viernes, 28 de noviembre de 2014

Capítulo 7




Con el corazón galopando y sin meditarlo siquiera, de un salto me encontré de pie cerrando el pantalón. Él se quedó en silencio, mirándome desde la cama, apoyado sobre un codo con su jeans abiertos y el torso desnudo. La imagen no podía ser mejor, pero mi cuerpo reaccionó alarmado. Dios, tengo que irme de aquí,  me repetía avergonzada. Muy avergonzada. 

−¿Qué pasa? ¿Hice algo que te molestó? −Su tono demostraba contrariedad, preocupación y ternura.
−No.

Mi voz se cortó cuando se incorporó para acercarse. Se detuvo dándome tiempo para que me explicara un poco más y, como no sucedió, deslizó las yemas de sus dedos desde mis codos hasta los hombros. Una y otra vez. 

−Estas fría, y nerviosa ¿es por mí?
−¡No! No es por ti. −Mentí tratando de hallar la frase correcta, pero la voz se me quebró. ¿Qué podría decirle sin quedar como una tonta?

−¿Es, por él? –Ladeó la cabeza buscando mi mirada.
−No −contesté abrazándolo con fuerza, reclamando calma en su calor, en sus latidos−, es que me siento confundida. Creo que no estoy preparada, creo que… −intenté continuar apoyando la frente en su pecho pero, al no lograrlo bajé los hombros derrotada−, pensarás que soy una tonta, una adulta comportándose como adolescente, insegura y aturdida.

La voz me temblaba, la garganta dolía y al levantar la vista le demostré que no hallaba las palabras justas. ¿Cómo explicarte algo que ni yo entiendo.

−Cariño −habló casi divertido−, ¿es por eso? Ven aquí −me apretó contra su torso mientras me llevaba los puños a su espalda−, abrázame, no te agobies. No hay apuro, estoy deseando entrar en ti pero…, quiero que sea placer para los dos. Bueno, para los dos no, en verdad, quiero que sea más tuyo que mío, pero podemos esperar ¿sabes?

Sus palabras sonaron tan sinceras que tuve que contener las ganas de llorar. No podía hablar y contrariada, decidí alejarme de él, salir de ese cuarto y correr hasta el aeropuerto, pero la fuerza de sus músculos, lo impidió. Sus brazos se tensaron y el tono se endureció.

−No te vayas.
−Es que no me siento cómoda… −traté de sonar convincente.
−Por favor, no te vayas.

Lo miré de inmediato. Es imposible que seas mío. ¿O no? Pero lo realmente imposible era desobedecer a esa autoridad natural y rapaz que lograba desplegar en un simple parpadeo. El artista seguro y determinante era el que me lo había pedido. Titubeé y su instinto masculino aprovechó ese indicio de duda para persuadirme.

−Ven.
Sujetándome la muñeca, tiró sin dirección casi todos los almohadones al suelo y, con una endiablada sonrisa, se volvió.
−Prometo no hacer nada, que tú no quieras −aclaró con picardía−, seré un buen chico. Quédate conmigo, charlemos, miremos una peli, hagamos lo que tú quieras, pero por favor, quédate conmigo.

Me relajé al punto de divertirme por un instante con esa expresión de hombre-niño y confiando en él, sentí que nada malo podía pasar.

 Todo irá bien leí en su mirada y me desarmé ante su presencia. Cedí ante su leve tirón y con tranquilidad me acosté en la cama que seguía impregnada con su aroma.

−Sigues fría, ¿quieres taparte?
−No, ya se me pasará.
−No, de eso nada, espera.

Fue hasta el placard, mis ojos no se pudieron apartar de la espalda cautivante y varonil que cambiaba de forma mientras sacaba una manta liviana y suave. Riendo más relajados, nos cubrimos y disfrutamos un poco de Bon Jovi que cantaba desde el equipo de música.

Acostados de lado, nos dedicamos una intensa mirada donde leí una aguda curiosidad por saber con exactitud qué me había ocurrido, pero recordando que mis nervios aún estaban sensibles, se apiadó de mí. 

−¿De verdad no tendrías que bajar?
−Lo último que me apetece en este momento es trabajar, cariño −fue sincero y pícaro a la vez−, ¿a ti, te gustaría que bajara?
−La verdad es que no sé qué quiero.
−A mi hay veces que me pasa también…

−¿Sí?
−Si, en varias ocasiones me siento en encrucijadas y no sé para dónde agarrar.
Nos miramos con una complicidad difícil de describir. Me estaba abriendo su corazón dejando atrás al artista consagrado, seguro y exigente para contarme que era un hombre más, con dudas reales. 

No hablamos del tema en las horas siguientes ya que consiguió que me relajara charlando entre abrazos y caricias. Me reí de anécdotas e imprevistos disfrutando de la comodidad de su pecho, de las cosquillas de sus besos y el calor de su cuerpo. Prometió ser un buen chico, y cumplió.

Hubieron momentos de verdaderos silencios, donde nos recorrimos con las miradas y nos mimamos con las yemas de los dedos para mantener viva la llama que encendimos horas atrás.

Sentía la profunda necesidad de disfrutarlo, de saborearlo, de gozar con la vibración que corría por mi cuerpo al ser explorada por sus manos pero, los miedos en ningún momento desaparecieron. Aún reconociendo la inexplicable conexión que crecía a cada  minuto, seguía nerviosa.

−Qué bien me siento aquí. Necesitaba un poco de paz −comentó acostado boca arriba, con su brazo debajo de la cabeza y la vista en el techo−, la cabeza no me paró en todo el día.

