. Vamos a disfrutar de la noche. Toda mi intención es que pasemos una velada inolvidable.

       −Y lo será. –Hablé secándome la cara. 
−Te podrías haber comprado un vestido verde ¿no? −Su voz sonó divertida.
       −Me probé uno.

      −¿Y qué pasó?
     −Parecía un dólar. −Su risa no se hizo esperar, me abrazó más fuerte y nos balanceó.
     −Cariño, ¿cómo vas a parecer un dólar? Yo hubiera apostado que vendrías de negro.

      −Me probé uno negro también.
     −¿Y con ese qué parecías? −Esa expresión seguramente la hubiera utilizado si hablaba con una niña pequeña. 

      −No nada, pero como creí que iba a haber más mujeres, pensé que sería común estar de negro.
−¿Se puede saber cuántos te probaste?

    −No, eso es un secreto.
Entre risas y mimos pasamos una puerta y nos encontramos en una habitación alfombrada en tono del salmón, un sofá en forma de media luna lleno de almohadones blancos, una gran mesa perfectamente puesta, al lado de las ventanas que estaban cubiertas con vaporosas cortinas.

Teníamos platos fríos y variados, velas, copas y champagne en una hermosa hielera.

Dejó el saco en el sillón, junto a mi cartera y nos acomodamos para disfrutar de la noche. La cena fue informal y muy divertida, ambos intercambiamos anécdotas, él de sus fans y yo de mis hijos.

Después de mis lágrimas, tratamos de pasarlo lo mejor posible y poco a  poco lo conseguimos.
−Me encanta como se te cambia la mirada cuando hablas de los niños.
−¿Sí? Es que son mis tesoros, los amo con locura y son mi sueño hecho realidad.  
     
−¿De verdad?          
−¡Sí! ¿Viste que casi todas las nenas sueñan con ser mamá? Bueno, yo lo hice hasta los veintitrés que nació mi hija.
Reímos y haciéndome una seña de que él se encargaba, se levantó y en una pequeña cocina preparó café.

     −Se nota lo que sientes por ellos −dijo levantando el tono de voz−, yo espero que algún día me pase. Me encantaría ser padre.
     −Seguro que llegarás a serlo.

     −¿Y cómo lo sabes? −Preguntó dejando los pocillos de café en la mesa.
    −¿Acaso todos tus logros no los soñaste antes? –Dije de inmediato antes que el subconsciente me traicionara y contestara un: yo te los daría con todo gusto.

     −Sí −habló pensativo−, seguro que algún día llegarán.
Saqué los cigarrillos de la cartera y me hizo un gesto de reproche, pero le rogué.
      −Uno, uno solo. Por favor.

     −Está bien Medusa –contestó con los ojos en blanco−, con esa sonrisa consigues cualquier cosa de mí.
      −Cuéntame una cosa, ¿cómo es eso de Juan? ¿Qué es tú…?
     −Mi organizador de escapadas, y se llama Juan Manuel.
Me aclaró señalándome con la cucharita.
     −Bien Juan Manuel –enfaticé burlándome–, háblame sobre eso.

     −Bueno, hace cerca de seis años que está conmigo y aparte de otras cosas se encarga de esto, de prepararme el terreno para el desenchufe, con amigos o solo. Él sabe que cuando estoy cansado de mi vida, lo llamo y me arma este tipo de salidas.

−¿Como la comida y los detalles…?
−Sí, pero lo que quiero comer o beber y esas cosas se las digo yo, él solo lo arma y luego se encarga de dejar todo como estaba. Pero es necesario, mi huracán, mi adrenalina me limita mucho en el ocio, entonces cuando quiero salir a navegar, a andar, a caballo o ir al cine, él organiza el cómo.

       −O estar con una mujer…
      Las miradas se cruzaron, un fogonazo apareció en su marrón profundo y algo parecido al desafío se instaló entre nosotros.
     −O con mujeres.

    Su profunda voz, lejos de enojarme y de alguna manera inexplicable, acaloró el ambiente y por más que luché,  imágenes sexuales se instalaron en mi mente excitándome. 
Una de sus cejas se levantó, ¿seguirás indagando?  Pero no, no fui tan valiente.

     −¿Qué te parece si bailamos un poco? −Propuso relajado.
      −Bien. −Asentí apagando la colilla.
Se levantó y tocando unos botones del imponente equipo de música su última balada empezó a sonar.
"Mírame por favor, aquí estoy con mi dolor..." 

     −Cómo me gusta esta canción. –Exclamé apoyando la cabeza en su hombro.
       −Es el único motivo por el cual la estamos escuchando.

      −¿Hay algo que Paulina no te haya contado de mi…?
Bailamos abrazados, en silencio y le cerramos la puerta a Buenos Aires, a la despedida que pronto llegaría y a la cuenta regresiva. 

      −Voy a buscar una copa ¿quieres?
       −Por favor –contesté soñolienta−. Pero antes voy al baño.
       −¿Sabes dónde está?
      −No.
     −Pasando el dormitorio, por esa puerta.

Seguí sus indicaciones, atravesé la habitación y caminé cerca de una enorme cama de hierro negra que resaltaba con el cubrecama con volados en un beige muy claro. Sobre los almohadones, unas cuantas rosas blancas atadas con un moño color crema que, en cuanto salí del baño, me acerqué para tocarlas.

−¿Las contaste?
Su voz hizo que girara la cabeza para encontrarme con la portada de alguna glamourosa revista. Estaba en la puerta  apoyado sobre el marco, sus manos descansaban en los bolsillos del pantalón, con el moño deshecho y dos botones de la camisa desabrochados.

−No. –Y su varonil imagen no me permitió formar una coherente oración. 
−Es una por cada día que pasaste en mi casa, siete.
−Son hermosas y mis flores favoritas, pero… −las palabras se negaban a salir, las miradas se mantuvieron y la tensión flotó en el ambiente− no son siete días.

Levantó las espesas pestañas y en sus ojos solo había lugar para el asombro, cambió de postura irguiendo la espalda, cruzando los brazos en el pecho y separando sus pies, ocupó la única salida que podría tomar en caso de huida.

−Yo vine por cinco. 
En medio de un silencio agobiante, movió medio centímetro la cabeza, entornó la mirada y murmuró.
−Eso quiere decir que…

−Que mañana me voy. −La oración me dolió al salir y, lo más parecido a una gota helada de lluvia, recorrió mi columna.
Los ojos estaban inmóviles en mí y los míos en los suyos, era una silenciosa conversación

¿Cómo mañana? −Parecía escuchar.
−Lo siento… −decían los míos angustiados.


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