−Ni a mí −contesté con los labios apoyados en su pecho−, en la playa no dejaba de saborear tu beso, tu abrazo.
−A mí me pareció tan brusco, me sentí mal, no sé…  −hablaba observando algún punto interesante en la pared− estuve toda la mañana buscando la forma de acercarme, de besarte porque era algo que deseaba hacer, pero se dio tan…

−¿Espontáneo? −terminé por él la frase.
−Espontáneo, como “todo” en nosotros. –Al fin regresó a mis ojos.
−La verdad el haberte conocido a la madrugada, develada, sin saber que era tu casa y despeinada… −las risas me interrumpieron− no sé si llamarlo espontáneo, natural o desopilante.

−Eso es algo que me cautivó desde el primer momento.
−¿De verdad?
−Sí, porque cuando salgo de aquí, siempre estoy preparado para que alguien se me quede petrificado, mirándome o llorando −dijo con cierto grado de incomodidad−, pero en mi cocina, ¡a las dos de la mañana! ¡Comiéndote mis bombones! Eso no lo esperaba.

−Nos tendrían que haber filmado. −Exclamé recostando mi cabeza en su torso.
−Sí, tu cara cuando te diste vuelta, no me la voy a olvidar nunca. −Se hizo un silencio tenso, yo tampoco iba a olvidarme de él mientras mi corazón latiera.

−Y esto no me pasa todos los días ¿Sabes?
−¿Qué cosa?
−Esto, de tratar de hacer el amor con una mujer que me gusta mucho, no poder con ella y además estar hablando en mi cama como viejos amigos.

No pudo continuar por las carcajadas. Me rodeó con fuerza a la vez que mi estómago rezongaba a voz viva. 
−¿Qué fue eso? ¿Qué comiste hoy? –Frunció el ceño incorporando la cabeza para mirarme mejor.
−La verdad, comer, lo que se dice comer, nada.

−¡¿Cómo nada?! Ahora mismo lo arreglamos. −Se sentó al instante en la cama, tomó el teléfono y llamó.
−No contesta nadie ¿Qué hora es?
−Las once de la noche. −Exclamé sorprendida mirando el reloj de su muñeca.

−Pues nada, vamos a tener que bajar nosotros a comer algo.
Así, descalzo, con su pecho al descubierto y tomados de las manos entramos a la reluciente cocina. Abrió la puerta más angosta de la nevera y mientras se decidía, suspiré abrazándolo por la espalda y besando su hombro. Acarició mi mano con la suya y deliberaba.

−¿Qué te parecen unas hamburguesas?
−Sí −contesté entusiasmada− ¡qué rico! con tomate, mayonesa, lechuga…
Tiró despreocupado la caja de carne congelada que resbaló en la mesada, y con un rápido movimiento, me envolvió sonriente en un brazo.

−Me vas a volver loco.
−¿Yo?
−Sí, tú, que eres una mujer que me atraes por tu aura, por tu madurez e inteligencia y, porque cuando quieres, eres una niña espontánea y sumamente alegre. −Quedó pensativo unos instantes mordiendo su labio inferior.− Seguro que eres una madre perfecta, alegre, cariñosa y muy protectora.

Me miró con una chispa de tristeza y sin decir nada más, ambos recordamos que todo tenía un fin y que el nuestro, muy lejos no estaba. No sabía qué contestar, sólo lo miraba tratando que esa expresión quedara grabada a fuego en mi memoria, deseaba estar segura que en los próximos años, al cerrar los ojos, lo tendría tan nítido como en ese instante.

Meneó la cabeza, tal vez para despejar sus propios pensamientos y comenzamos la aventura de cocinarnos. Nos repartimos las tareas y como resultado saboreamos unas gigantescas hamburguesas.

−¡Qué bueno nos quedó esto! −Exclamó tocándose la panza.
−¡Estaban riquísimas! Lástima que tienen tantas calorías.
−¿Te cuidas mucho en eso? −Preguntó limpiándose los dedos con una servilleta de papel.

−Sí, para que te voy a mentir, me torturo a diario con las dietas aunque lo único que consigo es frustrarme.
Con el rostro serio y su poderosa mirada, apoyó los codos en la barra para acercarse. 

−La verdadera belleza pasa por otro lado. ¿Sabes? Las mujeres nunca van a darse cuenta que cuando nos fijamos en ellas, el noventa por ciento es por la magia que se produce cuando dos personas se atraen, cuando hablan con la mirada, cuando su aura te encandila y, que nada tiene que ver con lo físico. Si se te acelera el corazón, necesitas estar con esa persona o los besos te transportan a otra atmósfera, ahí, nada tiene que ver la cáscara que nos recubre. Somos esencia.

−Sí –hablé cuando mi respiración reapareció−, pero a veces somos los seres más seguros de la tierra y otras, de lo más frágiles.
−Deberían confiar más en las pasiones que despiertan en nosotros −sabía que hablaba en general pero el mensaje era  directo−, en las ganas que nos da, tenerlas en nuestros brazos y hacerlas temblar. Nada es más placentero que ver a tu mujer volar alto, es un triunfo muy masculino, muy primitivo ¿sabes?

 −¿Por qué no? −Habló sofocada mi sensualidad entornando la mirada con alevosía−. Si no lo haces te arrepentirás toda la vida.

El mundo se detuvo, mi piel se erizó y el deseo flotó espeso entre nosotros. Acércate, escuché su muda voz. Dudé, pero un lento parpadeo me tranquilizó. No me temas, creí leer en la humeante mirada que me dedicó. 

Mi pecho subía y bajaba pesado en cada respiración y mi cabeza dejó de pensar, los deseos se multiplicaron y contuve una emoción repentina y potente. Su mano cubrió la mía transmitiendo compañerismo, comprensión y empatía.

−Tómate el tiempo que necesites.
Esa sola oración formulada en medio de unas envolventes caricias en el dorso de mi mano, me traspasaron el alma y dejé de ser yo. En ese instante comencé a ser una mujer desconocida con un libro en blanco donde comenzaría a escribir su historia.

Dejándome arrastrar por su febril magnetismo, solté su mano, me bajé y caminé hasta él. Sus labios se curvaron complacidos, abrió los brazos invitándome a acurrucarme cerca de su corazón, y así, protegida, envuelta y decidida me sinceré.

−Si me hubieras dicho esto a la tarde en tu cuarto…
−¿Por eso no me diste permiso?
−Sí, bueno, eso creo. Para mí no es fácil estar contigo, tienes tanto mundo recorrido que…

−¡Qué torpe fui! –Y me acarició con ternura el pelo−. Me faltó tacto, confié en que me despojaras por completo del artista.
−Lo probé −contesté levantando la cabeza−, pero cuando intentaste sacarme la ropa te vi en el escenario, rodeado de modelos, con mujeres que se desmayan en tus conciertos…

−Se desmayan por el calor cariño.
−Por lo que sea, la gente te ama, hace locuras por estar cerca tuyo.
−Lo sé. Y lo agradezco cada noche que me acuesto…, solo.
Y entonces lo comprendí. Él podía ser quién era pero su éxito estaba inundado de un profundo aislamiento.

−Mírame bien −susurró rasgando el silencio de la cocina−. ¿Sabes con quién estas?
Ladeé mi cabeza con el ceño fruncido porque en realidad no lo sabía.

−Soy un hombre, con un trabajo singular, disfrutando de la pasión que tengo por la música y que, como agregado, tengo una vida pública. Lucho a diario por encontrar intimidad, para estar en contacto con el mundo de la manera más natural posible, y ahí entras tú.

Pocas veces me topé con una sinceridad tal. El miedo intentó minar ese sublime instante, pero le fue inútil, la batalla estaba perdida desde la primera noche. Esa intimidad tarde o temprano sucedería, ya que eran nuestros cuerpos los que se reclamaban y ahí la razón no tenía cabida.

−Ven aquí. −Dijo tomándome la cara para besarme de esa forma que me hacía perder la cabeza−. ¿Por qué no me lo dijiste antes? −Susurró sofocado entre mis labios−. Creí que era otra cosa. Lo primero que se me cruzó por la mente fue tu familia, pensé que era algo con lo que no podía luchar.

Impulsivamente lo callé, al igual que hice con mi sentido común. Me puse de puntillas, tomé su cara con las manos y con ardor, lo besé. Gimió, acarició todo lo largo de mi espalda y presionó su hinchada masculinidad contra mi vientre.

De pronto interrumpió el beso, arrastró sus húmedos labios por mi mejilla y se bajó de la banqueta.
−Lo de hoy tiene arreglo ¿sabes? –Preguntó con su voz enronquecida.

−¿Sí? Pero, después de comer ¿no hace mal?
Sonrió con placer y meneando la cabeza exclamó.
−¿Qué voy a hacer contigo?
−Lo que quieras.

Lo silencié con un corto beso apagando una risa traviesa. Tomándolo de la muñeca lo llevé hasta mi cuarto atravesando el pasillo que estaba oscuro y silencioso. Llegamos a la puerta, nos miramos un instante y determinando que ya no habría vuelta atrás, la abrí.

−¿Aquí?  −Susurró juguetón.
−Sí, ¿por qué? ¿Alguna vez lo hiciste en el cuarto del servicio?
−Creo que no.
Llegué hasta la cama y tomando una fuerte bocanada de aire, me giré. Estaba apoyado en la puerta, esperando.

Y ese era mí momento así que disfruté con tranquilidad de su silueta que se dibujaba con el resplandor de la luna llena. 

Se había quedado estático. La iniciativa sería una decisión mía, cuando estuviera segura, no antes. ¿Y lo estaba? Suspiré.
Alejé cualquier amenaza que pudiera interferir en mis deseos y lo recorrí. Ahí estaba, solo con sus jeans gastados, descalzo, sin remera y expectante.

−Tómate el tiempo que necesites −habló jadeante–, tenemos toda la noche.
Finalizando la espera, me saqué la camiseta, caminé hasta él y me detuve a centímetros de distancia. Con una leve sonrisa de aprobación, las yemas de sus dedos dibujaron el contorno de mi rostro. 

Mis párpados cayeron con lentitud, sentía las huellas calientes que dejaba en mi piel. Aunque seguíamos separados, su tibieza me envolvió.

Poco a poco fui perdiendo kilos de la espalda, fruto de  miedos y viejos prejuicios, para dejar de ser yo misma y convertirme en parte de él.

Reaccioné cuando las caricias se detuvieron, abrí los ojos y aprecié el brillo en los de él. Se relamió y sus mejillas se encendieron poco a poco y, penetrándome con las pupilas, preguntó.

−¿Estás segura…?
−Sí −dije rodeándolo con todas mis fuerzas.
−Olvídate quien soy −su manos se clavaron en mi nuca, acelerándome el pulso−, quiero que recuerdes que solo soy un hombre, y que tú, para bien o para mal, eres mi mujer.

Su respiración recorría mi rostro erizándome el cuerpo y con un incendiario deseo, tiré la cabeza hacia atrás, abrí apenas los labios invitándolo y al no recibir respuesta, abrí grande los ojos.

−Qué linda estas así, esperándome −murmuró con su típica sonrisa de triunfo. Y esta vez fui yo la que exigió.
−Abrázame Kiki, abrázame con ganas.

Bajó los parpados y quemándome los labios con las pupilas, se acercó. Agitado y apasionado, su boca se encontró con la mía y saboreé, una vez más, el dulce néctar que derrama la fusión perfecta de dos seres humanos.

Con mucha dulzura palpé su espalda desnuda y advertí, sonriendo, un escalofrío. Besé la comisura de su boca, la tensa mandíbula y posé los labios en su garganta. Su pulso era rítmico, fuerte y sexual. Suspiró.

Se separó de la puerta y, caminando sin separar nuestros cuerpos, llegamos hasta la cama. Quedamos de pie, en penumbras, entre brisas abrasadoras y escalofríos de placer. De fondo nuestras respiraciones, nuestros gemidos. Mi cuerpo respondió solo ante el placer de sus caricias en mis pechos y enloquecí, cuando su mano fuerte bajó por la columna y con un brusco apretón me hizo sentir su dureza en todo su esplendor.

−Esta vez…, no me vas a dejar así,  ¿no? 
−No podría. −Contesté agarrando las presillas de su jeans con tanta fuerza como si mi vida dependiera de ello. Un dolor placentero me hizo temblar y como una adolescente perdí el control de mis actos.

−¿Estás aquí verdad? ¿Eres mía?
Apenas podía respirar, menos contestar. Las rodillas amenazaron con flaquear, pero mi cuerpo habló con elocuencia, las manos recorrieron solas el cierre de su pantalón y haciendo presión lo acaricié extasiada. Me apoyé en sus pectorales que por toda respuesta, temblaron, y creí desmayarme de placer.

Una sensación posesiva y territorial crecía en mí y no quería detenerla. Me sentí dueña, imposiblemente dueña de su calor, sus caricias, su dureza.
El masculino gemido subió aún más mi temperatura y esta vez fui yo la que desabrochó su jean. En ese momento, se separó de mí con una endiablada sonrisa y aseguró.

−Sí que estas aquí…, y eres mía, hasta la médula.
Me recostó sobre el colchón y apoyado en un codo su mirada acarició cada rincón de piel, el botón de mi pantalón cedió ante sus dedos y con suavidad nos sacamos la ropa.

Con pericia, se encargó de las sandalias, acarició la planta de mis pies con la palma de las manos, una y otra vez y un hormigueo hirviente subió por mis venas.

Con ternura y tomándose todo el tiempo del mundo, palpó con dedicación y esmero mis piernas. Sus caricias subían y bajaban a lo largo de ellas y el deseo creció sin control con cada roce. Cerré los ojos y disfruté del tiempo que tardó en subir desde mis tobillos hasta los muslos.

−Me gustan tus pies, tus piernas…, tu natural sensualidad.
Escuchando su voz grave, cerré los puños sujetando con fuerzas el cubrecama y mis sentidos se agudizaron al máximo. Su respiración flotaba en el aire fuerte, acompasada y espesa. Cuando su metro ochenta y seis al fin me cubrió, sus labios degustaron la piel sensible de mi garganta y lo recibí encantada.

Enrique desprendía fuerza, calor y urgencia. Sus codos se acomodaron a ambos lados de mi cabeza y la media sonrisa apareció, solo para torturarme con alevosía.
−Eres tan hermosa…
Me sentí plena, atrevida y más femenina que nunca. Le devolví la sonrisa, le enmarqué la cara con mis manos y lo besé.
Sabía a pasión, a travesura, a sexo.

−Exquisita −murmuró bajando por mi cuello− y adictiva.
Se deslizó despacio hacia abajo, con los brazos temblorosos y una masculina precisión. Con mi cuerpo arqueado le sujeté la cabeza, que se detenía en mis pechos haciéndome suspirar. Abandonada y excitada mis muslos se abrieron. Volvió a subir, se acomodó y con prudencia me miró.

−¿Me das permiso? −Lo preguntó con la voz entrecortada y asentí atormentada ante la eterna espera.
−No te escucho, cariño.
−Sí. –Afirmé algo avergonzada por la urgencia de mi tono.
Sin apuro y con una exasperante sonrisa dibujó una hilera de besos por mi cuello.

−¿Estas segura? 
Pero esta vez no hablé, sino que le facilité el trabajo a una mano temblorosa que guiaba a su miembro hasta mí.  
−¿Si? ¿Eres mía?  −Volvió a insistir.
Hablé gracias a la prisa casi angustiante que crecía en mi pecho.
−Kiki, por favor.
−Tus deseos son órdenes –masculló en mi oído−, y mis ganas descomunales.

El mundo se había detenido. Mis pies dejaron de tocar tierra y me lancé al abismo entre sus brazos. Apoyó su boca en la mía y su entrada en mí, no puedo describirla de otra manera que sublime. Empujando, entró fogoso, dominante e imperioso hasta lo más profundo de mí ser. Exhaló en mi boca jadeante y respirándonos gemimos juntos. Se quedó inmóvil.

Contuve la respiración, y me pareció una eternidad. Lo oí. Inspiraba entrecortado y disfruté sabiendo que era solo por mí. Me aferré a su espalda sudada, le clavé las yemas de los dedos, mientras un quiero más me quemaba en la garganta.  Volvió a salir. Se tomó su tiempo y en la oscuridad, creí que se trataba de una táctica sexual que no estaba dispuesta a soportar. Traté de atraerlo con mis brazos y levanté las caderas.

−Ya voy cariño…, sé lo que quieres. −Su voz era ronca, sensual y suplicante.
−Por favor… 
−Espérame, sino me controlo…, será corto −volvió a hablar− y quiero verte disfrutar. Horas.
Y entonces, entró otra vez.

 −Somos essence, somos uno,  ¿lo sientes…?
Cerré los ojos y miles de estrellas aparecieron.
Los besos me derritieron, embrujaron y esclavizaron. Tenía los labios soberbios, calientes y dominantes. La lengua se deslizaba atrevida en mi boca y los dedos posesivos inmovilizaban mi garganta.

Abrió apenas su boca sobre la mía y tomó aire. Nos miramos y con un compartido gemido, sentí su mano bajar hasta al pecho. Lo acarició con su mirada clavada en la mía y sonrió. Sonrió solo como él lo sabe hacer.

−Qué bella eres cara
Levanté mi cabeza para atraerlo, para obligarlo a besarme y él, se rindió sin objeciones.

Comenzó a marcar el ritmo y en  cada movimiento me llevó hasta lo más alto. La fuerza del viento parecía estar presente, elevándome hasta las nocturnas nubes que me acariciaban. La tempestad se estaba desatando, la habitación olía a mar, a bravura, a espuma entre las olas. 

El deseo que corría por nuestras venas era incontenible. Mi cuerpo se arqueó, mis dedos subían y bajaban por su espalda húmeda y desconecté totalmente con la realidad. Olvidé quién era, a qué se dedicaba, su lista interminable de amantes y hasta como se llamaba. Sólo sentí el calor, los movimientos, y la respiración de un hombre excitado.

El viento olía a él, a esencia, a deseo.
Fue tierno, apasionado y atento en extremo, se dio cuenta a la perfección lo que más me gustaba y yo traté de imitarlo. El peso de sus músculos me aprisionaba y aunque era el ahogo más exquisito de la tierra, en un arrebato lo tumbé de espaldas y me subí en él. Sonrió otra vez.

−Si. Así. Sé tú misma cara, que eres mía.
Tratamos de prolongar ese momento mágico que habíamos creado conteniendo de vez en cuando nuestros movimientos, hasta que un ronco:
−Vuela conmigo, cariño. −Obligó a abandonarme al inminente orgasmo.

   Mis manos estaban a ambos lados de su cabeza, aferradas a las sábanas. Arriba me sentí dominante, poderosa y casi felina.
Presa de una apremiante sensualidad, apenas advertí sus dedos en mis caderas dándoles las instrucciones precisas para moverse.

−No te detengas. −Volvió a susurrar.
−No podría.
 Tiré mi cabeza hacia atrás.
 Temblé sintiendo que el momento cumbre nos embriagaba, hasta que bruscamente se detuvo. Se incorporó y tomándome la cara con sus manos volvió a hablarme.
−Mírame, disfruta para mí.

Con algo de sorpresa lo obedecí y en esos segundos de éxtasis le clavé la mirada. El placer fue tan intenso que apenas pude tener los ojos abiertos y, cuando estaba descendiendo de mi cumbre, sólo entonces retomó los movimientos para liberar su orgasmo. En penumbras, y aunque estaba sofocada y exhausta, logré ver la victoria brillando en sus ojos.

Se tumbó otra vez llevándome con él y un sonido cómplice salió de nuestras gargantas.
El aire que entraba en mis pulmones no era suficiente, estaba ahogada entre sus brazos, pero lo tenía ahí, acostado abajo mío, casi sin aliento, hundiendo las yemas de sus dedos en mi espalda.

−Meraviglioso cara. −Escuché un italiano murmullo.
 Lo recorrí con la mirada, respiraba con la boca abierta, estaba sudado y sus ojos destellantes. Apoyé mi boca en su hombro, tratando de normalizar mi respiración y sus dedos se enredaron en mis cabellos. La temperatura comenzó a bajar y, poco a poco, volví del cielo.

De mala gana intenté acomodarme a su lado pero sacando fuerzas de algún lado, lo impidió.
−No. Te quiero así.
Sus palabras fueron remarcadas con un posesivo abrazo que me obligó a hundir la mejilla en su pecho, regalándome unos melódicos latidos en el oído.

−Dios ¿cómo lo lograste? –Pensé en voz alta.
−Te despojaste de todos tus límites ¿no?
−No sólo eso, nunca había mirado a nadie durante su orgasmo.
−Ni te habían mirado a ti, y te avergonzó ¿verdad?

Habló acercando al máximo sus palabras a mi oído. Ya no me asombraba que supiera con acierto lo que pensaba. No le contesté, sólo lo busqué con la mirada interrogativa. Seguía agitado con el marrón de sus ojos ennegrecido y sus labios curvados, me hizo un gesto cómplice y simpático.

−Sí, pero de alguna manera, pude hacerlo.
−¿Sabes qué pasó? Que cada uno dejó la cáscara para estar en esencia con el otro, eso es lo que logró que nos fundiéramos de esta manera. Estuvimos en cuerpo y alma.

Me estremecí. Reordené mis pensamientos y traté de continuar.
−Perdí la noción de donde estábamos.
−Y con quien, ¿Verdad?
−Exacto. −Dije advirtiendo su arrogante mueca.
−Te lo dije, se me dan muy bien los retos.
-Arrogante-. Y sonreímos en la penumbra.

−¿Habré gritado? −Hablé luego de una larga pausa. 
−Sí, dos o tres veces.
−¡Qué vergüenza…!
−No te preocupes cara, me los tragué a besos, y estaban exquisitos.

Disfrutando se sus palabras me reí con pudor y aprovechando que estiró los brazos sobre su cabeza, me acomodé al fin a su lado. Ya sea por reflejo o por sueño, él no tardó un segundo en rodearme otra vez, mientras que estiraba la otra mano libre para envolvernos con el cubrecama. 

−Estoy tan cansado hoy…
Me estrechó a su lado, besó mi cabeza y nuestros perfumes flotaron en el ambiente. Esa esencia me embriagó, su calor me acunó y con suma dulzura giró mi cuerpo, pegó el pecho en mi espalda y enredó los pies con los míos.

−Descansemos un ratito cara.
−¿Cara?  −Me pregunté qué significaba pero mi boca no se movió. Acerqué un poco más mi espalda a su pecho, me dejé anestesiar por su respiración en la nuca y en esa posición, atravesados en la cama, nos abandonamos a una pequeña siestita. 

 El ruido de la ducha me despertó, abrí un ojo y lo vi saliendo del baño, una toalla blanca le rodeaba la cintura y con otra más pequeña se secaba el pelo.
  −Buenos días amor.
 −Hola −Mi mente despejó del aturdimiento y me informó dónde y con quién estaba−, ¿no me digas que nos quedamos dormidos?

 −Si no quieres, no te lo digo −bromeó dándome un suave beso en la mejilla–, pero sí, son las once y media.
 −¡Qué tarde! −Exclamé y acomodando una almohada en la espalda me senté. Él tomó el teléfono y con una seña me indicó que escuchara también la voz que trinó del otro lado.

 −¿Eres tú Pato? ¡Te pedí que no toques el aparato! ¡Ahora voy a tu cuarto!
−Soy yo Paulina. −Dijo rotundo, aunque conteniendo las risas
−¡Ay! Disculpe…
−No pasa nada, ¿puedes mandarme dos desayunos por favor?
−Sí... claro. −Contestó confusa.

 Al cortar soltamos una risa cómplice y poniéndose los pantalones comentó.
 −¿Me puedes decir cómo salgo yo de aquí?
 −Por la puerta, eres el dueño de casa ¿no? −Riendo caminé hasta el baño envuelta en la sábana.

−Y como dueño de casa –me miraba por el reflejo del espejo mientras se abrochaba el jean−, te obligo a que te deshagas de esa ridícula sábana.
−¡Ni se te ocurra!
−Con lo hermosa que estas desnuda…

 Cerré la puerta ahogando un grito, no sabia si era por vergüenza o por la penetrante mirada. Entré en la ducha abatida, si bien jamás me propuse ser una mujer infiel, con este hombre la opción "arrepentimiento" no existía. Entonces, a disfrutar de los días venideros se ha dicho y cuando regresara a Buenos Aires ya pensaría. 

 ¿Me parece a mí o me llamó “amor”? Esa pregunta irrumpió en mi cabeza, así como una declaración en una entrevista donde aseguraba: “Por nombres me meto en varios líos, porque soy pésimo”  Así que sólo sería una forma de no equivocarse.

−¡Qué más da! Me lo dijo y punto.
 −Amor, ¿te falta mucho?
−No −alcancé a decir con una sonrisa−, ya salgo ¿por qué?
−Porque ya están los desayunos y si vas a tardar, los mando otra vez a la cocina para que no lo tomes frío.

    −No, ya casi estoy.
    −¿Te puedo ayudar?
    Lo sentí muy cerca, detrás de la fina cortina de baño.
    −¡No! −Exclamé sobresaltada−. Por favor, no lo hagas.

   −Como quieras –se notaba que la estaba pasando bien−, pero pronto podrás con esto también.
Saqué la cabeza de la ducha pero la puerta ya se estaba cerrando.

−¡¿Qué pretende este hombre!?  ¿Cambiarme por completo a estas alturas? Está loco.
Cerré la bata y secándome el pelo salí del baño. Él estaba agradeciéndole a Alejandra la agenda y la prensa que revisaba cada mañana. Caminé hasta la cama y miré con ansias la bandeja que tenía un suculento desayuno.

Le di un sorbo al café con leche cuando advertí en una esquina, tres bombones y una nota debajo que decía: “Encantado del momento en que te comiste mis bombones”. Sin pensarlo lo abracé por la espalda, se detuvo unos segundos en sus anotaciones, me miró de lado con la frente arrugada y me besó apresurado. 
−¿Estás bien?
      −De maravillas. −Respondí escuchando su risa.
     −¿Qué te pasa?
     −¡Nada, que ya te salió con tonito caribeño!
      −¡No, eso es mentira!
     −Sí, de maravilla chica. −Exclamó haciéndome cosquillas y besándome.

     −¡Me vas a hacer tirar todo! ¡Compórtate!
    −Está bien −fingió desánimo mientras se peinaba con los dedos−, ya te dejo desayunar pero antes, me vas a dar uno de tus besos…

Cuando casi habíamos terminado de comer le trajeron el celular que no dejaba de sonar. De mala gana habló mirando por la ventana, paseándose medio desnudo por la habitación y estirándose con pereza. Cuando cortó, me miró y abrió sus brazos. Caminé hasta él y acurrucándome disfruté de un beso  suave en la cabeza.

−Ya sé, te tienes que ir.
−Exacto. −Contestó rodeándome con fuerza.
−Te voy a extrañar.
−Yo también. Y no sé cuánto hace que no digo eso.
Nuestros ojos se encontraron y leí un signo grande de interrogación en los suyos.

−Anoche lo disfruté muchísimo amor.
−Y yo, toqué las nubes, y bajé.
Me besó con esa ternura embriagadora que me enloquecía hasta que el celular volvió a sonar. Me acordé de toda la familia del genio que inventó los teléfonos móviles, y lo solté.

−Será mejor que vaya a cambiarme.
−Sí, así no te vas a ningún lado.
Sonriendo tomó todas sus cosas, respiró profundo y salió de la habitación.

Me recosté en la cama y mirando el techo, no podía reaccionar de tanta alegría. Tenía ganas de gritar, de llorar o de las dos cosas. Había sido tan dulce, tan inesperado…
−¿Cómo seguiría todo esto?
Me di cuenta que Pau había entrado sin golpear cuando ya la tenía al lado de la cama interrogándome.

−¿Pasaron aquí la noche? Ya mismo me estas contando hasta el último detalle, ¿entendiste?
Me sonreí ignorándola, absorta en mis emociones y con la vista en techo.
−¿Es real? ¿Estoy acá?
−Sí, pero me vas a explicar qué te pasa.
−¿Qué me pasa? Preguntas que ¿qué me pasa? Que me volvió loca, que es un encantó, y que fue mío, sólo mío.

 Me levanté, fui hasta el placard y saqué los cigarrillos. Mientras me fumaba dos sentada a su lado, le detallé nuestro encuentro. La atención y la alegría que se reflejaban en sus ojos brillantes y expresivos, me hablaron de comprensión, entusiasmo y compañerismo. Paulina estaba tan contenta como si se tratase de una verdadera hermana.

−Con razón se durmieron aquí.
−Sí, fue, un accidente, no fue planeado. Me dejé llevar.
−No sabes la cara que llevaba cuando pasó por la cocina.
−¿Sí? −Pregunté tratando de contener la risa.

−¡Sí! Iba descalzo, sin camiseta, y sabíamos porque. A la que no le cayó nada bien fue a Alejandra.
−¿Ah  sí?
−Sí, todas sabemos que le gusta, pero la cara de hoy era de bronca. Esta celosa.

−¡Me da igual, yo estoy en el Olimpo! −Exclamé percibiendo una pizca de malicia hacia ella−. Es que hay algo en Alejandra que no me gusta, no sé, me parece mala persona.

−Es un poco complicada, pero no creo que sea mala.
−Bueno, pero para terminar con lo mío, te cuento que  no sabes todo lo que sentí estando en sus brazos…, es precioso.

−Eso ya se te nota en la cara.
−Hay Pau –me sinceré tomándola de las manos−, lo que me gusta es poder compartirlo contigo. Te quiero mucho ¿sabes?
Ella me miró sorprendida ya que creo que era la primera vez que se lo decía en tantos años que nos conocemos.

−Yo también −dijo al fin abrazándome−, se ve que te pegó fuerte ¿eh?
−Más de lo que podía imaginar.
Hicimos una pausa ya que las dos sabíamos que me quedaban horas para estar otra vez en Buenos Aires.

 −¿Ya desayunaste? −Era necesario cambiar de tema. 
 −Esto no es un desayuno para nosotras, tenemos que tomarnos unos buenos mates, ¿o no?
−Vístete que los vamos a tomar fuera.
−¡Genial! −Y saltando de la cama busqué mi ropa.

Mientras ella preparaba todo para nuestro desayuno, me vestí con una calza pescadora negra y una remera de breteles verde con rayitas blancas y zapatillas. Llegué a la cocina que tenía un ambiente algo atareado y me senté en la barra a ojear la portada del The Time.

−¡Me olvidé el porta cosméticos! −Pensé en voz alta.
−Quédate ahí −Pau habló con la cabeza metida en la heladera−, ahora te lo traigo, tengo que pasar por tu cuarto.

−Gracias. −Y por uno instantes quedé mirando el pasillo que horas antes había recorrido con él, tomados de la mano.
−Tienes teléfono. −Me informó la voz cortante de Alejandra.

 La miré con extrañes ya que no lo había escuchado sonar y me di cuenta que era una chica más bien delgada, armoniosa en su cuerpo, de pelo castaño largo hasta los hombros y unos ojos que destilaban frialdad. En ese segundo pensé que tal vez había tenido una vida dura, algo de desilusión corría por su mirada y eso me hizo detener un poco el rechazo.

Le agradecí viéndola irse con paso ligero y rápido. Seguro que con él en casa, su trabajo se multiplicaría ya que el desorden era más que evidente.
Cuando estaba cruzando la puerta la voz de Pau sonó.

−¡Pato!
−Espera −dije de espalda−, ahora vengo. Tengo teléfono.
Llegué al living inmersa en la excusa que le daría a Leandro por no estar llamando en las últimas horas y, desanimada, no encontré ninguna cuando hablé.

 −¿Hola?
En el mismo instante Pau llegó con una nota: “Si me extrañas te dejo mi número, llámame las veces que quieras”.
 −Se ve que no me extrañas, mio amore. −Sonó su voz entre bullicio.
          
−Hola ¿cómo no te voy a extrañar…? −Pau y yo nos miramos sorprendidas−. Es sólo que me estaba vistiendo.
−¿Y tanto tardas? −Preguntó con su típica sonrisa−. Para mí cuanto menos te pongas, mejor.

−¡Ay Dios! Eres terrible.
−¿Encontraste la notita?
−Sí la tengo en la mano  −mentí ante la risa ahogada de Pau. Ella pegó la oreja en el teléfono, como en nuestra adolescencia−. Me encantó. ¿Dónde estás?

 −Entrando a la sala de maquillaje, me van a hacer una entrevista para la MTV
−No te olvides de mí, porque yo voy a estar pensándote todo el día.
−No me lo tienes que pedir −se hizo un pequeño silencio y continuó−, ¿sabes por qué te llamaba? Además de porque te extrañaba, acaban de invitarme a una reunión y me encantaría que vinieras conmigo.

−¿Qué? −Fue la única palabra que la ola de terror que experimenté, me dejó articular.
−Sí, que quiero que me acompañes.
−¡No! no puedo. –hablé sin pensar. 
−¿Por?

−No tengo ropa.
Eso no será suficiente. −Estaba acalorada.
−Tengo todo pensado, dile a Paulina que te dé unos talones en blanco de la cocina y, ¿sabes conducir no?

−Sí. −Contesté algo aturdida y al instante me arrepentí, aunque de nada serviría mentir ya que el obstinado me hubiera mandado con un chofer.

−Bien, vayan al centro comercial y compra lo que te guste, es un poco formal pero nada del otro mundo, llévense un coche y pasen la tarde fuera de casa.

−No, estás loco, yo no puedo hacer eso.
−Claro que puedes, además no tenemos tiempo para estar separados ¿no? Y a esta reunión tengo que ir.
−¡Dios esto no puede estar pasando!

−No me hagas esto. −Rogué, en un último y desesperado intento.
−Yo sabía que te iba a gustar la idea, después te llamo. Un beso.
−¿Hola? ¿Hola? −Pero ya había cortado.
Ambas nos miramos con asombro y, como era nuestra costumbre, soltamos un grito.

−¿¡Qué voy a hacer!? −Caminábamos hacia la cocina.
−Por lo pronto, tomar mate conmigo, que tengo todo listo.
Salimos por la puerta de roble y seguimos el camino de piedras que rodeaba la mansión. 

El sol estaba sobre nosotras y los pájaros cantaban y revoloteaban de árbol en árbol. El frescor se mezclaba con el olor a mar que flotaba y la sensación de bienestar era tranquilizadora.

−Esto es lo más parecido al paraíso. −Cerré los ojos y respiré profundo.
−Sí, la verdad es que este verde pegado al mar es maravilloso. 

Sus mascotas nos pidieron caricias desde las perreras y ambas nos acercamos. Con mucho cariño nos lambieron las manos y, de mala gana, nos dejaron ir.

En un apartado de la casa se veía tímidamente un pequeño edificio. No tuve que preguntar nada, Pau me informó que era el estudio de grabación que el dueño de casa había mandado a construir. Me quedé pensativa recorriéndolo con la mirada. 

Cuántas veces habrá entrado ahí impulsado por la mágica inspiración, que por lo general aparece sin pedir permiso y a cualquier hora. Casi lo podía ver, con su amplia sonrisa que de seguro tendría al darle vida a alguna de sus canciones.

−¿Quién pudiera ser parte de su vida y verlo con frecuencia ahí?
 Nuestra caminata terminó en la parte trasera de la mansión, donde se encontraba una majestuosa piscina frente a la inmensidad del mar. Nos sentamos en una mesa a la sombra, con vistas a la playa privada que posee a tomar nuestro tradicional desayuno argentino. Paulina llenó el pequeño recipiente de yerba mate, colocó con suavidad la bombilla y acercó el termo con agua caliente.
−No me canso de mirar para todos lados. ¡Cuánta naturaleza junta!
−La verdad es que yo ya me acostumbré, pero es lindísimo esto, y lo disfruto más cuando paseo sola, que como te imaginaras, es gran parte del año.
−¿Cuándo él esta, viene mucha gente?
−A veces sí y a cualquier hora.

Sirvió un chorrito de agua caliente en el mate y probó la temperatura del agua sorbiendo de la bombilla mientras sacaba mis maquillajes del porta cosméticos.
−¿Qué comieron anoche?

−Hamburguesas, y no sabes qué buenas que estaban. Lo tendría que haber filmado, estaba tan sexy cocinando descalzo, sólo con su jeans, se veía tan varonil y atractivo, pero por naturaleza, ¿sabes? Nada forzado. −Pau asintió apretando la boca para no reír y ante su silencio, continué– Y esos brazos, el pecho sombreado de vellos…, y ¡ese culo! ¡Qué lindo que es! −Exclamé con nuestras carcajadas de fondo.

−La verdad me lo imagino. −Contestó tímida
−¡Te gusta! −Aseguré acusándola con el dedo índice−. ¡Tienes que admitirlo!

 Su amplia sonrisa mostraba los dientes blancos y perfectos que tiene y algo sonrojada contestó.
−Tengo que reconocer que es atractivo. No es mi tipo, pero todo lo que se pone le queda bien, eso no lo puedo discutir.
−¡Viste! ¡Desde el pijama hasta los trajes! ¡O cuando va a correr! 

Mis pensamientos volvieron a su imagen sudada y suspiré encandilada. Encendí un cigarrillo, terminé el mate y se lo devolví para que cebara el próximo para ella.
−La noche que comimos en la cocina había venido de correr y estaba todo transpirado, agitado, con la camiseta mojada…

Ella revoleó los ojos y carraspeó la garganta tratando de que volviera a la realidad. Ambas reímos, con un gesto le informé que había terminado de suspirar y continúe con la tarea de delinearme los ojos.

−Lo siento, no me puedo contener.
−Ya veo.
−Es que no me canso de decirlo, es muy fuerte lo que me está pasando.
−Y, dime una cosa −habló sugestiva−. ¿Es lindo en todo sentido?

Las miradas se cruzaron y el lápiz labial quedó suspendido a mitad de su tarea.
−En TODO sentido
−Ponle un puntaje.
Terminé de colorear mis labios antes de contestar.
−Del 0 al 10, un 11

−¡Guau! ¿Estás segura?
−Completamente. Tiene una experiencia y un dominio de la situación, que para qué voy a entrar en detalles.
−No te preocupes, tu cara me lo dice todo.
Hicimos una pausa y, terminado de perfumarme, ella rompió el silencio.

−Tengo una intriga. ¿Con quién comiste algo en la playa que no me pudiste contar?
−¡Ah! Sí, ya me había olvidado. Estuve con Dani.
−¿Qué? ¿Con Daniel? ¿¡Te encontraste con él!?
−Sí, en un bar.

Le conté con lujo de detalle mi encuentro con su hermano y cuando habíamos terminado el termo de agua caliente, nos dimos cuenta de la hora. Volvimos pasando por la cancha de tenis y, como si quisiera guardar esas imágenes en la memoria, me detuve un instante en esa vista maravillosa.

−Tengo que terminar la comida −habló tironeándome de un brazo−, tienes una reunión esta noche y nos tenemos que ir de compras, ¿o te olvidas?
−No, tienes razón.


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